viernes, 21 de diciembre de 2012

¡Uf!

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¡Uf! No dejo de contar las horas para que el peligro pase, para que podamos descansar en paz relativa y no definitiva, que es lo que los más avispados nos anunciaban a golpe de tambor y hermenéutica maya. Las televisiones nos han dado imágenes de distintos lugares de países emergentes en los que unos señores muy raros eran fotografiados por otros que creían en cosas también muy raras o no tenían otra cosa que hacer. Daban vueltas y miraban para arriba y para abajo, subían y bajaban de cerros y pirámides, se concentraban en parajes inhóspitos desde los que —no se sabe muy bien— conjuraban los maleficios. No nos han aclarado si en la teología maya estas cosas ocurren como en la judeocristiana, por maldad,  o si simplemente es como los yogures, un problema de caducidad,  que pone la fecha y ya está.


Yo tenía serias dudas sobre si el desastre ocurriría finalmente. Me preocupaba sobre todo por la prima de riesgo, que ahora que se está relajando un poco, ¡zas! llega el fin del mundo y se llevan por delante todo. En otro nivel, más personal, me daba un poco de pena también por Artur Mas, que ¡mira que se ha trabajado lo del referéndum!, para que todo se quede después en agua de borrajas. El fin del mundo carece de sensibilidad.

También tenía algunas dudas sobre si estas cosas con fecha fija desaparecen a las doce de la noche. Cuando los mayas hicieron sus cálculos, supongo que no tenían como ahora, los usos horarios, y me temía yo que el mundo, como ocurre con las campanadas de fin de año, se fuera acabando poco a poco, como los gajos de una mandarina, según se fuera cumpliendo la hora en cada sitio. Empezaría desapareciendo Australia, claro. Desde el espacio, se hubiera visto precioso. Todo un espectáculo. ¡Qué lástima que no quedara nadie para verlo ni comentarlo, porque al día siguiente todo el mundo estaría hablando de ello. Pero lo malo del fin del mundo es que no hay día después para comentarlo. Es un problema entre técnico y teológico.
La NASA se ha pasado un montón de tiempo diciendo que no iba a haber fin del mundo. Y es que allí las cosas se hacen con mucha antelación y fastidia un montón que te chafen los planes. Si mandas a unos al espacio y se acaba el mundo abajo, ¿qué hacen los pobres? Porque cuando se hacen profecías no quedan las cosas muy claras si se refieren al planeta o al universo en su conjunto. Los antiguos no distinguían mucho, la verdad. Como dicen cosas de terremotos, inundaciones, volcanes, etc., parece que todo tiene un toque terrestre, casi de cosa personal con el género humano. El resto del universo conocido, que nosotros sepamos, no ha hecho nada el pobre. ¿Por qué se tenía que terminar?


A lo mejor los antiguos mayas —que sabían un montón— solo se referían a España, porque, según lo que dicen esos otros mayas catastrofistas —políticos, economistas, etc.—, el 2013 va a ser de aúpa.  Yo ya estoy felicitando directamente el 2014 porque me da algo de reparo felicitar el 13 tal como se presenta. No sé con qué profecía quedarme. A lo mejor es una maniobra psicológica para que, aliviados todos porque el mundo no se acabe, nos parezca todo un poco mejor y nos quejemos menos. O puede ser una maniobra para reactivar el consumo interno —¿para qué guardar dinero?— o un truco para que aflore la economía sumergida. Como se va a acabar el mundo, le dices al Gao Ping que te traiga la pasta de las Caimán y luego te pilla el Montoro con la bolsa de basura llena de billetes de quinientos euros, que te estaban vigilando. 
Aquí, el que no corre vuela. Como ha hecho tanta gente dinero con lo del fin del mundo, me parece que no es muy fiable la cosa. Profecías, las justas.
Yo me he tomado una biodramina por si da mareo.



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