miércoles, 9 de octubre de 2013

El espejo escolar

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Como era previsible, la aparición de cualquier informe que muestre malos resultados en la educación se resuelve en una especie de pugna tenística, en un feroz partidos de dobles en el que las parejas mixtas en liza están compuestas por un político y un pedagogo. Mientras unos se ven las caras junto a la red, los otros devuelven las pelotas desde el fondo.
Como antesala a los enfrentamientos —no creo que merezca la pena llamarlos "debates"— de mañana en el Congreso, las parejas mixtas han intercambiado escaramuzas verbales a través de declaraciones y artículos para hacer ver sus puntos de vista y acalla la de los contrarios.
Esta vez es un informe el que ha desatado esta ficticia pasión por la educación, que al ser algo que afecta a todos los españoles se supone que nos debería preocupar. Unos y otros acusan de que les acusan, puesto que en esto se puede uno remontar hasta donde quiera. Todos usan las estadísticas y los datos como les viene en gana, unos para justificar el pasado, otros para justificar el futuro. Así es y seguirá siendo porque si hay alguna nuestra fehaciente del fracaso educativo son sus señorías, aquejadas de la falta de comprensión lectora de la realidad y estrepitoso fracaso en el cálculo a tenor del nefasto camino económico que en nos han tenido y nos tienen. Los políticos también son fruto del fracaso escolar.


Dice el dicho famoso que cuando el sabio señala la luna el necio mira el dedo. No dice el dicho, en cambio, que cuando el necio y el sabio miran dedos y luna acaban precipitándose en la alcantarilla destapada que es la realidad. Políticos y pedagogos han reducido la educación a una cuestión política, por un lado, y tecnocrática, que no es más que un disfraz de las ideologías que siempre han determinado una de las disciplinas más políticas de todas, la Pedagogía, que no es una sino múltiple en función de la visión que tenga de la finalidad de la educación y del ser humano al que se educa. La Política es política y la Pedagogía también lo es, pero por otros cauces. Tanto una como otra pueden ser actividades nobles, al servicio de la ciudadanía y su mejora, pero pueden caer ambas en los mismos vicios —como ahora— cuando no son más que disfraz de intereses e incompetencias, ámbitos productores de discursos partidistas que sirven para taparse las vergüenzas de los unos y los otros.
Por encima de cualquier estadística o encuesta está la realidad. Cualquier profesor universitario puede percibir a través de sus alumnos —doscientos, trescientos o los que sean— las carencias con las que llegan y los niveles de un año a otro. Somos los encuestadores permanentes sin que haga falta que políticos o pedagogos nos traigan los resultados de sus datos acompañados de interpretaciones. Como además nuestras aulas tienen cada vez más alumnos extranjeros, incluso podemos establecer ciertos contrastes sobre la forma en que trabajan unos y otros, qué significa para cada uno "estudiar", sus objetivos, la base de la que parten, etc. Y todos tendremos una "teoría" que explique lo que tenemos delante cada año.


Los que se empeñan en realizar una interpretación a partir del análisis de los datos llegarán hasta donde puedan llegar con lo que sus números les permiten. Nuestro trato diario con los alumnos nos permite, en cambio, combinar nuestros resultados educativos con cuestiones más directas —actitudes, aspiraciones, motivaciones, etc.—, aspectos que las cifras no revelan. Hablar de educación es hablar de sueños porque uno se educa para el futuro y el futuro, nuestra percepción anticipada de él, incide en nuestra motivación para educarnos. Lo malo es cuando los sueños son pesadillas porque el futuro es una operación propagandística, una retórica que choca con la realidad del duro presente.

Como ya he tratado esta situación en ocasiones anteriores, no voy a extenderme en ello. Creo que es necesario una interpretación "ecológica" del "problema". El dato central es la desmotivación que se concentra en las tasas de "abandono" escolar que se deben alinear con el otro gran abandono, el verdadero escándalo social: el de los mejores a otros países.
Nuestros políticos y pedagogos se echan la culpa unos a otros y responsabilizan finalmente —en eso si hay acuerdo—, a un alumno al que penalizan, en una especie de teoría del pecador, al que responsabilizan por su debilidad, flaqueza, etc. Todos fallan frente a un sistema que es defendido por los que los crean, lo financian, lo evalúan, etc. Ninguno falla, todos defienden lo atinado de sus medidas, lo ajustado de sus presupuestos, lo preciso de sus observaciones. Solo es el que pasaba por allí, el alumnado, es el responsable de hacerles quedar mal.
Una perspectiva ecológica de la educación entiende que es ingenuo pensar que el sistema educativo es el único que educa, que nuestra comprensión del mundo se limita a lo que ponen los libros de texto y que los alumnos solo escuchan a sus profesores. Cuando evaluamos la comprensión lectora de alguien estamos evaluando más que la escuela, lo hacemos con la sociedad en su conjunto. Una sociedad que permanece como telón de fondo, pero a la que nadie evalúa porque la primera consecuencia de decir la palabra "sociedad" es establecer una falsa distinción. Todos somos la sociedad, que no es más que la escuela global, la súper-escuela en la que estamos todos y en la que aprendemos y enseñamos desde que llegamos al mundo y hasta que salimos de él.


Si evaluáramos el entorno de la escuela tal como lo hacemos con la escuela misma, nos daríamos cuenta —no puede ser de otra manera— que se corresponden pues son lo mismo. Frente a los que piensan que la escuela exporta "ignorancia", yo creo que la "importa" en la misma medida. Es un error tecnocrático pensar que existe un límite real allí donde se establecen las líneas divisorias de lo analizado. No existen esas líneas. Lo que se evalúa no es lo que se recibe en clase, sino todo lo que se recibe, pues nuestra mente no discrimina dónde aprende las cosas.
Nuestra "escuela" se encuentra en paralelo con el deterioro chabacano de nuestros medios de comunicación, nuestra mediocre clase política, etc., de nuestra propia sociedad, rendida al mundo del espectáculo nacional por nuestra transformación en un gigantesco chiringuito para disfrute de todo aquel venga y lo pague. Es la propia sociedad la que está transmitiendo todo los días, desde todos los puntos, que se puede llegar muy lejos sin necesidad de haber leído un libro más allá de Harry Potter o el último bestseller, que no necesitas escribir porque siempre habrá algún currito que te lo escriba con cargo a los presupuestos de tu comunidad, que no es necesario destacar más que como acompañante de algún político, que puedes vivir medianamente bien si te encierras con cuatro idiotas en una isla y retransmiten tus peleas con ellos, que te puedes forrar como alcalde o concejal, como presidente de la patronal, como dirigente sindical, como tesorero de un partido, como presidente de los autores de España, que no hay que estudiar mucho o leer, que basta con tocar las cuerdas adecuadas.

Es ingenuo, de nuevo, pensar que es posible tener una escuela verdaderamente formativa en ese entorno que se ha ido deteriorando en la últimas décadas por nuestras propias decisiones y voluntad. Como suele ocurrir en los países con un entorno poco favorable, las personas más cultas acaban formando una élite que desconecta del conjunto o lo abandonan en busca de entornos más favorables a sus posibilidades. En nuestros sistema educativo se produce el abandono de los que lo dejan a mitad de camino y la huida de los mejores que llegan al final de él. No deben desligarse ambas situaciones. Podemos usar los argumentos defensivos de que nuestros licenciados son tan buenos que nos los piden desde fuera, pero eso no es más que una desvergüenza que trata de ocultar que no hay sitio en nuestra sociedad para los mejores o que hemos abandonado sectores enteros, incapaces de absorber lo que el sistema produce, que deben salir de aquí para encontrar lo que se merecen. la destrucción de la industria y la elevación del turismo como fuente de ingresos nacional y local transforma nuestras necesidades.
El argumento de ajustar a la oferta y la demanda el sistema educativo deja en evidencia la absoluta carencia de un modelo deseable, ideal, de sociedad, abandonada a la leyes de los intereses de las empresas cuyo único objetivo, obviamente, es su enriquecimiento. Es este planteamiento el que nos está hundiendo como sociedad y que el fracaso educativo nos muestra como un síntoma más.
La escuela debería ser el centro de un movimiento verdaderamente cultural, de extensión y exigencia de la cultura en todos los ámbitos. De cultura verdadera y no de pseudocultura elevada a la categoría de negocio festivalero y turístico. Pero no existe debate sobre esto, solo discusiones sobre impuestos, financiaciones, subvenciones, beneficiarios y favorecidos, etc. No digo que no sean importantes, pero sí que no son las que solucionarán el verdadero problema de la cultura global de un país que está inmerso en una crisis de percepción de sí mismo.


La soluciones que algunos apuntan, la militarización del alumnado, no servirán de nada mientras se piense que la educación es tarea de la "escuela" o de los "padres", que suelen ser los puntos clásicos del debate, pero se soslayan los problemas de la propia escuela o de la mediocridad educativa de las propias familias, inmersas a su vez en un entorno degradado. Pero ese es precisamente el papel de los poderes públicos, promover las iniciativas que avancen hacia los objetivos de mejora cultural de la sociedad en su conjunto. Pero no es eso lo que tenemos desde hace mucho tiempo. Desconozco incluso si hemos llegado a tenerlos porque hemos dado unos saltos grandes como sociedad y necesitamos ciertos tipos de acuerdos comunes que, hoy por hoy, parecen imposible por el deterioro partidista de nuestra vida política y los enredos a que ha llevado a la cultura misma, que ha tenido que vivir a su sombra y con sus fidelidades pagadas. Falta altura de miras; sobra la gresca continua. Ante los informes negativos, nuestros políticos y pedagogos solo han desarrollado una nueva "competencia": el arte de encontrar excusas para neutralizarlos.

La escuela es el espejo de la sociedad. Nos puede gustar mirarnos o no, pero mientras no asimilemos que esa imagen es la nuestra, no avanzaremos; solo evitaremos enfrentarnos a la realidad. Y eso nunca es bueno.




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