lunes, 10 de septiembre de 2012

Educación

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Por qué gastar en formar ingenieros cuando solo necesitamos peones, vendedores y, ahora, croupiers?, es la pregunta que algunos se hacen con completa naturalidad. ¿Por qué "sobreeducarse", con el gasto que supone? Contemplar la educación como "inversión" y no como "formación" supone planteamientos de este tipo.
En España el fenómeno "utilitarista" se agrava por el alto paro juvenil que lleva a los dos extremos, al abandono educativo, por un lado, y a la acumulación de conocimientos en un intento desesperado por mejorar las posibilidades laborales, por otro. Esto no ha hecho más que acabar por convertir la educación en una "industria cultural" que vive de la frustración laboral más que de metas de mejora social y personal. También aquí se ha pecado de falta de miras. Especialmente aquí.
La idea aberrante de un "exceso de conocimiento" tiene una doble dimensión, la personal (la persona sabe más de lo que necesita) y la social (hay demasiadas personas que saben más de lo que necesitan). El concepto esencial aquí es el de "necesidad" ya que no es absoluto, sino relativo a la oferta de trabajo disponible en la sociedad en que se vive. Si el modelo socioeconómico es de bajo perfil, como ocurre con nuestros "motores" turístico y del ladrillo, comienzan a producirse el abandono o fracaso por desmotivación y el abandono por emigración, dos formas de hartazgo social. El primero comprende que no necesita estudiar para los puestos de trabajo que le esperan en la vida, y el segundo entiende que jamás le van a ofrecer en su entorno el puesto al que aspira por su formación.

El énfasis puesto en la "educación" para salir de esta situación de crisis se convierte entonces en uno de los grandes tópicos recurrentes. Pero el éxodo de los buenos estudiantes es la prueba definitiva de que, si no se modifica  la oferta de empleo, la educación se vuelve "inútil" desde la perspectiva laboral, no desde la personal. Se produce entonces una pregunta sobre la causalidad del fenómeno: ¿hay desempleo juvenil porque hay poca formación o hay poca formación (abandono, fracaso, bajo rendimiento) porque hay demasiado desempleo juvenil y una mala oferta laboral? La respuesta que demos es la que permitirá una eficaz estrategia.

El aumento del precio de la educación tiene, en este sentido, un doble impacto negativo que se debería haber tratado de evitar o limitar al máximo: no solo repercute sobre el sector más castigado por el paro, los jóvenes (y sus familias, también castigadas, porque son quienes les financian), sino que se les condena finalmente a entrar en el bajo perfil formativo que la pobre oferta laboral existente reclama. Menos educación y más cara; menos y peor educados y más baratos.
Con la educación ocurre como con la "sanidad": una parte se contempla como "necesitada" de ahorro en el gasto, reduciéndose, mientras que otra deriva en negocio ampliándose. Igualmente, hay una educación que se trata de reducir al mínimo gasto posible, mientras se crea el lucrativo negocio educativo de la ampliación o mejora de la formación. La educación pública está entrando en este juego encareciendo los niveles superiores. Desde la perspectiva de los precios, se tiende a subirlos considerando que mientras exista una diferencia sustancial con los de la enseñanza privada, el mercado tendrá que aguantar. Que la enseñanza pública suba sus precios beneficia a la privada, ya que quien tenga que elegir verá reducidos los márgenes de diferencia para su elección.

Toda actividad acaba generando sus propios intereses. El interés del sector educativo no es solo que otros aprendan. Se "enseña" también para que la maquinaria educativa pueda seguir funcionando.
En función de las presiones por la situación crítica por los recursos escasos, los intereses sectoriales pueden pasar a ser los decisivos por encima, incluso, de los generales. Por poner un ejemplo claro: los planes de estudios de una carrera pueden reflejar con más claridad los intereses de los departamentos universitarios, que los de los alumnos que los van a cursar. No es políticamente correcto decirlo, pero lo vemos todos los días. Tampoco es correcto decir que los dentistas viven de los malos hábitos de la mayoría de sus pacientes o que los ayuntamientos viven de las multas, pero es así. Ocurre en todos los sectores, no solo en la educación; los intereses profesionales tienen su peso y acaban dibujando el terreno y creando las reglas del juego.
En declaraciones aparecidas en La Vanguardia de la Consejera de Educación de la Generalitat catalana, Irene Rigau

[...] ha subrayado la importancia de los estudios "postobligatorios" para poder encontrar un trabajo. A su juicio, "un 85 por ciento de la población futura necesita estudios postobligatorios" para poder incorporarse al mercado laboral.*


La primera respuesta que le dan los lectores por medio de los comentarios es obvia: "¿Qué mercado laboral?". Suena a provocación o a tomadura de pelo. La falacia queda al descubierto cuando se habla de un ¡85%! de la "población futura" necesitada de educación "postobligatoria", concepto impreciso que manifiesta la vaciedad del discurso oficial sobre educación desconectado de las acciones sociales sobre el empleo. Se trata de poder mantener vivo al sector, de seguir captando alumnos estimulándolos con una oferta educativa que ha quedado desconectada de la laboral.
Es en la enseñanza no obligatoria en donde se pueden recaudar ingresos para mantener vivo el sistema. Esto es una obviedad que se camufla con discursos sobre una teórica necesidad inexistente, hoy por hoy, del empresariado en sus demandas de formación. Es una forma de estimular las matriculaciones para recaudar lo que no se logra con la enseñanza obligatoria y gratuita.


Los sociólogos nos hablan de un mundo sin trabajo, resultado de la globalización y de los automatismos. Solo acciones positivas, estímulos concretos, es decir, firme voluntad, remediarán los problemas de una sociedad que, dejada a sus fuerzas, tiende al máximo beneficio y no al máximo empleo, que es lo socialmente deseable. La alternativa es una sociedad feroz de diferencias brutales.
 

La educación es imprescindible para la mejora social y personal, pero no debemos confundirla con el "sistema educativo" que pasa a tener sus propias metas. En época de crisis puede perderse el sentido de la educación y confundir sus fines.
No puede recortarse o reducirse por un lado hablando de "sobreeducación" y ampliarse por otro hablando de "postobligatorio" y similares. Sobre todo si sirve para reducir o recortar la educación obligatoria y "gratuita" mientras que se fomenta un aumento de la que "se cobra".
La proliferación de especialistas y publicaciones sobre los problemas del sistema educativo es un síntoma de su "cronificación". No lo solucionamos, pero lo explicamos hasta el aburrimiento. A veces es más rentable.

* "Los alumnos aprobados suben un 10% gracias a la recuperación de septiembre" La Vanguardia 9/09/2012 http://www.lavanguardia.com/vida/20120909/54347457971/alumnos-aprobados-10-septiembre.html






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