viernes, 2 de agosto de 2013

Dentro y fuera

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Hay algo que cerrar en la política española? Creo que no. Vive precisamente de sus "casos abiertos", plegada sobre sí misma. Tiene necesidad de esa dinámica de la que ayer asistimos —los que tuvieron la humorada— a su máxima escenificación, al capítulo final de la temporada. La palabra nunca ha sido tan ajustada porque de eso se trata, de escenificar un desencuentro permanente en el que cada caso tenga su "grand finale". Debo confesar que me aburrí soberanamente y me deprimí ante el espectáculo. Los guionistas carecen de imaginación, los actores se imitan a sí mismos. Sin novedad en el frente. ¿Esperaba alguna?
En la entrevista que el diario El País realizó con el director argentino Santiago Mitre, con el motivo del estreno de su thriller académico-político "El estudiante", dice:  ‘Es política, solo se puede entender desde dentro”*. Quizá nos pase eso, que si no estamos dentro no se puede entender este apasionamiento en el desastre que pretende arrastrarnos a todos y sacarnos de nuestros universos defensivos, de nuestras reservas naturales mentales para evitar extinguirnos. Debemos protegernos. Somos especies en peligro de desaparecer del mapa, de darnos de baja de la Historia. ¡Hegel go Home! Somos la especie ilusionada que acabará como el pájaro Dodo. La era del votante ilusionado pasó.


Los políticos han conseguido que pensemos en ellos más que ellos en nosotros. La economía política de la atención —variante específica de la "economía de la atención"— exige nuestra mirada constante. Y miramos. Pero reivindiquemos al menos el derecho a la mirada atónita, el último que nos queda, ante la imposibilidad de mirar a otro lado por falta de "lados" a los que mirar, situados en el centro de este espectáculo envolvente. Pero los hay: existe un mundo más allá. Me lo han contando; lo sé de buena tinta. Hay otras mentiras más atractivas y gratificantes.

Habrá quienes disfruten con estas cosas; no lo dudo. A mí me producen tristeza melancólica y ganas de respirar otros aires en la vida española, algo cada vez más difícil y penoso. En la peculiar vida política de nuestro país, la esposa golfa del César no solo ha de parecerlo sino que ha de serlo.
Reivindico mi derecho a la normalidad, a vivir en un país en el que la democracia sea un ejercicio de libertad y decisión, de ilusión, de construcción colectiva del país, de espíritu de mejora. Quiero experimentar eso. No es lo que me ofrecen. No quiero un espectáculo de gladiadores. No me va.
Los que quieran vivir el espectáculo de ayer como una "victoria de alguien o algo", que lo hagan. No seré yo quien les arruine la ilusión del momento. Pero la sensación de desmoronamiento no se me va de la cabeza. Esta especie de "98" político en el que vivimos necesita que llegue el "99", pero los decimales se expanden hasta el infinito. El tiempo se nos ha pegado como el chicle a la suela de un zapato. Se estira y estira y estira.
Algunos oradores, conscientes del efecto negativo global, reivindicaron la política de los honestos y trabajadores. Aquí lo hemos hecho también, como una petición desesperada de volver a creer en lo político como un arte noble con fines loables. Pero el concepto de espectáculo pone los focos y la orquesta al servicio de lo contrario. ¿A quién le interesa una "vida normal"?, diría el guionista de este thriller.


Mientras no exista un gran pacto para que todos los partidos sean capaces de acabar con su propia corrupción, no podrán resolverse los múltiples casos abiertos que están condicionando la vida política y con ella la de todos los ciudadanos, cuyos problemas están necesitados de toda la atención para su resolución. La "corrupción" es un problema de los ciudadanos porque los políticos, que son los causantes, no lo resuelven. Nosotros podemos trabajar más, cobrar menos. Pero la corrupción solo la pueden resolver "ellos", una clase política que se ha vuelto endogámica y agradecida. Son incapaces de hacerlo en dos sentidos: incapaces de frenarla en sus estructuras con vigilancia interna e incapaces de establecer mecanismos externos corrección y castigo a través de las leyes tipificando las figuras allí donde la legislación no tuvo tanta imaginación como los incumplidores. Creo que es lo que los españoles les pedimos. No es demasiado.


Para los mecanismos internos no tienen que ponerse de acuerdo con nadie, solo aprobarlos y aplicarlos con voluntad decidida. Porqué no lo hacen, ellos lo sabrán. Para los mecanismos externos, necesitan sentarse desapasionadamente y establecerlos entre todos con generosidad. Ahí es más complicado porque ellos lo enredan cada día con sus propias actitudes y enfoques ante los casos propios y ajenos.

Es difícil inhibirse del espectáculo; tampoco es bueno dejarse arrastrar por él. Como en tantas cosas, es complicado lograr el equilibrio para mantener vivo el interés sin caer en la desesperanza. Se habla mucho del canto del cisne de la política, pero menos del canto del iluso dodo votante.

* “La política se devora todo” El País 10/07/2013 http://cultura.elpais.com/cultura/2013/07/10/actualidad/1373456375_995506.html






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