domingo, 17 de noviembre de 2013

La observación, alternativa al discurso

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno ya no sabe qué pensar de la economía española y de su estado. Por un lado, unos alzan las campanas al vuelo diciendo que tenemos medio cuerpo fuera de la crisis, mientras que otros —agoreros ellos—, más que campanas, lanzan pedruscos de diversos tamaños contra los responsables de la política económica.
La forma embarullada y propagandística de vivir la política desde hace algún tiempo no ayuda demasiado a saber en qué estado nos encontramos realmente y, ante la duda, hago lo único que puede hacer una persona sensata mal informada: observo las mesas de los restaurantes y las colas de los supermercados; mido el nivel de angustia observando el tiempo que la gente dedica a revisar la lista de la compra después de pagar porque he establecido mis correlaciones—no científicas, claro— entre el dinero disponible y el tiempo que invertimos en leer una y otra vez repasando la cuenta intentando encontrar algún error, porque al que tiene miedo todo le parece mucho. En fin, trato de comprender, mediante métodos sencillos, lo que me rodea sacando conclusiones que me orienten en este océano de realidades paralelas en el que vivimos, según seas el gobierno, la oposición, la oposición de la oposición, o uno de los que quedamos en medio, atrapados en las corrientes del golfo de la información, a la deriva.


Es cierto que en esto de la economía es muy difícil ser observador imparcial porque estamos todos dentro del vaso que tenemos que mirar y flotando decidir si está medio lleno o medio vacío, es decir, si estamos medio ahogados o no, que es lo mismo. Los que dicen ver luz al final del túnel, no sabes ya si se refieren a uno de la RENFE o a la luz que nos atrae hacia el otro lado para pasar a mejor vida. Cada uno interpreta las cosas como le interesa y nos las cuentan de forma distinta. A estas voces locales hay añadir ahora las oficiales europeas, la extraoficiales europeas y de otros lugares que también opinan, las de agencias, FMI, etc.
Nunca hemos estado tan bien informados ni tan confusos. Me gustaría que en algún momento alguien se pusiera de acuerdo, pero sé que no es fácil. Se le da la razón a Krugman antes que dársela a cualquiera de por aquí. El otro día, señalaba un periodista en una tertulia televisiva nocturna que Olli Rehn nos "tenía manía", como si fuera la "seño del cole" o el guardia del barrio que nos espera para ponernos multas.

Por eso prefiero intentar descubrir signos en "nanoeconomía" —un campo más pequeño, más allá de la distinción entre "macroeconomía" y "microeconomía"—, que es la que yo puedo observar en el día a día.
Observas si la gente se para en los escaparates, si coincides varios días con los empleados que van a comer en la misma cafetería, si hay más o menos dependientes en los comercios, si son los mismo, etc. Al final, han conseguido que todos esos datos y cifras mareantes, toda esa jerga que usan para esconder su incapacidad de prever y sus limitaciones para arreglar —que ya es triste—, todas esas teorías contradictorias, etc., se intenten evitar por la experiencia cotidiana, algo a lo que no debemos renunciar, pues es la prueba del algodón.
Al final la economía tiene unas reglas sencillas: si no tienes empleo, no ganas dinero; si no tienes dinero, no gastas; si no gastas se cierran las empresas, que no venden: y si no gastas y cierran las empresas, el Estado recauda menos, por lo que va siendo más difícil mantener los servicios; y entonces te endeudas hasta que sales o, por el contrario, te hundes con todo el equipo si no pagas tus deudas.
Esto se puede adornar de muchas maneras, pero no hay que ir mucho más allá. Lo que es interesante de esto es cómo se sale de cada uno de esos pasos cuando las cosas se ponen feas. Es ahí donde debería estar la situación clara: no solo negar, sino explicar el proceso en su conjunto, cómo funcionaría el sistema con cada medida que se tome. La política se entiende demasiado a menudo como una maniobra de expresión de deseos y ocultación de riesgos. Y los elixires mágicos de los buhoneros no suelen funcionar demasiado bien.


Sin embargo no es lo que tenemos habitualmente. Lo que solemos tener son consignas propagandísticas o negaciones sin explicación, confusión de causas y efectos. Es más sencillo hacer retórica que tratar de situar los problemas, sus orígenes y su corrección para evitar que se repitan.
Todo se confunde todavía cuando se acercan elecciones y los mensajes se vuelven más planos si cabe. No podremos tener una verdadera política, una ciudadanía consciente, si los debates reales se convierten en jaulas de grillos y peleas de gallos. Y es ahí donde deberían los partidos políticos hacer examen de conciencia, en hasta que punto contribuyen al infantilismo apasionado y visceral de sus votantes atrayéndolos con mensajes facilones y descalificatorios.

El otro día entrevistaron en Televisión Española a Julio Anguita, el último pedagogo de la política española. Hacía mucho tiempo que no le escuchaba y no pude por menos que soltar alguna que otra risa al ver que no había cambiado demasiado, solo las canas. Cuando se le preguntaba, contestaba inmediatamente con pregunta aclaratorias. Si se le preguntaba por la "izquierda", contestaba inmediatamente con un "¡defíname "izquierda"!" y así un término tras otro para desesperación de su interlocutora. Anguita, al contrario de lo que hoy se hace, convierte cualquier entrevista en una "ponencia ideológica". Lo habitual ahora es convertir cualquier "ponencia ideológica" en cartel publicitario, en espectáculo; un par de frases llamativas, muchos colores y ya está.

Entre Anguita y Lady Gaga debería existir un punto intermedio en el que los políticos controlen su tendencia al adoctrinamiento y al espectáculo. Si seguimos sin poder fiarnos de ellos, no nos quedará más remedio que extrapolar nuestras percepciones y elevarlas a ley general. Puede que no sea muy científico y poco político, ¡pero qué remedio!

  

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