sábado, 26 de octubre de 2013

Michael Haneke y la experiencia de la trivialidad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Quizá como no podía ser de otra forma, Michael Haneke ha sido crítico consigo mismo y con el cine, el arte que eligió —o fue elegido— para ver y hacernos ver el mundo. Unos eligen la palabra, como los escritores, los hay que prefieren los volúmenes de la materia, otros los colores, y otros el cine, un arte múltiple que bebe de casi todas las demás artes.
Haneke ha empezando criticándose a sí mismo, preguntándose qué ha hecho él por España o por Asturias para ser galardonado con este premio. Confiesa que nada, con la excepción quizá de un montaje operístico que realizó en Madrid. Fue durante esa labor de dirección musical en el Teatro Real cuando se sintió impactado —como nunca antes, señala— por la entrada en la sala del Prado en la que se encuentran las "pinturas negras" de Goya.

Empecé realmente a temblar y tenía dificultad para mantenerme en pie. Rápidamente salí de la sala porque no lo aguantaba. Pero tenía que volver. Cada vez que mi trabajo en el Teatro Real me lo permitía, regresaba para exponerme a las sensaciones que esta obra provoca en mí.


Ese impacto brutal que Haneke describe ante una obra de arte, las pinturas de Goya, le sirve al director para cuestionarse los condicionamientos que su propio campo estético, el Cine, tiene.

Todos tendemos a considerar que nuestras artes son las más perjudicadas por los exterior frente a las otras artes en las que admiramos su independencia y autonomía. Sin embargo, no siempre es así. La Pintura, por no salir del ejemplo de Haneke, ha vivido siempre en dependencia de un sector social hasta que llegó en el siglo XVIII la aparición de los públicos, que fueron vertebrados a través de los medios de comunicación incipientes. Nadie más condicionado que un pintor cuya obra, prácticamente hasta el siglo XIX, tenía la limitación de una clientela eclesial o cortesana. Decorar iglesias y palacios ocupaba la mayor parte de las demandas. Otro tanto ocurría con los músicos, empleados de obispos y nobles —como Mozart— que componían para banquetes, funerales, misas de celebración o bailes cortesanos. Las limitaciones de los literatos son también conocidas y no desenterramos muchos de sus cantos y loas a todos aquellos que les pagaban por las composiciones poéticas.

Es en el siglo XIX, con la consolidación de la burguesía y los "príncipes burgueses" cuando se desarrollan otras formas de arte para acabar de configurar lo que Pierre Bourdieu llamó el "campo estético" de cada una de ellas, con un polo de "élite" y otro "popular" como extremos de la producción. En la Literatura tendremos desde un refinado poeta hermético hasta un popular escribidor de rimas fáciles; en la Pintura el vanguardista y el que realiza amables pinturas para calendarios; en la Música, igualmente, tendremos el compositor minoritario y el que escribe los éxitos más populares bailados en las plazas. Se va completando un proceso de siglos en el que probablemente hayan contribuido las concentraciones urbanas que marcaron el desarrollo industrial de Occidente entre el siglo XVIII y el XIX, haciendo que se crearan públicos a los que era posible dirigirse directamente y poder vivir de ellos.


El proceso seguido por el cine, nacido a finales del siglo XIX, es diferente y acelerado, reclutando sus artesanos en un mundo que lo desconocía. El Cine fue, sobre todo, un arte que se fue descubriendo en cada película, sobre la marcha, lleno de personas que se descubrían a sí mismas en una profesiones anteriormente inexistentes.
Las biografías de la mayor parte de los grandes directores de la primera época del cine nos muestran ese espacio por descubrir que supuso para ellos la incorporación a una industria que solo después podría aspirar a ser arte. Este hecho es relevante porque la aspiración estética del cine tiene siempre en contra otros elementos que dependen de sus carácter industrial, el necesario para su producción. El Cine es arte solo en su resultado, pero no lo es en su proceso, que es puramente industrial. Es tras el ensamblaje final de todas las piezas cuando se puede percibir como arte. Esto no es exclusivo del Cine, pero sí el arte que más lo padece. Stendhal recomendaba a los autores que se liberaran de los condicionamientos del teatro —otro arte muy dependiente— imprimiendo las comedias, pasándose a la novela.
Señala Michael Haneke:

Los errores, al igual que en otros sectores económicos, no son tolerables: el que los cometa repetidas veces, difícilmente tendrá la oportunidad de seguir trabajando. A ello se añade como agravante la competencia de los medios de comunicación de masas que con su trivialización de los criterios estéticos y de contenido, forzada por la dependencia del índice de audiencia, no representan precisamente una escuela audiovisual compleja para el público potencial del cine.*


El segundo de los factores que indica es hoy tan importante como el primero. Trata de la trivialización del gusto estético, que es la que conlleva la perversión del propio público que deja de demandar calidad y se aleja de lo que no entiende o no satisface sus pobres y burdas expectativas.
Desde hace muchos años, cuando mis colegas le echaban la culpa de la pérdida de lectores y de calidad de la lectura —de la primera solo se quejan los editores, de la segunda solo los educadores— al cine, a la televisión y ahora a los videojuegos, he venido repitiendo una tesis que calificaría como flaubertiana: los enemigos de la Literatura son los malos libros, el enemigo de la Música es la mala música, el enemigo del Cine son las malas películas, etc.


Esa idea de "escuela audiovisual compleja", tal como la denomina Haneke se corresponde con lo que trataba de explicar: la sustitución del criterio de calidad por el de cantidad, que afecta ya a casi todas las artes en las que se trata de vender y no de educar la sensibilidad estética. Por lo mismo se escandalizaban mis colegas cuando expresaba que prefería que se leyera un buen libro al año que veinte malos.
Con ocasión de una invitación que me hizo una agrupación de profesores de Literatura, conseguí —creo— convencer a la mayoría que el exceso de lectura fácil —que era el objetivo pedagógico— no conllevaba necesariamente una afición  a la buena literatura, sino por el contrario era una forma de rechazar lo complejo que era la meta del crecimiento hasta llegar a un lector "maduro". Habían debatido en sesiones anteriores a mi intervención la necesidad de crear "hábitos de lectura", es decir, rutinas. Nada hay más opuesto al lector maduro que el que lee cualquier cosa que cae en sus manos. El objetivo de la educación no es que se lea mucho, sino que se comprenda mejor, en donde comprender supone una forma estética, una apreciación de lo que se está leyendo.

Con el cine ocurre algo similar. Las distorsiones de la capacidad de percibir, de una mirada profunda, se ven acrecentadas por esa "trivialización" de la mirada que se educa en la facilidad y el tópico.
Creo que no es casual que desde hace casi tres siglos la función del artista haya cambiado y se empeñe en oponer su mirada a la mirada general, tratando de mostrar el encierro perceptivo que vivimos en un mundo que nos maleduca en una comprensión distorsionada de nuestra propia realidad. Haneke señala el gran poder que el cine tiene para imponer esa trivialización o la propaganda sobre sus públicos:

Ninguna forma artística es capaz de convertir tan fácil y directamente al receptor en la víctima manipulada de su creador como el cine. Este poder requiere responsabilidad. ¿Quién asume esta responsabilidad? ¿Surge la fundada desconfianza de aceptar el cine como forma artística de esta responsabilidad tan frecuentemente no asumida? ¿La manipulación no es lo contrario de la comunicación? ¿Y no es la comunicabilidad y el respeto ante el tú del receptor una condición básica para poder hablar de arte en general?


Se encierra en apenas unas frases ideas que habrán pasado por la mente de Haneke en muchas ocasiones, que habrán rondado su cabeza en cada plano, en cada secuencia, en cada reacción de su público ante la pantalla. Esa visión del arte como un diálogo respetuoso no es la que impera en un mundo que tiende a la voz monolítica y a la cacofonía múltiple. Muchos se encogerán de hombros y dirán que son cosas de Michel Haneke y que le ocurre por haber estudiado Filosofía, algo casi imperdonable en una industria vocacionalmente iletrada en su mayoría y que presume de ello. Pero es el discurso de Haneke, como suele ocurrir, el que redime de sus pecados de ligereza al conjunto.

[...] además de la correspondencia entre contenido y forma, indispensable para cualquier arte, la capacidad de diálogo es y tiene que ser una característica igualmente indispensable de la producción artística, el respeto ante la autonomía del otro. Un autor que no toma en serio a su socio, el receptor, de la misma forma en que él mismo quiere ser tomado, no tiene un interés real en el diálogo.
Demasiadas veces el cine ha traicionado esa regla básica interhumana, que precisamente es también una regla básica de la producción artística. La manipulación sirve para muchos fines, no solo políticos. También atontando a la gente uno se puede hacer rico.

Desgraciadamente, son muy pocos los que en mundo del cine —en las demás artes ocurre igualmente— conciben sus obras de esta forma dialógica, saliendo tanto del comercialismo como del esteticismo aislante.
El Arte es lo contrario del hábito y la rutina; es choque y desmantelamiento, recuperación de la visión alienada. "También atontando a la gente uno se puede hacer rico", dice Haneke, una verdad incuestionable que se inscribe con letras de oro en la entrada de escuelas de negocios, empresas, tarjetas de visita de escritores, en las placas de muchos galardones... y, lo que es peor si cabe, en nuestros ministerios de educación.
Puede que no siempre se consiga el impacto, el choque profundo que Michael Haneke experimentó al enfrentarse a las pinturas negras de Goya, pero ese momento es al que deberían aspirar algunos, tanto creadores como receptores. Vivir ese momento de intensidad en el que sientes que tu mundo cambia por un verso, una imagen o un sonido, que divide tu vida en un antes y un después. Son pocos momentos y lleva toda la vida prepararse para ellos. Muchos no los experimentan nunca o son incapaces de experimentarlos por esa inmersión constante en los mares de la trivialidad.


* Discurso de Michael Haneke. Entrega Premios Príncipe de Asturias. Oviedo, 25 de octubre de 2013  El Mundo http://estaticos.elmundo.es/documentos/2013/10/25/discurso_haneke.pdf






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