domingo, 10 de junio de 2012

El reino del eufemismo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De pequeños jugábamos al “rescate” en los patios de los colegios. El bando contrario tenía retenido a un compañero de tu equipo en su base y había que tocarlo sin que te cogieran a ti. Si conseguías correr más que el resto y que evitar así que te tocaran, liberabas a tu compañero, que te esperaba ansioso en la esquina donde estaba retenido con la mano extendida para poder salir de allí. Requería potencia en las piernas, estrategia y cintura en los requiebros para evitar que a ti te tocaran y acabar “secuestrado”. Cuantos más compañeros estaban secuestrados, más difícil se ponía liberarlos, pues los enemigos intentando pillarte eran más antes de que lograras sacar a tus compañeros de su encierro.
Hoy no sé si sería un juego entendible. Habría confusión sobre cómo proceder, si era rentable rescatar al compañero o si era mejor dejar que se pudriera en la base contraria. Se convertiría en un juego aburrido porque se perdería mucho tiempo pensando qué hacer, por dónde sería mejor llegar a la base contraria, etc. El que estuviera retenido se acabaría marchando a su casa harto de tanta discusión.
A las guerras de cifras, causas e intenciones, es decir, sobre cuánto, por qué y cómo, sobre si ha sido a España o a los bancos españoles, sigue otra guerra, la semántica. Y esta guerra va más allá de nuestras fronteras pues el caso español también ha planteado sus dudas entre los socios del equipo europeo.


En el campo semántico español, los tres términos candidatos para identificar al hecho son: “rescate”, “ayuda” y “préstamo ventajoso”. Cada uno puede referirse a él en función de su propia ideología, nacionalidad o religión, incluso equipo deportivo. El diario El País se mete en el meollo de la discusión y Ramón Lobo titula su artículo: “La palabra ‘rescate’ en todas las portadas extranjeras”, y añade “La prensa internacional se deja de circunloquios para referirse a la crisis de la banca española”. Como vemos, El País, juega fuerte en la crisis, quizá espoleado por la autocompetencia de El Huffington Post. Por ejemplo, si el otro día alguien del gobierno dijo que no vendrían los “hombres de negro”, un poquito más allá leemos: “El hombre de negro prepara la maleta”, creando un dialogismo casi bajtiniano de ecos polifónicos. En la misma línea, en la horizontal y en la editorial, Ramón Muñoz titula su artículo “Primero negamos la crisis, ahora negamos el rescate”, lo que no deja de ser verdad, pero lleva a preguntarse sobre la extensión del “nosotros” en la frase.

En el exterior, como es lógico, están los que no quieren que parezca ante sus electorados que se ha cedido ante España, por su tamaño económico y por su negativa a ser intervenida. Irlanda, por ejemplo, ya ha protestado diciendo que quiere ser tratada como España, según el diario Le Figaro, Alemania, por el contrario, dice que es un rescate y que es a España a quien se da el dinero, no a los bancos. El electorado de Merkel podría saltar rugiente si se explica de otra forma más suave. 
Dentro se nos dice, claro, que esto lo han hecho otros países antes y que ahora nos toca a nosotros arreglar el sector financiero. También se nos dice que el sector financiero es sólido, y que solo el 30% requerirá ayudas. Igualmente se señala que el dinero que se nos ha prestado es una cantidad elevada para que tengamos un “colchón”, por si las moscas.
Una vez más todas las miradas se dirigen a la burbuja inmobiliaria, fomentada por todos porque daba la ilusión de ser ricos. Lo malo de la ilusión de ser ricos es cuando te da por gastar y te endeudas más y más porque ¡eres rico! Un día descubres que solo eres rico en facturas, es decir, un rico inverso, rico por lo que debes, no por lo que tienes, y se desploma el sueño.
Lo malo de ese sueño es que el despertador no sonó y la pesadilla de color rosa se prolongó demasiado tiempo. El hecho de que el agujero esté en las Cajas es revelador de que esta crisis tiene su origen en los políticos que las gestionaron convirtiéndolas en relajadas entidades crediticias y financiadoras de proyectos locales engordados y de dudosa viabilidad. Lo que los bancos privados más serios no podían aceptar, acababa en las Cajas, por lo que se han acumulado los problemas en las mismas cestas. Habrá de pasar un tiempo para que se vayan desgranando uno a uno todos esos proyectos ruinosos y se establezca su origen, conexiones y complicidades, el entramado político empresarial que se ha estado beneficiando promoviendo proyectos y eventos diseñados por interesados asesores.


Una vez más, el problema es el mismo; no es de unos meses ni de un par de años. Afecta al conjunto de la clase política española. Tienen que dar muestras a la ciudadanía de su voluntad de cambio encabezando ellos los movimientos ejemplares de desmontaje de todo el aparato clientelar elaborado a través de las cajas e instituciones públicas. El dinero busca siempre al poder para que le despeje obstáculos en su objetivo de engordar.
Estemos ante un rescate, un préstamo o una ayuda, ante lo que nos encontramos realmente es ante un gran dilema moral: si queremos cambiar los errores cometidos desde el origen de la transición española, la deriva de la política hacia derroteros que han sembrado el descrédito y la desconfianza en la ciudadanía. Se han hecho muchas cosas buenas, muchas, en estos años; pero también hemos sido incapaces de corregir defectos que han ido acumulando sus basuras en nuestra puerta hasta la asfixia económica representada por la combinación del paro y la burbuja inmobiliaria.

No hemos sabido gestionar nuestro crecimiento para crear una sociedad más cívica y más culta, una sociedad mejor. Nos ha preocupado más hacer dinero sin raíces y para muchos a costa del resto de los ciudadanos. La sociedad ha dado la voz de alarma diciendo hasta aquí hemos llegado. Ahora la tienen que recoger los políticos. Los movimientos sociales de protesta no eran folklore; eran la muestra ruidosa del descontento real. Y eso existe porque tiene sus causas.
Disfrazar las cosas, convertirnos en el reino del eufemismo no sirve sino para agravar las cosas. Para ello hay que empezar a llamarlas por su nombre, después explicarlas con claridad y, finalmente, ponerse a trabajar con decisión para solucionarlas. Una vez hecho todo esto, juramentarse para que nunca vuelva a ocurrir.




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