viernes, 14 de septiembre de 2012

Los libros usados, nuevas necesidades

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cada vez son más los reportajes, artículos o piezas televisivas que se dedican a recoger las formas con las que la gente trata de vencer esta crisis y sobrevivir. El diario El Mundo nos trae un pequeño artículo sobre los vendedores ocasionales de libros de texto*, lo que califica, como "top manta", analogía absurda y que desvirtúa la esencia del problema al desviar el enfoque hacia un fenómeno distinto, el de la piratería y las mafias del duplicado de discos. No tiene nada que ver. La única analogía es la de estar los libros en el suelo. Todo lo demás difiere.
El cuestión se plantea en términos de "delito" y preguntando a los "afectados", es decir, a los vendedores de segunda mano de la Calle de Libreros:

"La policía se pasa de vez en cuando y los ahuyenta, pero en cuanto se van vuelven. No sirve de nada. Nos han dicho que para que puedan actuar necesitan un escrito firmado por todos los libreros. Lo vamos a hacer, pero claro, en estos días de tanto lío no hemos podido", declara [el empleado de una librería] harto de esta historia.*

No es gratuito que se haga así, en estos términos. Se está repitiendo, con mayor o menor intensidad, en cada uno de los intentos de escapar del pozo de la crisis a través de fórmulas alternativas. Los enfoques periodísticos oscilan entre la alabanza del ingenio y la criminalización.
Que la gente quiera ahorrarse un buena cantidad en algo esencial, como son los libros de texto, me parece razonable y a ellos necesario. Pero hoy no existe más que una ley: la de la competencia. Es la consecuencia de esta infame mercantilización que hemos llevado a todos los terrenos de la vida. Es el resultado de haber basado nuestro éxito en el consumo y no en la producción. Somos peces en un cubo. Somos un país básicamente de vendedores por lo que todo se acaba dirimiendo en términos de competencia comercial, no industrial. Y competencia comercial es coger una sábana y plantar los libros en la calle de Los Libreros estableciendo el tercer nivel del sector librero: "libro nuevo", "libro usado" y "libro sumergido", que es el que les hace ahora la competencia "desleal" frente a sus escaparates. Unos cuantos estudiantes han extendido unos pocos libros en la calle de Libreros. ¡El delito nos inunda!


En varias ocasiones he mencionado a Pepe, el librero que pone su sábana junto a la Facultad o a las puertas del Metro de la Universitaria. Es otro caso de supervivencia. A principios de verano y ahora, que todavía hace mucho calor, se planta su gorro blanco para aguantarse sus horas a pleno sol. Aprovecha uno de los carteles del Metro cuando hay sombra. Al verme, se acerca a charlar mientras repaso su oferta del día. Pepe tiene programadas sus ofertas según los días porque sabe que los viernes la gente reserva su dinero para salir por ahí y rebaja sus libros a 2 euros. "Buena oferta tiene hoy", le dije el otro día al ver los Svevo y Balzac que tenía. "¡Gracias, a ver si le escuchan los que pasan!", me contesta. Y eso era precisamente lo que trataba de hacer. Sé que, por mimetismo, si yo me paro y cojo dos libros, algunos se pararán y mirarán a ver qué es lo que hay allí.
Pepe no vende libros de texto. Son viejas ediciones, algunas increíblemente en buen estado. He visto pasar gente y darle libros para que los venda. "¡Gracias, para la oferta del viernes!", dijo. Y es que a Pepe le parece mal poner un libro que le han regalado en venta con el precio más caro y ganar un euro más. Solo uno.


Dicen en el artículo de El mundo que cuando los libreros creen que ya los estudiantes han vendido todos los libros que tienen, se les acerca gente y les dona los viejos libros que tiene en casa, algo similar a lo que ocurre con Pepe cuando se los regalan para los viernes, como dice él.
La Calle de Libreros es el lugar donde durante décadas en Madrid iban a comprarse los libros de segunda mano aquellos que tenían familias numerosas e ingresos escasos. Era el lugar al que los estudiantes, cuando terminaban sus cursos, iban a vender por cuatro duros sus libros. Allí se aprendieron las normas básicas del comercio en clases prácticas intensivas: te lo compran por poco y lo vende por mucho. Los libreros compraban los libros al peso dando cantidades ridículas y tener unos márgenes mayores. Por eso no es de extrañar que algunos prefieran regalarlos antes que venderlos. Es un acto en parte reivindicativo. Prefieren ser solidarios dando los libros a los chicos que están allí por necesidad, para comprar su nuevos libros, que contribuir a un negocio bastante abusivo, como sabe cualquiera que haya ido a vender libros a Libreros. No entro a mencionar que el libro de segunda mano, el más vulgar, es más caro en España que en muchos otros sitios que conozco. Si el libro nuevo es caro y de precio fijo, el de segunda mano no baja sus precios mucho. Es un sector que tiene la sartén por el mango. O lo tomas o lo dejas.



Izquierda Unida y Comisiones Obreras de Aranjuez han organizado en el pueblo, según informaba la prensa hace algunos días, una campaña de intercambio de libros de texto. Les dices cuáles necesitas; llevas los tuyos y los cambias. Sencillo y eficaz. No son los únicos que lo han hecho. Es lo que han estado haciendo desde hace mucho las familias por su cuenta, apalabrándose los libros para cambiarlos. Son las propias redes sociales naturales que se forman por los padres esperando a la salida de los colegios. "Tengo los de 3º; te los cambio por los de 4º que necesito". La gente ha hecho amistades en los colegios ajustadas a las edades de los hijos y así intercambiarlos y ahorrarse tener que comprarlos nuevos. El ahorro une y puede ser el principio de una buena amistad.


El caso de los libros de texto tiene una peculiaridad. Es un negocio redondo e incontrolable desde la administración desde hace muchas décadas. En el libro de texto confluyen tantos intereses, económicos y —¿por qué no?— políticos que la administración no solo no ha sabido defender este bien de primera necesidad educativa, sino que ha contribuido a la permanencia y crecimiento de los lobbies editoriales. Durante años se han pedido por todas las vías medidas para frenar el abuso de esta auténtica "industria cultural" del mundo del libro educativo y ha sido inútil. Sus conexiones ministeriales y autonómicas, políticas, son importantes porque es un negocio que mueve muchos millones y que puede obligar a cambiar los libros a miles de estudiantes por un decreto.
En vez de obligar a bajar los precios de los libros, se conceden las "becas de libros" que, bajo la apariencia de una ayuda a las familias (también lo es, claro) permite que las editoriales no pierdan "clientela" y no se reduzcan sus ingresos. La beca evita que bajen los elevados precios porque nadie se va a quedar sin libros. Eso hasta ahora, claro, en que se han recortado las becas y ayudas en todo. Curiosamente la gente se manifiesta decididamente por las becas, pero no se mueve tanto por el precio de los libros.
Evidentemente no estoy abogando porque se quiten las ayudas, pero sí porque entendamos el mecanismo del abuso y, a ser posible, nos libremos de él. Si la administración no toma cartas, tendrán que ser los ciudadanos. En la mayor parte de las sociedades más avanzadas son frecuentes estas cosas que nuestros periódicos consideran entre la "picaresca". En ciudades de Estados Unidos, Alemania, Suecia, por citar solo casos que conozco, los ciudadanos tienen un sentido natural del ahorro —¿por qué pagar más?—, del cuidado de las cosas —¿por qué destrozar los libros?— y de la utilidad —¿por qué quedarme con algo que no necesito y otro sí?—. Y les funciona bien.

Nadie ve en ello ningún problema ni mucho menos un delito. Habremos escuchado muchas veces la historia de la persona que llega a una ciudad de Estados Unidos, por ejemplo, y pone su casa en apenas unos días con muebles y aparatos que la gente no necesita mediante compra barata o que le regalan muchas veces. Hoy por ti mañana por mí. Es sentido de la comunidad, de la sociedad civil. Hoy se está haciendo esto, para más asombro de nuestra prensa, a través de Internet y las redes sociales. Otros —más asombro todavía— intercambian horas: cambio una hora de inglés por otra de tenis, pongamos por caso.
Y esto lo hacen sociedades "ricas", "democráticas" y en las que prevalece el "derecho". Nosotros en cambio, hemos transformado España en un gigantesco hipermercado en el que todo lo que no pasa por caja está mal, es delictivo, antisocial y perseguible (podríamos seguir). Nuestro crecimiento —lo dicen todos— se ha basado en el endeudamiento por la presión sobre el consumo. Esto ha hecho que muchas cosas que podríamos hacer por nosotros mismos o resolver entre particulares pase por el comercio, que se ve afectado ahora por la reducción de los ingresos de la sociedad.
La "guerra del Tupper" es un ejemplo de institucionalización del negocio de los comedores y de cómo los intereses que confluyen en el caso intentan evitar que la sociedad pueda dar una respuesta ante un caso de necesidad. Al igual que los libros, las becas de comedor han compensado la caída de la demanda manteniendo intacto el negocio. Una buena acción y un buen negocio. Parece perfecto.

Ya solo faltaría que, a petición del gremio, "se exija" que los niños lleven libros "nuevos" a clase para evitar la "competencia desleal" o cobrarles un canon para "compensar" a la editoriales, pongamos por caso.  Ya se hace con el canon de la bibliotecas. Pero es que es en estos planteamientos en los que nos movemos, de forma más clara o hipócrita, de manera más o menos descarada.
Ante la necesidad, la gente se organiza de otra manera. Lo que hay que fomentar son las soluciones mejores para los ciudadanos que son los que padecen la crisis en sus carnes y bolsillos y dejar de considerarlas como excentricidades, anécdotas o delitos.
No se puede pensar que se puede salir de una crisis asfixiando a los ciudadanos exprimiéndoles como limones para seguir manteniendo el beneficio de algunos sectores mal acostumbrados. También los limones tienen una cantidad de jugo, más allá de que, por muchas vueltas que les demos en el exprimidor, no saldrá una gota más. Y esto es igual para el Estado y los ciudadanos. Todos somos limones pero, por favor, no nos dejen secos.
Lo he dicho varias veces: frente a los que piensan en las crisis como "oportunidades", hay que aprender para no caer en ellas de nuevo. Aprendamos para no volver a caer en lo mismo. Esos chicos y chicas, que se han pasado unas cuantas horas en la calle delante de unos libros usados intentando venderlos, tendrán otro sentido del gasto en el futuro, de lo que cuesta tener las cosas, de su valor y de que nada se regala. Eso espero. Y que lo transmitan a sus hijos el día de mañana.

* "El 'top manta' del libro de texto". El Mundo 14/09/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/09/13/madrid/1347561122.html?a=670cf2cf83f2b0148031700d3fe645aa&t=1347593672&numero=

La calle de los Libreros de Madrid

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