miércoles, 14 de marzo de 2012

Lo que creemos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El historiador norteamericano, de origen húngaro, Joseph Lukacs realiza la siguiente reflexión:

Lo que sucede es inseparable de lo que la gente cree que sucede; in-separable, pero no idéntico. En algún momento, es posible que la gente reconozca (o puede que no) que lo que pensaron que había sucedido no es lo que sucedió. (Y promover este tipo de aceptaciones es una de las tareas más encomiables del historiador profesional).
Las personas no cambian de idea con rapidez. La trayectoria de las opiniones y sentimientos preconcebidos puede ser casi imparable, lenta, de larga duración.*

John Lukacs
El alcance de lo descrito por Lukacs es importante porque describe a los seres humanos como víctimas de su propia ceguera. En el terreno de la Historia, el problema es importante porque convierte muchas veces al historiador casi en un enemigo público cuando trata de salir de los caminos de la opinión generalizada. La Historia desmitifica. Y lo hace revisando las creencias o mitos con los que nos dotamos en la vida personal y colectiva. Pero la Historia, a su vez, es constructora de mitos, y una de las más potentes en la medida en que nos describimos e interpretamos. El "in-separable pero no idéntico" es un matiz importante que abre las puertas a la posibilidad de ir construyendo una historia que evolucione y que haga evolucionar las creencias sociales, aunque sea lentamente.
El fenómeno de la comprensión de lo que nos rodea —creer que entendemos lo que tenemos delante— es el principal problema que nosotros mismos nos creamos. Fue lo que trató de recrear Marcel Proust en su literatura, el efecto envolvente y ocultador de la vida y la necesidad de recurrir a herramientas como la Literatura para desentrañarla. La vida es equívoco, un suponer ver condicionado por lo que creemos. El arte moderno ha hecho de esto uno de sus motivos recurrentes. Jane Austen elevó a arte el estudio del malentendido social. Henry James lo continúo. Proust lo convirtió en el eje de sus reflexiones. A una novelística que creía que la realidad podía ser descrita y explicada precisamente —realismos, naturalismos, verismos, etc.— se opone una escuela de la creencia, que no trata con lo que hay, sino con lo que percibimos —un ver contra un creer ver—, con una realidad que se forma de manera imperfecta en nuestra imaginación, elevada al rango de objetividad.
Marcel Proust
Esa imposibilidad de separar las cosas de sus percepciones nos sitúa en una posición escéptica respecto a nosotros mismos. Pensamos que la fuente del error está en los demás y articulamos nuestras defensas para protegernos de ellos. ¿Pero cómo defendernos de nosotros mismos, de nuestros propios errores perceptivos, de nuestras creencias que tomamos como verdades? Me imagino que todos habremos tenido la experiencia de encontrarnos defendiendo algo absurdo tras una encendida discusión. Lo acalorado del debate no ha servido para aclarar nada sino, por el contrario, nos ha llevado a ser más irracionales. En ese punto, ya no se trata de saber, sino de poder.
El economista y Premio Nobel Joseph Stiglitz escribió:

Muchas veces, en ciencia, hay suposiciones que se defienden tan encarnizadamente o están tan arraigadas en la opinión pública que nadie se percata de que nos son más que suposiciones. (406)**

Joseph Stiglitz
Nadie se libra de esas creencias condicionantes y podemos encontrarnos defendiéndolas "encarnizadamente", como señala Stiglitz. Sobre ellas se construye el aparato argumentativo, dando por supuesta una validez que no se cuestiona.
La función de la Historia —o de cualquier otra disciplina— es ser liberadora de nuestras creencias. Pero lo que suele ocurrir, como señalaba Stiglitz en el caso de la Economía, es lo contrario. No no nos liberamos de las creencias, sino que se construye sobre ellas. 
Quizá sea irremediable y esté en nuestra psique individual y colectiva, pero también lo está —o debería estar— la posibilidad crítica de revisarlas. Es lo que trata de hacer la Ciencia, según los campos, con mayor o menor fortuna. Lo que convierte a la Ciencia en Ciencia no es la “verdad”, sino pensar que puede equivocarse y tratar de desarrollar los métodos para evitarlo o corregirlo permanentemente. El mejor remedio contra el dominio de la creencia es la sistematización de la duda y el reconocimiento de la imperfección desde la que es posible mejorar. Por eso la Ciencia, cuando es verdadera ciencia, es humilde, mientras que la creencia suele ser casi siempre soberbia.

* John Lukacs (2011): El futuro de la Historia. Turner, Barcelona.
** Joseph Stiglitz (2011): Caída libre. Punto de Lectura / Santillana, Madrid.



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