domingo, 29 de enero de 2012

Wang Ch’ung y la estupidez

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su obra sobre la historia del pensamiento chino, el gran sinólogo de la Universidad de Chicago, Herrlee G. Creel (1905-1994), expresó el siguiente razonamiento:

El hecho mismo de que gran parte del pensamiento de Wang Ch’ung aparezca para nosotros tan razonable indica que probablemente parecería absurdo, si no incomprensible, a muchos de sus contemporáneos. (234)*

Se refería Creel a la tendencia crítica del pensamiento de Wang Ch’ung (27-97 d.C.), filósofo de la dinastía Han, cuya obra era profundamente discordante con las formas y maneras de su época: creía que no había que seguir literalmente a los clásicos e imitarlos sin más, sino buscar ideas propias; ser claro y comprensible, en vez de críptico, rebuscado o pedante; y, finalmente, consideraba que había que dar más importancia a la comprensión del presente, afirmando que gran parte de lo que la historia contaba era falso. Siendo confucionista, Wang Ch’ung no dudó en criticar aquello que no le parecía consistente de Confucio. Además, era mecanicista y para él el ser humano era el resultado accidental de las fuerzas de la Naturaleza; no creía en los avisos del Cielo ni en la adivinación, y afirmaba que una vez muerto no quedaba nada, ni tan siquiera fantasmas. Concluye Herrlee G. Creel: «Todo esto es asombroso por su aire de modernidad.» (214)

Herrlee G. Creel
El razonamiento de Creel nos presenta algunas de las paradojas de la comprensión y de las formas de interpretar a los demás. Lo que nos parece moderno de su pensamiento y actitudes, es lo mismo que les debió parecer extravagante a sus contemporáneos.
Lo interesante del caso es la elevación al nivel casi de una demostración del razonamiento sobre la excentricidad del pensamiento de Wang Ch’ung. La modernidad del pensamiento, desde nuestra perspectiva actual, es —para Creel— la justificación de la incomprensión pasada. La idea es interesante si no se lleva al extremo de pensar que toda extravagancia es signo de modernidad futura. En ocasiones es, al contrario, una vuelta al pasado.
Stendhal decía que no escribía para su tiempo, sino para el lector futuro, guiado por el desprecio que su época poco heroica le merecía y la esperanza de que, con el tiempo, la situación mejorara. Sin embargo, a diferencia del novelista, Wang Ch’ung no tenía pretensiones de futuro, sino una profunda vocación de actuar sobre el presente. Ch’ung no quería ser moderno, sino actual; no quería ser considerado extravagante, sino que consideraba que eran los otros los que vivían en el error. Las críticas a la imitación irreflexiva, a la creencia en las intenciones de la naturaleza guiando a los humanos, a la adivinación, y a la aceptación de una historia mítica y fantasiosa como real, son todos ellos rasgos de la auténtica modernidad del funcionario Wang Ch’ung. Según esto, nosotros no deberíamos creer en nada de lo criticado entonces. Deberíamos pensar como él.


Si Wang Ch’ung, pensador moderno, pudiera llegar a nuestro presente a través de un agujero de gusano temporal, se sorprendería al ver la importancia creciente que algunos dan al Fengshui (literalmente “viento-agua”), o al tiempo que dedican a las distintas formas de adivinación, lucrativo negocio que va desde la lectura de la mano a la salida de los supermercados hasta esos deprimentes videntes y echadores nocturnos del tarot que completan nuestro ciclo diario de estupidez televisiva.

A Wang Ch’ung le hubiéramos parecido increíblemente antiguos por todas estas cosas. La tontería siempre ha sido un lucrativo negocio en todas las épocas. Según el razonamiento de Creer, donde algunos habrían estado muy a gusto sería en la época de la dinastía Han, cuando las supersticiones de este tipo eran consideradas como parte de lo cotidiano. Lo que entonces era normal, hoy es extravagante. Pero, mucho me temo, este gusto actual por la extravagancia —que va de los druidas celtas al fengshui pasando por todo tipo de disparates— no tiene nada que ver con el espíritu crítico del filósofo, sino todo lo contrario.
Su extravagancia entonces surgía de la soledad de su razonamiento crítico, mientras que nuestra extravagancia actual surge, por el contrario, de la imitación acrítica y exótica de aquello que nos muestra como diferentes a los ojos de los demás. Si Ch’ung hubiera sido un extravagante voluntario —como es nuestro caso—, no se hubiera molestado en hacer demostraciones sobre la inexistencia de los fantasmas o de la ausencia de voluntad de la naturaleza o los dioses en el control de nuestra vida. Gracias a esa distancia de las creencias comunes, pudo describir el ciclo del agua y realizar interesantes observaciones sobre los eclipses, entre otras muchas cosas. Fue un solitario espíritu crítico rodeado de una época que se consolaba con la ignorancia que les habían legado. No querían pensar por sí mismos.


Ch’ung quería que la gente dejara de creer en tonterías o de imitar y seguir a otros para evitar ser manipulados. Hoy, aunque nos quejemos, muchos se lanzan de cabeza a las tonterías más increíbles sin miedo al ridículo. El crecimiento monstruoso de los estantes dedicados a estas cosas en las librerías es una prueba fehaciente de este regreso voluntario a los pasados más tontos y oscuros de todas las culturas. Hemos conseguido la síntesis de la estupidez global, la multitontería. Todo aquello que sirvió para engañar y explotar durante milenios está de moda en nuestro orgulloso mundo moderno. El tarot en alta definición y 3D, el fin del mundo maya, Nostradamus y un sin fin de cosas que llenan nuestras cabezas y vacían nuestros bolsillos. Y tienen efectos secundarios, claro. Algunos venden sabiduría antigua, cuando ya algunos antiguos inteligentes —que los había, como Wang Ch'ung— llamaban a muchas cosas por su nombre: tonterías. Nada hay más antiguo que la New Age. Ch'ung estaba equivocado en muchas cosas, claro, pero en él anidaba el deseo de ser lo menos tonto posible, que es el auténtico motor minoritario de la Humanidad.
La enseñanza final es que el razonamiento de Herrlee G. Creel sobre la modernidad de Wang Ch’ung es relativo, porque probablemente se hubiera sentido hoy también incomprendido por muchos. Mientras que él luchó con las armas de su inteligencia —con poca fortuna— contra la ignorancia, hoy hacen gran fortuna precisamente los que fomentan la estupidez sacándole provecho. En eso, nada ha cambiado.

* Herrlee G. Creel (1976): El pensamiento chino desde Confucio hasta Mao Tse Tung. Alianza, Madrid.



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