miércoles, 31 de diciembre de 2014

El año que dejamos o nos deja

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
He tirado cuatro páginas de recuento de elementos negativos del año. Los sabemos todos y no es más que meterse el dedo en el ojo. Entre el vaso vacío y el vaso lleno es mejor acabar el año con el sentimiento de que vamos saliendo. En España hay quien vive la crisis y quien vive de la crisis. Eso que nos han repetido de que hay que ver las crisis como "oportunidades", algunos se lo han tomado muy en serio. Demasiado.
En el aspecto positivo del año, las señales evidentes de mejora económica. Por más que los políticos vivan de la euforia unos y del desastre los que se les oponen, las señales de recuperación económica provienen de diversos indicadores internos de reactivación y de la confianza exterior. Ni tanto ni tan poco. Si tiene dudas, consulte en los comercios. Yo lo hago habitualmente, pregunto cómo va el año y me dicen, por lo general, que ha ido mejor que el anterior. Luego que los políticos digan lo que quieran y cada uno piense como mejor le parezca, si es poco o mucho.
Eso no significa que esto sea Jauja, sino que lo peor ha pasado y que, con muchísimo sacrificio, se ha conseguido salir de un desastre cantado. No, España no es Grecia, afortunadamente, por más que hoy mismo lo diga el señor Echenique, de Podemos. Los que se empeñan en que esto sea Grecia tendrán su responsabilidad histórica cuando intenten forzar los parecidos. Los retratos de España que hacen los políticos son como lo que decía Picasso del de Gertrude Stein: "ya se irá pareciendo". A unos, sí, les va el cubismo, a otros Sorolla y otros Gutiérrez Solana. Elija el que quiera.

Lo preocupante de esta recuperación son los efectos sociales de la crisis, que es necesario comenzar a paliar para que el estado de bienestar adquiera su sentido real, por un lado. Pero, por otro, lo es no cometer los mismos errores que anteriormente se han cometido.
En España hay dos crisis, la general, la de la zona euro, y la propia, la que se deriva de nuestros propios errores y derroteros. Hay que tener mucho cuidado con cómo se crece. Lo que se ha percibido claramente es que el camino que se había emprendido es poco estable y las crisis nos dejan anémicos.
Hay dos "Españas", sí. La una es la que se eleva sobre el ladrillo y el turismo, que quiere reducir al país a ese movimiento de especialización, y una segunda España que es la que ha retrocedido, la de la industria y la ciencia. Los que dicen que el turismo y la construcción son motores, tienen razón. El problema real es adónde nos llevan. Creo que eso lo hemos visto claramente; otra cosa es que verlo sea suficiente para convencernos.
La España que aspira a estrellas Michelin funciona pero tiene grandes problemas en un país con el potencial del nuestro. Es un camino que se ha ido convirtiendo en autolimitación de lo que podemos hacer para tener un país equilibrado. El turismo modela al conjunto porque requiere escenario, es decir, transformarnos a nosotros mismos para acoger a los que llegan y condenarnos a batir nuestros propios récords de afluencia. Esta muy bien, pero tiene efectos muy nocivos para poder avanzar como país si no hay nada más detrás. Las autoridades locales y autonómicas han visto en el sector la salida rápida de los problemas a través de un turismo que corre el riesgo de saturarse.

Para que España se sitúe en el lugar que puede estar es necesario avanzar por el apoyo a la industria y las exportaciones. Son los que han ayudado a salir de la crisis sacando pecho cuando todo lo demás menguaba.
Es necesario apoyar a la industria y a la agricultura, que ha tenido también un papel importante en el sostenimiento. España necesita fortalecer la industria y eso solo se logra potenciando la innovación real a través de la investigación. Hay que ligar Investigación y Desarrollo. Tenemos buenos científicos e investigadores a los que formamos y de los que apenas se saca provecho porque no hay una industria que aprovecha la aplicación de sus resultados.
España necesita una apuesta clara por la industria y la Ciencia. Es una demanda de una generación a la que se condena a vivir del turismo y sus efectos económicos. Además del comercio es necesario aumentar la producción superando la atomización del sector productivo español, reducido al aumento del autoempleo. Esto lo advierten una y otra vez, hay que aumentar el tamaño de nuestras empresas. Nuestro laberinto legal autonómico tiene que agilizarse para poder favorecer el desarrollo industrial. Es una reclamación constante.
Uno de los mensajes más claros de esta crisis es que España necesita de esos cerebros que se nos van. Se van porque el modelo de economía del país, el camino elegido, no los necesita, pues su foco está centrado sobre el turismo y el suelo. Para ello es esencial el papel del crédito y que la banca haga examen de conciencia sobre lo que ha centrado sus beneficios y pérdidas, es decir, su papel en la crisis financiera y en la burbuja inmobiliaria.


Es de agradecer que uno de los primeros mensajes de la Corona, del rey Felipe VI, haya sido de apoyo a la industria y, por extensión, la investigación innovadora. Creo que recoge el sentir de muchos y, junto a otras señales enviadas a la sociedad, ha hecho que crezca la confianza en la institución, tal como recogen las encuestas realizadas.
Aquí lo hemos señalado en estos años una y otra vez. Hay que salir de un modelo que nos condena a la dependencia exterior constante, que nos deforma económicamente, y apostar por un modelo paralelo que vaya haciendo crecer nuestro sector industrial que es competitivo cuando se le deja serlo.


La Ciencia española funciona cuando la dejan; lo que hay que dar es la oportunidad de que el dinero que se invierte en ella sea rentable al transferirse al sector industrial. En esto las universidades y centros de investigación son esenciales. La brutal campaña desatada contra la universidad española, de origen y finalidad inciertos, cuyos ataques provienen de sus propias filas, nada bueno augura. Son muchos sus defectos, pero también las carencias a que está sometida. Lo que no tiene sentido es atacar la institución, sembrando la desconfianza social, desautorizándola como referencia. Muchos de los que afilan sus uñas en artículos contra ella son hijos privilegiados de la misma universidad que atacan, pero los psicólogos nos explican bien ese mecanismo que hace que todo lo que tengamos sea esfuerzo propio mientras lo de los demás es regalo injusto.

Si de algo adolece la universidad española es del mismo cainismo político que la ha invadido y de la que no se ha sabido defender. Donde el cáncer del sectarismo ha anidado, se ha reproducido el mismo esquema de la política, supeditando la ideología o la afinidad a la eficacia. No, la universidad no se ha librado de esto como tampoco lo han podido hacer otras instituciones, que, al menos, lo intentan.
La mejora del sistema educativo es esencial desde la guardería en adelante. No se trata de aumentar los controles, forma carcelaria de entender la formación, sino de modificar los enfoques y crear las condiciones necesarias para que la educación realmente lo sea. Pero la educación padece, como otros ámbitos, la falta de acuerdo y la necesidad de inversión para que pueda ser más eficaz. Hay batallas, como la de la Formación Profesional, que llevan años librándose sin avance alguno. Y esto sería esencial también para el desarrollo industrial del país. Pero no hay forma de avanzar porque los intereses sobre la educación son muchos. Basta con ver los modelos externos que funcionan para entender lo que no funciona aquí.
La crisis que padecemos es larga porque no habido esa capacidad de poner rumbos hacia mejores aguas. Hace falta otro tipo de liderazgo y de líderes, personas que sean capaces de tener ideas y visión de futuro, algo de lo que nuestra clase política, ligada al aquí y al ahora del cortoplacismo, no tiene. Hay demasiada demagogia encubriendo incapacidades. La renovación de la clase política solo es posible si varían su forma de enfocar su papel en el desarrollo del país, detectar las fuerzas y posibilidades reales para encaminarnos todos. Lo demás es pelea de gallos, fuegos artificiales, que nos alejan de la posibilidad de ser un país que progrese al ritmo adecuado.
Tienen más confianza en España fuera que dentro. No la tenemos no porque no queramos, sino porque el debate político es una pelea en el fango, espectáculo al que consiguen arrastrarnos.


En España se confunde a menudo la acción ciudadana con salir a la calle con una pancarta. Necesitamos más iniciativas civiles, más cultura, más foros de debate de ideas. Algunas serán buenas. La tribuna única de nuestra política y su presión mediática nos hipnotiza y seduce. La vitalidad de una sociedad se mide en creatividad, no por el volumen de sus gritos.
Creo que la española lo es y debe demostrarlo cada día antes de dejarse seducir por más cantos de sirenas. Ya no es tiempo ni de bromas ni de aventuras. Es el tiempo de aportar y de exigir, de controlar y de dejar claras nuestras aspiraciones como sociedad.
La sociedad española ha dado un ejemplo de solidaridad constante durante la crisis, algo que los políticos han sido incapaces de hacer mostrando la unidad que deberían haber establecido entre ellos como ejemplo de unir fuerzas para salir adelante. Todo lo que nos siga dividiendo como sociedad se acabará volviendo contra nosotros. Esto es claro y sencillo. Todos podemos tener ideas; lo que no podemos es estar inventado el país todos los días.
Que 2015 nos traiga, al menos, buenas ideas que nos sirvan para salir de malas situaciones. Mis deseos de un año mejor para todos, estén donde estén, piensen como piensen, quieran lo que quieran.




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