sábado, 16 de febrero de 2013

El paternalismo político y la virtud filial

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En 1927, el filósofo norteamericano y profesor en Universidad de Columbia, John Dewey, escribió en su obra La opinión pública y sus problemas:

Durante largos periodos de la historia humana, especialmente en Oriente, el Estado ha sido poco más que una sombra que proyectaban sobre la familia y la vecindad unos personajes remotos, erigidos en gigantes por las creencias religiosas. En estos casos, el Estado gobierna, pero no regula; porque su gobierno se limita a recibir los tributos y la deferencia ceremonial. Las obligaciones pertenecen a la familia; la propiedad la posee la familia. Las lealtades personales a los mayores ocupan el lugar de la obediencia política. Las relaciones entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos mayores y menores, amigo y amigo, son los vínculos de los que procede la autoridad. La política no es una rama de la moral; muy por el contrario, está inmersa en la moral. Y por eso, todas las virtudes se resumen en la devoción filial. Las malas obras son culpables porque se reflejan en los ancestros y los parientes que quien las comete. Se conoce a los funcionarios, pero sólo para rehuirlos. Someter a su juicio una disputa es una desgracia. La medida del valor del Estado remoto y teocrático está en lo que no hace. Su perfección reside en su identificación con los procesos de la naturaleza, en virtud de la cual las estaciones completan su ciclo constante, de modo que los campos, bajo el benéfico gobierno del Sol y la lluvia, producen sus cosechas, y la vecindad prospera en paz. El grupo de parentesco íntimo y familiar no es una unidad social dentro de un todo integrador. Constituye, para casi todos los efectos, la propia sociedad. (79)*

John Dewey
Este modo "oriental" es característico también de aquellos lugares en los que no acaba de cuajar un estado "moderno", que se caracterizaría por lo contrario, por su presencia y eficacia en resolver los problemas de los ciudadanos. En el modelo "oriental", por el contrario, el "poder alejado" y el "poder próximo" de familias y clanes no dejan evolucionar el estado porque supondrían una pérdida de poder y el desmantelamiento de las redes de influencias que se han tejido durante décadas, incluso siglos.

Hassan al-Banna
La descripción de Dewey en los años veinte, con la vista puesta en el pasado, coincide con lo señalado por el orientalista Gilles Kepel, a principios de los años 90. Se refiere, igualmente, a la incapacidad —incluso la falta de interés— del Estado y los gobiernos en atender a las grandes capas sociales que quedan marginadas. Escribe Kepel en su obra La revancha de Dios (1991):

Mucho antes de que ayuntamientos o comisarías, en estos barrios se implantan mezquitas, grandes o pequeñas, flanqueadas de asociaciones caritativas y educativas, que encauzan la vida comunitaria en ausencia de un Estado cuyas infraestructuras estallan bajo la presión del crecimiento demográfico y el reparto territorial de la población. De Teherán-Sur a los gecekondu de Estambul, de la Ciudad de los Muertos de El Cairo a las chabolas de Argel, las redes islámicas de ayuda mutua empiezan a tener un carácter fundamental para encuadrar a esas capas de la población que, deseosas de saborear los frutos de la modernidad y el bienestar parecen excluidas. (52)**

Los pueblos quedan a su suerte. Les quedaban por delante dos décadas de abandono, aprovechadas por el islamismo, que se mueve bien entre el descontento. Ejércitos y empresarios hacen sus grandes negocios porque de esa forma se mantiene, por un lado, la fuerza militar que sostiene los regímenes, y los negocios que permiten enriquecerse a los privilegiados que reparten algo cuando es necesario entre sus acólitos. Hay países que no lograron desarrollarse, pero hay otros que sí lo hicieron medianamente y cuya historia en las últimas décadas es la del abandono, la desidia y la corrupción que llevó al empobrecimiento de los pocos que tenían algo y a la mera supervivencia de los que apenas tenían nada. Todo ello ante la indiferencia de los aparatos administrativos que no eran más que la sombra del poder, un poder consistente más en poner obstáculos que en solucionar problemas.


Los manifestantes que en Egipto van a protestar por las actuaciones de los islamistas ahora en el poder no piensan que el Estado haya avanzado nada, que se haya solucionado problema alguno, sino que se ha producido una toma del poder, un relevo, un cambio paternal. La actividad de la Hermandad era sectaria, por definición, cuando actuaba en paralelo al Estado y su objetivo era atraerse "adeptos" mediante sus acciones, crear una red de influencias doblemente eficaz, para los beneficiados —que recibían algo en mitad de la nada asistencial— y para ellos mismos al crear lazos y fidelidades de cara al futuro. Muchos piensan que es lo mismo que hacen ahora.


El modelo que Dewey calificaba como "oriental" se va asemejando cada vez más al que día a día van creando con sus acciones paternales de control —censuras, denuncias, intervencionismo, silenciamiento, etc.— y reparto. No deja de ser un síntoma negativo que la salida de una dictadura se realice mediante una reducción de las libertades públicas, con un ataque permanente a la libertad de expresión, que es la que nos define como individuos con conciencia propia. Pero ese el enemigo, la individualidad consciente.

La "hermanización" es la forma de sustitución de la conciencia individual por la colectiva. El nuevo poder asume su capacidad de decidir quién es buen "egipcio", "musulmán" o quiénes son buenos "hijos", concepto que no suponen más que facetas de una misma unidad. Asumen el control de todo aquello que pueda suponer diferencia porque es característico del pensamiento totalitario asumir su "perfección"; por ello, toda disidencia debe ser considerada "enfermedad", "pecado" o "delito". 
Cuando John Dewey escribió que "todas las virtudes se resumen en la devoción filial" puso el acento en el punto básico: la "devoción". Eso es lo que se busca, el hijo eterno, el padre incuestionado.
Todo está escrito y solo queda que sea aplicado.

* John Dewey ([1927] 2004): La opinión pública y sus problemas. Morata, Madrid.
**Gilles Kepel ([1991] 2005): La revancha de Dios. Alianza, Madrid.





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