viernes, 23 de marzo de 2012

La fábrica de sueños caros y tontos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El Olimpo de los cómics se va agotando. Ya solo quedan diosecillos y semidioses, según parece, con poco atractivo para el público actual y futuro, condenado a secuelas y precuelas a falta de manjares originales con los que llenar sus tardes de ocio y palomitas.
El consumo de tipos musculados, saltadores increíbles, voladores supersónicos y fulminadores con ondas electromagnéticas que salen de sus manos, necesita de nueva savia que no llega creando un estado de ansiedad en los adictos a todas estas cosas.
Sí, John Carter ha fracasado.
Las aventuras de un señor —una especie de Tarzán de secano— que, por los juegos absurdos del destino tiene línea directa con Marte —bueno, con un Marte muy especial—, y va y viene cuando menos lo desea, no han logrado compensar lo que costó. La Disney ha comunicado unas pérdidas de doscientos millones de dólares
Y los ejecutivos —esos estetas irredentos— se preguntan cómo es posible meterse en la cabeza de esa inteligencia colectiva y emergente que se llama público y acertar. Nos dicen que ellos ya se lo temían, pero que mantienen las apariencias para evitar que el desastre sea mayor y recuperar algo. Hay que mantener la sonrisa hasta el final. Luego se llora. Y mucho, una barbaridad.

El contraste entre John Carter y Los idus de marzo es galáctico. En la primera se nos muestra la lucha por el poder en Marte —algo que a nosotros ni nos va ni nos viene, la verdad—, seres tirando a extraños montados en bestias más extrañas todavía recorriendo desiertos sin un pepino que llevarse a las fauces. En Los idus de marzo, por el contrario, se nos muestran nuestros monstruos morales cotidianos, los que sí nos afectan, luchando por el poder, es decir, por ponerse al frente para tomar las decisiones que afectan a nuestras vidas.
Por supuesto, se puede hablar de Marte y que la gente entienda que están hablando de su país y que bajo un señor verde y con verrugas se esconde el ministro de no sé qué, un tipo corrupto y violento, pero no es el caso. Aquí las facciones no son más que los antagonistas necesarios para que te pases dos horas viendo peleas y escuchando gruñidos en extrañas lenguas que no oirías en ninguna playa en agosto.


Los idus de marzo tiene magníficos actores, un buen guión y una buena realización. Salimos de ella con la sensación de que ese mundo es creíble —se parece al nuestro en el fondo y en la forma— y aprendemos algo sobre su funcionamiento. Entendemos que en esa película existe una reflexión moral sobre el comportamiento político, sobre la hipocresía y la manipulación. De John Carter salimos con una idea equivocada de Marte. Podíamos habernos divertido y pasado un buen rato, claro. Pero el público se ha aburrido y se lo ha contado a los demás. Y muchos se han quedado sin la ocasión de tener una idea equivocada de Marte.
El presupuesto de Los idus de marzo ha sido doce millones y medio de dólares. John Carter ha costado doscientos cincuenta millones de dólares más una decenas de millones en publicidad. La Disney calcula que perderá doscientos millones de dólares con la película. Antes el cine perdía dinero con películas como Cleopatra (J.L. Mankiewicz 1963), que casi llevó a la bancarrota a la Twenty  Century Fox,  o La puerta del cielo (M. Cimino 1980), que se llevó por delante a la United Artists. Ahora lo hace con John Carter, Thor y similares. La diferencia es grande.

Cuando una empresa invierte tantos millones de dólares en una película siempre hay un componente de riesgo. El arte es siempre riesgo si quiere ser verdadero arte. Pero aquí la palabra riesgo significa algo muy distinto al de las inversiones. Mientras que el arte se arriesga porque va contra el gusto del público al que trata de doblegar, de sacarlo de lo que antes le gustaba y ofrecerle nuevas propuestas, el arte industrial ve el riesgo en salirse del camino trillado, se busca lo que ha funcionado antes para repetirlo hasta la saciedad literalmente. Riesgo artístico no es lo mismo que riesgo empresarial.
El hecho de que las viejas fórmulas repetitivas, que siempre han caracterizado a la cultura popular, sean objeto de inversiones multimillonarias nos muestra la pérdida de sentido del arte, que se debe mover ahora entre la extravagancia y la repetición. Convertido en forma de llamar la atención —ya sea como consumo o como coleccionismo—, el arte se muere entre esas dos fórmulas que pueden tener éxito momentáneo, pero que desaparecen pronto, una porque se olvida la sorpresa sobre la que se funda y la otra porque no llega a recordarse por lo repetitivo.
Mientras las salas de cine se hacen más pequeñas, las películas se vuelven a hacer grandes. Intentan competir por medio de grandes presupuestos con sus enemigos naturales (las otras películas, los medios rivales y las descargas de la gente que no paga). Son demasiados enemigos y las armas de que disponen —los superhéroes, la serialización de lo que funciona estirándolo hasta que se agote, los efectos especiales, el 3D, etc.— no van a funcionar siempre. Y llegan entonces los héroes de segunda fila, la quinta entrega aburrida de la saga o la chapuza tridimensional.


En La Vanguardia* se preguntan por la vuelta de los cuentos infantiles al cine y la televisión —hay tres versiones para estrenar de Blancanieves en estos momentos— y en El Mundo lo hacen sobre el desastre económico de John Carter y la forma de evitarlo, algo inútil porque cuando ya son conscientes de que será un desastre, la película ya está hecha. Les pierde pensar que el público es una masa idiota que quiere siempre lo mismo. Y van bajando el listón.
El regreso a los cuentos —agotados los cómics— es el descenso en la edad mental del público al que se dirigen. Por mucho que se hagan versiones retorcidas, sádicas, etc. de los cuentos infantiles, el hecho manifiesto es la incapacidad de ir más allá del fondo de armario cultural. Llegados a la infancia, ya solo queda el descenso a lo prenatal. Tengo curiosidad.
Hay películas costosas y hay películas tontas. El cine industrial se ha convertido en la fábrica de los sueños caros y tontos.

* “El cine y la televisión recuperan los cuentos de hadas”. La Vanguardia 23/03/2012 http://www.lavanguardia.com/cine/20120323/54275324745/cine-television-recuperan-cuentos-hadas.html

** “Manual para no tirar el dinero con una película”. El Mundo 23/03/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/22/cultura/1332373272.html?a=9ea188ccd5adb29ff9d4d769decc114c&t=1332483095&numero=



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