sábado, 17 de enero de 2015

La convivencia en un escenario común

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En estos días se acumulan las reflexiones sobre la libertad de expresión y sus límites. Se hace desde perspectivas muy diferentes y en contextos que difícilmente pueden ser equiparables, por lo que se parece mucho a un diálogo de sordos. Los hechos parecen demostrarnos cada día un problema de fondo: lo que antes eran esferas separadas, mundos paralelos, son ahora un escenario común en el que se representan distintas obras. Todos estamos sobre las mismas tablas, con libretos diferentes. El resultado es esta cacofonía sangrienta, este estado de máxima irritabilidad donde lo que escuchamos de los otros no nos gusta.
Esta nueva pequeñez del mundo tiene su primer efecto en lo que llamaremos el problema del tabique fino, es decir, la vecindad obligada por nuestra proximidad y la intensidad de las relaciones internacionales. El mundo se ha hecho pequeño por las comunicaciones nos convierten a todos en miembros de un mismo auditorio y se ha hecho también pequeño por las facilidades de movimiento que hacen que cada país contenga en su interior parte de otras comunidades culturales. Comunicación, migración y transporte fácil crean en su conjunto una situación de vecindad permanente que es difícil de obviar cuando se producen conflictos.

La rapidez con la que viajan las comunicaciones no es la velocidad con la que se transforman las mentalidades, que lejos de hacerse convergentes en el diálogo se pueden radicalizar en las fricciones. El diálogo es menos intenso que la discusión, por decirlo así. O al menos las discusiones se realiza en un tono más alto y estridente.
Para muchos, este contacto de las culturas es un problema en sí mismo. La universalidad que hemos otorgado a los Derechos Humanos está lejos de ser verdaderamente "universal". Surgen y sirven para defender unos ideales en un contexto determinado. Y surgen, evidentemente, porque son necesarios, por la existencia de un déficit.
Es de nuevo evidente que no se aplican los mismos parámetros para medir los efectos de las mismas acciones. Cuando el mundo era grande, esto carecía de importancia porque las distancias físicas y comunicativas atenuaban las reacciones. En el mundo era posible lo exótico y no se pensaba que las diferencias culturales fueran trascendentales, sino lógicas diferencias producto de la distancia y de las diferentes velocidades de la Historia. Hasta hace poco, muchos viajaban buscando las diferencias y los que los acogían los veían las más de las veces como curiosidades. No se percibía como una agresión la diferencia, sino como una producción de la Historia.

Ejemplo de mala titulación "totalitaria"
Pero nuestra percepción ha cambiado y hoy consideramos que la globalización comunicativa y móvil nos encamina hacia una convergencia igualitaria. Han aumentado los contactos de todo tipo (económicos, culturales, militares, etc.) y la gente ya no vive en sistemas cerrados a menos que se intenten bloquear, como ya hacen algunos países, que no están dispuestos a ser contaminados desde el exterior. Los organismos internacionales plantean exigencias a los países de respetos de los estándares internacionales, como los Derechos Humanos. La movilidad y la comunicación permiten las comparaciones y las percepciones de las diferencias existentes entre los sistemas políticos y culturales. Y eso ha abierto brechas internas y provocado fricciones externas.
Las personas que se manifiestan violentamente, quemando banderas y demandando venganza por la publicación de unas caricaturas, enjuician el mundo desde una perspectiva específica. Los que realizan las caricaturas no tienen en mente que sus destinatarios sean esas personas que no comparten sus criterios sobre el humor y los temas sobre los que se ejerce.


El debate sobre los límites de la libertad de expresión no tiene demasiado sentido en este contexto de distancias perceptivas y diferencias de valores. Se ha conseguido que una publicación de 60.000 ejemplares salga a la calle con cinco millones no porque haya un interés específico en la representación burlesca de Mahoma, algo que no importa al 99% de sus lectores, sino porque se ha sentido que una parte del mundo trata de imponer a la otra su forma de pensar y sus límites. Al no haber concordancia en los límites, se produce una retroalimentación, con lo que se llega a una espiral. La publicación se reafirma en su libertad y el otro lo percibe como una insistencia en la ofensa.
Lo que los millones de personas han salido a defender a la calle no es la gracia mayor o menor de unos chistes determinados. Mucha gente no comparte ese sentido del humor, por eso la revista tenía 60.000 ejemplares de tirada y no cinco millones, como ahora. La gente que ha hecho cola para conseguirla estaba mostrando su apoyo a su propio sistema de libertad y, especialmente creo, a la forma de resolver conflictos.

El debate sobre la libertad de expresión y sus límites es claro. Sobre todo lo es en su forma de resolver los inevitables conflictos que se plantean con frecuencia. Toda libertad tendrá sus límites, pero tiene sobre todo su forma de establecerlos. Nuestro sistema no depende de las iras populares, sino de los jueces, que es ante quienes se debe reclamar si alguien se considera injuriado y quienes deben establecer las acciones que se han de tomar. Pero esas "iras populares", a su vez, van encabezadas muchas por clérigos que ejercen en su sistema el papel de jueces y a quienes se sigue en sus fatwas. Nos es ajeno ya el sistema de lanzar proclamas pidiendo venganza y prometiendo el paraíso a los que maten a los blasfemos. Lo abandonamos hace ya algunos siglos y no es compatible con nuestro sistema de pensamiento actual. Consideramos un peligro a las personas fanáticas que quieren hacerlo y las llevamos ante los tribunales para que los jueces dictaminen.
He leído muchos artículos publicados en medios árabes conteniendo razones genéricas sobre la libertad de expresión. La mayoría condena los ataques, pero algunos contienen  justificaciones implícitas por las ofensas a Mahoma y a la religión, algo que —dicen— les hace sentirse ofendidos como musulmanes. "El profeta", señalan, "es una línea roja". No entienden el sistema retórico que lleva a personalizar en Mahoma lo que muchos de ellos, en cambio, consideran que es una perversión radical de sus doctrinas. No entienden que "Mahoma" sea representado, primero, y mal interpretado, después. "Occidente", dicen, identifica a "Mahoma" con los "integristas" y los "terroristas", algo que no entienden y les parece un gran error perceptivo y un insulto indiscriminado, que afecta al musulmán que no se mete con nadie.
Además, piensan muchos, eso da alas a los más radicales, que les ponen entre la espada y la pared acusándolos de "malos musulmanes" si no protestan también. El caso, piensan, ayuda realmente a que los más radicalizados se pongan al frente de cada vez más gente, a las que les resulta más fácil enganchar y manipular. Eso no ocurre solo en lugares atrasados, en montañas y valles perdidos, en lugares remotos, sino en gente formada en escuelas de Francia o Inglaterra, de Bélgica o Alemania. Esto último nos resulta incomprensible y todavía se está procesando para tratar de asimilarlo.

Pero esto es solo una parte del problema. Podría tratarse solo de la cuestión de la "representación gráfica del profeta", pero no es así. La radicalización de una parte del mundo islámico es evidente —Al Qaeda y el Estado Islámico, Boko Haram, etc. no son invenciones—y la padecen ellos los primeros. Por cada occidental muerto hay miles de musulmanes que han caído en sus propias tierras víctimas de la intransigencia radical. A muchos de esos muertos tampoco les hacía gracia la cuestión de las caricaturas, que no es un indicador de radicalismo, sino una tradición cultural propia.
Tampoco es cierto que "el profeta sea una línea roja". Aquí mismo traemos con frecuencia las detenciones y condenas a largas penas de "ateos", que no se han metido con "Mahoma" sino que sencillamente no tienen ninguna creencia y sostienen su derecho a seguir así. Aquí no hay ofensa a nadie, sino un derecho a la libertad de conciencia. Pero eso también parece ser otra "línea roja".
De la misma forma que lo hemos criticado, hemos sido rotundos con los que han usado los ataques a las religiones como mera provocación, como el caso del reverendo Jones, un tarado con ganas de notoriedad que hizo un juicio al Corán y quemó ejemplares. Hace ya algunos años escribimos una entrada del blog titulada "Sobre el respeto y la burla". Recogía las palabras de una antigua alumna que pedía simplemente que no se burlaran de su religión. Me parece razonable distinguir entre el humor y la crítica y la burla, que lleva una intención diferente, por un lado, y más si se hace extensiva a un conjunto de personas que no son responsables de lo que hacen otros. Decía —y lo sigo pensando— que se pueden ejercer todas las críticas a lo que consideramos negativo sin llegar a la burla, que afecta a personas que no se sienten responsables de los motivos que se alegan para realizarla. Piden que no se identifique sus creencias con otras que ellos mismos consideran aberrantes.


Unos días antes de la matanza de la revista francesa publicamos un texto señalando que "el humor viaja mal", tratando de señalar las grandes diferencias culturales que se dan en su interpretación y valoración. Lo hicimos igualmente cuando apareció la nueva portada de Charlie Hebdo, señalando que era "incomprensible" en términos interculturales. Que lo que a muchos les parecía un gesto de "paz" que intentaba distanciar a Mahoma de los extremistas, sería malinterpretado como una nueva ofensa. Así ha sido.
La petición de la Universidad de Al-Azhar de que se "ignoraran" las nuevas caricaturas no ha sido la tónica general, sino que se ha utilizado por algunos para echar gasolina al fuego antioccidental para rentabilizar la irritación.

Volvemos de nuevo a la idea de diálogo imposible del principio. ¿Es imposible el diálogo? Lo primero es que "diálogo" es solo una metáfora; nadie está "dialogando". Solo se está usando la "imagen estereotípica" del otro para reafirmar las ideas propias. El radicalismo islámico está encantado con que sigan saliendo este tipo de caricaturas, cuantas más mejor. Son la mejor propaganda para ellos; les permite convertirse en abanderados de la religión, en defensores del profeta. Además tiene un efecto secundario: los moderados se ven desbordados por las presiones que les llegan desde las agitadas calles y se ven obligados a radicalizarse para evitar ser acusados de cómplices de blasfemos o de apóstatas. Eso hace que quien realmente salga fortalecido sean los radicales, que ganan terreno. Se le ha dado sentido a su cruzada y les ha quitado argumentos a sus enemigos.
Un elemento que se vive como un agravio surge de la pregunta de por qué en Occidente se penaliza al que duda del holocausto judío y se condena el antisemitismo y no se hace lo mismo con los que atacan la religión islámica. Es una buena pregunta, pero es una pregunta mal formulada. Distinguimos las críticas de lo que es el enaltecimiento del odio y la muerte. Por eso se ha sido firme en la condena de la "islamofobia", que sería el equivalente al "antisemitismo". Podemos criticar o ensalzar una religión, pero no está permitido ensalzar una matanza de millones de personas, ni se admite justificación alguna que siembre el odio o niegue los hechos y trate de crear el contexto para que se repitan.
Recogimos aquí hace tiempo, la reacción de las autoridades de las escuelas de la ONU en Gaza cuando se intentaba manipular los libros escolares de historia negando el holocausto judío. Los responsable de las escuelas reaccionaron inmediatamente porque no estaban dispuestos a que en sus aulas se alentara el odio negando la muerte de millones de personas.


La misma manifestación de autoridades en París se ha percibido de forma diversa y preocupada por muchos. La asistencia de figuras políticas —las califiqué como con poco pedigrí en la defensa de la libertad de expresión para estar allí— como Recep Tayyip Erdogan y otros que encarcelan periodistas se ha percibido como una burla siniestra por parte de los que luchan en sus países para tener verdadera libertad de expresión. Verlos ahora del brazo de otros líderes mundiales, recibiendo el aplauso del público al pasar, ha debido sentar muy mal en algunas cárceles pobladas de periodistas y discrepantes. También ese mensaje se ha enviado mal y François Hollande, como organizador, ha pecado de ingenuo al llevar del brazo a dictadores con delirios de grandeza democrática. Hay que tener cuidado con estas cosas porque el rendimiento que le pueden sacar algunos es muy grande. Vivimos en un mundo de signos y todo símbolo es manipulable.
En lo que hay que trabajar es en evitar los malentendidos. Es sorprendente que en una época de globalización, de informaciones que cubre la totalidad del globo en segundos, sin embargo, se cometan los enormes errores que dificultan la comunicación intercultural. Necesitamos comprender más las culturas de las que hablamos con un desconocimiento profundo y una ligereza mayor.
Sabemos distinguir un "nazi" de un "alemán" y eso ha permitido reconstruir Europa y convivir. Cuando se representa a Angela Merkel, por ejemplo, como un "nazi", como es frecuente en caricaturas y pancartas callejeras, estamos retrocediendo en nuestra visión del mundo y estamos insultado injustamente a muchos alemanes, a los que no le hará gracia la comparación. A algunos les parecerá "gracioso"; a otros muchos  no.


Estamos empezando a distinguir "islam" de "islamismo". Estamos obligados a evitar caer en los estereotipos, que funcionan en ambos sentidos. Para los fundamentalistas islámicos, "Charlie Hebdo" es "Occidente", porque así quieren que sea, como los inocentes clientes franceses de un supermercado judío son "Israel" para ellos. Matar no requiere más que esa ampliación del contenido de la metáfora, cambios en el significado de las palabras. Podemos pasar del "nazi" a "Alemania", del "terrorista fundamentalista" al "árabe"; de "judío" al "sionista". Son operaciones retóricas en las que incluimos más de la cuenta y cuyos resultados son imprevisibles. O, desgraciadamente, demasiado previsibles. Llamar a las cosas por su nombre y saber qué significan esos nombres es un primer paso. Los radicalismos buscan, por el contrario, ampliar los sentidos para aplicarlos al mayor número de personas y rentabilizar así sus odios y prejuicios.
La gran mayoría de las personas apuestan por la convivencia y quieren vivir en paz. Pero los intereses para que esta no se produzca son también grandes. Hay que tener mucho cuidado porque las primeras víctimas que van cayendo en los países árabes son aquellos que abogan por el diálogo y la convivencia. Ellos son el primero objetivo y el más indefenso.
Cada oportunidad que se da a los radicales es un retroceso en la convivencia de todos, pues todos pasamos a estar en esas "categorías", cada vez más reduccionistas, con las que se representa al "otro" satanizándolo. En este conflicto abierto hay muchas cosas que se pueden hacer porque nos afectan a todos. No debemos renunciar a nuestras libertades, pero tampoco a nuestra inteligencia.




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