lunes, 13 de enero de 2014

Actores

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La de actor es una de las profesiones más extrañas porque es la vocación por ser otro, por desalojarse uno mismo del cuerpo y acoger extrañas voces que otros crean.  ¿A quién le podría interesar un trabajo así? Algunos sostienen que ese vacío se compensa con el narcisismo que requiere la contemplación de uno mismo como campo de trabajo. No lo sé. Al fin y al cabo, el actor no es un poseído, sino un constructor. Siempre se ha debatido si su trabajo es racional o profundamente emocional, un controlarse o un dejarse llevar. Los "métodos" existentes parten de una idea u otra, del actor marioneta o del actor arrebatado, del control o del impulso.
Me imagino que aunque podamos meterlos en un mismo tarro, los actores —como cualquier en cualquier otra profesión— son muy distintos entre ellos. Hay actores que solo se pasean por las pantallas y escenarios, con pequeños cambios. Otros en cambio se transforman de arriba abajo.
La película Agosto (August: Osage County, John Wells 2013) contiene un recital interpretativo, llevado con auténtico mimo. Da gusto sentarse dos horas frente a una pantalla y simplemente observar. Nos podemos meter en la obra y escuchar sus palabras y parlamentos llenos de palabras vulgares de seres vulgares realizando acciones vulgares. Pero basta con observar, con eso ya se consigue mucho. Se disfruta simplemente por ver cómo Meryl Streep (su personaje es Violet Weston) pasa las páginas de un libro de su marido o cómo Julianne Nicholson (Ivy) recuesta su cabeza sobre el hombro de Benedict Cumberbatch mientras este toca al piano la pieza que le ha compuesto, un escena deliciosa. Son detalles que el actor busca para dar sentido y carne a su personaje, que llega hasta él sobre hojas de papel. Todos esos detalles se cosen tratando de que no se vean las costuras.


"Sentido" y "carne" surgen ambas cuando el trabajo del actor es consistente con su papel y el papel es bueno. Lo vemos encarnado cuando la interioridad se expresa exteriormente, se convierte en conducta, lo que percibimos. Es cuando percibimos la vulgaridad del personaje y no la vulgaridad del actor. O su inteligencia.
Agosto es originariamente una obra de teatro —de Tracy Letts— como gustan en los Estados Unidos, de psicoanálisis de la familia. Son los receptores de la tradición decimonónica de destripamiento de las relaciones familiares que comenzó con las novelas y siguió en el teatro, especialmente el nórdico y el ruso. La familia es el gran teatro del mundo, el lugar de los dramas. Por eso Freud tuvo tanto éxito allí y fue tan influyente el naturalismo en Estados Unidos, la mezcla de herencia y ambiente y la familia son las dos cosas. Tanto o más que los genes interesaban los traumas y cómo estos pasan de padres a hijos y se viven entre hermanos. El escenario es un diván para el análisis de las relaciones familiares. Tennessee Williams, Arthur Miller, Eugene O'Neill... buscaron la explicación de la conducta individual, por influencia o rechazo, en la familia. El odio, la inseguridad, la autodestrucción, la violencia... se transmiten; las frustraciones se pagan con los más cercanos.


El teatro norteamericano hizo sus propias tragedias cotidianas indagando en el interior familiar recogiendo a sus autores más admirados, los Ibsen, Strindberg, Chejov, que fueron los que se atrevieron a llevar sobre las tablas las miserias de la burguesía decimonónica haciendo lo que los griegos habían hecho con sus familias reinantes y Shakespeare recogió mostrándolos en su desnudez. Las de hoy son tragedias sin nobleza, donde no hace falta recurrir a los dioses para justificar el castigo.
Algunos han intentado incomprensiblemente colar Agosto como una comedia. "Me han dicho que te ríes", fue lo que me comentaron en el cine al entrar. La tragedia ya no vende entre tanto Resacón y efecto especial. En la sesión a la que fui, la del estreno de la sobremesa, algunos despistados se reían en algunos momentos. Reírse aquí es un malentendido. El humor que hay es el de la mala baba, el del deseo de machacarse en el ambiente familiar, la broma hiriente del que conoce las debilidades del otro por haberle criado. No hay humor en la obra, aunque pueda haberlo en los personajes. No nos piden que nos riamos, sino que veamos lo ridículo y la maldad de sus pretensiones.

Como todo lo que ocurre en un buen drama sobre un escenario, es a la vez natural y excesivo. Es la concentración estética la que hace estallar en un momento determinado los conflictos que llevan toda la vida rondando. Y son los actores los que lo hacen creíble, soportando la terrible presión que se acumula en sus relaciones. Tienen que hacer creíble la explosión de su polvorín particular.
La queja tradicional de que no se escriben papeles para mujeres no es cierta este año. Agosto es sobre todo una obra de mujeres. Otro de los grandes papeles del año es también el de Cate Blanchett, en Blue Jasmine, el reencuentro de Woody Allen —uno recuerda su Septiembre al ver este Agosto— con una realidad no turística. Otro gran papel femenino y otra gran interpretación. Los hombres están pagando con creces el éxito del cine de acción y su pretensión heroica de cartón piedra. Da mucho más de sí la decadencia que el cómic; es mucho más catártica.
Blanchett —como Streep— es otra actriz camaleónica, capaz de hacer cualquier papel dotándolo de sentido, de ponerse dentro de la piel de cualquiera o de crear la piel que lo humanice. Puede hacer de villana en Indiana Jones y saltar al Señor de los Anillos o ser más Dylan que Dylan, en I'm not there (2007), una de esas exhibiciones fantásticas que les da por hacer a los grandes actores de vez en cuando.


El plantel que se ha reunido para hacer Agosto es una brillante selección, muy ajustada, con algún pequeño desajuste sin más importancia. Y el encargado de la dirección de manejarlos es un hombre de experiencia televisiva, John Wells, algo no demasiado descabellado por el tipo de obra que requiere largas secuencias con muchos personajes presentes. La televisión ha dejado de ser la hermana menor. Lleva una década acogiendo a los mejores guionistas que se concentran en los personajes y no en las explosiones y está forjando buenos realizadores. Algo que ya ocurrió a finales de los cincuenta con aquella generación que se curtió en los platós televisivos de Estados Unidos, la de los John Frankenheimer, Martin Ritt, Arthur Penn, Robert Mulligan, Stanley Kramer, Sidney Lumet y Robert Altman, como nombres más ilustres. Hace años los que daban el salto al cine eran los realizadores de videoclips, adecuados para las películas de acción, maestros del montaje. Las televisiones han cambiado mucho en eso y ofrecen ahora el otro extremo. A los tres minutos del videoclip contraponen las treinta horas del serial, por lo que la experiencia que se desarrolla es otra, otros los acentos. 

Y lo mismo puede decirse de los actores. Muchos de los que aparecen en Agosto son habituales de las pantallas televisivas. Se han curtido en las series y dan el salto a la gran pantalla. 
Dice John Wells, en el diario El País, que todo el mundo le pregunta lo mismo:

Me han hecho esta pregunta muchísimas veces. Todos quieren saber qué le dices a Julia Roberts o a Meryl Streep. O cómo diriges a Sam Shepard. Yo siempre contesto lo mismo: ‘No puedes’. Lo que intentas es ser una especie de coordinador, un director de orquesta que no se mete en la partitura sino que trata de mejorar los arreglos.*

Tiene razón. Es más útil dejar que actores como estos se arreglen entre ellos sobre la realidad que van a recrear ante la cámara. Su trabajo es considerable en un película en la que, como bien señala, si sale bien será mérito de los actores y si fracasa culpa del director. Con un guión de una obra que ha sido Pulitzer, realizado por el mismo autor, aclamada por todo el mundo, y con ese elenco, puedes centrarte en otras cosas. Sabes qué puedes tocar
El actor moderno no puede acogerse a la musicalidad del verso, a los ritmos poéticos, como ocurría en el teatro clásico. Su trabajo es muy distinto, no es un teatro de la palabra, sino integral, en donde las rimas y metáforas son sustituidas por las obscenidades, los monosílabos y los gritos, a veces por discursos coherentes. Es más complicado porque todo se viene abajo si no hemos creado un personaje adecuado conjugando acción y motivación. Al actor no le queda el recurso de las grandes palabras; su tarea es que el público perciba todo aquello como realidad, que se olvide que está ante una pantalla o un escenario.


En Agosto nos impresiona el drama sórdido en su pequeñez y cómo seres tan mezquinos pueden causar tanto daño. La gran pregunta —el arte debe dejarnos preguntas— es porqué las personas que deberían quererse lo hacen de esta manera destructiva. Todos entendemos fácilmente porque Edmundo Dantés, el Conde de Montecristo, quiere vengarse por lo que le han hecho. Pero no nos resulta tan fácil comprender las relaciones complejas y destructivas de una familia como la que se nos muestra en la obra. Y es ahí donde radica la labor del actor, no solo en decir su papel, sino en mostrarnos en un par de horas los efectos del historial de agravios de toda una vida. Otras obras nos muestran la vida en su discurrir, aquí solo el estallido de sus efectos en un momento determinado.
Entre tanta mediocridad de papeles. se comprende porque se puede reunir a un plantel como el que se ha conseguido para Agosto. Son papeles que les permiten cumplir esa vocación de dejar de ser ellos durante unas semanas, construir a golpe de detalle un ser creíble.


* "‘Agosto’: explosión de estrellas" El País 10/01/2013 http://cultura.elpais.com/cultura/2014/01/09/actualidad/1389298664_790483.html







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