miércoles, 29 de agosto de 2012

Charlatanes y bocazas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La relación entre las palabras y las ideas siempre han interesado a lingüistas y filósofos. Ya Platón señalaba que existía una degeneración desde la idea a la palabra, que necesitaba concretarse en material fónico, y finalmente en la escritura, algo todavía más imperfecto.
Lo que no podía imaginarse nadie es la cantidad de palabras sin ideas detrás, una auténtica epidemia moderna. Necesitada del discurso, de la declaración, de la proclama, la época moderna sucumbe ante el peso de los significantes: sonidos y trazos regañados con el sentido. Quizás el primero en notarlo fue Gustave Flaubert, maestro de la escucha social y de su reflejo artístico. El gran escritor se dio cuenta de que el futuro era de la apariencia y la cosmética, del amor sin amor y del ingenio sin inteligencia. Y el  rumano Ionesco le dio forma festiva al drama existencial, mientras que Samuel Beckett, otro temperamento, no se molestó en que el universo tuviera gracia. ¿Para qué?
La proliferación de charlatanes y bocazas es, sin duda, un rasgo de nuestra modernidad,  cuya culminación —esperemos que no empeore— es la chateo universal propiciado por las nuevas tecnologías y copiado por las viejas. Del "cogito, ergo sum", hemos pasado al simple ruido como manifestación de la existencia, a la prueba de vida cacofónica. Nos sobra el "cogito" y no nos importa el "sum"; con el "ergo", ya veremos qué hacemos.
Italo Calvino lo describió muy bien en su trilogía Nuestros antepasados, que somos nosotros mismos gracias al incesto literario: una armadura vacía (el caballero inexistente), alguien que vive lejos del suelo (el barón rampante) y el ser escindido (el vizconde demediado). Es difícil lograr mejor retrato espiritual.
El eje de la vida moderna, que es una vida pública y publicitada para poder tener consistencia social, es lo que el estrábico Sartre llamó el infierno, es decir, los otros. Solo que ahora el "infierno" ha pasado a ser el "paraíso", pues se trata de conseguir más miradas y mayores audiencias. Aquello de que la mirada me cosifica y demás zarandajas cogidas con papel de fumar quedó para los saldos filosóficos. ¡Mi reino por una mirada!
Es el paraíso "nauseabundo", por seguir a Sartre, o el infierno "glamuroso", que lo mismo da. Vivimos en un mundo torturado, sin angustia existencial; solo con pánico escénico. Sísifo ensaya con su piedra; Fausto se ha hecho un lifting; y Leopold Bloom hace cola para que Paolo Coelho le firme uno de sus libros.


Hablar sin decir nada, hacerlo a destiempo, meter la pata,  son el camino hacia ese hacerse notar que nos caracteriza como especie involucionada. Frente al sigilo de la naturaleza, el estruendo de la cultura convertida en un obsceno llamar la atención.


Y así nuestros medios, espejos del alma moderna, se nos han llenado de bocazas, metepatas y charlatanes de todas las condiciones y pelajes. Se equivocan y rectifican; se provocan y responden a las respuestas en un ciclo infernal, porque se trata, en última instancia, de emitir sonidos, señales como las de esas antenas que envían mensajes al fondo del espacio por si encuentran vida inteligente. ¡Dejen de apuntarlas al espacio y apúntennos a nosotros antes de que nos volvamos todos idiotas!
¡Dios mío, septiembre asoma!

[Ilustración inicial: Javi Méndez "El gran charlatán" 1987] 






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