viernes, 27 de febrero de 2015

Identidades como cárceles o Pamuk en El Cairo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La publicación egipcia Ahram Weekly incluye una interesante entrevista —realizada por Mona Anis y Youssef Rakha— con el escritor turco, ganador del premio Nobel en 2006, Orhan Pamuk. Dado el estado de las relaciones actuales entre Egipto y Turquía, el hecho de que Pamuk haya sido el encargado de inaugurar el Festival de la Literatura de El Cairo, que se ha celebrado entre el 14 y el 20 de este mes, es revelador de ese nivel sutil de diplomacia inversa, es decir, de meter el dedo en el ojo al otro. Pamuk es un crítico claro de la situación turca y del creciente autoritarismo que manifiesta el presidente Recep Tayyip Erdogan cada vez que dice algo.
La entrevista se lanza en picado sobre la cuestión de fondo que preocupa más:

Mona Anis: We were thinking that, having lived through the military takeover in 1980 and having witnessed the rise of political Islam in Turkey after so many years of secularisation, you decided to veil all of these things in your works. I recall you saying about Snow, ‘This is my one and only political book.’ But the issues are clearly there in other works too, and they are of course very relevant to the Egyptian experience. It is not that we want any vulgar Sisi-versus-Erdogan quote from you, but perhaps we can discuss your relationship with politics.*


Ante una entrada en materia así, sin preparación alguna, Pamuk les contesta: "Egypt is perhaps one of the deciding, essential countries to understand Islam, politics, secularism. So is Turkey. My novel Snow is my take, my composition on these issues."* Y tiene razón. En Egipto es donde se viven esos conflictos con una intensidad diferente porque la propia imagen que tienen de ellos mismos así lo favorece.
La tensión entre Turquía y Egipto es constante desde la salida del poder de Mohamed Morsi y la Hermandad Musulmana. Eso ha convertido a los dos grandes países musulmanes, los que cierran la pinza de Oriente Medio, en rivales en continua lucha de declaraciones y descalificaciones. Turquía ha entrado a formar parte del imaginario negativo de la mentalidad egipcia y Erdogan no desaprovecha la ocasión para arremeter contra el gobierno egipcio.


Junto a las cuestiones del "terrorismo", de la guerra de Siria, del Estado Islámico, de la democratización, uno de los problemas que separa a ambos países y hacen entrar en escena al otro agente relevante de la zona, los Estados Unidos, es la cuestión trascendental del "islam político", que ha sido introducida desde la primera línea de la entrevista a Pamuk.
Ahram Online reprodujo del Weekly un interesante artículo de Ahmed Eleiba con el título "Egypt’s options to fight terror: Analysis". En él se describe la reciente conferencia organizada por los Estados Unidos para abordar la situación creada por el terrorismo yihadista y los conflictos relacionados. Tras describir el funcionamiento y la falta de logros de la conferencia, Eleiba recoge las opiniones de algunos expertos:

Gamal Abdel-Gawad, a political science professor at the American University in Cairo who followed the conference, sees a clear divergence in views between Egypt and the US.
“The US still sees political Islam as a present and legitimate player, not a synonym for extremism,” Abdel-Gawad said. “The US administration also differentiates between extremist Islamists and moderate Islamists and believes that the moderates can be effectively integrated in politics as part of an acceptable political system.”
According to Abdel-Gawad, “US officials believe that the integration of political Islam currents, including those suspected of extremism, in political life would be beneficial.”
Egypt, whose government has labelled the Muslim Brotherhood a terror group, disagrees.
Countries in Europe are starting to appreciate the Egyptian point of view, Abdel-Gawad said. Even in the US, differences exist over the best way to deal with terror.**


Las observaciones de Abdel-Gawad muestran algo más que la discordancia entre los Estados Unidos y Egipto. Plantean como base la cuestión esencial del islam político. Lo hecho por Mohamed Morsi y la Hermandad en Egipto y lo que ha estado haciendo Erdogan durante más de una década e intensifica ahora, los convierte en poco fiables. El concepto de "fiables" esconde la realidad auténtica del problema: la mayor o menor fiabilidad es la que le merece a ojos de los socios extranjeros que le avalan.

Mientras no se entienda que el "islam político" no es una forma de hacer política, sino de usarla, se estará condenando a la zona al conflicto permanente. De esto, evidentemente, no son solo responsables los demás países, como a veces pretenden los interesados; su parte importante de responsabilidad tienen los que desaprovecharon las oportunidades de frenarlos cambiando las propias condiciones sobre el terreno. El "islam político" es totalitario y usa sus victorias para hacerse irreversible socialmente. No avanza hacia una mayor libertad, sino que las va suprimiendo, como vemos en Turquía o hemos visto en Egipto.
Eso no significa que los métodos que se usen para combatirlo sean los más adecuados o, lo que complica todo más, que se pierda la unidad porque se aprovecha para eliminar cualquier disidencia, que es el actual problema egipcio. De la confrontación con los islamistas se están aprovechando los miembros del antiguo régimen, que regresan presentándose como los baluartes contra el islamismo, cuando en realidad fueron los que favorecieron su caldo de cultivo por la desidia y la corrupción imperante durante décadas. La forma de combatirles es el progreso porque ellos, aunque nazcan en capas privilegiadas, necesitan de la mano de obra de la miseria.
La política norteamericana ha cometido el error de apostar (y lo sigue haciendo) por el islamismo político. Lo hace pensando en su propia seguridad, algo pasmosamente ingenuo. Cree que es si se apoya a los islamistas, estos dejarán de ver a los Estados Unidos como un enemigo y frenarán cualquier iniciativa contra ellos. ¡Gran error! La propia dinámica del pensamiento islamista les obliga a tener un objetivo exterior, un enemigo, una representación del mal, para evitar ser defenestrados por los más radicales. Es una constante de la Historia: los moderados han sido desplazados por los más radicales, que captan el descontento social. Eso establece competencias no en la moderación, sino en el radicalismo. Y trae grandes paradojas, muchas veces difíciles de entender desde fuera.


Los errores cometidos siguen pesando y acumulando descrédito. Hoy, una mayoría de la población de esas zonas está convencida que el Estado Islámico es una fabricación de los Estados Unidos para destruirles. Han fabricado una mitología explicativa de todos los males que les aquejan como parte de una trama (política, religiosa) contra ellos en una extraña alianza. Millones de personas consideran que Barack Obama es el padre de todos los terroristas. No me refiero a delirantes páginas de las redes sociales agitadas interesadamente desde distintos focos. La misma tesis es sostenida en la prensa "seria", dada por hecho e introducida en sus análisis. El papel agitador de muchos medios creados para fomentar estas perturbaciones constantes es esencial. Extraordinarios periodistas, que intentan llevar sensatez y rigor, conviven con agitadores profesionales cuyas delirantes llamadas son repetidas como memes por las calles.


La exclusión de las personas que son capaces de ofrecer o plantear salidas a los callejones en los que se encierran en su avance histórico, su estigmatización social, está causando un colapso intelectual, precisamente cuando más ideas y voluntades de renovación se necesitan. El mundo musulmán necesita repensarse en la Historia y para que ese pensamiento tenga sentido necesita además reducir diferencias sociales e intelectuales abismales. El éxito de los islamistas y su pensamiento retrógrado es que esas condiciones no se dan y ellos se encargan de mantenerlas. Canalizan los problemas hacia terceros y aprovechan para avanzar tomando posiciones, haciéndose con el control de los sectores estratégicos de la sociedad. Se encargan de controlar las estructuras y de manipularlas a su servicio. El ejemplo de ambos países, Turquía y Egipto, es muy claro.
De la entrevista de Al-Ahram Weekly con Pamuk me quedo con una de las preguntas que se le formulan, que me parece reveladora:

YR: How would you define the term “Muslim” as it relates to you?
Well, I never thought of that in that sense. Defining yourself as a Turk, defining yourself as a Turkish citizen, as a political person, as a Muslim: I don’t do these things. All these definitions always imply some exclusivity, meaning “I own the Muslim”, “I own the Turk”… I reject these definitions. Most of the time, how do you define this, how do you define that implies a desire to hold power. I remember in the 1970s-1980s, Turkish intellectuals were very busy arguing about who was an intellectual. Most of the time they were arguing about this because they wanted to say to you, “You are not an intellectual.” What is a Turk, what is a Muslim, what is an intellectual, what is a leftist, what is a communist: I am 62 and I understand that, once they start discussing this, they are doing so just in the end to tell you, “You’re not a Muslim, you’re not a communist, you’re not a modern. You’re not a good guy.” In the end, that’s what they want to tell you. So I reject these kinds of question, and they’re also very old fashioned, scholastic and dead discussions. I don’t argue definitions, I argue what I do in life or even talk about my life. It’s better, I’m a writer. I’m not a scholastic definition, Platonic definition… Anyway!*


Pamuk ha logrado salir de la trampa de la constante definición que lleva a elevar barreras. El levantamiento constante de muros de identidad lleva a ese enfrentamiento, pues desemboca precisamente en crisis de identidad, como revela la pregunta hecha a Pamuk. Esta se acaba definiendo mediante la exclusión de los otros, su negación. No se busca la convivencia sino la exclusión del otro negándole la identidad y con ella sus derechos. Es la práctica habitual, lo que vemos cada día.
Todo se hace en nombre de unas identidades "duras", cuando lo que el mundo moderno reclama es una mayor elasticidad y adaptación para poder progresar y convivir en un  espacio de mayor y constante interacción. Pamuk da una respuesta inteligente a un problema crucial, que no parece que esté resolviéndose.
Para que esto ocurriera tendría que aumentar el número de los Orhan Pamuk existentes en el mundo islámico, es decir, de personas inteligentes que no se preocupan tanto de definirse frente a los demás, de encerrarse en los dogmas, sino de abrirse a lo nuevo, a avanzar en la Historia. El colapso al que asistimos tiene ese origen en la crisis de las identidades, que se definen —escolásticamente, platónicamente, como señala Pamuk— para verse constantemente amenazadas y a la defensiva. Los nacionalismos y los integrismos religiosos forman parte de ese regreso a las identidades duras, a las definiciones excluyentes. Esas definiciones de la identidad, en el fondo, son cárceles del alma, individuales y colectivas, celdas de las que solo se puede uno evadir so pena de ser acusado de traidor o hereje. 



* "Ottoman culture in disguise" Al-Ahram Weekly 26/02/2015 http://weekly.ahram.org.eg/News/10566/23/-Ottoman-culture-in-disguise.aspx
** "Egypt’s options to fight terror: Analysis" Ahram Online 26/02/2015 http://english.ahram.org.eg/NewsContent/1/64/123975/Egypt/Politics-/Egypt%E2%80%99s-options-to-fight-terror-Analysis.aspx





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