viernes, 20 de enero de 2012

El incendio húngaro y el fuego amigo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mientras —deformados por la economía— pensamos en disoluciones, dos velocidades, núcleos duros, etc., etc., otros problemas realmente graves pueden venir desde diversos focos. A diferencia de lo que ocurre con las peras y las manzanas, los problemas políticos sí se pueden sumar.
La experiencia histórica europea debería recordarse más a menudo, como debería recordarse también con más frecuencia cuál es el origen de la idea de “Europa”, que no es que los europeos nos amemos, sino evitar que nos matemos.
Siglos de guerras hasta llegar a las dos mundiales —que no por llamarse “mundiales” dejaron de ser especialmente europeas— han constituido nuestra “historia común”. La “I Guerra Mundial” fue durante mucho tiempo la “guerra europea” o simplemente “Gran guerra”, tal como quedó recogida, por ejemplo, en el título de la magnífica película de Mario Monicelli “La Grande Guerra” (1959). Estamos asistiendo a movimientos inquietantes en distintos lugares de Europa que nos van a obligar a ser vigilantes y cuidadosos.
En el artículo de Gyorgy Konrad —traducido y publicado por The New York Times— con el título “Hungary’s Junk Democracy”* (Democracia basura de Hungría), el autor escribe lo siguiente:

My homeland is beginning to resemble the post-Soviet dictatorships of Central Asia; some are even calling it Orbanistan. […]
 Mr. Orban’s Hungary — an anti-European member of the European Union, a five-legged lamb — puts its own sovereignty ahead of its European affiliation, affixing the label “national” to everything, including the sovereignty of its administration.
This neo-populist, sometimes neo-fascist intelligentsia clings to the romanticism of the nation-state as its ideological scaffold. National pathos is also good for silencing domestic criticism; my countrymen easily warm to the slogan, “One people, one state, one leader.”

Viktor Orban, primer ministro
La reacción fulminante de las instituciones y autoridades comunitarias europeas está justificada. Esta vez el problema está en el corazón de Europa y va más allá de los problemas del euro. Acostumbrados a la lentitud de las decisiones europeas, la rapidez y contundencia con la que se está actuando, demuestra que los hechos son más que preocupantes.
Estamos asistiendo al crecimiento vertiginoso, abonado por la crisis económica, del radicalismo y del nacionalismo en distintos lugares. En la medida en que crece la desesperación, es más fácil atraer hacia ideologías más extremas, en las que se intensifican —en un doble movimiento— la exaltación de lo “nacional” (como señala Konrad) y el odio hacia lo extraño, hacia los otros, a los que se responsabiliza de las desgraciadas. Esos otros son instituciones, países, “razas”, ideologías, personas…, cualquier elemento sobre el que volcar la frustración personal y social transformándola en odio. Se trata de poder canalizar hacia alguien o algo esas energías negativas. Konrad habla directamente de un “neofascismo”. Se lo han recordado duramente en el parlamento europeo tras la aprobación de una constitución que busca el control social y perpetuarse en el poder el gobierno actual.


Las críticas contra la constitución aprobada en Hungría han sido contestadas con ironía ante el Parlamento europeo: “nos alegramos de que la constitución húngara resulte tan interesante para todos”. ¿Está preparada Europa para afrontar una situación así? No hace falta ser muy perspicaz para entender que el Primer Ministro húngaro va a aprovechar cualquier crítica para mostrar ante su pueblo la eficacia de su gestión. Ladran, luego cabalgamos. Cuanto más se les critique, más exacerbará a la gente, más reforzará el sentimiento anti europeísta. Utilizará las críticas como refuerzo; le servirán para declarar enemigos a todos los que se sumen a esas críticas y estigmatizarlos ante la opinión pública, etc.

El caso de Hungría no es único; solo es el más avanzado de un proceso consistente en construirle un sentido coherente al fracaso. En muchos terrenos, no se trata de manejar verdades o mentiras, basta con explicaciones coherentes que permitan justificar acciones y estados actuales. Los dictadores son siempre personas que logran una explicación coherente, maniquea, de las desgracias que provocan. No buscan soluciones a los problemas, solo culpables de ellos. Con eso les basta, hasta que la coherencia se desmorona.
En su artículo de TNYT, Gyorgy Konrad da esta definición de Hungría, señalando que las tres agencias de rating  ya han incluido al país en la categoría de “basura”: “A junk country, with a junk administration and a junk prime minister.” La parte económica es la superficie, aquella en la que fijamos la vista porque estamos en un contexto de crisis económica. Pero la misma idea reduccionista de que la “economía es economía” es la que oculta que el estado cuantificado de la economía es el resultante de la vida y situaciones de las personas; que un parado no solo es una cifra, sino alguien que se encuentra en una situación, muchas veces desesperada, que no acaba de entender. Y alguien llegará junto a él o ella y le explicará de forma coherente y convincente que el responsable de que se encuentre en ese estado tiene nombre, nacionalidad o “raza”. Las crisis económicas acaban provocando radicalismo nacionalista, racismo, xenofobia, etc. porque algunos saben aprovechar bien las situaciones para lanzar sus semillas.


Hungría ha llegado a un nivel en el que, a sabiendas de que no puede cumplir con los requisitos, prefiere huir hacia adelante guiada por la retórica nacionalista. El anti europeísmo le sirve para encontrar enemigos exteriores; las críticas que le puedan hacer, le permite detectar a los enemigos interiores, traidores y renegados aliados de los exteriores. De esta forma disfrazará su propia frustración nacional con un orgullo nacionalista. La retórica nacionalista cubre la indigencia de orgullo.

Las crisis buscan siempre culpables. Y siempre hay personas u organizaciones dispuestas a explicártelas de forma que puedas canalizar los sentimientos negativos hacia otros, eludiendo tus propias responsabilidades. Las crisis requieren templanza, análisis riguroso de las causas y alternativas. Aprovecharlas de forma incendiaria, acaba produciendo monstruos que ya asolaron Europa en más de una ocasión. Habrá a más de uno que le parezca bien, un síntoma de independencia, que Hungría haga una constitución contra los principios europeos. No hay problema: en Hungría está quedando mucho sitio libre por las personas que la están abandonando o van a hacerlo en fechas próximas, como señala Konrad en su artículo.
En la película de Monicelli, antes citada, cuando los protagonistas regresan confiados a sus trincheras, son disparados, sin preguntar antes, por el centinela. Cuando le recriminan su forma de actuar, el centinela les explica: “È sempre mejo 'n amico morto che 'n nemico vivo!”. Mejor un amigo muerto que un enemigo vivo. Da igual que la bala que te mate sea de tu propia retaguardia; estás muerto. Cuando comienza un conflicto, nadie está seguro, ni amigo ni enemigo, y en Europa se están abriendo algunas trincheras retóricas que empiezan a ser reales; demasiadas balas zumbando por encima de la cabeza. Cada vez que se alienta el enfrentamiento se está abriendo una trinchera, se están estableciendo líneas divisorias que establecen amigos y enemigos, los míos y los tuyos. Y en Europa esto es grave y creciente. 
Los europeos, que no hemos sido capaces de aprobar una constitución común, deberíamos empezar a tomar nota de ciertos fenómenos que tenemos delante y recordar que los grandes incendios comienzan con pequeños fuegos.

*“Hungary’s Junk Democracy”  The New York Times 18/01/2012  http://www.nytimes.com/2012/01/19/opinion/hungarys-junk-democracy.html?_r=1&hp


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