jueves, 10 de enero de 2013

Las palabras y la tierra

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su Diálogo de la Lengua (1533), en su capítulo séptimo, pone Juan de Valdés las siguientes palabras en boca de sus interlocutores:

Pacheco: Maravíllome de vos que tratéis tan mal a Mosén Diego de Valera, siendo de vuestra tierra, y aviendo escrito muchas y muy buenas cosas en castellano; yo no sé por qué lo llamáis hablistán y parabolano.
Valdés: Que sea de mi tierra o no, esto importa poco, pues, quanto a mí, aquél  es de mi tierra, cuyas virtudes me contentan, si bien sea nacido y criado en Polonia. Y avéis de saber que llamo hablistán a mosén Diego, porque, por ser amigo de hablar, en lo que scrive pone algunas cosas fuera de propósito y que pudiera passar sin ellas, y llámolo parabolano porque entre algunas verdades, os mezcla tantas cosas que nunca fueron y os la quiere vender por averiguadas, que os haze dubdar de las otras. Como será dezir que el conduto de agua que stá en Segovia, que llaman Puente, fue hecho por Hispán, sobrino de Hércoles, aviéndolo hecho los romanos, como consta por algunas letras que el día de oy en ella se veen [...]

Pasaje notable del que se puede extraer algunas conclusiones respecto al uso que algunos hacen del lenguaje y, especialmente, sobre las exenciones que la tierra les concede.
"Hablistán" y "parabolano" me palabras dignas de ser recuperadas por pura necesidad. En otra parte del Diálogo, se muestra Pacheco sorprendido cuando Valdés afirma que las palabras "envejecen" y que algunos usan palabras demasiado viejas para los tiempos que corren, pues se ha olvidado su sentido. Un "hablistán" es alguien que abusa de la palabra, que lejos de la moderación de contentarse con decir lo que tiene que decir y a los demás les basta para entender, sigue y sigue y sigue. "Hablistán" es una forma de ser; hay gente que es "hablistana" hasta por SMS, que ya es decir. Para ellos la lengua es como un chicle pisado que se estira hasta el infinito, representado simbólicamente por la huida del interlocutor.


En estos tiempos de tanta palabra y tan poco idea, los hablistanes abundan. Nos asaltan desde las Teorías de la Comunicación y las Escuelas de Liderazgo. La idea de hablar bien, de ser buen comunicador, se ha "retorizado" y, siguiendo modelos psicológicos derivados de ratones, se ha convenido que una buena comunicación es la que consigue lo que quiere, que esa es su medida. Es otra mutación de las teorías económicas sobre el rendimiento, la productividad y la eficacia, esta vez llevadas al ámbito de la comunicación. La Economía, la más imperfecta de las ciencias o la más perfecta de las mentiras —como prefieran— se expande como base análoga de muchos otros campos y fenómenos. Todo es cálculo, medida y rendimiento. Las "bellas letras" son hoy las "letras eficaces".

Lo mismo ocurre con la otra palabra usada por Valdés, "parabolano", forma elegante de llamar al mentiroso, al que nos cuela, entre verdades, mentiras camufladas. Un "parabolano", nos dice como ejemplo, es el que ignorando las letras romanas visibles en el acueducto segoviano, se inventa o acepta falsedades o inexactitudes que transmite como buenas, en este caso, convertir a Hispán, "sobrino de Hércules" (o nieto, según otros), en su constructor.
Hispán fue hijo de Híspalo: "Este Híspalo fue hijo de Hércules, y de él se vino á nombrar esta tierra España. Y fundó ó aumentó la ciudad de Sevilla la vieja, nombrándola Híspalis" (Libro I, capítulo XX), nos cuenta en su Crónica universal del Principado de Cataluña (1607), Jerónimo Pujades (1568-1635). Por supuesto, Híspalo tuvo una hija llamada Hiberia, de la que "se nombró la tierra Iberia" (íd.). Escribe Pujades que hay discrepancia entre los autores consultados sobre el comienzo del reinado de Híspalo, que para unos fue en el año 589, para otros el 590 e incluso para un tercer grupo el año 607 después del Diluvio. Asombra tanta precisión y discusión en la fantasía fundadora, pero es en la divergencia en donde se asienta la diferencia que nos da entidad. Resulta tan complicado precisar una verdad como una mentira, y tan gratificante discutir sobre unas como sobre las otras. El caso es discrepar, encabezar una divergencia, aunque sea sobre una fantasía.


Señala Juan de Valdés que no le importa la procedencia de los "hablistanes" y "parabolanos", algo que al castizo Pacheco le extraña. Y es que las tonterías tienen patria común, al igual que las verdades. No es demasiado frecuente esta actitud entre nosotros,  que preferimos muchas veces al tonto próximo, por compartir terruño y raíces —a algunos parecen que los riegan, de pegados que están a la tierra—, que al inteligente o virtuoso nacido más allá de nuestras fronteras. El retorno del casticismo (que viene de "casta") —literario, político, deportivo...— da prioridad al terruño y elimina distinciones más importantes. Puede que "de casta le venga (algo) al galgo", pero lo que es seguro es que —independientemente de su datación respecto al diluvio— muchas otras cosas no le llegan.
Hace bien en decir Valdés que para él lo importante de una persona son sus virtudes y no si es de aquí o de Polonia. Sana idea que deberíamos aplicar más a menudo.





2 comentarios:

  1. Uy, qué bien eso de rescatar palabras casi olvidadas. Además de gustarme cómo suenan, y de tener esa sorna implícita incluso sólo en su aliteración, se me ocurren unos cuantos, así bote pronto, a quien aplicárselas.
    Y lo a gusto que me voy a quedar, jajaja.
    Gracias por la aportación.

    ResponderEliminar
  2. La verdad es que son preciosas palabras que merecen ser rescatadas, efectivamente, por lo actuales y ajustadas que le vendrían a algunos hoy en día. Un saludo. JMA

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.