domingo, 8 de enero de 2012

Falsos finales y extrañas consecuencias

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La vida llena de falsos finales. Lo cierto es que no sabemos cuándo se acaban realmente las cosas. Se ramifican y complican en interminables secuencias de incierto regreso.
En realidad, la vida se parece más a esas películas de terror en la que los protagonistas arrojan una y otra vez al villano por la ventanilla o puerta del tren o coche, por la borda del barco, y este reaparece en cada ocasión más deteriorado su aspecto, pero inconmovible en su afán por destruirnos. Sí, hay muchas cosas en la vida que son así; reaparecen como en pesadillas de las que no se despierta nunca.
Nada hay más difícil que aceptar el componente azaroso de la vida, su carácter incontrolado. Una parte importante de lo que nos ocurre entra en ese campo de lo incontrolado. De ahí nuestra obsesión por la obtención de reglas y leyes que nos permitan vivir en una calma engañosa pero tranquilizante. La misión de la Ciencia es tratar de comprender el funcionamiento del mundo, de las leyes que lo rigen, para poder aumentar nuestra seguridad y confianza. Tenemos más tranquilidad en algunos campos, pero en otros, en lo social, apenas somos capaces de atisbar leyes que nos permitan vivir sin sobresaltos.

Saint Simon
En sus inicios la Sociología se planteó —por los sansimonianos— como física social precisamente porque aspiraba a un conocimiento de la sociedad equivalente al que la Física tenía del mundo de la materia. Aspiraban a comprender y a anticipar, a dirigir su funcionamiento. El vocabulario sociológico está cargado de metáforas físicas: “masas”, “movimientos sociales”, “dinámica social”… Pero no había mucha ley que extraer y seguimos viviendo en la inseguridad de las consecuencias de lo que hacemos.
El hecho de que todo lo que hagamos tenga consecuencias es la primera de nuestras dolorosas constataciones. El segundo hecho es que solo conocemos una pequeña porción de esas consecuencias, Y el tercero es que una parte de esas consecuencias, más tarde o más temprano, tendrá efecto sobre nosotros, aunque no lo sepamos. Lo primero nos vuelve deterministas; lo segundo, escépticos; y lo tercero, finalmente, fatalistas. La comprensión de todo ello, nos hace humanos.

Al contrario de lo que algunos creen, esto no tiene nada que ver con la libertad. Da igual que ese acto inicial —no hay realmente actos iniciales— sea libre. Lo importante es que precisamente desencadena todas esas otras reacciones desconocidas. Quizá ser libre sea solo ser ignorante de porqué se actúa. Puede que seamos libres o no, pero lo que está claro es que no somos omniscientes. El conocimiento consiste, en este caso, en tratar de restablecer la conexión entre el origen y sus consecuencias, entre las consecuencias que percibimos y lo que las causó. No es tarea nada sencilla tratar de comprender las secuencias, los encadenamientos de actos.
Gracias a nuestra capacidad limitada de conocimiento —de encadenar demasiadas causas en la secuencia— podemos vivir, pues nada sería más doloroso que comprender la totalidad de las consecuencias de nuestros actos. Habría partes satisfactorias, claro, pero no soportaríamos conocer los efectos negativos de muchas otras. La fatalidad de la que hablábamos sería, por ejemplo, descubrir que no es necesario ser malo para causar el mal. Es un momento porque el que todos pasamos por la vida, una pérdida de inocencia, el descubrimiento de las consecuencias insospechadas que algunos de nuestros actos pueden tener. A veces regresan a nosotros en forma de felicidad causada involuntariamente, pero en otras vuelven con la dolorosa comprensión de un daño sin intención.

Edipo (de Chirico)
Esa es precisamente la base sobre la que se construye la tragedia. Edipo no es malo; solo le falta información. Y las consecuencias de esa falta de conocimiento inicial llegan a él en forma de revelación dolorosa del mal que ha causado. De nuevo, el villano lanzado por la ventanilla regresa a agarrarnos por los tobillos. El arte nos ha acostumbrado a pensar que la vida tiene presentación, nudo y desenlace y no es así.  La obra sigue sin nosotros, al igual que comenzó sin nosotros.
La lección importante —y eso lo vio bien Milan Kundera— es que Edipo no dejó de sentirse responsable, libre. Prefirió la culpa responsable a lavarse las manos y renunciar a ser libre, es decir, a sentirse libre lo fuera o no.
Nuestra limitada capacidad de comprender nos protege del bloqueo de la acción al que nos llevaría comprender las consecuencias de todos y cada uno de nuestros actos. Esto no solo es característico de la tragedia, sino por ejemplo es la base del funcionamiento de la Economía. Si supiéramos todo lo que va a ocurrir se produciría una parálisis, un bloqueo de la acción. Por eso la eficacia real se centra en obtener el máximo rendimiento con el mínimo de información, un equilibrio inestable entre lo que sabemos y lo que no sabemos. Si sabemos qué número va a salir, no tiene sentido jugar a la ruleta.
Afortunadamente, solo podemos comprender de forma limitada, imperfecta, lo que hacemos. Algunos sacarán la moraleja —ya lo hicieron, como André Gide en su teoría del acto gratuito— de que es mejor actuar de forma irreflexiva. No creo que sea el camino más adecuado, pues —de ser cierto lo expuesto— no sería más que una forma de autoengaño. La creencia en la gratuidad del acto sería un signo de nuestro desconocimiento de sus causas profundas. Tampoco garantiza que no vuelva hasta nosotros transformado después de su viaje a través de los otros. Hay muy poco que ganar por ese camino.

La ilusión de que las cosas comienzan o acaban; la ilusión de que podemos conocer y controlar los menores detalles de nuestras vidas, que, por cierto, son tan de los otros como nuestras, pues en gran medida son respuesta a los que los demás hacen, forma parte todo ello de nuestra propia vida y de la aceptación de sus extraños mecanismos. Creo que la consecuencia más sensata es que puesto que no podemos controlar la totalidad de los efectos de nuestras acciones, al menos pensémoslas dos veces. No es una gran garantía, pero tranquiliza algo la conciencia, algo de lo que muchos afortunadamente no pueden prescindir.



2 comentarios:

  1. Muy, muy interesante. Todos estos temas filosóficos me invitan a reflexionar. El azar, nuestro afán por controlarlo todo, las consecuencias involuntarias de nuestros actos y su relación con la tragedia griega. Temas de inagotable contenido que nos pueden llevar por muy diferentes caminos del pensamiento, pero que no por ello justifica la falta de reflexión en nuestras acciones. ¡Genial!

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  2. Pues nada, Carmen, invitada. Para muchos dedicarle un ratito a pensar es un desperdicio, un deporte o un vicio, según se mire. Algunos incluso lo esconden muy bien no sea que se les note. Gracias por el comentario. Un saludo, Carmen. JMA

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