martes, 13 de marzo de 2012

El doblepensar de la Junta Militar egipcia

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En Egipto, los tribunales militares han declarado que nos existen pruebas de que los mismos militares  realizaran los exámenes de virginidad a las manifestantes detenidas en la Plaza de Tahrir. Todos han señalado la incongruencia, pues el mismo Ejército había justificado su existencia meses antes. A ellos les da igual.
Es un ejemplo del comportamiento circular y exculpatorio de sí mismo con que la Junta Militar egipcia actúa. Como intérprete de sí misma, no solo hace lo que quiere, sino que puede negar la existencia de sus propios actos. Esta capacidad de juzgar a los demás a través de miles de juicios abiertos contra civiles desde que comenzó la revolución, se consagra ahora con este despropósito jurídico que no hace sino confirmar su propia naturaleza autoritaria. Convertida en juez de sí misma, la Junta Militar se vuelve benévola frente a la dureza que practica contra los demás. Es una prueba más de su arbitrariedad manifiesta, de su consideración instrumental de la justicia, palabra que deja de tener sentido en este contexto.


Pero esta humillación contra las mujeres, agredidas y degradadas, manoseadas y exhibidas, cuya evidencia no puede ser negada —no por falta de deseo—  porque se puso en evidencia ante los ojos del mundo por la violencia odiosa, repugnante e infame exhibida en el pateo callejero de la mujer por las gloriosas fuerzas de seguridad del Estado. La violencia militar contra las mujeres no es más que la punta del iceberg de otra violencia más profunda que se manifiesta más allá de los uniformes.

Las mujeres han osado manifestarse. Y eso es imperdonable en una sociedad en la que la mujer está sometida a acoso permanente desde muchas instancias. Afortunadamente las mujeres se están uniendo y van comprendiendo el sentido de esa unión para alcanzar nuevas posibilidades de existencia política. Las primeras elecciones han supuesto el descenso radical del número de representantes y algunas de ellas han manifestado incluso que no hacen falta más, que la mujer egipcia no necesita más representación porque los hombres lo hacen bien. ¡Triste panorama! La única ventaja es que esa ocultación de la diversidad será semillero de nuevas voces que irán emergiendo por su propia necesidad histórica. Se disfrace de lo que se disfrace, la negación de la mujer es un anacronismo poderoso que Egipto no se puede permitir, pues perdería su mejor potencial para el futuro. Las que hoy son humilladas cuentan con el respaldo y el respeto de millones de personas en todo el mundo. Su batalla está ganada por haber plantado cara a la dominación; son ellas las que salvan los derechos de todos.


En el otro extremo, la Junta Militar ha denegado la amnistía a los militares que se sumaron a la revolución. Mientras se llenan de retórica y celebran aniversarios para convencer a la gente de su participación activa, los militares que se negaron a disparar contra su pueblo siguen encerrados en las cárceles militares como sediciosos. Mientras los que mataron a los manifestantes siguen tranquilamente en sus destinos, probablemente orgullosos de haber cumplido las órdenes injustas y crueles de sus superiores, a los que eligieron obedecer antes que a su pueblo, los que se negaron a disparar y salvaron la dignidad futura del ejército egipcio, siguen —más de un año después— a la espera de una solución. Es evidente que la Junta Militar no tiene ningún interés en que estén en circulación oficiales que se negaron a obedecerlos y seguir sus órdenes.

Así, la Junta Militar avanza en el terreno de la arbitrariedad que la hace ser dueña de los destinos de los egipcios. Tienen la capacidad de negar los actos canallescos e infames contra las mujeres que los médicos militares realizaron en su nombre, investidos con su autoridad, y tienen la autoridad para culpar a todos aquellos que eligieron actuar bajo su conciencia y servir al pueblo que habían jurado defender. La obediencia ciega y absoluta es lo único que se premia. Vale más que la justicia de los actos.
Son las arbitrariedades de un régimen auténticamente kafkiano que sigue en el poder celebrando la caída de sí mismo desde lo alto del mismo podio. George Orwell llamó a esto “doblepensar” (doublethink) y es una de las características más acusadas de los regímenes autoritarios y totalitarios. Con su incongruencia permanente, con su arbitrariedad, la Junta está acumulando despropósitos con la única finalidad de controlar el poder y dirigir los destinos egipcios. Para ello recurrirá, lo han demostrado, a lo que sea necesario.




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