miércoles, 11 de julio de 2012

Tiempos extraordinarios o el dedo en la nariz

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Continúa el rosario de interrogatorios de la cúpula del Barclays Bank. El escándalo va adquiriendo sus dimensiones como la rueda va cogiendo volumen con cada entrada de aire a golpe de émbolo informativo. La cuestión es cuánto aire admitirá la rueda antes de la explosión definitiva. Esta vez le ha tocado a Marcus Agius desfilar ante la comisión parlamentaria que investiga sus prácticas.
Recuerda The New York Times las aportaciones anteriores de Robert E. Diamond Jr, el hombre que amaba a su banco, ante la misma comisión hace unos días y, a la luz de lo expuesto poa Agius, ya están pensando en volverlo a traer. Pero el periódico va más allá y trae a colación algunas declaraciones antes de que las cosas comenzaran a salir a la luz:

During his tenure as Barclays chief executive, Robert E. Diamond Jr. spoke passionately about creating a strong culture of integrity and trust, a common philosophy that would breed success at the big British Bank. In a speech last year, he emphasized that the “evidence of culture is how people behave when no one is watching.”*

Marcus Agius y Robert Diamond Jr, directivos responsables de Barclays Bank


Esta frase final del señor Diamond adquiere unos tintes realmente singulares ante lo sucedido con el banco. Me recuerda la afirmación de que las personas verdaderamente educadas son las que no introducen su dedo en la nariz cuando nadie las mira. La idea de que "la evidencia de la cultura es cómo se comporta la gente cuando nadie les observa", va en esa misma dirección explicativa y tiene algo de retórica e infantil, de un consejo dado por tu madre cuando vas de visita protocolaria.

Evidentemente, lejos de las miradas de la gente, los altos ejecutivos del banco y de las demás entidades que han realizado las mismas prácticas, no solo se han metido un dedo en la nariz, sino que le han faltado dedos, manos y hasta narices; han producido todo tipo de sonidos capaces de ser producidos por un cuerpo humano, y se han limpiado con la manga de la camisa oca y narices. En fin, han roto en privado las estrictas reglas que ellos llamaban orgullosamente "cultura", esa "fuerte cultura de la integridad y la confianza", como dijo Diamond, palabras dignas y hermosas, cuyo destino más elevado es acabar en una valla publicitaria sobre una luminosa colina o en una placa de mármol inaugurada con lágrimas emocionadas en los ojos de todos los miembros de la entidad.

Si esa era la pretensión individual de Diamond o la colectiva del banco, desde luego han fracasado. Las declaraciones amorosas del ejecutivo hacia su empresa han quedado en una retórica vacía y degradada por sus propias acciones. El sistema financiero fue creando su propia opacidad, un universo incomprensible para muchos de ellos y para el resto de los mortales, a los que solo les quedaban las palabras del señor Diamond prometiendo que todos aquellos momentos en que los banqueros no estaban a la vista, no se metían el dedo en la nariz. La cuestión clave es que el sistema financiero ha pasado mucho tiempo lejos de las miradas y eso ha generado una audacia insólita. Las palabras de Diamond no son sinceras, son tranquilizadoras para una clientela obligada a fiarse de lo que sus bancos les dicen, ofrecen o cobran.
Las sentencias en España contra los abusos en las ofertas de productos financieros de alto riesgo al ofrecérselos a personas incapaces de entenderlos nos muestran más ejemplos de esa falsa "cultura" bancaria que ha incurrido en el peor de los pecados en los que podía caer: la pérdida de la confianza. Hacía bien Diamond en insistir en ello, ya que es la clave del sistema. Lo malo es que insistía para intentar mantener el clima de confianza necesario para poder seguir incumpliéndolo.

En este contexto de incumplimiento, las nuevas declaraciones de Marcus Agius, son un capítulo más en esta historia folletinesca, por entregas, en la que nos vamos enterando de la distancia que va entre la sonrisa de la valla publicitaria y la realidad de la que se aleja. Señala The New York Times:

When asked why senior managers did not question decisions to report artificially low rates, Mr. Agius said that the bank handled many difficult situations after the collapse of Lehman Brothers in 2008.
“I think it reflects the extraordinary times,” he said.*

No queda claro si los "tiempos extraordinarios" referidos por Agius son una justificación de la falta de ética y del enriquecimiento de entidades y ejecutivos acosta de sus clientes o se refiere e la excepcionalidad de la crisis. Cualquiera de las dos respuestas dejan en evidencia la falta de escrúpulos de la cúpula. Uno empieza justificando el robo por la necesidad; después descubre que es más cómodo que trabajar honestamente; y finalmente se comprende que es un camino más rápido hacia el éxito. Todo consiste en evitar meterte el dedo en la nariz en público y una elegante corbata.
Lo extraordinario de los tiempos no justifican las prácticas de este banco ni de ningún otro. La comisión le ha recordado a Marcus Agius que las manipulaciones ya habían sido cuestionadas por el regulador:

In April, Adair Turner, chairman of the Financial Services Authority, wrote a letter to Mr. Agius, addressing what the regulator perceived as overly aggressive practices at the bank. He pointed to Barclays’ efforts to avoid paying around $774 million in corporate taxes and some of the bank’s accounting methods.
“Barclays often seems to be seeking to gain advantage through the use of complex structures, or through regulatory approaches which are at the aggressive end of interpretation of the relevant rules and regulations,” Mr. Turner wrote.*

Los banqueros —no solo ellos— han conseguido darle un nuevo sentido a la "agresividad", antesala del fraude. El problema es que cuando se detecta la "agresividad" suele significar que ya se han comido la mitad de la presa. La falta de eficacia de los bancos reguladores e instituciones para detectar y frenar las prácticas de las entidades que han causado estos desastres debería ponernos sobre aviso.
Los titulares de la prensa de ayer —desde la clave de las luchas políticas nacionales—presentaban las ayudas a la banca española como una especie de debacle intervencionista, de invasión napoleónica, sobre un orgullo patrio mal entendido. El diario El País escribe hoy:

El rescate de la banca española otorgará más poderes para el Banco de España y menos para el Ministerio de Economía, dará información a raudales al BCE y el resto de organismos europeos sobre las entidades españolas y, sobre todo, supondrá una colosal cesión de poderes de las entidades que reciban ayuda. A cambio, los contribuyentes europeos pondrán de su bolsillo hasta un máximo de 100.000 millones.**



Una vez puesto en marcha, no me parece mal. Se juega con nuestros "sentimientos" y se canaliza la frustración hacia aquellos lugares en los que sea más beneficiosa para unos y otros. Creo que los controles a la banca, asegurarse que el dinero que se da sea para lo que es, debe verse como una garantía para todos, ya que todos nos veremos afectados en un sentido o en otro. Vigilar a los bancos directamente es reconocer que es en ellos en donde está el problema y no en los demás. Y sus problemas derivan precisamente de la conjunción de dos factores: la "agresividad" bancaria —por utilizar el eufemismo de los británicos—, que ha llevado al límite y traspasado ampliamente la legalidad de sus prácticas, ya sea por beneficio de la entidad o lucro personal, directo o indirecto, por un lado, y por otro la incapacidad "política" de las instituciones para vigilarlos, en especial los bancos reguladores, en cuya independencia nunca se insistirá bastante.



La ineficacia de nuestro Banco de España en cumplir sus funciones es similar a la del británico, con los agravantes del gran peso de nuestra clase política en el sector bancario a través de las Cajas y otras entidades financieras que han acogido como "embajadores" a los políticos en sus consejos de administración. Esa presencia se paga en pérdida de autonomía y, por tanto, de eficacia ante los problemas.
Creo que el control sobre estas entidades no debe verse como una "pérdida de soberanía" (no quiere decir que no lo sea, pero hace tiempo que la "soberanía" es otra cosa), sino como una forma de actuación de las instituciones de las que también formamos parte (que no se nos olvide) y cuya función es asegurarse que el dinero de todos europeos (entre los que nos encontramos) sirve para arreglar los males del presente y evitar que se repitan en el futuro. Si vienen y hacen lo que nuestros políticos han sido incapaces de hacer, poner en orden, no seré yo el que se queje. Los bancos son necesarios y tienen un papel esencial en el sistema económico. Si funcionan, muy bien; si no, nos hunden a todos.



Hay un problema general con esa "cultura" bancaria que se lleva arrastrando mucho tiempo y que obedece a causas que están sobradamente analizadas por los expertos: la transformación de la ética de los negocios en un discurso vacío para uso exclusivo de las vallas publicitarias; el cambio de las relaciones con los clientes anteponiendo el beneficio de la entidad; el estímulo personal en la especulación y la reducción del riesgo de acabar en la cárcel, etc. Todo está ahí y hay que ponerle el cascabel.
Las crisis que comenzaron con las quiebras norteamericanas son, como señalaba Marcus Agius ante la comisión parlamentaria, "extrordinary times", pero lo son por sus propias acciones, que han contribuido a convertirlos en negativos para todos. Acostumbrados a un enriquecimiento rápido y multimillonario, al protagonismo social, muchos no estaban dispuestos a dejarlo. 
No se puede estar tanto tiempo con el dedo en la nariz. Te acaban pillando.

* "Parliament Questions Culture at Barclays"  The New York Times 10/07/2012 http://dealbook.nytimes.com/2012/07/10/parliament-questions-culture-at-barclays/?hp

** "Bruselas impondrá duros planes de reestructuración al dar las ayudas" El País 10/07/2012 http://economia.elpais.com/economia/2012/07/10/actualidad/1341951643_373383.html


Marcus Agius paseando con el alcalde de Londres


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