lunes, 6 de febrero de 2012

Original

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Escribe Nietzsche en El viajero y su sombra:

Original.— No es ser el primero en ver algo nuevo, sino en ver, como si fuesen nuevas, las cosas viejas y conocidas, vistas y revistas por todo el mundo, lo que distingue a los cerebros verdaderamente originales. Quien descubre las cosas es generalmente ese ser por completo vulgar y sin cerebro: el azar.

La idea de Nietzsche tiene sentido en la medida en que nuestra habilidad humana es esencialmente transformadora. Es en el reciclado de ideas y cosas en donde está el secreto de la originalidad, el meollo de la actividad creativa verdadera. Mediante transformaciones sucesivas vamos produciendo cambios mayores que se van ajustando a nuestras necesidades.
La originalidad, tal como la expresó Nietzsche, es una capacidad de dislocar la mirada, de sacudirse todos aquellos elementos que tienden a mantenerla dentro de esquemas rígidos. La originalidad es elasticidad, flexibilidad, readaptación.
Ayer planteábamos las reflexiones sobre la educación realizadas por Muhammad Yunus en las que expresaba la necesidad de romper el círculo que implica la repetición de los modelos aprendidos, evitar que los alumnos repitan lo mismo que los profesores les enseñaron. La idea de Nietzsche tiene bastante que ver con lo señalado por Yunus.

En casi todos los campos, artes o ciencias, la mirada nueva hace que descubramos nuevos aspectos en lo que tenemos delante que no llegábamos a percibir. Eso nos debería permitir contemplar el mundo en toda su potencialidad. El mundo es, sobre todo, lo que puede ser, un potencial semillero de originalidad. Sin embargo, solemos hacer lo contrario: cerrarlo, darlo por concluido. Pensamos que las cosas, las situaciones, etc. tienen escrito un final, como las películas, que hay que levantarse porque la sesión ha terminado. Y no suele ser así. Una mirada que no tiene ese prejuicio, se salta el bloqueo y trata de explorar las posibilidades de la realidad, que no son más que las nuestras de descubrirlas.
El azar, el otro elemento señalado por Nietzsche, no tiene, en cambio, una capacidad transformadora del sujeto. Aquí el cambio es del exterior, que se nos impone sin que haya existido modificación interior. El azar es algo que me ocurre, que me sorprende. La originalidad es, por el contrario, lo que yo le hago al mundo, a las cosas, la asignación de nuevos sentidos y valores.


Entre lo rutinario, lo original y el azar están nuestras formas de afrontar el mundo y a nosotros mismos. En la rutina y el azar me dejo llevar por lo repetitivo o por lo inesperado, ambas fuerzas ajenas a mí. En la originalidad está la energía y el riesgo de reinventar el mundo todos los días.
No somos entidades cerradas, sino encerradas. Levantamos permanentemente muros, definiciones, protocolos, normas… que se vuelven contra nuestra propia tendencia natural a la transformación. Preferimos sustituir las cosas antes que cambiar nuestra mirada sobre ellas.
Y así hemos convertido el cambio exterior en una rutina con la que combatir el estatismo interior, nuestra falta de originalidad, el aburrimiento que nos provoca ver el mundo desde un solo punto inmóvil.

Escribió la poeta Margareth Atwood en su obra Juegos de poder (1971):

Of course your lies
are more amusing
you make them new each time.

Your truths, painful and boring
repeat themselves over & over
perhaps because you own
so few of them.*

Margareth Atwood

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