domingo, 21 de octubre de 2012

Identitario (Oui, c'est moi)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La ocupación en la ciudad francesa de Poitiers de una mezquita en construcción por parte de un grupo de sesenta personas pertenecientes a la denominada "Generation identitaire"* ha despertado de nuevo recelos, apoyos y condenas. El concepto de "identidad", se lo atribuya quien se lo atribuya, en cualquier escenario, tiene los límites precisos de la autodefinición y el peligro de incluir a los demás en tu propia definición.
La cuestión de la "identidad" implica muchas veces meter a los otros en el paquete asumiendo posiciones negativas, reductoras y caricaturescas. La identidad se refuerza en escenarios conflictivos. La identidad exige la definición de un contrario frente a quien se refuerza y expresa. El "yo soy" de la identidad es también un "no soy" y un "ellos son", todo en el mismo paquete. Esto afecta a todos.
La identidad no es solo una descripción o una definición, sino un programa de acción y una forma de juicio. La identidad nos dice qué debemos hacer —establece el sentido de la acción y la reacción— y nos señala cómo debemos enjuiciar lo que nos rodea, ya sean personas, grupos o acciones. Es un patrón de conducta.


La "generación identitaria" comete el error de creer que no "pensar" o "ser" como ellos es carecer de "identidad". Y nada más absurdo. Por eso los que han criticado su ocupación de la mezquitas les han acusado de ir contra la "identidad francesa", la "identidad republicana", que garantiza un estado laico y la libertad de culto de los ciudadanos. Por eso se apropian de la "identidad" acusando a los demás de carecer de ella. Tremendo error que convierte a los que no piensan como ellos en débiles y a la deriva. Uno de sus atractivos precisamente es su radicalismo que palidece ante las formas más moderadas de actuación. Se confunde la estridencia con la firmeza de los principios, la exhibición con la moderación expresiva.

Vamos aceleradamente hacia una forma de estridente de estar en el mundo. En parte porque —como la acción de Poitiers— el mundo se ha convertido en escenario o plató de televisión. Muchas acciones se realizan para lograr llamar la atención. Se busca el mayor impacto, la mayor resonancia. El problema es que cuando los demás gritan, nos vemos obligados a hablar más alto y se acaba en una gigantesca cacofonía.
La política española es desde hace tiempo una jaula de grillos cuyos gritos cada vez más radicalizados se han extendido a una parte de la sociedad, que ya no busca dialogar porque se pierden valores de convivencia al despreciar al otro, como los asaltantes del colegio en días pasados. El colegio religioso era su mezquita. También ellos son "generación identitaria" a su manera, es decir, les sobran del mundo los que no son o piensan como ellos.
La convivencia no es un valor débil; por el contrario, requiere de la firmeza y claridad necesarias para saber distinguir a los que la perturban porque no desean convivir. La convivencia debe saber distinguir perfectamente entre las minorías que deben ser amparadas y de las que hay que protegerse porque tiene claro que existe diversidad y diversidad dentro de la diversidad. El mayor error de la intransigencia es su incapacidad para ver diferencias y su consiguiente uso del tópico reduccionista y simplificado, de la aplicación al todo de los defectos de la parte.


Es indudable que existe un islamismo integrista, intransigente y totalitario. También es indudable que los primeros que lo padecen son los millones de musulmanes que no son así. Ignorar que existen y padecen los excesos de las personas y grupos que les obligan bajo coacciones sociales, familiares, educativas, intelectuales o físicamente violentas, es no querer ver cómo funciona el mundo. Convertir a todo árabe en musulmán y a todo musulmán en integrista es un error, como lo es convertir a todo cristiano en un Anders Breivik o un Terry Jones. Pero los tópicos funcionan bien allí y aquí.
Los primeros y más interesados en librarse de los integristas religiosos son los que desean poder vivir en sus propios países sin la presión y vigilancia constante de los que quieren hacerles creer que solo existe una forma de vivir su vida y su fe.


Cuando esas personas salen de sus países y se acercan a otros, viven en el riesgo permanente de ser confundidos y asimilados con aquellos de los que huyen. Quedan encerrados entre el dogmatismo del que huyen y el tópico de quien les recibe.

La cuestión es qué rasgo de identidad es el que preferimos resaltar, si el de la tolerancia consciente o el de la intransigencia irracional. Escribió Amín Maalouf:

Para cualquier sociedad, y para el conjunto de la humanidad, el trato a las minorías no es un asunto entre otros muchos; es, junto con el trato a las mujeres, uno de los datos más reveladores de progreso ético o de retroceso. Un mundo en el que se respete cada día algo más la diversidad humana, en donde todas las personas puedan expresarse en la lengua que prefieran, profesar en paz sus credos y asumir tranquilamente sus orígenes sin exponerse a la hostilidad y al desprestigio ni de las autoridades ni de la población, ése es un mundo que progresa, que remonta el vuelo. A la inversa, cuando prevalecen las situaciones crispadas en lo referente a las identidades, como sucede en la actualidad en la gran mayoría de los países, tanto en el norte del planeta como en el sur, cuando nos resulta un poco más difícil cada día poder ser tranquilamente quienes somos y usar nuestra lengua o practicar nuestra fe en libertad, ¿cómo no hablar de retroceso? (72)


No es sencillo, porque el mundo se ha llenado de púlpitos y tribunas y no hay mejor forma de manipulación y control humano que la exaltación identitaria en todos los niveles: religiosos, políticos, nacionalistas... Se acabó la era de los discursos racionales; regresamos a la de los discursos emocionales, radicales, viscerales... a la casquería ideológica. La mesura no vende y hay que gritar.
Corremos el riesgo real de que estos movimientos intransigentes vayan calando en todos los niveles de la sociedad y que Europa, en la que muchos quieren ver la tolerancia y la convivencia como valores que ha costado dos siglos incorporar a su identidad, se vea sacudida de nuevo por los enemigos de estos valores y amigos de los contrarios, el ultranacionalismo, la intolerancia y el radicalismo. Corremos el riego de llenar el mundo de talibanes de todos los colores, penosa posibilidad, si no se hace algo por remediarlo mediante la reafirmación de valores de convivencia y sentido común.

Los discursos incendiarios, los llamamientos a la intransigencia, se refuerzan a través de unos medios que recorren el planeta instantáneamente. Es fácil intoxicar a través de redes sociales, micromedios, televisiones, periódicos, etc. que se alejan de cualquier control y que pueden esparcir veneno irresponsable o estupidez contagiosa. Es nuestro mundo y tenemos que aprender a vivir en el escenario que hemos creado. Hay que aprender a difundir valores tolerantes y sentido común. Venden menos, pero son cada día más necesarios para poder sobrevivir en un mundo habitable.

* "Des identitaires occupent une mosquée de Poitiers" Le Figaro 20/10/2012 http://www.lefigaro.fr/actualite-france/2012/10/20/01016-20121020ARTFIG00354-des-identitaires-occupent-une-mosquee-de-poitiers.php
** Amín Maalouf (2009): El desajuste del mundo. Cuando nuestras civilizaciones se agotan. Alianza, Madrid.




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