jueves, 16 de enero de 2014

Tras las urnas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El cierre de la urnas del referéndum egipcio que se produjo durante los dos últimos días no es el cierre del proceso, sino un paso más en una dirección incierta. No me refiero a que no se sepa dónde se quiere ir, sino a lo que se van a encontrar por el camino. Nuestras intenciones son una cosa y lo que ocurra cada día otra.
La Revolución del 25 de enero de 2011 fue un hartazgo común, una frustración histórica acumulada, y un deseo confuso de futuro. Por decirlo así: primero se actuó y después se pensó. Quizá eso muestra lo genuino de la revolución egipcia, su raíz popular, un grito coral más que una idea común. Pero lo que es suficiente al principio, no lo es para continuar.
Pronto se demostró que el proceso era complicado porque el aparato administrativo del Estado no es solo una maquinaria poderosa, sino un estado mental. No sé si es el Estado el que ha hecho la mentalidad egipcia o es la mentalidad egipcia la que ha hecho al Estado. Por un lado tienen un gran respeto por las instituciones, pero por otro desconfían profundamente de ellas. Son institucionalistas y personalistas a la vez. Creen en Egipto, como pueblo y estado, pero a la vez buscan su personalización constante, encarnarlo. Eso es complicado políticamente y es la transposición de la experiencia cotidiana de ineficacia del estado: es la institución quien te rechaza y es la persona quien te abre la puerta o la cierra, si así lo desea pues suyo es ese poder. Eso crea una dependencia y una confianza en la persona, sobre la que acaba girando todo.


Lo que ocurra desde el momento en que se den los resultados está abierto a varios procesos externos e internos. Los cambios de actitud de la UE y de los Estados Unidos respecto al camino emprendido por Egipto en estos últimos días no es porque estén satisfechos con lo que ocurre allí, sino porque han entendido que la mejor forma de actuar es desde la proximidad que desde el distanciamiento.

A todo esto no es ajeno el agravamiento de las acciones  yihadistas por todo Oriente Medio, donde ya no se están produciendo atentados sino "ocupaciones" de zonas que quedan bajo el control de "grupos terroristas", categoría que debería empezar a cambiar para poder enfrentarse estratégicamente al problema en su verdadera dimensión. La guerra doble en Siria está sirviendo para demostrar que no se trata de "grupos" sino de ejércitos que usan estos conflictos como campos de entrenamiento y que buscan alcanzar el poder en la zonas con las que se hace mediante la violencia. Los analistas ya están avisando del problema de que muchos de ellos provienen de Europa y de América. Veremos qué ocurre al regreso.
La guerra actualmente declarada de Egipto contra el terrorismo en el Sinaí permite controlar una zona que había quedado demasiado franca durante el gobierno de Morsi. El empeoramiento del Líbano, contagiado por la guerra siria, no hace aconsejable abrir frentes políticos que aumenten el riesgo de la crisis abierta en la zona. Este empeoramiento se está aprovechando para despejar el camino egipcio. No es un aliado al que se pueda desperdiciar. Si en su momento Mubarak utilizó los acuerdo con Israel para tener manos libres internas, se corre el riesgo de que ocurra algo similar ante la estrategia frente al terrorismo en Oriente Medio.


Es difícil que el futuro político se pueda calmar sin derroteros de convivencia democrática. Pero la estabilidad y deseo democrático de un país está en función del grado de división profunda existente. Hablo de división "profunda" cuando los modelos políticos que existen en la sociedad son incompatibles. Cuando se analiza con cierto detenimiento y entrado en aspectos de idiosincrasia, más allá de los tópicos incluso más allá de los hechos, se comprende que la violencia desatada es el resultado de una serie de contradicciones internas en los caminos emprendidos.
El drama egipcio —como pueblo, como sociedad— reside su necesidad de encontrar un camino compatible entre historia y futuro, compatible además con una vocación de ingreso en una sociedad globalizada. Ese futuro idealizado es muy diferente para todos por las grandes diferencias sociales, económicas y educativas acumuladas. Hay muchos mundos dentro de la sociedad egipcia, muchas aspiraciones y modelos distintos como para poder tener un modelo de mínimos aceptable sin más. El modelo islamista de la Hermandad no ha satisfecho las aspiraciones de muchos egipcios, que salieron a la calle a decirlo ante la indiferencia de Morsi y su gobierno que consideraron que haber llegado al poder era el objetivo y final de su camino. Que el rechazo se haya producido en apenas un año puede interpretarse de muchas formas, pero una ellas es que forzaron la máquina en exceso en su ocupación del Estado.


La aprobación de la Constitución enmendada es solo un primer paso. Puede ser interpretado como parte de un camino, pero corre el riesgo de convertirse en plebiscito y utilizarse de forma indebida, como una patente de corso que no solucione más problemas sino que los cree. Egipto necesita más que nunca de políticos en su sentido pleno. No necesita carisma sino inteligencia constructiva para garantizar la estabilidad real, no la pacificación momentánea.
Hace apenas unos minutos se acaban de publicar en la prensa egipcia los resultados provisionales del escrutinio del referéndum y, como se pronosticaba, los votos son abrumadores —incluso por encima de los esperado— en favor del sí a la Constitución.


El dato más relevante, en cambio, será el de la participación, que deberá confrontarse con el de la constitución elaborada por los islamistas en el poder. A simple vista, con algunas excepciones de zonas significativas, como Suez, parece que se ha dado un aumento variable en la votaciones. Los totales provisionales son 17.456.097 frente a los 16.232.017 de 2012. Estas cifras son más complicadas de lo que parecen pues una gran mayoría de los que votaron "sí" entonces han vuelto a votar "sí" ahora. Y probablemente una parte de los que votaron "no" entonces votaron ahora "sí" o siguieron votando "no". Esas cifras indican que el texto ha tenido gran refrendo en términos relativos (98%) y un aumento de votantes de más de un millón. Siguen siendo pobres en cuanto a la participación general de una constitución, 33,1 frente al 32% de participación, pero esto forma parte de la propia situación egipcia. Será tarea sacar a esa parte de su población de la indiferencia o el desconocimiento político para llevarles a la vida activa en términos de ciudadanía. Ni el islamismo ni el gobierno actual ha conseguido movilizarlos porque viven en una esfera mental o cultural distinta.


La gran cuestión política a la que se enfrenta Egipto hacia su futuro se ramifica en varias: identidad, constitución de una sociedad civil con mentalidad de ciudadanía, y la creación de una clase política limpia y comprometida con los destinos de su país más allá del mesianismo o la personalización. Todo movimiento en Egipto (la cultura, la educación, la economía...) choca con barreras, con una resistencia inaudita al cambio, con una tendencia a la repetición inmovilista. Y Egipto, en cambio, lo que necesita es de cambios, mentales y legales, sociales y administrativos, dar suelta a la creatividad y energía que el país posee potencialmente, perdida por esas resistencias.
La Constitución aprobada no soluciona lo que las partes no quieran solucionar, solo lo lleva a otro terreno. Con todo, es importante haber llegado hasta aquí por lo que supone de que se está avanzado, aunque la dirección pueda parecer incierta y esté sembrada de unos problemas que hay que intentar resolver con más inteligencia que la demostrada en muchos momentos. 
Las próximas hora serán importantes porque podremos ver las respuestas e interpretaciones, en palabras y hechos, que todos —dentro y fuera del país— dan al paso de los egipcios por las urnas. Serán lecturas diferentes, pero instructivas que orientarán sobre los límites laterales del futuro.







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