miércoles, 31 de julio de 2013

Cómo llamar a las cosas por su nombre sin saber cómo se llaman

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es un tendencia humana poner límites y fronteras a lo físico, lo histórico y lo conceptual. "Comprender" es delimitar, establecer límites que nos ayuden a distinguir nítidamente entre fenómenos que habitualmente se muestran irisados, inciertos, pero que necesitamos encuadrar. En ocasiones, ponemos nombres a los cambios; en otras, son los nombres los que provocan los cambios mismos. Los nombres de lo nuevo y de lo viejo son escenarios de grandes batallas por la denominación, por cómo llamar a las cosas, ideas o situaciones.
Es ese acto nominativo el que orienta el sentido y la interpretación posterior, la valoración de los acontecimientos. No hay nombre neutral ni casual. Quien logra establecer los límites a través de los nombres, quien logra decir que una era se acaba y otra comienza, gana la batalla de la denominación y reina en el lenguaje y, por tanto, reina en las mentes de quienes se muestran avocados a usarlos para entender y entenderse. En castellano usamos la expresión "llamar las cosas por su nombre" como forma de indicar franqueza, de decir verdades. Sin embargo, ese "su nombre" esconde el camino tortuoso por el que se ha llegado "bautizar" una situación, idea, acción, etc.


Constantemente estamos reestructurando nuestros campos de acción y comprensión mediante este tipo de operaciones de denominación. En ocasiones, son movimientos lentos, que van tomando sentido en el tiempo; en otras, son rápidas apariciones que ocasionan el trastocamiento de los conceptos, el cristal a través del cual vemos el mundo.

Como una colección de ejemplos de este tipo de tergiversaciones conceptuales, podemos considerar la obra del economista John Kenneth Galbraith, La economía del fraude inocente (2004)*. A través de una serie de "fraudes" conceptuales, de modificaciones en las formas de denominación, de cambios en las palabras que describen los acontecimientos o las prácticas, las consecuencias, etc., Galbraith nos muestra cómo la Economía se ha convertido (interesadamente) en una forma de distorsión del mundo, en la nube de tinta que el calamar lanza para evitar que su pista sea seguida. En la misma idea abunda el economista alemán Max Otte en su obra El crash de la información (2010). Escribe Otte: «[...] la gente, o alguna gente, está mucho más interesada en dejar a los demás en la incertidumbre que en aclarar la verdadera situación» (22)**
De todos los campos científicos o académicos, ninguno está más tentado para la manipulación conceptual que el de la Economía; quizá solo la Historia se encuentre a su nivel de tentación partidista. No existe "economía", no existe "historia" al margen de un pensamiento previo que ordene la percepción y selección de lo relevante en cada campo. Aunque Otte se refiera a "la verdadera situación", tendríamos que hablar de la descripción más completa de un fenómeno o de la mejor explicación posible, antes que de una "verdad" en un sentido acabado.


El sociólogo Ulrich Beck, en su obra Una Europa alemana (2010), habla también esos procesos de distorsión a los que se refería Galbraith:

La perspectiva económica es y nos hace socialmente ciegos; las recetas de los economistas que dominan el debate público descansan sobre un «analfabetismo» sociopolítico (Wolfgang Münchau). Esta ceguera probablemente se deba a que los economistas siempre contemplan el mundo a través de algún modelo —cuando los modelos no son los adecuados, tenemos un problema—.***

Aunque carecieran de ese analfabetismo político que Beck señala, la Economía ha sido elevada a un estatus superior gracias precisamente a los políticos, que a su vez podrían ser definidos perfectamente como "analfabetos" económicos. Como ciudadanos padecemos ambas formas de analfabetismo: las de políticos y economistas, aunque los dos se pasen la responsabilidad. Pero padecemos también algo peor, sus pretensiones de inevitabilidad, que es la que se amparan para actuar. Ambos han aprendido la utilidad del escudo de lo inevitable para sus actuaciones sociales.
La actual crisis nos ha dejado un ejemplo de desplazamiento teórico del diagnóstico y las recetas económicas que los políticos ha elevado al rango de "ley objetiva" para justificar sus propias decisiones. Hemos asistido a debates en los que las leyes de la Economía ascendían al estatus de leyes casi divinas. ¿Su eficacia? Dudosa, cuando no han sido claramente contraproducentes en muchos casos. Para algunos —Otte y Galbraith, por ejemplo— no es casual y obedece a intereses claros de los más poderos o de los que aspiran a serlo. Para otros no es más que la muestra de nuestra incapacidad de conocer el mundo con la profundidad suficiente como para controlarlo. Los primeros creen en conspiraciones; los segundos en limitaciones e imperfecciones. No son teorías excluyentes.


Un análisis de los discursos de estos años de crisis económica sería muy jugoso para adentrarse en los oscuros territorios de la denominación interesada o, si se prefiere, de la manipulación discursiva. Los investigadores tendrían ante ellos un amplio corpus de trabajo compuesto por decenas de miles de artículos publicados en todo el mundo, miles de discursos, miles de libros escritos sobre el fenómeno que se ha venido a enmarcar bajo la denominación de "crisis" económica. La investigación permitiría ver las luchas por el reconocimiento o no de la "crisis" (etapa fundacional del concepto asociado a una "realidad" aceptada o negada), los diversos análisis interpretativos y diagnósticos realizados (determinación de causas, límites y asignación de responsabilidades), las medidas tomadas y su amplio repertorio de denominaciones (cómo se ha elegido llamar a las acciones y situaciones), y los análisis de sus resultados (cómo se han descrito los efectos de las medidas). Todos esto se traduce en discursos que pueden ser analizados e interpretados para comprobar el espacio semántico posible que se ha generado.


Por supuesto, dada nuestra incapacidad de ser objetivos ante el material que se nos ofreciera, los resultados serían distintos según los investigadores sociales, que lograrían publicar sus resultados en función de los prejuicios de los editores que los aceptarían o rechazarían. El éxito alcanzado estaría, finalmente, en función de las ganas de aplaudir o abuchear de los lectores, que habrían estado expuestos a esas mismas informaciones cuyos resultados ahora verán sintetizadas e interpretadas ante ellos.
¿Somos mónadas aisladas? Evidentemente no. El que nos guste rellenar con cosas el concepto de "verdad" no significa que lo sean, ni siquiera que exista esa posibilidad. Pero nos gusta pensarlo y es el motor de nuestro conocimiento y existencia. Hace mucho tiempo que se señaló que no es la verdad la que nos hace movernos, sino la comprobación de lo insuficiente de nuestros conocimientos; en eso se basa la Ciencia. El mundo avanza gracias a una extraña combinación de escepticismo e inocencia; la suposición de que no podemos conocer absolutamente, pero que no debemos dejar de intentarlo. Sin embargo, las bocas se nos llenan de verdades con las que taponamos las posibilidades ajenas de dudar.

* John Kenneth Galbraith (2007). La economía del fraude inocente [2004]. Crítica, Barcelona.
** Ulrich Beck (2012). Una Europa alemana. Paidós, Barcelona.

*** Max Otte (2010). El crash de la información. Ariel, Madrid.





martes, 30 de julio de 2013

El tortuoso camino egipcio

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si el gobierno de Mohamed Mursi hubiera hecho lo que acaba de hacer el gobierno tunecino, anunciar elecciones anticipadas ante los acontecimientos producidos —el asesinato de dos miembros de la oposición— y el creciente descontento de la población, hoy el mundo y, sobre todo, Egipto sería distinto. Sin embargo no lo hizo así y el mundo y Egipto son otros, más peligrosos, más cerca del abismo.
El paralelismo entre ambos casos, egipcio y tunecino, será un elemento importante para comprender el proceso que ya muchos califican de "fracaso del islamismo político",  que se manifiesta en el hartazgo causado y en su problema básico con el sentido mismo de lo democrático. La democracia no es solo una forma de llegar al gobierno; los gobiernos también deben serlo una vez en el poder. Basta repasar los titulares antiguos para ver que no ha sido ese su comportamiento en Egipto.
Es esencial distinguir en el caso egipcio —y así lo hemos dicho desde el principio— las diferencias existentes entre el hartazgo de la gente y las "soluciones" aplicadas que pueden poco o nada acertadas, incluso desastrosas. A la espera de ver cómo se desarrollará el caso tunecino, la deriva del egipcio es muy peligrosa porque las posiciones son cada vez más enconadas, mostrando que el islamismo recurrirá a lo que sea necesario para no perder las posiciones logradas.


¿Por qué han actuado tan poco inteligentemente los islamistas egipcios? A veces no es necesario recurrir a grandes explicaciones. En estos días he recuperado cientos de artículos de estos dos últimos años en los que el islamismo de la Hermandad Musulmana y otros grupos próximos han tenido la oportunidad de expresarse a través de declaraciones y entrevistas y de las acciones realizadas. La primera consecuencia es la disparidad entre declaraciones y acciones, entre la palabra oficial y su traduccióno real. 
Lo primero que resalta en el proceso egipcio es la hipocresía, la falta de voluntad real, de sus agentes oficiales. No me refiero solo a los islamistas, sino al propio Ejército. Ahora que se discute sobre si se ha producido un golpe o una nueva oleada de la revolución, se podría preguntar lo mismo sobre la "Revolución del 25 de enero". Se puede preguntar porque en Egipto el proceso es siempre el mismo: una voluntad popular pide cambios y los que están en el poder amoldan sus discursos hasta donde sea necesario para poder mantener el control.

El Ejército siguió controlando la situación asumiendo la retórica de la Revolución, que hizo suya cuando fue necesario. Es notorio que el Ejército solo se decidió a "tomar partido" cuando no le quedó otra salida, sacrificando a Hosni Mubarak, la cabeza visible del Estado. Impuso su hoja de ruta con la esperanza de controlar el proceso hasta el final y no verse desmantelado. Eso tuvo graves consecuencias.
Los islamistas hicieron, por su parte, algo similar. Solo se apuntaron a la revolución cuando vieron que se podían quedar fuera y que se trataba de elegir entre la caída de su enemigo Mubarak y el ascenso de una fuerza civil y laica, como fue la que movió la revolución. 
La visión en las plazas de Egipto de cristianos y musulmanes unidos, velando los unos por los otros, no es islamista y, en cambio, sí revela el ánimo de la revuelta social, el resurgir de un sentimiento "egipcio" —"Proud to be egyptian", "Raise your head, you are egyptian"—, diferente de los planteamientos "islamistas", que dan prioridad absoluta a otro factor, el religioso, que consideran indisoluble y exclusivo.


La Revolución nació con un ánimo integrador, un deseo de agrupar a los egipcios bajo ese concepto, "egipcio", por encima de cualquier otra distinción. El islamismo, por el contrario, como se encargó de reflejar en la propia constitución, establece diferencias. Por eso pronto comenzaron los incidentes sectarios, con derramamientos de sangre incluidos. Tras la revolución, comenzaron a aparecer las disputas y las imposiciones. ¿Conspiraciones para el caos? Si fueron de alguien, desde luego no fueron los que preconizaban la unión de todos los egipcios.
La pésima estrategia de los militares, más empeñados en mantener su control sobre la parte del pastel egipcio que de otra cosa, obligó a miles de personas a aceptar como mal menor el voto a los islamistas. El gran pecado histórico del Ejército fue obligar a elegir entre un representante del viejo régimen y un "Hermano musulmán", reproduciendo el viejo enfrentamiento entre las dos fuerzas organizadas en Egipto. No he dicho entre los "dos Egiptos" porque creo que es un falseamiento fácil y peligroso pensar que el Ejercito "representa" a una parte de Egipto y los islamistas a otra. Solo se puede entender el proceso si se comprende el interés de ambas fuerzas organizadas en que no exista ninguna otra fuerza organizada rival que les pueda disputar su hegemonía. Ha sido el empeño constante de ambos, Ejército y Hermandad, evitar que la sociedad egipcia pudiera establecer una alternativa capaz de vencer el control social de que ambas disponen tras décadas de trabajo, cada una en su terreno. La idea de "voto útil" ha estado más presente que la del voto ideológico. No se ha votado a quien querían, sino para que no saliera el otro, el que consideraban peor. Los islamistas han sido los beneficiados por esos votos revolucionarios que luego se han utilizado contra ellos, especialmente para hacer una Constitución contestada por casi todos, muerta desde el principio.


Lo que no interesaba a ninguna de esas fuerzas históricas era la emergencia de una fuerza social integradora, nacionalista en el sentido de un despertar de la conciencia egipcia. Los Hermanos musulmanes insisten mucho en el carácter "árabe y musulmán" de Egipto. Con ello quieren evitar que surja un sentimiento nacional egipcio independiente, centrado en el país y desligado de otras alianzas que les condicionan. Al incluyente "Proud to be Egyptian" le han salido las contestaciones con el "Proud to be Muslim", que habla por sí mismo, ya que hace recaer el acento en lo religioso y no en lo nacional. Todo el discurso de unión que caracterizó el comienzo, ha sido enterrado por la mentalidad excluyente y partidista de la Hermandad.

Los egipcios de la Plaza Tahrir recortaron cruces y medias lunas y las pintaron con los colores de la bandera egipcia. Levantaban ambas en las manifestaciones y unían sus manos en señal de integración, de deseo de un Egipto de todos. Los islamistas niegan que cualquier visión de un Egipto "laico" sea aceptable y mandan ante los tribunales a los que se atrevían a realizar públicamente cualquier comentario considerando que son ofensas a la religión. Los ejemplos son múltiples en este tiempo y las hemerotecas están ahí.

Los enfrentamientos han sido constantes antes de llegar a las calles. Se han producido en todo tipo de escenarios en los que los islamistas han ido silenciando y desplazando a toda velocidad a los que no lo eran. Es lo que se ha llamado la "hermanización" de Egipto, el proceso veloz de colocación de sus miembros en todos los resortes de la sociedad e instituciones. Las batallas para resistir han sido notorias en muchos sectores, que no se han plegado ante los nuevos amos y sus pretensiones de censura, de imponer sus criterios de forma absoluta.
La Hermandad Musulmana no entiende de "democracia". No la ha practicado desde que llegó al poder y no habla de otra cosa desde que lo abandonó a su pesar. El "año Morsi" está salpicado por todo tipo de incidentes e iniciativas de control social y sectarismo, que son las que han llevado finalmente al estallido social.


¿Por qué esta aceleración en su ritmo de desembarco controlador? La única explicación lógica que cabe es que la propia Hermandad era consciente de lo efímero y circunstancial de su poder y trató de desmantelar de una tacada algo más que el antiguo régimen, la totalidad de la sociedad egipcia. Esa es una explicación "inteligente". Hay otras menos "inteligentes" que se pueden realizar a partir de su propia ceguera y soberbia. El ideal de un "estado islámico" es para ellos irreversible en su avance; es solo una herramienta para la transformación social y mental de la población. No hay ni ha habido una mentalidad democrática, que se debería haber centrado en la limpieza del antiguo régimen y en el fortalecimiento democrático del estado. Sin embargo no es eso lo que hizo: pactó con el Ejército y se dedicó a debilitar los movimiento democráticos que surgían de la sociedad. Por decirlo directamente: se centró en eliminar la Revolución, el auténtico peligro para sus intereses, la competencia. Pensaba que si contentaba al Ejército en sus pretensiones de mantener sus parcelas de poder, este no intervendría en el apoyo de las reivindicaciones de aquellos a los que también había reprimido durante décadas.

La magnitud de la protesta social ha sido de tal calibre que se han descabalado todo los cálculos, los de unos y los de otros. ¿Cuáles son ahora los planes del Ejército? Están —como en casi siempre en Egipto— los planes manifiestos y los ocultos. Los primeros se basan en advertencias que han cumplido; lo oculto lo iremos viendo poco a poco. La Hermandad, por su parte, no cree realmente en la presión popular más que como una forma de obtener presión internacional sobre el Ejército. Nadie les tiene simpatía, pero no se puede mirar hacia otro lado ante la violencia y la represión, por más que el Ejército presente manifestaciones multitudinarias de apoyo. Esta estrategia política es suicida a medio plazo porque implica una espiral de muertes por parte de la Hermandad cuando necesite respaldo y una respuesta brutal del Ejército cuando necesite frenarla.
¿Hay solución razonable? Lo que debe entender Occidente es que "razonable" no significa lo mismo aquí que allí, que mucha gente en Egipto no está dispuesta a ser la moneda de cambio para una pacificación que les haga renunciar a los ideales de integración y modernidad política que les lanzó a la calle un 25 de enero. La pregunta que representa este drama histórico la escuché el otro día de labios de una egipcia: "¿quién nos protege?". Es una pregunta que esconde muchos dramas personales de pasado presente y futuro; son los dramas de personas que lucharon en el pasado por traer algo de libertad a su país, que siguen luchando en el presente por defender su derecho a vivir, comer, vestir, etc. según su propia decisión personal, y que desean un futuro que descanse en sus manos. El drama se prolongará si para intentar ser libres tienen que sostener una estructura autoritaria y represiva. Los egipcios que quieren ser libres están en tierra de nadie. No son interlocutores de nadie: unos hablan con el Ejército y otros con los Hermanos, pero nadie lo hace con ellos.
Para algunos analistas, el islamismo político ha llegado a su tope histórico por las contestaciones sociales, incluida Turquía, que está provocando. Falta saber si están dispuestos a aceptarlo, que el límite ha sido sobrepasado y que las sociedades pueden ser religiosas sin que eso signifique que los estados se conviertan en teocráticos. Como decía un titular reciente en Egipto, "No queremos un presidente que nos enseñe a rezar".

En el caso de Túnez, que comenzamos comentando, la convocatoria de elecciones generales para diciembre es una forma posible —ya se verá su eficacia— de evitar males mayores. «Nuestra determinación no es permanecer en el Gobierno, pero tenemos un deber y en el momento en el que asumimos la responsabilidad la asumimos del todo y hasta el final. Hasta el último momento», ha dicho el primer ministro islamista Ali Laridi. Veremos entonces cómo reacciona el pueblo tunecino. Esa es la posibilidad, la salida que la Hermandad Musulmana desestimó en su soberbia, anteponiendo su permanencia y búsqueda del control absoluto a unas elecciones anticipadas, solución menos traumática que la actual. Los tunecinos parece que han aprendido del ejemplo egipcio. Los islamistas libios, por el contrario, han advertido que si ocurre algo como lo de Egipto, allí la sociedad está fuertemente armada, un aviso. 

Es pronto para decidir qué ocurrirá con el islamismo político que evidentemente no desaparecerá. Si el flujo de renovación generacional sigue adelante, tendrá que modificar sus planes. A diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos culturales, el islamismo político es el "brazo", la forma de actuación, para conseguir unos objetivos que no son políticos en un sentido democrático de convivencia. No se trata de sus ideas, sino de si obligan a los demás a vivir bajo ellas, a convertirse bajo su mandato en lo que no quieren ser. Es cuestión de supervivencia ante el esencialismo histórico que ve a los demás como "impurezas". Como les dijo claramente la diputada tunecina Rabiaa Najlaoui ante la Asamblea hace unos días: "Éramos musulmanes ante de que vosotros llegarais al poder; somos musulmanes sin vosotros y seguiremos siendo musulmanes después de que os hayáis ido". El problema son los islamistas. No se trata del derecho a ser religioso sino del derecho a imponerlo a todos de una forma retrógrada.



Egipto sigue en marcha, con un camino abierto de incierto final. Hay momentos intensos que abren brechas que duran siglos. Pero también los hay, pocos, que siembran esperanzas. En ocasiones, solo la distancia permite distinguirlos.







lunes, 29 de julio de 2013

El canto del gallo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario ABC publica hoy un artículo del economista francés Guy Sorman en el que se pregunta, a través del titular y en el cuerpo del texto, "¿Cómo hacer callar a la señora Lagarde?". Sorman es un economista liberal de vieja (puede usarse también "rancia") escuela, asesor del gobierno de Sarkozy desde varios puestos.
Sorman desarrolla en el artículo las tesis liberales encarnadas esta vez en la ilustrativa historia del gallo "Chantecler", dramatizada por Jean Ronstand en 1910. Chantecler cree que es su canto matutino el que hace salir el sol, partiendo de la evidencia de que ambas cosas ocurren a la vez. Para el liberal Guy Sorman, los políticos son la encarnación del gallo presuntuoso al creer que es su canto el que rige el día y la noche. Escribe Sorman:

[...] la mayoría de los políticos occidentales, y más aún los tecnócratas de las instituciones internacionales, se creen Chantecler y se imaginan que su palabrería y sus previsiones determinan la tasa de crecimiento. Los pueblos, intoxicados por tantos discursos, acaban por creérselos y esperan que esta clase política local e internacional cree el crecimiento anunciado. Por desgracia, el crecimiento no obedece a las conminaciones públicas. La historia económica nos enseña que los Gobiernos y las instituciones internacionales tienen una gran capacidad para destruir la economía, pero muy poca para construirla. ¿La destrucción? Es fácil: producir inflación monetaria; aumentar los déficits públicos; financiar infraestructuras inútiles; descalabrar los intercambios comerciales, nacionales e internacionales; anunciar pronósticos absurdos; paralizar el mercado de trabajo; y planificar inversiones industriales en boga. Esas son las flechas envenenadas que están en el carcaj político.*


El observador de gallos Sorman debería señalar que la "historia económica" que debemos leer para ilustrarnos en este sentido es, indudablemente, la escrita por los economistas liberales como él. De todas las teorías sobre la limitación de la acción ninguna resulta más ridícula que las de los economistas ultra liberales negando de forma constante que las únicas acciones que producen destrozos son las de los gobiernos. Después de unas crisis como las vividas organizadas desde unos sectores financieros dejados al pairo gracias a los consejos y acciones de gentes como Sorman, es bastante arriesgado echar la culpa a los gobiernos de los desastres de la economía mundial. Es indudable que los gobiernos tienen responsabilidades en determinadas situaciones, en muchas. Lo que no es sostenible es que sean las acciones de los gobiernos —las que sean— las que causen las crisis.

Se puede compartir el recelo ante la actual clase política frente a la crisis, pero no por los motivos que Sorman señala, sino justo por los contrarios: la clase política está maniatada por los intereses de las grandes compañías y grupos que han conseguido sacar tajada a costa de los ciudadanos, a los que están empobreciendo. Esta idea no es nueva y la sostienen desde Galbraith a Max Otte, con diversos grados de radicalidad. Los gobiernos, nos vienen a decir, cada vez pintan menos ante el poder desarrollado por las grandes empresas.
Una cosa es que los gobiernos e instituciones "actúen mal" y otra cosa que "sean el mal", tesis sostenida por el dúo Reagan-Thatcher bajo el lema "el gobierno es el problema". Desde luego, hemos podido descubrir que hay gobiernos problemáticos, pero también que los gobiernos que no actúan nos dejan en manos de unas fuerzas que no son precisamente angélicas. Los malos gobiernos no son solo los que actúan mal, sino también los que no actúan frente a los problemas, los acomplejados, los que hacen caso a los Sorman y compañía, cuyas soluciones son siempre la retirada. Hay algo peor que un gobierno que se equivoque y es que un gobierno considere que no debe intervenir allí donde hay problema. Los gobiernos que crean que ellos son un problema deberían ser consecuentes y dejar el sitio a otros que crean que sí sirven para algo. La causa de porqué no lo hacen es evidente: están allí apara defender los intereses de los que creen que los gobiernos no deben actuar. De eso es de lo que se encargan los asesores liberales de gobiernos inútiles y acomplejados. Fomentan el tancredismo económico.


El ciego convencimiento de lo nefasto de las acciones de gobiernos que no impliquen harakiri de los ultra liberales —que podría ser entendido como escepticismo— con su confianza igualmente ciega en otros mitos. Este escepticismo se desequilibra con su fe empresarial. Concluye Sorman con el consabido canto a la única fuerza libre de pecado sobre el universo:

¿Quién hace que salga el sol entonces? Los empresarios, por supuesto, y solo ellos crean valor real, siempre que los Gobiernos se ciñan estrictamente a su labor —indispensable— que es la de establecer unas reglas de juego legales, estables y previsibles. Sin este Estado de Derecho, no hay crecimiento. En un Estado de Derecho, observaba hace no mucho Milton Friedman, el crecimiento es casi natural porque los empresarios no pueden evitar crear: es más fuerte que ellos. Los Gobiernos también son indispensables (contrariamente a lo que dicen algunos liberales demasiado integristas) para hacer frente a las dolorosas consecuencias sociales del cambio, lo que Joseph Schumpeter llamaba «la destrucción creadora». En resumidas cuentas, un buen gobierno económico debería preguntarse cuál es la manera de no impedir que los emprendedores emprendan y la manera de hacer que la «destrucción creadora» sea aceptable para la sociedad. Todo lo demás es, o bien perjudicial, o bien un síndrome de Chantecler.*


No deja de ser graciosa esa "necesidad" que el mundo tienen de gobiernos para asegurarse que los empresarios, fuerza beatífica de la naturaleza, tengan las manos libres para poder realizar sus acciones. Sorman, que tendrá el humor de considerarse un liberal moderado por no sostener que los gobiernos deben desaparecer, cree en los gobiernos para librar de obstáculos a los emprendedores, fuerza ejemplar de la naturaleza destinada a sacarnos a los demás de la pereza y el arroyo mediante golpes de genialidad creativa.

Es irritante la afirmación de que los gobiernos están para hacer la labor sucia de los movimientos empresariales, eso que llama de forma eufemística "hacer frente a las dolorosas consecuencias sociales del cambio", que por cierto solo son dolorosas para aquellos que son explotados por los deseos de aumentar beneficios, que para algunos es el cambio verdadero.
Ya que trae la idea de Schumpeter de "destrucción creativa", tantas veces citada y no demasiado bien entendida, debería hacer un repaso más amplio su obra e incluir algunos aspectos desarrollados, por ejemplo, en ¿Puede sobrevivir el capitalismo? Algunos se han tomado demasiado literalmente la idea de "destrucción" y muy metafóricamente la de "creación". En sus conclusiones finales, Schumpeter escribió: "El proceso capitalista no sólo destruye su propia armazón institucional sino que crea también las condiciones para otra evolución" (232). Esa otra "evolución", en su explicación, lleva hacia una forma de socialismo, creado por algo más que "un vacío" dejado por el capitalismo en su proceso de desinstitucionalización: "las cosas y las almas se transforman de tal modo que se encaminan de una manera cada vez más resuelta hacia la forma de vida socialista" (232).

Un capitalismo burocrático y automatizado, especulativo, que ha perdido el romanticismo creativo del emprendedor, de la aventura de progreso real, del que no solo se beneficia él, sino los que le rodean, acaba siendo el peor enemigo del capitalismo. Dice Schumpeter: ""Los verdaderos monitores del socialismo no han sido los intelectuales o agitadores que lo predicaron, sino los Vanderbilt, los Carnegies y los Rockefellers" (181). Es el propio sistema el que "destruye", no creativamente, a sus principales baluartes, las clases medias —a cuyo proceso de reducción estamos asistiendo en todo el mundo— los empresarios clásicos, los vinculados personalmente a sus empresas y a la transformación en el entorno social en el que se desarrollan.
La "destrucción" per se es un absurdo. No es creación eliminar obstáculos —desregular— para que algunos —unos pocos— se beneficien mientras que una mayoría se empobrece. La "destrucción creativa" de Schumpeter es un proceso general en el que la Ciencia y la Tecnología se incorporan a la producción para una mejora del sistema en su conjunto, que se ve beneficiado también por los avances realizados, no solo como mejores productos sino con un bolsillo capaz de comprarlos. Es ahí donde falla en ocasiones la argumentación: el entorno que decide la supervivencia de los empresarios no es otro que la sociedad en su conjunto, aunque algunos prefieran llamarlo "mercado". La idea de Schumpeter es que la "evolución" creativa ha sido sustituida por un tipo de capitalismo burocrático y anquilosado, que tiende a frenar la transformación, que debe ser social. Por eso nada es menos "creativo" que el empobrecimiento generalizado al que asistimos, que el aumento de las diferencias sociales.


Por mucho que se diga que hay que "repensar el capitalismo", como señaló Sarkozy —supongo que ese día Sorman no le asesoró— siempre afloran las ideas que, desde luego, no salen de un proceso de "destrucción creativa", sino de los viejos baúles.
Dentro de la metáfora biológica de la "destrucción creativa" de Schumpeter, la supervivencia no está garantizada a todos. Solo triunfan algunos; los demás se arruinan y desaparecen. La responsabilidad de los gobiernos, en cambio, viene a decir Sorman, es acoger los restos de los naufragios provocados por las aventuras desastrosas de los que se lanzaron a ellas. Deben hacerlo cada vez con medios más precarios y convirtiendo la asistencia en un nuevo negocio en el que unos se puedan lucrar y otros naufragar en el intento.
"¿Puede sobrevivir el capitalismo? No, no creo que pueda" (47), decía Schumpeter en la primera línea de su obra. Schumpeter no creía que dejado a su aire, como cree Sorman, el mundo marchara necesariamente hacia la perfección, solo que se asentarían las condiciones para que llegara lo que tenía que llegar. La creación-destrucción no sería más que una forma ciega de aproximarse al cumplimiento del destino, una forma cíclica de avanzar renovándose. Como la Naturaleza, es un destino sin especificar; no hay diseño inteligente, no se parará en el punto que nos guste porque pararse supone la extinción. En el fondo, cualquier Teoría de los Ciclos es una forma de creer en el cambio como destino, que llega más tarde o más temprano, de una forma u otra. El destino no es más que el guión escrito para un teatro de marionetas cuyos hilos se pierden en la oscuridad de la noche. Si la obra está escrita o es improvisada, excede a la pobre comprensión de las marionetas.


Guy Sorman pertenece a esa creciente especie de juglares cortesanos que proliferan en cortes decadentes, deseosas de escuchar las leyendas sobre los males y pecados de su origen. Chantecler, el gallo de Ronstand, creía que con su canto se levantaba el sol. El gallo de Guy Sorman, en cambio, cree que el sol se eleva con su silencio. Es otra forma de superstición.

* "Guy Sorman: '¿Cómo hacer callar a la señora Lagarde?'" ABC 29/07/2013http://www.abc.es/economia/20130729/abci-sorman-lagarde-201307262115.html

** Joseph C. Schumpeter (2010) ¿Puede sobrevivir el capitalismo? [1942] Capitán Swing, Madrid






domingo, 28 de julio de 2013

Ministra de todos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Demos gracias a que podemos seguir manteniendo nuestra fe en la política con ejemplos humanos que nos permitan seguir creyendo en aquello que los más próximos nos hacen perder.
He decidido ascender un peldaño en la evolución política y declararme seguidor europeo de la ministra italiana Cécile Kyenge. Si todos somos europeos, ella es también mi ministra, una ministra que acepto plena y solidariamente por lo que representa precisamente de europeidad positiva frente a otros que representan lo contrario. Kyenge me une más a Europa que la moneda única. La infame campaña racista a la que se ve sometida en su país me hace despertar un sentimiento de identificación solidaria con ella, con lo que representa, y el rechazo hacia aquellos que no han abandonado todavía las cavernas mentales del oscurantismo.

Cécile Kyenge se ha convertido en el centro de insultos y ataques por parte de políticos que solo pasaran a la historia oscura de la notoriedad circunstancial por haber realizado esos "chistes", comentarios, ataques o lanzamientos de plátanos a una mujer que se encuentra a años luz del cenagal en el que esperan inútilmente el milagro evolutivo, ya sea por salto genético o por teorías cienciológicas. En su caso, todos los genes de la estupidez (que sin duda algunos poseen, la estupidez congénita, están rabiosamente activados).
Los ataques racistas a deportistas son cada vez más frecuente. Ha sido en Italia precisamente en donde hace unos días saltaba la noticia del abandono del campo —harto, aburrido, indignado— del jugador franco-guineano del Milan, Kevin Constant. El reglamento prima el espectáculo del campo antes que el vergonzoso "espectáculo" de las gradas. Nos decía ABC respecto a este caso:

"Los gritos racistas son indignantes, escandalosos y deben ser combatidos. Pero la norma dice que cuando esto sucede se debe acudir al árbitro y éste al asistente, que se dirigirá al responsable policial, única autoridad que puede suspender el juego", declaró Adriano Galliani, administrador delegado del Milan. El dirigente mostró su "solidaridad" con Constant, pero subrayó que "no es posible" abandonar el terreno de juego.*


Que la vida política italiana —la vida post-Berlusconi— siga convertida en un espectáculo bochornoso no muy distinto al que se contempla en los estadios de fútbol, nos dice mucho del deterioro al que la Política misma está sometida por parte de los energúmenos que la habitan en todas partes. Uno de ellos fue el senador Roberto Calderoli —vicepresidente del Senado—, quien dijo amar a los animales y señaló que la ministra le recordaba a un orangután. La publicación Okay Africa señalaba que el caso de Cecile Kyenge:

[...] it is only the latest in a string of attacks on Kyenge which were, much like this one, a toxic cocktail of racism and sexism. When Kyenge was appointed to head Italy’s Integration Ministry in April 2013, Dolores Valandro a member of the anti-immigrant Northern League, wrote that Kyenge should be raped, while another party member warned that Kyenge would impose ”tribal traditions” on the nation.**


El caso de la xenófoba y racista Dolores Valandro es especialmente grave, pues la petición de que alguien "viole" a la ministra para que sepa "qué se siente" es de una gravedad extrema. La petición respondía al principio del ojo por ojo entendido a su manera, pues se había producido un caso de violación por parte de un inmigrante africano. Para Valandro, debe ser causa suficiente la pertenencia a un continente o el color de la piel para pagar las culpas ajenas; es la base del racismo y la xenofobia: la extensión a todos —de un país o de un color— del odio, la venganza o el desprecio. Para ella, probablemente, Italia debería poner en práctica leyes como las del estado de Florida que posibiliten casos como el comentado de Trayvon Martin, asesinado por un vigilante que lo vio sospechoso por tener la piel negra, ser joven y llevar capucha. Los jurados que lo han dejado libre han dicho que "no podían hacer otra cosa" con la ley que le permitió actuar impunemente. El racismo estaba en la misma ley y el acto es su consecuencia.


Tener una clase política así es una maldición. Por mucho que se diga que son solo algunos, esos están ahí porque alguien los seleccionó y los propuso. Si están ahí porque se presentaron ante sus electores como xenófobos y racistas manifiestos —como ocurre por ejemplo, en Grecia— y fueron votados, la vergüenza es todavía mayor.

Kyenge asegura que los ataques y los insultos contra su persona, provenientes también de la clase política con la que comparte instituciones, refuerzan a ella y al país, una Italia que, en su opinión, "tiene mucho camino por recorrer" a la hora de valorar la contribución cultural que la inmigración puede aportar.
"Las reacciones a estos insultos, que veo en el país, terminan uniendo a la Italia 'buena' y quizá ayudarán a despertar muchas de esas conciencias que en estos años han estado un poco dormidas", comenta la primera ministra negra del país.
"No solo es cuestión de sociedad civil: la reflexión tiene que hacerse también a nivel institucional. Y quien desempeña cargos públicos o liderazgos políticos tendría que entender la importancia de las palabras que pronuncia", continúa.***


Este último punto es importante porque implicaría una respuesta contundente de las propias instituciones —incluidos los partidos políticos— exigiendo el respeto a todos aquellos que lo merecen de forma absoluta y no dividiendo el país entre los que tienen derecho a insultar y los que tienen que aguantarlo. El caso del deporte es, por eso, importante. Todo está montado para mantener el espectáculo en pie. Los que insultan se divierten con el espectáculo, es un aliciente más para seguir haciéndolo. Son todos los jugadores los que deberían plantarse, incluidos los rivales, para demostrar que no comparten los principios de algunos de sus propios seguidores. Sin embargo, como en la política, no ocurre así.
La ministra —que teme más por la seguridad de sus hijos o de todos aquellos que no tienen la protección que ella tiene— no solo debe unir a la "Italia buena", como ella dice, sino a la Europa buena. El aumento del racismo y de los partidos xenófobos y racistas por la Unión es preocupante y esto es una muestra más de la contaminación de racismo que aflora con impunidad.

Los criaderos del racismo normalmente están claros y están estudiados. De lo que nos ocupamos menos es de lo que hay que hacer para manifestar el rechazo ante este tipo de cuestiones. Damos por descontando que son las instituciones las que amparan a los que son ofendidos, atacados o perseguidos, pero muchas veces se mira para otro lado por pereza o por falta de voluntad. El racismo no se pasa; permanece latente, esperando la siguiente ocasión de manifestarse.
Estar gobernado por energúmenos de este calibre es siempre un riesgo y sobre todo nos deteriora en lo cívico. Como ciudadano de la Unión Europea, me siento representado por la ministra Cécile Kyenge, que representa el coraje en lo personal y nuestro sentido de lo democrático en lo general. Después de tanto político indigno, ella representa algo digno de ser llamado política
Dice con sentido del humor Cécile Kyenge que ella "no es de color, que ella es negra". Nosotros, en cambio, sin eufemismos cromáticos, si deberíamos estar colorados de vergüenza. 
Es mi ministra y quien la ataca, por ser quien es, nos ataca a todos pisoteando los principios que configuran la Unión y en los que creo. Me identifico con ella y no con los que tienen la piel tan blanca como en blanco su cerebro. Cuando la insultan, me insultan. Así de sencillo.



* "Politician Roberto Calderoli Compares His Black Female Colleague To An Orangutan" Okay Africa 16/07/2013 http://www.okayafrica.com/2013/07/16/roberto-calderoli-senator-black-minister-orangutan/
** "Kevin Constat; el último caso de racismo en el fútbol italiano" ABC 27/07/2013 http://www.abc.es/deportes/futbol/20130724/abci-constant-racismo-milan-201307242017.html

*** "La ministra italiana negra está 'cansada' de insultos: "No me los esperaba tan fuertes"" ABC 28/07/2013 http://www.abc.es/internacional/20130728/abci-ministra-italiana-negra-esta-201307281043.html