viernes, 12 de septiembre de 2014

Poroshenko, Putin y las ficciones

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si Petró Poroshenko logra sacar adelante el proceso de pacificación (¿cómo llamar a lo ocurrido?) del este de Ucrania, si logra evitar que haya más muertes en la zona y que la grieta no se abra más de lo que está, se habrá ganado un hueco en la Historia de su país y, por ende, en la de Europa.
La labor de Poroshenko no es ni ha sido fácil. Encontrarte al frente de un país divido, invadido, ocupado, en mitad de un proceso de estabilización tras un levantamiento contra las autoridades, con los lobos nacionalistas reclamando venganza y los zorros rusos disfrazados de corderos, con un ejército del que no te podías fiar porque se pasaba al enemigo con cañones y barcos, con una administración sin renovar y un parlamento lleno de antiguos devotos del infame Yanukovich, entre otras muchas circunstancias, no es algo fácil de llevar.
Poroshenko no ha negado ni encuentros ni manos en su complicado camino de restitución de un país al que se pretende humillar desde la prepotencia de un vecino poderoso que ningunea al país que ha tenido controlado durante décadas. Se ha movido por todos los terrenos, asegurando apoyos internacionales pero tratando de combinar los objetivos de paz con los de soberanía nacional.

No sé cómo acabará la odisea ucraniana —les deseo lo mejor porque creo que han demostrado una voluntad y determinación grandes—; no sé si Petro Poroshenko logrará sobrevivir a un proceso en el que las más mínimas concesiones pueden ser presentadas como grandes traiciones por sus enemigos, los que quieren tener parcelas de poder. Pulso firme y mucho tiento necesitará para evitar que Rusia trate de engañar, ganar tiempo o despistar en este proceso tan complicado.
Si realmente, como se ha anunciado, los rusos han comenzado a marcharse y la presión sobre los prorrusos locales, aumenta al sentirse huérfanos de voluntarios llegados del otro lado de las frágiles fronteras, a Poroshenko le queda todavía por delante encontrar una fórmula que el Kremlin pueda presentar como una victoria generosa sobre sus vecinos. Putin no admitirá que nadie presente el resultado como una derrota de los rusos y prorrusos; no es su juego. Necesita un trofeo que levantar.
Ocurra lo que ocurra, el Kremlin se ha hecho ya las fotos de rigor ayudando a los hermanos del otro lado con camiones de alimento; ha mostrado músculo militar y poderío para que sus aliados, cada vez más admiradores de su fuerza, se sientan satisfechos. Ha mostrado a Obama que no es una "potencia regional". Ha hecho ostentación de cómo funcionan sus mecanismos de propaganda —interiores y exteriores— buscando ese eco del antiamericanismo reinante en muchos países para demostrar que no teme, ni juntos ni por separados a los miembros de la OTAN. Se ha ganado el aprecio de los nostálgicos de zares y soviets, demostrando que Rusia cabalga por el mundo de nuevo. Y algunas otras exhibiciones propias de macho alpha.


Ucrania no puede admitir ninguna opción que suponga una pérdida de su territorio después de lo ocurrido con Crimea. El estatus que puedan tener las provincias del este no puede ser el que les llevó a levantarse contra su gobierno. Queda por saber qué tipo de acuerdo es posible en estas condiciones. Si Rusia no puede parecer que ha perdido y Ucrania que se ha quedado sin territorio, los más débiles serán los rebeldes, que también tendrán la tentación de representar su victoria. Todo ha girado siempre sobre su debilidad, que es preguntarse por hasta dónde y cuándo se mantendrá el apoyo ruso. Todo ha sido, en ese sentido, una ficción.
La ficción consistía en creer que era posible que unos grupos de milicianos pudieran mantener durante meses en vilo a un ejército regular. Pero ¿ha existido mayor "ficción" que lo ocurrido en Crimea? ¿Es posible no sonrojarse ante el espectáculo de los soldados sin etiquetar, de los camiones, etc. y negar su origen? Sin embargo esa ficción por ambas partes evitaba que se desencadenaran toda una serie de reacciones en cadena que implicarían consecuencias terribles para todos. Solo la esperanza de que en algún momento regresara la cordura y todo volviera a su cauce ha impedido que se hablara directamente de una guerra entre dos países, lo que hubiera sido una situación que nos hubiera arrastrado a todos.


Por eso si ahora Petro Poroshenko es capaz de mantener el tipo ante las presiones y hacer un ejercicio de pragmatismo político por encima de cualquier otra tentación retórica —belicista, nacionalista...— puede alcanzar un punto en el que surjan unos acuerdos estables que permitan a Ucrania salvar su país, economía e identidad, los tres maltratados por las maquinaciones vengativas del vecino celoso.
Tampoco a Putin le interesa estar mucho tiempo tirando de la cuerda. Sabe que de las ficciones que ha creado no se come. Es más, está consiguiendo perder más de lo que tenía pensado al estirarse demasiado el asunto y tener efecto real las sanciones contra Rusia. Por mucho que mantenga tipo y sonrisa, sabe que tiene por delante tareas complicadas y que no puede permitirse el lujo de que la popularidad conseguida se vuelva contra él en el momento en que la gente empiece a sentir los efectos.
Occidente ha tratado de imponer sanciones muy específicas al llamado "entorno" de Vladimir Putin, dirigentes y empresas, lo que acaba teniendo efecto sobre la población. Por el contrario, la estrategia de Putin ha sido provocar reacciones populares en contra de las medidas, a través de sanciones que tuvieran un efecto inmediato y lo más amplio posible. Por eso elige la importación de productos perecederos en primer lugar; son los que tienen una mayor base social, un efecto inmediato y directo. Putin sabe que los oligarcas se quejan en los despachos y que el pueblo se manifiesta en las calles, con lo que es posible amplificar las protestas y que tengan un efecto psicológico y social. No en vano ha dirigido la KGB; "propaganda" y "agitación" son sus raíces.


Lo más saludable para todos sería la escritura de ese buen final que permita ponerse a reparar el daño económico y frenar —si es que es todavía posible— el despertar del militarismo en Europa a través de la presencia e inversiones de la OTAN. Los gobiernos reacios a meterse en aventuras de este orden se ven obligados renovar y ampliar sus arsenales gracias a los juegos en las fronteras con el gigante ruso. Ya lo decía el otro día un titular de prensa: "Putin ha resucitado a la OTAN". Él mismo lo declaraba así: “La crisis en Ucrania, que de hecho fue diseñada y desarrollada por nuestros socios occidentales, ha valido para resucitar a la OTAN. Pero esto, por supuesto, será tenido en cuenta en nuestra toma de decisiones para hacer más seguro nuestro país”*. La confusión entre efecto y causa es evidente.
Putin se sigue negando a aceptar que los ucranianos no hayan querido mantener el vínculo ruso como a él le hubiera gustado. Todo es una maniobra occidental, repiten él y sus acólitos repartidos por todo el mundo. Ucrania no cuenta; Crimea era un derecho. ¿Lo cree Putin? ¿Cree que lo del avión malasio era también un "atentado" contra él, por ejemplo? ¿Cree todas las ficciones tóxicas que él mismo ha producido? Pero tras ellas hay una realidad incuestionable: la agresión rusa a un país vecino y una anexión relámpago. Ambas se niegan en beneficio de esas ficciones que se deben resolver para dar paso a la realidad cuanto antes. Hay ficciones diplomáticas, eufemismo, que evitan ascender en la escala de la violencia llamando a las cosas por su nombre; pero otras ficciones no son más que el enmascaramiento interesado y propagandístico de la realidad. Pero para negociar hay que llamar a las cosas por su nombre. Por eso el anuncio de la retirada de soldados rusos de allí donde se supone que no están, el intercambio de prisioneros de guerra en una guerra que no existe, etc., es una señal de que la realidad se va imponiendo frente a la ficción. Y sin ello es imposible avanzar.


Creo que Vladimir Putin ha mostrado demasiadas cartas de la jugada. Los efectos de la guerra de Ucrania van más allá de los muertos y las fronteras territoriales. Putin ha quebrado un principio dado por hecho y ha realizado una jugada de la que nunca saldrá beneficiado. La arruinada Unión Soviética ha llegado a ser la Rusia actual gracias al clima de confianza tras lo que se consideraba como el final de la Guerra Fría. Putin ha mostrado que el crecimiento de Rusia, que se ha producido gracias a ese clima, se ha administrado mal. Ahora lo que está por ver si la ruptura de esa confianza permitirá que Rusia pueda seguir desarrollándose como hasta el momento o tendrá serios problemas tras demostrarse en qué deriva su fortaleza. Es un terreno peligroso que puede enfurecer a Rusia si no logra sus metas o que puede enfurecer a los poderes que viven en la sombra, si consideran que están siendo perjudicados por el estilo de Putin de hacer política.
Putin se hizo con el poder para traer estabilidad a Rusia. Si Putin se convierte ahora en un factor de inestabilidad para la propia Rusia porque se frena su desarrollo más allá del empleo de sanciones —sencillamente porque deja de poderse confiar en ella—, la situación podría cambiar en el tiempo. La cuestión, como siempre, es saber cómo.


* "Vladimir Putin calienta la guerra fría entre Rusia y Occidente" Euronews 10/09/2014 http://es.euronews.com/2014/09/10/vladimir-putin-calienta-la-guerra-fria-entre-rusia-y-occidente/




Infografía rusa (Ria Novosti)

Infografía rusa (Ria Novosti)



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