viernes, 2 de noviembre de 2012

Halloween y los números rojos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Del recuerdo de los muertos al negocio de la muerte festiva, Halloween se ha ido introduciendo en nuestra forma de considerar la fecha del primero de noviembre, el Día de todos los Santos. Creado para recordar a los santos "olvidados", nos hemos vuelto a olvidar de ellos. Es un gran negocio. La prensa daba la noticia de que los norteamericanos se gastarían una media de ochenta dólares por persona en sus celebraciones. También hemos sabido que el disfraz favorito —al menos en eso han insistido— era el del Ecce Homo español. Nuestra aportación a calabazas iluminadas, calaveras, vampiros, hombres lobo, zombis, etc., ha quedado garantizada para la posteridad. Advertimos que lo de nuestra pintora más famosa estallaría mundialmente y así ha sido. Ahora solo falta que se refleje en nuestra balanza exterior y que no se queden con el benificio.

La prensa nos cuenta hoy que tiene su mejor resultado en toda la época euro*. Pero los resultados, a tono con la fecha en que se hacen públicos, tienen un poco de "muertos vivientes", caminan pero de la tumba a casa y de casa a la tumba, sin demasiados "brotes verdes", sino más bien con un verde cadavérico y sospechoso. Nos dicen que el buen resultado es porque vienen más turistas y porque exportamos más. La mala noticia es que exportamos más porque tenemos menos dinero para gastar y la mercancía emigra allí donde hay alguien con algo de dinero en el bolsillo para gastar, o sea, los otros. El turismo, por el mismo motivo, llega ante la bajada de precios por la falta de tirón de la demanda interna, que deja las mesitas libres para que las ocupe quien las pueda pagar. En fin, está bien que algo vaya bien aunque sea porque otras van mal.

De todas formas, aunque haya que exportar no por poderío sino por necesidad, España es el país del "Y no estaba muerto, que no / que estaba tomando cañas", canción profética que revela nuestro destino de zombis alcoholizados por la necesidad de mantener abiertos tascas y chiringuitos y beberse lo que te ofrezcan para que el sector siga tirando y hacerte polvo es estómago de tomar tanto picante, tantas "bravas" y boquerones con ajito. Halloween no se acaba aquí; sigue. Sigue, como sigue esa marcha zombi que se celebra en Madrid y otros lugares desde hace años y que ABC llamó en su momento "morgue viviente". Pero no estaban muertos, que no, tomaban cañas.


Nuestro sistema educativo ha introducido la obsesión del Halloween en los niños para que se vendan disfraces y calabazas, para que se organicen fiestas y saraos. Hemos pasado de las flores, huesos de santo y los buñuelos tradicionales, a las macrofiestas —con tres muertos por avalancha este año— y demás saraos, incluidos recorridos ciclistas disfrazados. De la tradición a la moda, de la visita a los difuntos a disfrazarse de muertos, de la festividad a la fiesta. Vivimos de ello; no es vicio, es necesidad. Es en vacaciones cuando más se contrata y no al contrario. Lo paradójico tiene su lógica.


El español leal a su patria descafeinada y fragmentaria o werteriana —no del Werther de Goethe, sino del ministro Wert— debe ser fiel sobre todo a las fiestas y celebraciones ya sea por lo religioso o lo pagano, que a efectos de caja son lo mismo, euritos contantes y sonantes. Desde fuera, los demás países no entienden que son ellos los que nos han condenado a la "fiesta", palabra que entrecomillo porque ha dejado de ser española y ha pasado —como "guerrilla" y "siesta"— a ser parte del vocabulario internacional, de aquello que todo el mundo entiende se diga con el acento que se diga, en los Balcanes o en los Urales, en los Alpes o en los Andes, en Nueva York o en Gandía.


No somos felices pese a tanta fiesta; somos un espacio de felicidad recreativa, un bingo, un balneario, un campo de golf, una degustación... Tenemos la sonrisa del dependiente ante el cliente, la del "show debe continuar", la de "la procesión va por dentro", la de "que no cunda el pánico". Esa sonrisa.
Quieren quitar los "puentes". ¡Están locos! ¿Quieren hundir nuestros sectores más productivos? ¿Evitar que la gente viaje, vaya a restaurantes, salga por las noches porque al día siguiente no tienen nada que hacer? Para quitar los "puentes" sin que se resienta nuestra economía antes deben cambiar nuestra economía, que no dependa mayormente de lo que se hace en los fines de semana y festivos, sino de lo que se hace de lunes a viernes.
Mi universidad, por aquello de los recortes, ha dejado de mandarnos aquellos calendarios con todo el curso, llenos de recuadros rojos indicando los festivos nacionales, locales, universitarios y patronales de cada Facultad. Una alegría para la vista, oiga, todo rojo, como un campo de amapolas tras la lluvia de primavera. ¡Daba gloria verlo!


Atacada por una sobriedad medieval a tono con su origen, nos los mandaban por correo, en un archivo para que los imprimiéramos. Teníamos así unos deprimentes calendarios grises, pequeñitos, en A4, sacados por tristes impresoras bajas de tóner. ¡Una depresión! Menos mal que a alguien se le ocurrió volver a la alegría roja, la de los festivos coloreados, aunque fuera sacando fotocopias en color. Y la esperanza volvió al ánimo de todos. Ya podíamos quedarnos embelesados, lanzar sonoros suspiros de vez en cuando, mirando aquellos recuadritos de color rojo repartidos por la superficie anual. Podemos soñar con viajes aunque sean cada vez más cerca, es cierto, por falta de recursos. Siempre viajar, aunque sea dando un vuelta a la manzana, aprovechar el puente.
En España, los únicos números rojos que se agradecen son los del calendario.

* "La balanza por cuenta corriente arroja en agosto el mejor resultado de la era euro" El País 1/11/2012 http://economia.elpais.com/economia/2012/10/31/actualidad/1351684782_712500.html





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