jueves, 12 de enero de 2012

Los 39 escalones y el NIH

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Introducir la Ciencia en el campo del Ministerio de Economía es una pirueta pragmática que echa por tierra las doctrinas de la Filosofía de la Ciencia, pero que pone suelo a una dura realidad sobre la que aterrizar. Hoy la Ciencia se hace con dinero, con inversiones, en la mayor parte de los campos. Su introducción en el sistema general de la eficiencia, modelo mental y social de la inversión, hace que esta se mueva hoy en una dirección distinta a la que los libros muestran. La Ciencia Básica, Aplicada y Tecnología que se enseña teóricamente, el camino que va del científico puro, que busca “principios” y “leyes”, al ingeniero que los convierte en aparatos, se prolonga hoy con la figura del empresario que los vende. Quizá “prolongar” transmita una idea equívoca sobre un continuo inexistente. Las figuras del empresario y del inversor se han insertado en todos los ámbitos dando lugar a un mapa diferente. La implantación en todos los tramos de la idea de rentabilidad hace que los criterios y la viabilidad se enfoquen de modo muy distinto en cada nivel. La Ciencia pura, en teoría, se guía por el deseo de saber; desde el momento en que ese “saber” necesita financiación, los requisitos y prioridades pasan a ser otros y extra científicos. Antes se intentaba llegar al “conocimiento”; ahora se busca llegar a la “patente”. Y eso se aplica de los genes a la tetina del biberón.


Lo que se trata de poner bajo el paraguas del ministerio de Economía es realmente la Investigación, que es el campo real de trabajo del científico. La Investigación hoy es tanto el camino hacia la Ciencia como el camino hacia el “producto”, el resultado tecnológico final que se pone en el mercado. La Investigación requiere inversión y cada vez es más difícil convencer para que se invierta si no hay una rentabilidad posterior. Hay inversiones que se realizan desde el ámbito privado y otras desde el público con objetivos diferentes, que van desde el beneficio directo a través de la explotación de los resultados de la investigación hasta los que buscan la estimulación de sectores y recogen los frutos de forma indirecta y diversa. Entre la financiación estrictamente privada, empresarial, y la pública hay todo un camino largo de posibilidades y objetivos.

El otro día nos llegaba la noticia de que España ocupa el puesto número 39 en el ranking de la innovación mundial*, un puesto verdaderamente bajo para lo que podríamos aspirar como país. Al contrario de lo que ocurría en el filme de Alfred Hitchcock, Los 39 escalones, aquí no hay secretos que robar, ni centro de investigación que saquear por peligrosas organizaciones de espías. Estamos por detrás de países como Portugal, Irlanda, República checa o Hungría. Los espías tienen 38 países más interesantes por delante. Aquí vienen de vacaciones, a descansar.
Ese puesto representa de forma rotunda el deterioro que España ha sufrido en estas dos décadas producido por su propia ceguera de futuro. La década del “milagro español” —lo hemos repetido en muchas ocasiones— ha sido una oportunidad perdida. La soberbia del “¡que inventen ellos!” se paga. Las personas que deciden trabajar en este campo acaban emigrando o descubriendo los horrores de un país que no acaba de entender que el futuro es una elección a medio y largo plazo y no el pájaro en mano que nos define psíquicamente. La década del crecimiento ha sido la del beneficio sin siembra o, si alguno lo prefiere, sin diversificar las semillas. ¿Resultado? El que tenemos delante: los mejores se van rumbo a los países que han escogido otros modelos de desarrollo.

En vez de hacer un país sólido, hemos hecho un país de paso, un país para que pasen por aquí. La imagen de Bienvenido Mr. Marshall de los coches pasando de largo frente al pueblo castellano disfrazado de andaluz, desgraciadamente se ha convertido en una realidad constatable. Hemos pasado del agricultor que miraba al cielo, al empresario que mira al cielo, de salvar la cosecha a salvar la temporada, a la España de sacar al santo.
En nuestros comercios vendemos de todo, pero casi nada está hecho aquí y, lo que es peor todavía, casi nada está inventado o descubierto aquí. No necesitamos ni fábricas ni laboratorios, solo comercio. Puestos a elegir, hemos elegido ser fenicios.
Existe un término en inglés para describir este estado, NIH (Not Invented Here). Tiene un sentido irónico y peyorativo y trata de describir precisamente la actitud del país que se limita a utilizar las innovaciones o inventos de otros. El NIH es asumir que basta con copiar o vender lo que otros hacen. Es el ¡que inventen ellos! asumido como doctrina y futuro.

Protestas en Reino Unido por los recortes en investigación
Cuando se señala que España debe crecer y que los que tienen la capacidad de hacerlo lo están haciendo, pero que eso es insuficiente para el conjunto, se está expresando precisamente el abandono de los sectores de investigación conectados con los de la producción. Lo que ha fallado aquí estrepitosamente es la inversión, que ha emprendido el camino más rápidamente rentable. Mostrar la importancia de invertir en investigación y producción es la labor de los gobiernos, que sí tienen la responsabilidad directa de diseñar un futuro para los ciudadanos, un escenario social.
Los ciudadanos encuentran trabajo (o no) en aquellos sectores en los que se está produciendo una demanda laboral, que es el resultado de la inversión en unos determinados sectores, que a su vez es el resultado de una política crediticia que financia a unos y no a otros. Tampoco ha funcionado la financiación bancaria, que ha puesto difíciles las cosas a los proyectos a largo plazo y muy fáciles a los cortoplacistas, con los consabidos resultados contaminados que ahora tenemos delante.
Deseosos todos de rentabilizar las inversiones en los sectores de recogida inmediata (financieros) o a corto plazo (construcción, turismo…), la financiación para la  investigación en nuestras empresas ha brillado por su ausencia (con las mínimas, heroicas y honrosas excepciones que se quiera). De hecho, el tipo de empresa que tenemos no requiere investigación ni innovación más que en un sentido rudimentario. Simplemente cierras la tienda y pones otra cosa. El resultado es ese escalón 39 de la escalera innovadora mundial y la emigración generalizada de los mejor preparados, que se van a otros países (Alemania, China, Brasil…) en los que aprovechan sus cualidades, o quedan condenados al subempleo en nuestros chiringuitos, telecomercios o cualquier otra posibilidad laboral de este estilo.

Cualquier intento de crear un país con una economía estable —y no un globo permanente en el que todos estén rezando para que no se pinche, al pairo de una economía mundial vivida siempre como un tsunami—  tiene que partir de un modelo de futuro en el que la cultura del NIH, la del “No inventado aquí”, pase a segundo término o se lance ya definitivamente a la papelera de la Historia.
La inversión tiene que ir a la investigación en el seno de las empresas capaces de crear puestos de trabajo porque lo que produzca se puede colocar en muchos mercados. Es elemental, pero difícil de aplicar cuando se gana más dinero especulando en bolsa o en terrenos en los que construir o comprando barato en países y revendiendo aquí, o hay millón y medio de microempresas —de una sola persona—, más otras muchas pequeñas y medianas que sobreviven de mala manera. No quieren investigadores, quieren becarios. Una gran parte del dinero que va a subvencionar proyectos se pierde porque no llegan al sector productivo —por falta de conexión o por falta de interés—, sino que es la forma de subsistir los investigadores. Imagino que la reforma ministerial tratará de paliar este problema, pero servirá de poco si el empresariado español no apuesta por otros sectores diferentes a los actuales.
Nos hemos quedado con la mitad de la teoría del emprendedor de Schumpeter; aquí no hay “destrucción creativa” (innovación), solo destrucción de empleo. Hemos dejado fuera la innovación que trae la investigación. La Teoría del emprendedor individual parte del deseo de lucro y no se diferencia cómo se canalice o por sus resultados sociales. Una Teoría de los países emprendedores, en cambio, debe asumir que el modelo no pasa solo por el lucro, sino por la mejora social en su conjunto. Y esto no se logra con subempleos, mini empleos, economía sumergida, becarios, bajas incentivadas, despidos, etc., que es el modelo chapucero que hemos desarrollado para beneficio de unos pocos y deterioro general del país.
Lo que España necesita realmente son políticos, empresarios, sindicatos,  y científicos que sean capaces de pensar en todo el tablero y en el mayor número de jugadas posibles por adelantado, que jueguen con blancas y no se dediquen simplemente a esperar a que otros muevan sus fichas. Hasta el momento, cada uno ha pensado en su propia pieza y en el siguiente movimiento.
Así ya no se puede funcionar en un mundo global. Ni local. El éxito de España se reconocerá el día en que veamos una película donde una organización de espías intente robarnos secretos.

* “España ocupa el puesto 39 en el ranking mundial de innovación”. Cinco Días 5/02/2012 http://www.cincodias.com/articulo/empresas/espana-ocupa-puesto-39-ranking-mundial-innovacion/20120105cdscdsemp_4/



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