martes, 7 de febrero de 2012

Y con el mazo dando

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay algo profundamente injusto en las palabras dichas por el arzobispo de Granada, Monseñor Javier Martínez. Las ha dicho en su homilía con motivo de la celebración del patrón granadino, San Cecilio, en la abadía del Sacromonte.
Se ha permitido Javier Martínez recriminar a España por tener mentalidad de “pueblo subsidiado”. El diario El Mundo lo resume así a partir de la información recogida en ODISUR y coincide básicamente por lo reflejado por otros medios.

"Hay que cambiar la mentalidad de ser un pueblo subsidiado, que siempre busca la solución en que me solucionen otros el problema", dijo Martínez, quien recordó además las encuestas que hizo entre universitarios cuando estaba recién nombrado obispo.
"Un porcentaje muy alto, cercano al ochenta por cierto, de los chicos buscaba ser funcionario. Eso es una enfermedad social", consideró el arzobispo, al tiempo que advirtió sobre las diferencias entre jóvenes que abren una empresa en Estado Unidos o en España.
Por todo ello, apostó por un "cambio de cultura", lo que a su juicio también tiene que ver con la fe, y una "cierta capacidad de riesgo" que sería necesario recuperar como signo de la identidad cristiana.
En su sermón, de unos 20 minutos de duración, el arzobispo también señaló en este sentido que desde que ha empezado la crisis, la sociedad es heredera de "cierta tradición paternalista", en la que todos esperan que los problemas los resuelvan las autoridades.*

Monseñor Javier Martínez
Provoca cierta desanimo y depresión espiritual ver a Monseñor convertido en CEO eclesial, en momentos en los que una vez más y desde hace mucho tiempo, los jóvenes son convertidos en mano de obra barata o gratuita —con la excusa de la formación—.
Como suele ocurrir con las grandes generalizaciones, se corre el riesgo de caer en la caricatura. Y eso es lo que ha hecho Javier Martínez al hablar de un “pueblo subsidiado”, que en su Andalucía habrá sonado a cuerno quemado. Sin embargo no es eso lo más preocupante; el señor arzobispo se puede permitir caer en los mismos tópicos que las patronales en sus devaneos dialécticos, aunque haya sido desde un púlpito y ante los fieles, muchos de los cuales estarían rezando por la consecución de un empleo decente para sus familiares o para ellos mismos.
Más preocupante es el rechazo hiriente y la calificación como “enfermedad social” del deseo de ser “funcionarios” por parte de los estudiantes a los que encuestó. Mejor haría Monseñor Martínez en calificar como tal —como enfermedad social— las causas que hacen que los jóvenes y no tan jóvenes deseen convertirse en funcionarios. Da cierto pudor tener que explicarlas por obvias, por conocerlas y padecerlas el que más o el que menos.

Pienso en casos que conozco directamente y no precisamente de jóvenes que soñaran con ser funcionarios desde que entraron en primero de carrera, sino de personas que se han ganado la vida medianamente bien en el mundo de las empresas y cuya paciencia o circunstancias hacen que estén preparando oposiciones tratando de encontrar no la pereza o la comodidad — como parece dar a entender el arzobispo— sino algo de paz y justicia para su propio trabajo y dignidad.
Conozco casos de personas que están preparando oposiciones porque desde que decidieron tener un hijo han sufrido todo tipo de presiones y acoso laboral en empresas que presumen de progresismo y modernidad. La familia —cuestión que seguro que preocupa grandemente al señor arzobispo— debe ser protegida ante los ataques que muchas las empresas hacen contra ella desde las incompatibilidades o presiones cuando las trabajadoras tienen hijos, gran pecado laboral, la puerta del absentismo y del salir corriendo a su hora. No deja de ser curioso que este fuera uno de los argumentos increíbles que la CEOE señaló como crítica al profesorado cuando decidió meterse a explicar la Educación: la concentración de mujeres en la enseñanza para poder compatibilizar las jornadas laborales con la familia, algo que las empresas no hacían. [Ver entrada]
Conozco casos de personas que, pasados los cincuenta años, tras trabajar desde su juventud, están preparando oposiciones porque no nadie les ofrece un empleo en condiciones. No son personas “enfermas”, sencillamente son desechadas por una sociedad profundamente egoísta, insolidaria e irresponsable, que es quien manda al “paro” a los que no ofrece trabajo para que sean mantenidos por el Estado.

Abadía del Sacromonte
Hace mal el arzobispo Javier Martínez en no distinguir los efectos de las causas. Le falta  la comprensión de los fenómenos sociales, algo que en su puesto es realmente grave, pues no se trata de otra cosa que de la falta de la justicia y caridad necesarias para que exista una sociedad mejor. Tampoco debería extrañarle que la gente pida soluciones —no es lo mismo que pedir trabajo— a los poderes públicos. Habrá que recordarle que

La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios.**

Las palabras —creo que interesantes y acertadas— son de Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate, de 2009. Lo que está fallando en esta sociedad —y no solo en la española— es precisamente ese papel político incapaz de redistribuir porque ha perdido el sentido de la justicia y, si queremos, el de la caridad, entendida en su sentido profundo, que se convierte en amor a los demás. En una sociedad cada vez más egoísta, y que teoriza positivamente sobre ello, las palabras del arzobispo son un gigantesco error ya que falta a la caridad (y a la verdad) al atribuir fines egoístas a los que padecen las injusticias, los jóvenes, e ignorar quiénes las causan, los verdaderos responsables de esta situación, por acción y omisión.

Las comparaciones entre los jóvenes norteamericanos y los españoles son también un tanto demagógicas y tópicas, ya que los empleos con los que los jóvenes se pagan los gastos durante los estudios son equivalentes a las cantidades que cobrarán aquí, en muchos casos, cuando ya son licenciados o doctores. Suponen, además, que esos empleos existen, algo que aquí no tenemos tan claro con cinco millones de desempleados. Si está comparando monseñor las economías española y norteamericana, siempre encontrará a un economista que le explicará las diferencias entre un país que manda hombres a la luna y otro que envía doctores a Alemania o China.
Lo de la “cierta capacidad de riesgo” como signo de la “identidad cristiana” que hay que recuperar me perece un sinsentido de tal calibre que casi no merece la pena ni comentarse. No sé si está hablando del libre albedrío o de casos como el del Sr. Ecónomo de Valladolid, que invertía el dinero de la Diócesis en la fraudulenta Gescartera, con beneficios —todo hay que decirlo— gracias a que los demás inversores no tuvieron la iluminación en su momento para retirar a tiempo los fondos de la sociedad. Quizá se refiera a ese tipo de “riesgos”. En cualquier caso, no creo que el Vaticano llegue a cotizar en Bolsa. Puestos a recuperar, recuperemos la caridad, primera virtud, como señaló San Pablo.
En la misma encíclica antes citada, Caritas in Veritate,  Benedicto XVI señalaba:

La ciencia económica nos dice también que una situación de inseguridad estructural da origen a actitudes antiproductivas y al derroche de recursos humanos, en cuanto que el trabajador tiende a adaptarse pasivamente a los mecanismos automáticos, en vez de dar espacio a la creatividad. También sobre este punto hay una convergencia entre ciencia económica y valoración moral. Los costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos.

Se expresa claramente que la causa de “actitudes improductivas” es la “inseguridad estructural” y no se refiere evidentemente al “funcionariado”, sino al “parado” que no desea salir de su condición de parado, de ahí que se hable de actitudes y de la convergencia entre Economía y Moral. Pero, ¿qué tiene esto que ver con lo señalado en la homilía? ¿Es una actitud el que te despidan, te presionen abusivamente en tu trabajo o no te contraten por tener una familia a tu cargo o una edad determinada? ¿Cree el arzobispo de Granada que los cinco millones de personas paradas en España lo son como resultado de una actitud, de una “cultura” antiproductiva? ¿Cree que los funcionarios son “improductivos”? ¿Iguala “parados” y “funcionarios”?

San Cecilio, patrón de Granada
Desafortunada homilía, desde luego. Poco adecuada al momento y, sobre todo, injusta en el fondo y en la forma para con las personas que se encuentran en situaciones de angustia y a las que se tacha poco más o menos de parásitos. Nada hay más peligroso que contagiarse de perspectivas ajenas y mezclar las cosas.
Aquellos que no desean salir de su condición de subsidiados son, por supuesto, reprobables en la medida en que viven del trabajo ajeno. Pero el aumento de personas que preparan oposiciones no tiene nada que ver con esto y ha hecho mal en compararlos, ya que el esfuerzo dedicado a prepararlas es, en sí, un gran trabajo. Si de los alumnos encuestados, tantos le respondieron que querían ser funcionarios, no es por  perversión personal, sino el resultado de muchos otros males de los que pretenden escapar en la sociedad que hemos hecho. Un funcionario no es un subsidiado, monseñor. No confunda. No lo son jueces, maestros, médicos... entre otros muchos, gente que realiza muchas veces tareas por encima de su dedicación. Denúnciese, por supuesto al mal funcionario, como al mal empresario o al mal arzobispo. Pero no hay nada malo en ser ninguna de las tres cosas cumpliendo cada uno con lo suyo.
 A Dios rogando y con el mazo dando, sí, pero hay que tener cuidado sobre la cabeza de quién se deja caer el mazo.

* “El arzobispo de Granada censura la mentalidad de 'pueblo subsidiado' ” El Mundo 6/02/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/02/06/andalucia/1328545888.html

** Benedicto XVI: Caritas in veritate (2009). http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate_sp.html


1 comentario:

  1. La verdad es que es vergonzoso el "discursito" del Arzobispo (de algunos granadinos, que no el mío) y no le vendría mal que trabajara, aunque sólo fuera un tiempo en una cárcel de mujeres, por ejemplo. Pero no como funcionario, sino con las condiciones de precariedad y bajos salarios que hay hoy en el mundo capitalista.
    Cualquier orador debe saber lo que se puede y lo que no se puede decir en un mensaje público Cualquiera sabe que no se puede hacer apología del terrorismo o criticas a la casa real o inducir a la pederastia, por ejemplo.
    De todas maneras, para mí este señor tiene la misma credibilidad que el santo patrón al que le decía la misa. ¡San Cecilio, gran invento de los moriscos ante una iglesia más que represora! Pero, como dice el refrán "Todo es posible en Granada".

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