domingo, 4 de agosto de 2013

La causalidad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nada une más que la escritura. Ningún lazo es tan sólido como la convivencia en un párrafo, la conjunción por medio, la vecindad de la coma. Lo que la escritura junta, el cerebro lo vive unido.
Algo tenemos los humanos con la causalidad. Puede que nuestra especie se caracterice por la necesidad de causalidad, por no querer vivir en un mundo sin escalas por las que ascender hasta que la distancia alcanzada nos produzca vértigo. Y es que las causas nos pueden llevar al origen, concepto que también tenemos en exclusiva los humanos. Pensar que existe un origen, conectar dos fenómenos y establecer el uno como "causa" del otro es un gran avance psíquico, como nos explican los expertos en psicología evolutiva. Conectamos historias como si todas fueras capítulos dispersos de una obra más amplia.
Una gran parte de la Ciencia se basa en el establecimiento causal de los fenómenos y la explicación de su origen. En el Derecho se habla de la "causa" como proceso, de "causas abiertas" de "causas criminales", de personarse en la causa", etc. No hablemos ya de la Filosofía, plagada de causas "primeras", "finales", "formales", "eficientes", etc. No hace falta explicar demasiado que el concepto es esencial para el desarrollo disciplinar de la Historia o de la Economía. Rechazamos unas explicaciones y aceptamos otras en función de nuestra capacidad temporal de conocer y también de nuestra aceptabilidad, que serían los límites que nuestros prejuicios individuales y colectivos, los culturales, nos permiten para alcanzar explicaciones "razonables", que encajen en las tramas que formamos.


Los procesos causales se ponen en marcha cuando ocurre algún acontecimiento de gran magnitud que nos resistimos a dejar aislado. Hay un deseo, obviamente, de establecer cuáles son los procesos por los que se ha llegado para conocer sus responsabilidades y evitar hechos similares, cuando es el caso.
El accidente del tren de Santiago nos muestra la forma en que funciona la causalidad en sus múltiples dimensiones: física, jurídica y narrativa. En su causalidad material se limita a la aplicación de las leyes de la Física para determinar los efectos de la velocidad en una curva determinada. Se trata de establecer, con detalle, que lo que lo que ocurre a 80 kilómetros por hora no ocurre a 190 y viceversa. La sorprendente aparición del vídeo del accidente pocos minutos después del accidente, colgado en la red y reproducido por los medios de comunicación de todo el mundo, mostraba el exceso de velocidad del tren en la curva. Las preguntas entonces fueron ¿por qué esa velocidad, por qué no se redujo en su momento?

La aparición de un hecho desconocido inicialmente, la "llamada telefónica", abrió nuevos caminos causales. La "distracción" del conductor tenía ya una "explicación" que, sin dejarle sin responsabilidad, permitía ascender por la cadena: ¿quién le llamó; por qué? La historia tenía que avanzar. El descubrimiento de que la llamada la había hecho el interventor del tren añadía nuevas piezas y formas de explicación y responsabilidad.
Aquí se acumularon entonces las informaciones sobre la prohibición de las llamadas, las distinciones entre móviles particulares y de la empresa, la duración, etc. ¿Era el interventor el responsable de haber distraído al maquinista con su llamada? De no haber llamado, ¿se habría producido el terrible accidente?
Cuando el juez llamó al interventor a declarar lo dejó en libertad sin cargos. Entendía que el hecho de que hubiera llamado podía ser determinante, sí, pero no le hacía responsable. La causalidad que se busca en lo jurídico es más compleja que la meramente mecánica. El juez entendió que el interventor hizo una llamada porque era su criterio establecer la necesidad de hacerlo o no. ¿Se equivocó, actuó mal? No. Hizo lo que hizo cuando lo hizo, pero acontecimientos posteriores, el accidente, insertaron la pieza en una cadena inesperada, dotándolo de un sentido narrativo explicativo diferente a raíz de las consecuencias.


La línea narrativa acumula antecedentes que son interpretados a la luz de los nuevos hechos, como si fuera una película contada hacia atrás, con flashbacks. Ese es el protagonismo que adquieren los narradores, especialmente los medios de comunicación, en la construcción de la cadena narrativa, diferente a la jurídica que busca otro tipo de conexión.
Al tercer escalón causal de la historia nos lleva una nueva pregunta: ¿por qué llamó el interventor? Ya tenemos en los periódicos a la familia "causante" de la llamada del interventor al maquinista. La narrativa que se fabrica necesita de ese escalón siguiente, indagar en quiénes eran, por qué fue necesario que llamara el interventor al conductor del tren.

Eso es lo que nos trae hoy el diario El País bajo un título significativo: "La familia que no se apeó en Pontedeume por el accidente de tren de Santiago". ¿Hay un titular más absurdo? Cuanto más lo repaso, más me convenzo de su carácter eufemístico, de su decir sin decir, de su fatalismo encubierto. ¿Cómo titular con algo que no se puede afirmar, pero que aceptas como fondo, como idea de una cadena narrativa causal? En el diario nos cuentan:

Volvían de vacaciones. Había estado toda la familia en Cartagena (Murcia) y el tren Alvia los tenía que dejar a las 22.15 en Pontedeume (A Coruña), muy cerca de Ferrol, la penúltima parada de un tren que nunca llegó a su destino. A las 20.41 del día 24 descarriló en la curva de Angrois, cuando enfilaba los últimos kilómetros hacia Santiago de Compostela. El accidente truncó 79 vidas y destrozó muchas familias. La de Rafael R. quedó partida en dos: perdió a su esposa y a su hija pequeña. Ileso por fuera y devastado por dentro, regresó con el niño a una casa medio vacía.
La "desafortunada" conversación —así la calificó el juez Luis Aláez que investiga el accidente— entre el maquinista y el interventor, que a 199 kilómetros por hora hablaron durante 100 segundos por los móviles corporativos sobre cuál era la vía por la que debía entrar la locomotora en la estación de Pontedeume, ha convertido a una familia de Barallobre (Fene) en protagonista involuntaria de la causa.*

Más allá de la explicación física, más allá de la jurídica, seguimos indagando, tratando de establecer "causas" narrativas, explicaciones que conecten las cosas. La "desafortunada" conversación, los "protagonistas involuntarios de la causa"..., son formas literarias de restablecer un orden mundano que no acabamos de comprender, cómo empieza algo así.
A veces, muy de cuando en cuando, tenemos la revelación de que un pequeño gesto, una palabra dicho o silenciada, tuvo un efecto sobre los demás que nunca hubiéramos alcanzado a imaginar. Pedir al revisor que el tren se detenga en una parada puede "convertirnos" en miembros de una extraña cadena. Todo entonces se cuestiona y revisa, todo se analiza como si hubiera habido otra posibilidad: ¿y si se hubiera llamado cinco minutos antes, si se hubiera dicho en otro momento? ¿Y si...?
Necesitamos hacernos esas preguntas, mal acostumbrados por la Literatura cuya función, en cambio, es mostrarnos que las cosas ocurren ligadas por la causalidad cerrada de las tramas. Lo literario —mitos, leyendas, novelas...— nos enseña, por el contrario, que todo tiene sentido, que nada es casual, que el azar solo tiene lugar en las malas historias. Nos muestra un mundo de culpas y culpables, en el que cada palabra está sujeta a la crítica revisionista, como ha ocurrido con las más sencillas anotaciones del conductor en su página de Facebook, explorada por hermeneutas del destino. La primera obligación de jueces y peritos es no creer que están ante una novela por entregas, establecer el punto en el que las cadenas "causales" empiezan a formar parte negativa de la ficción.

Nos es difícil asimilar el funcionamiento real de la vida, la idea de "absurdo" a la que el existencialismo le dedicó cierta intensidad en el análisis. Quizá no haya más remedio que volver a ser —el que haya dejado de serlo— un tanto camusianos y confesarnos "extranjeros" sobre esta Tierra cruel o, al menos, indiferente. Habrá responsables y responsabilidades, fallos y negligencias, acusaciones políticas, etc. Sin duda. Todo lo que podamos encontrar y demostrar más allá de una duda razonable debe salir a la luz para evitar que lo mismo vuelva a ocurrir. Pero habrá otras muchas cosas que se pierdan en la confusa trama que escribimos durante miles de años, que aspira a la explicación total como sueño.
Jean-Paul Sartre escribió sobre la novela de William Faulkner, El sonido y la furia, lo siguiente:

[...] el presente de Faulkner es catastrófico por esencia; es el acontecimiento que se lanza sobre nosotros como un ladrón, enorme, impensable; que se lanza sobre nosotros y desaparece. Más allá de ese presente no hay nada, pues no existe el porvenir. El presente surge no se sabe de dónde, expulsando a otro presente; es una suma que vuelve a empezar perpetuamente. "Y ... y ... y luego". Como Dos Passos, pero mucho más discretamente. Faulkner hace de su relato una adición: las acciones mismas, cuando son vistas por quienes las realizan, al penetrar en el presente estallan y se desparraman...


El pasaje es notable en muchos sentidos, filosófico y crítico. Intenta precisamente enfrentarse a esa causalidad que nos hace concebir trazados más allá de lo razonable. Más allá de la responsabilidad que se busca está la idea profunda de culpa. A los que se sienten "culpables" por haber sobrevivido —terrible principio psíquico—, se suma esa extraña categoría derivada de un "presente catastrófico", como señala Sartre, en el que el accidente se convierte en un centro desde el que parten  el pasado y el futuro. La catástrofe da sentido a lo que no lo tenía antes —un viaje, una petición de parada, una llamada...—, a lo que antes formaba parte de lo insustancial. Todo es fútil hasta que el acontecimiento lo convierte en relevante. Describe Sarte es emergencia, esa aparición terrible: "el acontecimiento que se lanza sobre nosotros como un ladrón, enorme, impensable". Es difícil expresarlo mejor.
Escriben en El País sobre el padre de la familia: " Él se salvó. Por casualidad, o porque se le antojó algo de beber, según relató a sus allegados." ¡Extraña forma de establecer distinciones allí donde se llega al absurdo, al sinsentido!


Las preguntas ante "presentes catastróficos" de esa magnitud van más allá de lo legal o lo pericial, en los que hay que ahondar hasta el límite. Nos preguntamos siempre porqué. Es humano hacerlo. Y parece que también es periodístico sacarle partido a estas situaciones en las que el deseo natural de saber se satisface ascendiendo en la cadena de preguntas por los caminos que se abren ante nosotros, escalón tras escalón. Las historias se conectan intentando mostrar que en el mundo podemos encontrar "explicaciones", hasta que la causalidad choca no con lo inexplicable sino con lo intrascendente, como levantarse a tomar algo al bar y salvar la vida. Es esa intrascendencia la que nos exaspera, con la que chocamos y nos resistimos. Es enfrentarnos a la trivialidad de lo que causa tanto dolor y sufrimiento lo que nos exaspera, el que unos segundos supongan la diferencia entre la vida y la muerte. Ese es el origen profundo de la culpa del que sobrevive en los grandes desastres, la necesidad de explicación o justificación. Por eso buscamos y buscamos, acumulamos todo tipo de explicaciones que nos permitan comprender o creer que comprendemos, descansar tranquilos.
Como decía en el mismo texto Jean-Paul Sarte, no confundamos el tiempo con la cronología. El tiempo lo marca el acontecimiento catastrófico, terrible marca en el calendario, con un antes y un después. El hecho de fabricar relojes no nos convierte en amos del tiempo, sino en sus esclavos. 


* "La familia que no se apeó en Pontedeume por el accidente de tren de Santiago" El País 4/08/2013 http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/08/03/galicia/1375558327_142384.html





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