martes, 31 de diciembre de 2013

La debilidad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La relevancia de un acontecimiento está en función de las direcciones en que se dirigen sus efectos e, inversamente, por la cantidad de elementos que lo determinan. Aunque la cadena Fox y otros medios considerara 2013 como "el peor año de Obama", su "año horrible", consideraremos que es importante su papel porque no se trata de señalar figuras "exitosas" o realizadoras de grandes hallazgos, como ocurriría si nos fijáramos, por ejemplo, en los campos de la Ciencia o las Artes, sino de los acontecimientos que pueden desencadenar en su misma debilidad.
En este sentido, la debilidad de Obama durante el año es también un acontecimiento en el sentido de tener múltiples consecuencias y efectos para los demás. El que a Barack Obama no le hayan salido las cosas cómo él quería —los escándalos del espionaje masivo, de las escuchas a los líderes mundiales, el "Obamacare", el parón de la administración federal...— no significa que lo que finalmente ocurrió, incluso en contra de sus deseos, no haya sido de gran importancia para el restoo. Y el núcleo de los acontecimientos, a mi entender, ha estado en Siria.

La crisis siria ha servido para dar un vuelco a las relaciones internacionales. Es una crisis no resuelta en sí misma, pero con una influencia profunda. Por Siria, Occidente, bajo el liderazgo de los Estados Unidos y a petición de Barack Obama, estuvo a punto de entrar de lleno en una guerra de imprevisibles consecuencias, un auténtico giro. No lo dio en un sentido, pero lo dio inesperadamente en otro.
La crisis se produjo por un incidente que comprometía unas palabras dichas por un presidente de los Estados Unidos que jamás pensó que se fuera a producir: el uso de armas químicas por el ejército sirio. En paralelo a su desgaste brutal en el enfrentamiento con los republicanos, el presidente Obama anuncia la decisión drástica de poner en marcha una intervención militar, con pocos visos de solucionar nada pero con posibles consecuencias internacionales muy graves, advertidas por los distintos implicados en la zona, entre ellos Rusia. 
No sabemos qué elementos pesaron más en la toma de esa decisión. No voy a caer en el tópico de señalar que los presidentes norteamericanos organizan las guerras para ganar popularidad. Solo señalar que Obama se encuentra con el fracaso de su política en Oriente Medio, con el desafío de prácticamente todos los antiguos aliados, como Egipto, o el asesinato de su embajador en Libia. Su fracaso ha sido, según se percibe, por la falta de resolución y la pérdida de respeto. Obama considera que Siria ha desafiado la advertencia americana traspasando un límite por él fijado un año antes. Es probable que ese límite se le recuerde como ejemplo de su debilidad dentro de los propios Estados Unidos. Y Obama decide cumplir su palabra respecto al límite permisible en una guerra que lleva ya cien mil muertos. Se han traspasado, señala, la barreras acordadas. 

Desde mi punto de vista, fue otra debilidad, la de David Cameron, la determinante al no sacar adelante el apoyo necesario en el Parlamento a la intervención británica en apoyo de los Estados Unidos. Y fue esa debilidad de Cameron la que hizo a Obama, a su vez, plantear ante las comisiones de las cámaras el beneplácito para la intervención. Eso supuso para la clase política norteamericana en su conjunto, un grave problema de percepción del liderazgo de su presidente y, con él, del liderazgo de los Estados Unidos en el mundo. Les puso en un aprieto: si accedían, se metían en una guerra absurda y además le reforzaban al apoyarle; si no lo hacían, desautorizaban a su presidente y comandante en jefe ante el mundo, una mala señal de debilidad y titubeo.
Los políticos que se dedicaban al boicoteo de las iniciativas presidenciales, desde cualquier nombramiento a las críticas al programa de salud, se enfrentaron a que con ese debilitamiento de su presidente estaban creándose problemas ellos mismos —la percepción de sus electores de que anteponían sus intereses a los de la nación— y debilitándose en el exterior, lo que planteaba grandes riesgos.
Solo la inesperada intervención de Rusia, tomando rápidamente un "desliz" de John Kerry en una declaraciones hechas al contestar una pregunta de la prensa, permitió dar una salida que no pasara por la intervención militar norteamericana a la situación que habría desatado un caos mayor al ya existente en la zona, máxime teniendo en cuenta que la debilidad norteamericana en la zona habría alcanzado un carácter preocupante.

La intervención rusa sitúa a Vladimir Putin jugando con blancas en la política mundial, especialmente en la zona, abandonando el segundo plano al que el protagonismo norteamericano había relegado a Rusia. Su elección —como ya comentamos— como "personaje influyente del año" por algunos medios era una bofetada a la política norteamericana. Nosotros hablamos de "pax rusa".
Cuando se produjeron los acontecimientos sirios, aventuramos que Putin y Rusia intervenían no solo para mostrar su "fortaleza", sino para evitar por todos los medios que su aliado sirio, bajo su protección, pudiera quedar debilitado y eso hiciera crecer el poder de los yihadistas de Al-Qaeda, que se habían hecho con amplios poderes dentro de la oposición siria, comenzando ya a eliminar rivales futuros en el control. Ya no había una guerra, sino dos. La primera se daba entre el gobierno sirio y sus opositores, mientras que la segunda se libraba en el interior de la propia oposición siria, desbordados por la creciente presencia yihadista entre sus filas. Las guerras sirven a Al-Qaeda como campo de entrenamiento y como forma de recabar sus apoyos.

Es esta segunda confrontación la que preocupa a Rusia. Los acontecimientos ocurridos en estos días, ayer mismo, en Rusia, con los atentados suicidas en el Cáucaso, a pocas semanas de la inauguración de los Juego Olímpicos de Invierno, lo que tiene realmente preocupado a Putin, como se hace cada vez más evidente. Los terroristas fanáticos de Al-Qaeda han llamado, a través de vídeos difundidos por las redes, a atentar contra los juegos en Sochi, en dirigirse a Moscú si en imposible acercarse a la ciudad olímpica y, si la capital se muestra también impenetrable, hacer estallar cualquier objetivo en cualquier ciudad rusa. La decisión de Obama y de los países aliados, enfrentados al gobierno sirio, de restringir el armamento a los combatientes en Siria no es más que la constatación del peligro de estar armando al enemigo. La fanática guerra yihadista contra el mundo fuerza las alianzas y, tal como ocurrió con el 11-S, obligará a tomar nuevas medidas a todos.
Los atentados que se hagan contra Rusia durante los Juegos Olímpicos se harán contra Occidente y serán una muestra de poder frente a los países árabes que no suscriben esta política islamista radical —un gran escaparate publicitario y reclutador—, pues los Juegos son algo más que un objetivo ruso. La necesidad de que Occidente comprenda esto es lo que ha estado acelerando las muestras de "buena voluntad" de Putin liberando a los detenidos políticos, incluidas las integrantes de  Pussy Riot que quedaban en prisión, a los activistas de Green Peace detenidos o al millonario Mijaíl Jodorkovski, opositor a Putin. No es tanto el miedo a las protestas o boicots al vodka por parte de la comunidad gay de todo el mundo, sino algo más serio para él. Putin puede manejar, como ha hecho hasta el momento, esos boicots usándolos a su favor a través del fomento del conservadurismo nacionalista, religión ortodoxa incluida. Lo que no puede afrontar  tan fácilmente es el desgaste del terrorismo para sus planes de expansión en Asia, una guerra abierta en muchos frentes. A Putin, como a Occidente, como a una gran parte de Oriente Medio, no les interesa el cáncer del integrismo islámico, que acaba derivando hacia el terrorismo en su ideal del califato, en su guerra contra el mundo. Putin lo ha entendido antes que algunos políticos norteamericanos y del resto de Occidente.


Es esta comprensión la que ha abierto otra puerta esencial en la zona, con Rusia y Estados Unidos de nuevo: la de Irán. Los cambios en las elecciones en Irán han mostrado que solo se puede escapar del control de los más conservadores internos sacudiéndose los elementos que han determinado el aislamiento iraní.
Tendemos a considerar los bloqueos desde el exterior, pero internamente lo que hacen es reforzar a los mandatarios más conservadores y aumentar su poder. El aislamiento perjudica a los pueblos y beneficia a sus gobernantes, que tienen fáciles herramientas para manejarlos. La salida oxigenante de Rohani ha sido subirse al carro sirio para poder desbloquear el programa nuclear desde el exterior. Las críticas a Rohani en el interior de Irán, de los más conservadores, demuestran que les ha burlado precisamente allí donde no podían controlarle, en el exterior, quitándoles esa baza. Ha sido la debilidad interna de Hassan Rohani lo que le ha movido a buscar sus jugadas mediante acciones exteriores.

La buena acogida del gobierno norteamericano contrasta con los recelos de la oposición republicana, que ve en los acuerdos con Irán otro signo de la debilidad de Obama que se traslada a la percepción internacional de Estados Unidos. También, en paralelo, han sido los opositores de Rohani lo que más han recelado de los acuerdos exteriores; han querido presentarlo como una claudicación ante Occidente.
Obama, Rohani y Putin han sacado sus beneficios en función de sus respectivas situaciones, ante sus debilidades internas los dos primeros, y ante la amenaza exterior que no puede controlar, en el caso del presidente ruso.
Las debilidades de terceros han favorecido, desgraciadamente, a otro personaje, el presidente sirio Al-Assad, que ve cómo se le eliminan los apoyos logísticos y materiales a sus adversarios, y cómo Occidente rebaja el nivel de protestas respecto a sus cruentas actuaciones.

El año 2014 —nos tememos— estará marcado por lo que ocurra en Sochi, como 2013 lo ha estado por lo ocurrido en Siria. El uso de armas químicas es un punto que se amplifica y tiene efectos sobre las cadenas de decisiones que se entrecruzan configurando el tejido de lo que llamamos Historia. Los acontecimientos que ocurran —y todos los signos apuntan a ello— en los Juegos Olímpicos tendrán efectos amplios y provocarán reacciones y cambios de estrategias y alianzas. 
La debilidad es un agente más de la Historia como lo es la fortaleza. Hay debilidades que pretender mostrar fuerza, mientras que existen fuerzas que no son más que muestra de debilidad. Quizá ambas no sean más que percepciones que nos llevan a actuar de una forma u otra. Las dos tienen sus consecuencias, como todo lo tiene. Un motivo más para la prudencia.

 
 




lunes, 30 de diciembre de 2013

La enfermedad prevista

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Quizá de las muchas distinciones que establecemos con el resto de los seres vivos para tratar de perfilar la esencia de "lo humano", se encuentre la idea de "destino". No deja de ser curioso que el ser vivo que tiene un mayor grado de libertad respecto a los demás, que posee consciencia y capacidad de decisión, se muestre tan preocupado por un destino prefijado, fatal, escrito sin consultarle, cuyos acontecimientos se producen por una diversidad de fuerzas que van desde la Divinidad hasta la Historia o la Economía, como fuerzas que le dirigen y encaminan a lo largo de su existencia sin que él pueda comprenderlas. No sé si es el "miedo a la libertad", a la angustia que produce un futuro abierto, hecho cada día en lucha con lo que nos rodea y limita; si es el deseo de abandonarse a las fuerzas exteriores y renunciar a la carga que supone ser libre lo que nos hace dejar en manos de esas fuerzas la responsabilidad de lo que ocurre o hacemos.

El "libro" ha servido durante siglos como símbolo de una vida escrita de la que vamos viviendo cada página diariamente, tal como ejemplifica esa monumental novela de Denis Diderot, Santiago el fatalista y su amo (Jacques le fataliste et son maître). "Todo está escrito en el gran rollo", repite incesantemente en cada momento de su vida; nada queda al azar. A la superstición del destino como fatalidad le ha tomado el relevo la Ciencia que con muchos de sus descubrimientos nos trae nuevas formas de determinismo. Hoy tenemos un nuevo libro, el ADN. No es el libro de "allá arriba", sino el de "aquí abajo", el de la materia viva, sujeta a sus propios procesos de desarrollo.
La creencia en que todo está escrito en los genes suele ser matizada por parte de la comunidad científica, pero también se abre como uno de los grandes negocios en los que se nos ofrecerá la posibilidad de conocer el "futuro" o al menos una parte, el que está condicionado por nuestro propio cuerpo.
La BBC nos trajo  a mediados de diciembre un artículo con el título "¿Le gustaría saber qué enfermedades tendrá en el futuro?", en el que se nos dan algunas informaciones sobre las posibilidades actuales y futuras de conocer esa dimensión de nuestra vida y algunas de las posibles consecuencias. Nos dice la BBC:

Un número creciente de empresas privadas están ofreciendo leer el ADN de la misma manera que una computadora lee un código, lo que proporciona una visión de cómo su propio genoma afectará su salud.
[...]
Tomó 12 años y US$3.000 millones secuenciar el genoma humano, el código del ADN que compone todo ser vivo.
Pero en los últimos años, el costo y la velocidad para secuenciarlo se han reducido drásticamente y hoy se puede enviar una muestra de sangre y leer su propio código por US$ 2,000.
Y, por unos US$100, usted puede enviar una muestra de saliva y obtener informes sobre cómo los genes se relacionan con cientos de condiciones de salud.
Es sólo cuestión de tiempo hasta que los nuevos padres reciban el código genético de sus hijos junto con su certificado de nacimiento, cuenta el profesor McCauley.
"Todos tendremos estas lecturas del genoma desde que nacemos", dice.
"Terminaremos con, al menos, una predicción de nuestra salud, las enfermedades que estamos propensos a padecer y los medicamentos que no serán buenos para nosotros".
No todo son ventajas. Tener esa información disponible plantea enormes problemas éticos también.*


Quizá la idea de "problemas éticos" se quede bastante corta, ya que estos serán de gran amplitud, obligándonos a enfrentarnos a decisiones importantes en todos los órdenes. Hace años que se lanzaron los primeros avisos de lo que este conocimiento podía suponer en diferentes campos. En el laboral, por ejemplo, podría condicionar las contrataciones de las personas en función del absentismo provocado por la aparición de determinadas enfermedades. También se advirtió —y se han dado casos— sobre los efectos en la contratación de seguros médicos.

Venir con el ADN debajo del brazo puede no ser una idea excesivamente buena si nos condiciona nuestra vida y relaciones. A diferencia de la información que nos libera de muchas cosas condicionadas por la ignorancia, puede que esta nos encadene. Esto se dará en una sociedad que tiende a la ingeniería y la "gestión eficiente" de sus recursos y que puede considerar que es malgastar tiempo y dinero atenciones a determinados pacientes. Desgraciadamente, la sospecha de que esto haya podido ocurrir ya o pasar por la mente de algunos no es descabellada.
La reducción del futuro a "nuestras enfermedades" posibles y el establecimiento de un calendario vital con las posibles fechas de manifestación de la enfermedad plantea un cambio de perspectiva en nuestra percepción. No somos nuestras enfermedades; somos la forma en que nos enfrentamos a ellas, social e individualmente. Cada ser humano es diferente precisamente por eso, porque sus respuestas son diferentes antes las condiciones en que se encuentra. Vivir es reaccionar ante lo que nos ocurre. ¿Por qué son más importantes en nuestra vida las enfermedades que las otras circunstancias?


Diariamente se nos vende que los avances científicos ayudarán a prologar nuestra vida, mientras que por otro se nos informa de que esa vida está sujeta a caducidades múltiples. Hasta no hace mucho, no era posible conocer el sexo de los niños hasta su nacimiento. Hoy mucha gente no lo quiere saber. Notan que ese conocimiento les quita algo, aunque no sepamos explicarlo bien. El hecho de poder saber no es lo mismo que tener que saber. La cuestión que se plantea aquí es precisamente la de un conocimiento que indudablemente condicionará la vida, como una especie de efecto Edipo: conocer la profecía no nos hace salir de ella, pero si vivir condicionando nuestras respuestas, produciendo angustia. El argumento a favor, evidentemente, es la prevención, pero tal como van los estados, la prevención será un gran negocio privado, tal como lo es la prolongación de la vida.

En estos momentos tenemos en nuestras pantallas televisivas un ejemplo infame de ese uso de la angustia a través de la campaña publicitaria de un banco que nos muestra cómo la ciencia actual nos prolonga las posibilidades de vida en treinta años. La forma de llevar a que la gente haga sus planes de pensiones privados es hacerles ver que van a vivir más de lo que pensaban. Hasta hace poco, la angustia era la de la muerte. Desde ahora es la vida prolongada, especialmente en un universo precario, laboralmente reducido, en el que se debate cada día el futuro de las pensiones y, por ende, de los pensionistas. El ser para la muerte existencialista ha desaparecido reconvirtiéndose en el ser pensionista. Existe un espacio entre la vida y la muerte; se llama jubilación.
La pregunta que se hace la BBC —"¿Le gustaría saber qué enfermedades tendrá en el futuro?"— no es la correcta, sino más bien: ¿cómo vamos a reaccionar ante la llegada de la enfermedad prevista? ¿Cómo nos vamos a organizar socialmente? y ¿cómo vamos a evitar que esa información, hoy accesible, se convierta en un arma contra los más débiles? Sin embargo, los tiempos que vivimos hacen que la pregunta sea más prosaica: ¿cómo rentabilizar todo esto?
A veces la enfermedades sociales también se pueden detectar con anticipación, aunque no sea fácil establecer su cura.

* "¿Le gustaría saber qué enfermedades tendrá en el futuro?" BBC Mundo, 11/12/2013 http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2013/12/131211_salud_genoma_conocer_enfermedades_ap.shtml






domingo, 29 de diciembre de 2013

El silogismo perverso

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El lenguaje de los políticos suele oscilar entre los extremos del parloteo técnico o eufemístico para esconder lo que quieren decir de las situaciones que no les interesa que se vean demasiado claras y l aparente sencillez con la que pretenden demostrar la evidencia de las cosas mediante razonamientos esquemáticos y simplistas. Según convenga, el político recurre a lo oscuro para esconder lo que le interesa o nos ciega con la claridad expositiva que nos deja preguntándonos en qué momento del razonamiento nos hemos perdido para encontrarnos donde nos encontramos.
Las reacciones de Recep Tayyip Erdogan ante el escándalo y la crisis que está ocurriendo en Turquía se ve retroalimentada por las reacciones del propio primer ministro que, lejos de tomar decisiones, está claramente a la defensiva. No arregla los problemas, sino que organiza el contraataque. No pueden considerarse de otra manera la forma de reaccionar ante las denuncias contra miembros del gobierno y del partido que los sostiene. Al argumento de la conspiración internacional, que ya hemos comentado aquí, se añaden las maniobras para destituir a policías, fiscales y jueces que han intervenido en la operación de sacar a la luz la basura acumulada en estos años de gobierno virtuoso y éxito económico.


Lejos de intentar clarificar lo que ocurre en su país y partido, Erdogan parece más dispuesto a tomar la actitud del animal acorralado. Temeroso del resultado de todo esto en las próximas elecciones, ha decidido darse baños de multitudes para contarles a sus más fieles seguidores lo que ellos esperan escuchar de él: que todo es un complot porque son excesivamente buenos y eso siembra las conspiraciones internacionales y desata las envidias nacionales. Es ante ellos donde Erdogan ha soltado la perla lógica:

"La soberanía no pertenece al poder judicial. Tampoco pertenece al gobierno. Pertenece al pueblo. El poder judicial va a pagar por intentar quitarle de las manos la soberanía al pueblo."


Esta especie de silogismo retorcido es un ejemplo de la forma de razonar característica del demagogo. Las dos primeras premisas son ciertas, mientras que la segunda, que se presenta como consecuencia de las primeras, es simplemente una amenaza.
Lo malo es que no es una amenaza realizada contra sus opositores políticos —otros partidos—, que sería grave, sino contra uno de los poderes básicos del Estado de derecho, el poder judicial. Declarar al poder judicial como un enemigo y decir que "va a pagar" es impensable en cualquier país medianamente democrático.
En el tercer término de su silogismo perverso, Erdogan esconde razonamientos que se apoyan en los elementos situacionales. Los jueces no van contra los corruptos, no van contra el gobierno; van contra el pueblo. Y el gobierno defenderá al pueblo atacándolos, no como gobierno, sino como pueblo. Decir esto frente a unos cuantos miles de personas agitando banderas y coreando tu nombre no deja de ser, además de demagogia, una irresponsabilidad política que no es digna de un país con las aspiraciones que ha planteado Erdogan.

Lo malo de los partidos religiosos radica en dos puntos: siempre son más que un partido y la verdad está siempre de su lado. Los partidos religiosos tienen su propia demagogia, declarando a los demás impíos, pecadores, herejes o ateos. El "ser más que un partido" significa que quien les vota no lo está haciendo por algo terrenal, como los demás, sino que se puede sentir santificado, mejor creyente, etc., por el hecho de votarla; el mismo razonamiento, pero en negativo, se aplica si no se les vota. Dejas de ser un buen creyente. A las diferentes prácticas religiosas, se añade la de echar la papeleta indicada por el partido en la urna. Nadie santifica tanto la democracia como un partido religioso.
El segundo punto garantiza cierta infalibilidad de las acciones de los gobernantes y dirigentes, que pasan a tener una línea privilegiada con la sabiduría. Mientras den muestras de piedad, sus seguidores seguirán confiando en ellos y valdrán los argumentos de la anti religiosidad de los oponentes, que no soportan tanta perfección. La única conspiración a la que debería tener miedo a la que le ha crecido en sus filas, con su consentimiento o sin él. Los que le roban la soberanía al pueblo son simplemente los que le "roban", a secas, y esos son, mientras no se demuestre lo contrario, los que han causado el gran escándalo actual.


Como dijimos al inicio de esta crisis, es difícil que un caso así se desencadene sin que haya un fundamento serio, porque nadie se atreve a dar un paso de esa magnitud sin tener todas las bazas en su mano. De no tenerlas, sabes que acabarás hecho trizas bajo la maquinaria del poder.
Las amenazas de Erdogan contra el poder judicial son muy graves en un estado democrático y muestran, sobre todo, su desesperación ante unas próximas elecciones locales que debiliten su poder de conjunto. La llegada de relevos a los ayuntamientos puede destapar nuevos casos que incrementen la presión sobre el AKP.

Las declaraciones del Ejército, el otro gran poder en Turquía, señalando que ellos no van a intervenir en la "disputa", es una muestra más —por su carácter insólito— del peculiar esquema de relaciones que se vive en Turquía. El habitualmente acusado —y juzgado— por conspiraciones en Turquía suele ser el Ejército, por lo que esa declaración tiene un valor especial. El conflicto se producirá por el intento de desmantelamiento de las instituciones turcas antes de que sean estas las que le desmantelen a él y su gobierno.
La siguiente fase de la crisis debe producirse en el interior del AKP. Será la que permita discriminar los que estaban al tanto de las tramas de corrupción y los que no lo estaban, que ante el tamaño del escándalo, tendrán que optar por agitar banderitas en los próximos mítines o dar un paso al frente y exigir todos los relevos necesarios antes de que el desastre sea absoluto. Es la única forma de evitar las catástrofes totales cuando no se han tomado las medidas adecuadas para prevenir la corrupción.
Los escándalos de corrupción en todos los lugares muestran una constante: los partidos con poder (no necesariamente en el poder) no están preparados para prevenir la invasión de sus proyectos por fuerzas que las infiltran. Mientras se trata de hacer ver que existe una especie de conspiración extraña —eso es lo que le gusta a Erdogan—, esa circunstancia no se produciría si los partidos tuvieran mecanismos eficaces para impedir o resolver los casos de corrupción de forma eficaz. Es un problema al que se ven abocados todas las democracias y que se da por descontado en las dictaduras. La profesionalización de la política, en el peor sentido del término, hace que los que llegan a los puestos acumulen intereses y sean fácilmente captados por las redes empresariales y financieras poco escrupulosas o, peor, que sean las mismas tramas de negocios los que les promuevan a sus puestos. El crecimiento del poder financiero y empresarial por la globalización ha hecho que se amplíen sus influencias y sus rendimientos. La corrupción aumenta y será un problema generalizado porque es muy contagiosa si no se corta a tiempo.


El AKP ha acumulado grupos corruptos dentro y a su alrededor porque ha acumulado poder y ese poder hace que las decisiones estén en manos de personas que pierden fácilmente a perspectiva del servicio público que la política debería tener.
Insistimos en que, por mucho que le guste a algunos medios montar delirantes películas sobre el porqué ha estallado el escándalo turco, lo determinante es la realidad de los casos y eso, hasta el momento, está ahí, causando baja tras baja en el gobierno y en el propio partido de Erdogan. Puede que nos gusten películas conspiratorias entre "oscuros clérigos", tramas de "infiltradas", "sociedades secretas" y un largo etcétera de sorprendentes hipótesis que nada explican —es sorprendente el grado de paranoia de algunos medios españoles insistiendo en las conspiraciones y las sociedades secretas—, pero se venden bien.


Que fiscales y jueces hayan destapado unos grandes casos de corrupción y tramas organizadas con familiares de políticos de miembros del gobierno, no es "conspirar", es su obligación. Que los llevan hasta los tribunales, no es una venganza; es su trabajo. Lo demás es aceptar que lo normal en un estado de derecho es aceptar estas cosas y que estas cosas solo salen si hay disputas. Y es mejor pensar que no debe ser así.

Llamarte "ladrón" no es una conspiración si realmente has robado. El silogismo correcto debería concluir que ataca al pueblo y su soberanía quien le roba o engaña. Y que el ejercicio de la soberanía conlleva precisamente que quien hace eso, lo pague.





sábado, 28 de diciembre de 2013

Angela Lansbury

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Acabo de ver la emoción de la actriz Angela Lansbury al recoger su Oscar honorífico. Había estado tres veces nominada al premio sin conseguirlo. Es mucho más de lo que consigue la mayoría. El Oscar no es más que una parte de su trayectoria; también ha sido dieciocho veces candidata a los premios Emmy, según algunas fuentes, el récord de nominaciones sin haber ganado nunca. El teatro, en cambio, sí la ha premiado cinco premios Tony y ha merecido tres Grammy por su participación en grabaciones de los musicales en que participó. Lansbury ha sido una institución en el teatro, especialmente en el musical, pues, además de ser gran actriz, es una magnífica cantante. Sus interpretaciones en papeles tan distintos como en el trágico Sweeny Todd o en la más festiva Mame, dan testimonio de su versatilidad musical sobre un escenario. Donde alcanzó la celebridad mundial fue a través de la televisión, con la célebre serie de diez temporadas Se ha escrito un crimen, en el que interpretaba a la señora Fletcher, una escritora de novelas policiacas metida a detective. La serie se sigue reponiendo con éxito.

Ha dado la feliz casualidad de que en estos días pudiese disfrutar de un par de sus trabajos en el cine. Ha sido una coincidencia, pero que me ha permitido apreciar el magnífico trabajo desarrollado por esta gran actriz a lo largo de su vida.
El primero de los trabajo que pude ver ha sido el que le valió su tercera y última candidatura a los premios Oscar como actriz secundaria: El mensajero del miedo (The Manchurian Candidate, John Frankenheimer 1962). La película, un thriller político, nos la muestra convertida en una ambiciosa y ultraconservadora madre que ha formado parte de un complejo complot para situar a su marido en la Casa Banca. usando para ello a su hijo, que regresa de Corea convertido en un héroe de guerra. El personaje de Angela Lansbury, una especie de Lady Macbeth sureña, logra transmitirnos la ambición, el fanatismo y el deseo incestuoso que concentra en su hijo. La actriz logra dotar a su personaje de la vaciedad pública de la mujer que se sitúa en la sombra del marido candidato a la presidencia de la nación, la ambición y el poder en las escenas en que no es vista más que por sus allegados y, finalmente, el desbordamiento doloroso del drama pasional en el que ha sido forzada a destruir a su propio hijo para conseguir sus objetivos. Lansbury deja a años luz de distancia interpretativa a pesos pesados como Sinatra, Harvey o Janet Leight. Se convierte en el centro de la película.


En los extras que acompañan al DVD se encuentra un diálogo, pasados los años entre tres de los responsables del proyecto cinematográfico, Frankenheimer (el director), George Axelrod (el guionista) y el protagonistas, Frank Sinatra. Todos ellos coinciden en lo extraordinario de la interpretación de Angela Lansbury. El mensajero del miedo es hoy una película de culto, que mereció un remake en 2004 a cargo del director Jonathan Denme. La actriz encargada de repetir el papel de Angela Lansbury fue nada menos que Meryl Streep, lo que muestra que fue necesario apostar fuerte para estar a la altura del personaje que la actriz había creado. La película no tuvo gran repercusión crítica, valorándose más el film original, pero Streep recibió una nominación al Globo de Oro y otra a los premios BAFTA. A Streep le gustan los retos y de este salió bien.

El buen efecto que me causó ver su trabajo en El mensajero del miedo me hizo ver con atención su trabajo en otra película que no había seleccionado precisamente por ella. Tenía a Gaslight (George Cukor 1944) pendiente de revisión desde hacía tiempo, pero siempre se me cruzaba alguna otra película en el camino. Finalmente decidí sentarme a ver esta película que llegó a crear una frase hecha "hacer 'luz de gas'" a alguien, es decir, intentar hacer creer a una persona que ha perdido el juicio mediante mentiras y engaños. La película de Cukor es un remake de otra británica con el mismo título , de cuatro años antes, un muestra de cómo Hollywood adaptaba a sus estrellas los buenos guiones o los éxitos de otras cinematografías para impulsarlos con sus potencial de distribución mundial. Ambas películas se basaban en la misma obra teatral de Patrick Hamilton, que había saltado a la escena en 1938.
A un director de éxito como era George Cukor, se le sumaron dos grandes intérpretes del momento, Charles Boyer y una impagable Ingrid Bergman —, que recibió el primero de los tres premios Oscar de su carrera y un Globo de Oro por su actuación. Complementaba el trío protagonista, Joseph Cotten, otro gran actor, junto a unos magníficos secundarios. La propia Angela Lansbury califica como increíble que ella, una debutante de dieciocho años, pudiera colarse en el reparto de un filme destinado a ser un gran éxito, en una de esas películas que Hollywood mimaba al máximo. La obra tuvo siete candidata a siete premios de la Academia: a la mejor película del año, al mejor actor (Ch. Boyer), por su fotografía en blanco y negro, guión y Angela Lansbury como secundaria; fueron premiados Ingrid Bergman, como mejor actriz, y Cedric Gibbons y su equipo, por la dirección artística.


Dos años después de Casablanca (1942), la interpretación de Bergman está deslumbrante, pues pocas son las mujeres que han desprendido más luz desde una pantalla. En su papel tiene que pasar del amor inocente y la ilusión a la depresión, rozar la locura a la que la quiere llevar un psicópata que ha conseguido casarse con ella en busca de un botín oculto. El personaje de Paula Anquist (I. Bergman) está lleno de matices, para los que la actriz se preparó visitando clínicas mentales y observando el comportamiento de los pacientes en sus mínimos gestos.

Pero junto a esa luz irradiada por Bergman, había otra luz que no era tan fácil ver, pero que sí supo hacerse notar, la de una jovencísima Angela Lansbury. No podemos decir que "robara las escenas" porque es película es un muestra de generosidad artística, como contaba la propia Lansbury de cómo, ella —una principiante— fue recibida por aquellos dos grandes y consagrados actores en un sistema que giraba sobre ellos.
Lansbury cuenta una anécdota sobre la película señalando que fue una de las grandes lecciones de su vida. Había terminado su parte del rodaje y salió a tomar café acompañada de otra de las actrices. Cuando regresaron, Cuckor le echó la bronca porque la otra actriz no había terminado y habían estado esperando. Lansbury cuenta, con modestia, que aprendió en su primera película que hasta que el director no dice que se ha terminado, no se ha terminado.
No debió ser fácil para una principiante tener un papel en el que compartía pantalla, junto y por separado, con Ingrid Bergman y Charles Boyer. 
Si en El mensajero del miedo, Lansbury construía un personaje con varias capas, con comportamientos distintos según con quién estuviera, en Gaslight realiza una labor similar. El personaje de Nancy Oliver, la criada recién llegada a la casa, pasa del progresivo descaro que mantiene con Charles Boyer, el señor de la casa, al tratamiento que le da a la señora, Ingrid Bergman. La inteligencia interpretativa que podíamos apreciar en el personaje de la gran dama sureña, en una actriz madura, lo podemos ya percibir veinte años antes en la construcción de una descarada criada joven en un barrio londinense. 


Angela Lansbury, nieta del político George Lansbury —quien dirigió el Partido Laborista británico, antiguo liberal, reformista, pacifista y activista, defensor de los derechos de las mujeres, editor de periódicos— destacaba haciendo un papel de joven deslenguada de la clase popular. Aquella interpretación, reconoce ella misma, le abrió las puertas de su carrera. Al año siguiente, en 1945, sería de nuevo candidata al Oscar como secundaria por El retrato de Dorian Gray (Albert Lewin).

Cine, teatro y televisión han sido sus campos y en todos ellos ha recibido reconocimientos más que notables, manifestados en premios y críticas, además del favor del público en sus etapas televisivas. En la película Muerte en el Nilo (John Guillermin 1978), con un elenco de grandes glorias del cine, como Bette Davis o Peter Ustinov, o de las nuevas generaciones, como Mia Farrow u Olivia Hussey, fue candidata por su papel al premio BAFTA junto a Maggie Smith y ganó el de la National Board of Review, uno de los premios de mayor prestigio de los Estados Unidos.
Angela Lansbury es una gran actriz que ha sabido interpretar los papeles más dispares, de la matriarca sureña a La bruja novata, de la criada londinense a Jessica Fletcher, la novelista Se ha escrito un crimen, todos ellos con eficacia. Ha cantado sobre un escenario y ha interpretado comedias y dramas; ha puesto voces a películas de animación y a videojuegos. Ahora le llega el reconocimiento a toda una vida de trabajo y esfuerzo, de dedicación meticulosa a una profesión en la que ha demostrado desde los inicios su versatilidad.
Los cambios de criterios en nuestras comerciales televisiones privan a las generaciones nuevas del legado cinematográfico de los grandes actores y obras de la historia del cine, desatendiendo los criterios artísticos y centrándose en otros más rentables. Los antiguos ciclos dedicados a los actores permitían descubrir sus trayectorias y aportaciones al conjunto de un arte que ha sido central en la constitución de la cultura  en el siglo XX y que ahora entra deslavazado en el XXI, falto de identidad por pérdida de la memoria colectiva de sus raíces. El cine sigue sin entrar de verdad en la educación, junto a otras artes, y eso lo deja en manos del comercialismo desmemoriado, interesado solo en el aquí y el ahora.


Son los compañeros de la Academia los que premian ahora a Angela Lansbury con todo merecimiento. Hace un par de días los medios nos informaban del nuevo paquete de películas declaradas parte del legado cultural, que han entrado a formar parte del  Registro Nacional de Filmes de la Biblioteca del Congreso de EEUU. Estados Unidos cuida su herencia cultural y reconoce a las personas que han contribuido a construir ese legado que forma parte de su herencia más allá de sus fronteras. Una gran parte de ese legado es compartido más allá de sus fronteras, de igual forma que al él contribuyeron personas de muchos países que fueron allí a realizar sus trabajos. En Gaslight, por ejemplo, el francés Boyer, la sueca Bergman y la inglesa Lansbury aportaron su inteligencia y esfuerzo creativo a una obra que puede ser disfrutada como una pieza artística por todos. El cine hace posible conciliar tanto talento disperso. Es parte de su valor ser un arte colectivo, una suma de esfuerzos y talentos, que a veces produce momentos mágicos.
Me he alegrado profundamente al ver la alegría de la propia Angela Lansbury con el premio, al ver su satisfacción brillar en esos inmensos ojos. Habrán pasado ante ella muchos recuerdos, golpes de claqueta y bajadas de telón. Su emoción se puede compartir por cualquiera que haya disfrutado, como me ocurrió a mí hace unos pocos días, de su buen arte en la pantalla. 
Enhorabuena por el premio y gracias por su legado.