martes, 31 de enero de 2012

La espiral del superlativo y la crisis

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se pregunta la Defensora del Lector del diario El País, Milagros Pérez Oliva, ante la angustia de sus lectores, si los medios contribuyen al pesimismo colectivo ante la crisis. Y desde sus propias dudas salta a preguntar a profesionales de la comunicación y estudiosos de las crisis sobre si contribuyen o no a su crecimiento. Las conclusiones son un reparto igualitario de responsabilidades frente a la percepción de las crisis.
Uno de los temas en que más ha abundado este blog a lo largo del año —que cumpliremos mañana— ha sido precisamente la ceguera a la crisis por parte de los medios, ceguera interesada por la extraña simbiosis que tenemos en nuestro país entre medios y política. Cualquiera que se moleste en leer prensa internacional o ver cualquier canal de televisión de más allá de los Pirineos habrá notado la distancia perceptiva y valorativa entre los medios españoles y los internacionales respecto a nuestra situación económica. El optimismo interior contrastaba con las alarmantes noticias exteriores. La consigna de la tibieza informativa no favorece ni a los medios ni a sus lectores; solo a los políticos, que ven atenuados su errores.

España es un país en el que es noticia lo que los medios de otros países dicen de ella. En teoría, es absurdo que nos enteremos de las cosas de España en función de un artículo en The New York Times, The Financial Times, The Wall Street Journal o Le Monde, por señalar algunos medios habituales de los que se nos cuenta qué dicen en sus editoriales y artículos. ¿Se enteran mejor los corresponsales y analistas extranjeros de lo que ocurre realmente en España que los medios españoles? Sí y no. Nos encontramos de nuevo con lo que se debe decir y lo que no en función de los intereses y los partidismos, auténtica venda en los ojos. ¿Censura? No. Simplemente dependencia y compañerismo de viaje. Nunca es bueno que los medios o profesionales se relajen en su independencia.
La capacidad de informar se va reduciendo por la incorporación de los propios medios a una dinámica política de la que deberían distanciarse. Sorprende el cambio de titulares de los medios con la llegada del cambio político resultado de las urnas. Donde había promesas de futuro, ya no existe más que negrura y viceversa. Y todo esto en el tiempo en el que tardan sus señorías en ocupar sus nuevos escaños. El compromiso de los medios debe estar siempre con los lectores, pero no diciéndoles lo que quiere oír, sino lo que deben escuchar. Y mucho menos, lo que los políticos quieren que oigan. La función de los medios no es ser Relaciones Públicas de nadie.
Dice Pérez Oliva que algunos de sus lectores escriben al borde de la depresión, incapaces de seguir las noticias que se les ofrecen porque la angustia les agarrota el estómago. Argumenta sobre la obligación de no esconder la realidad, pero no se pregunta por qué les entran las angustias a los lectores de su periódico desde hace quince días, como quien dice. Algunos explicarán que el simple cambio de gobierno ya les ha causado angustia.


Pérez Oliva da la razón a los lectores que señalan, entre otras causas, que se les va la mano en la “adjetivación”:

La lectora de Vitoria señalaba una de ellas: el abuso de los calificativos. La tendencia a utilizar los más dramáticos para llamar la atención del lector. Creo que caemos con demasiada frecuencia en lo que podríamos denominar la espiral del superlativo.*

Antes se le llamaba cargar las tintas, pero lo de la “espiral del superlativo”, tampoco está mal y hace referencia —suponemos, a menos que sea una asociación inconsciente— a la famosa teoría de la “espiral del silencio”, la tendencia a sumarse a la opinión generalizada, según estableció Elizabeth Noelle-Neumann. No se trataría, pues, solo de aumentar la intensidad adjetiva, sino de hacerlo en una dirección y momento determinados. La idea de que la adjetivación aumente como una bola de nieve rodando por la ladera es, en el mejor de los casos, ingenua.


La administración de los adjetivos es todo un arte, el de poner color a lo que está en blanco y negro. Los adjetivos son, por decirlo así, el interiorismo de las noticias, la decoración de lo que hay. Hay habitaciones pintadas con colores alegres que suben el ánimo y las hay con colores tristes que nos dejan un tanto apagados. Con una buena gestión de los adjetivos, las habitaciones pueden parecer más grandes o más pequeñas de lo que son; con unos adjetivos u otros puede parecernos confortable, hogareña o incómoda y angustiosa; con una buena mano de adjetivos podemos tapar los desconchones de las paredes y hasta sentir como entrañable el ruido de las cañerías.
Sí, los adjetivos son un campo muy interesante de la realidad. Son como las emociones con las que coloreamos los actos. Si el hecho es nominal, diríamos, la emoción es calificativa porque implica la valoración de lo que ha acontecido. Es de esa “tendencia a utilizar los más dramáticos” y de sus causas y efectos de lo que estamos precisamente hablando.

La angustia de los lectores ante una situación que lleva tiempo no tiene excusas en la sorpresa. Significa, llanamente, que lo que se debería ver venir desde el fondo, acercándose poco a poco, se percibe de golpe, como si fuera el impacto sorprendente de un piano que se desprende de su cuerda durante una mudanza. Así les llega a muchos la realidad, como un inesperado golpe en el cogote.
La historia de que hay que transmitir tranquilidad, que los políticos han repetido hasta el aburrimiento, es una forma retórica de ocultar la realidad modificando su percepción mediática. Hace muchos meses ya hablamos de la política del avestruz. La angustia de los lectores de muchos medios se produce al sacar ahora la cabeza del agujero. Dice la Defensora Pérez Oliva que los medios deben tener cuidado porque pueden actuar sobre la crisis con sus informaciones. Es cierto, pero las omisiones de información también actúan sobre la crisis. Es tan malo exagerar como minimizar en lo que a crisis se refiere.


A la pregunta que se hace sobre si los medios contribuyen a la crisis, habría que contestar que crisis es un sustantivo pero también funciona como adjetivo. La crisis no es “algo”; es nuestra percepción del estado temporal de algo. Es realidad adjetivada, situación valorada. Por lo tanto hablar de crisis, simplemente, ya es darle forma al ponerle nombre. Esa es la teoría que se ha mantenido, de forma inversa, para no utilizar esta palabra, crisis, tabú durante mucho tiempo, y así mantenerla alejada de los artículos, editoriales y debates y discursos parlamentarios. Hay crisis reconocidas y crisis negadas. Hay debates sobre si hay o no crisis; sobre dónde y cuándo empieza o termina; sobre qué la causa; sobre cómo se soluciona.. Lo hemos visto y lo vemos.
La pregunta sobre la contribución de los medios se debe desglosar en varias, separando aquellas cuestiones en las que la información se convierte en efecto añadido (por ejemplo, un pánico bursátil, la caída de acciones) de lo que es la percepción general de una situación. El primer caso exige una labor profesional meticulosa para evitar que las noticias se valoren de forma precipitada (y superlativa). La segunda cuestión tiene que ver con la información continuada que actúa como preparación psicológica, como fondo. El conocimiento pertinente es una eficaz vacuna contra las sorpresas. Es normal que nos angustien las informaciones sobre la crisis. Nos afectan personalmente. Lo malo es cuando a la naturaleza angustiosa de las situaciones de las que se nos informa (despidos, cierres, parados, desahucios, etc.) se suman lo inesperado, el desconocimiento de sus causas, el grado de eficacia de las soluciones, los esfuerzos necesarios para salir de ella, etc. Una angustia bien informada es mejor que una angustia engañada.
Es tan malo gritar que viene el lobo cuando no viene, como no avisar cuando está a la vista.

* Milagros Pérez Oliva: “¿Contribuyen los medios a la crisis?” El País 29/01/2012  http://www.elpais.com/articulo/opinion/Contribuyen/medios/crisis/elpepiopi/20120129elpepiopi_5/Tes



lunes, 30 de enero de 2012

Un hijo del pueblo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Comandante no te rindas
«¿Acaso lo ha visto usted?»—repetía enfadada una vecina del pueblo del capitán Schettino a los periodistas televisivos. Aunque uno haga cualquier barbaridad, aunque sea del tamaño y claridad documentada del Costa Concordia, sabes que los de tu pueblo te defenderán con devoción. Elaborarán una teoría conspiratoria absurda antes que reconocer que un paisano ha cometido tamaña estupidez, con diecisiete cadáveres en su cuenta hasta el momento. Defensa a ultranza, sí, hasta la tumba si es necesario. Es un hijo de este pueblo.
Cada vez que aparecen nuevas pruebas y testimonios, grabaciones de las conversaciones inequívocas que mantuvo con la naviera, me acuerdo de sus convecinos y de su ardor defensivo del ahora villano nacional e internacional. Todos quieren ver en el hundimiento del barco un símbolo de la catástrofe italiana y convertir al galante capitán en una especie de Berlusconi naviero, más preocupado por la rubia moldava acompañante que por los peligros de la navegación costera, pendiente de saludar a los amigos del pueblo de enfrente, avisados del paso del crucero por las páginas de Facebook. Luego, lo de siempre. La roca que no estaba allí, pero que estaba allí; la roca que no estaba en los mapas, pero que estaba en los mapas. Todo estaba donde debía, menos el capitán Schettino antes, durante y después del siniestro.


Las causas reales son preocupación de las casas de seguros y de los jueces, que dirán lo que tengan que decir al respecto tras sus investigaciones. Me interesa conocer la evolución mental del pueblo del capitán, Meta di Sorrento, saber cómo van a ir asimilando los vecinos el hundimiento del nombre del Capitán —y del pueblo— tras el hundimiento del barco. Porque solo es posible defender a un hijo del pueblo de esa manera realizando una operación retórica y tomando la parte por el todo. Todos somos Schettino: ¡todos para uno y uno para todos! ¡Meta di Sorrento! ¡Fuenteovejuna! ¡No te rindas!

Hasta el momento, su cerebro colectivo ha ido encontrando soluciones parciales para resolver su conflicto emocional. El hecho de que haya más vivos que muertos lo atribuyen a la pericia del capitán, por ejemplo, un héeroe para ellos. Desde esa perspectiva, el capitán solo sería responsable negativo si las víctimas de su descabellada operación fueran la mitad más uno del pasaje. Solo aceptarían una culpabilidad estadística y democrática.
El hecho de que saliera a toda prisa del barco también tiene explicación para los vecinos: “coordinar el rescate desde un bote salvavidas es perfectamente legal”*, han señalado literalmente. Según esto, el bote en el que el Capitán Schettino se alejó del barco sería el equivalente al Air Force One del Presidente de los Estados Unidos, bote en el que habría reunido a su gabinete de crisis para tener una mejor visión de los acontecimientos. Algo así como Napoleón dirigiendo la batalla desde lo alto de una colina para tener mejor perspectiva del escenario bélico y tomar sus decisiones. Los grandes hombres son así; necesitan distancia. Como Curro Romero. La frase que ha quedado para la historia es la que le dijeron desesperados sus superiores: "Vada a bordo, cazzo!! (¡suba a bordo, cojones!). Hay frases más dignas, pero esta tiene lo justo: cortita y expresiva. Vale para las camisetas.


La profesión de la joven moldava oscila entre bailarina y traductora —aunque ambas cosas no son, por supuesto, incompatibles—; en este último caso estaría justificada su presencia junto al capitán, consciente este del problema que podría ocasionarle durante la navegación encontrar algún moldavo en el puente de mando, que es donde parece que estaban ambos.
Nuestra capacidad identificadora, por un lado, y negadora, por otro, es infinita y comienza con nosotros mismos, con la familia, sigue con el vecindario, luego la ciudad, el equipo de fútbol, el partido político, y así sigue ascendiendo por la escala emocional en la que está dividido nuestro corazoncito.

Para complicar las cosas, los alemanes de Der Spiegel han llamado “cobarde” al capitán y, por las operaciones retóricas nacionales que señalamos, el conjunto de los italianos se ha dado por aludido. Il Giornale ha contraatacado con fuerza: “A noi Schettino, a voi Auschwitz”. Mencionarles a los alemanes, a estas alturas, Auschwitz es algo más que un golpe bajo. El hundimiento del Costa Concordia —¡vaya nombre!— puede dar al traste con los planes de Merkel para la recuperación de la economía italiana. ¡Maldita roca indocumentada! Ya solo falta que Moldavia se dé por aludida porque se la considere responsable de la distracción del capitán Schettino para volver a tener otro conflicto internacional en plena crisis de la eurozona.
La desgracia de los fallecidos queda tapada por tanta exhibición de orgullo patrio, del pueblecito a Europa. Mientras tanto, el barco escorado se ha convertido en motivo de peregrinación turística. A diferencia del Titanic, que se fue a pique en mitad del mar, el Costa Concordia —mientras se siguen buscando cadáveres en su interior— es un espectáculo costero. Los supervivientes tenían un recuerdo común que han utilizado muchos de ellos para explicar su odisea a los medios de comunicación: ha sido como el Titanic. Se refieren, por supuesto, a la película de James Cameron. Los medios nos dan también grandes noticias, como que un superviviente del Costa Concordia perdió un tío en el Titanic o que alguien escuchó el tema principal de la película de Di Caprio y Winslet poco antes de la catástrofe, según ha revelado un turista suizo**. ¿Alucinación, leyenda urbana, blockbuster?



Cuando los orgullos y los ánimos se vayan mitigando, todavía quedará el recuerdo de unos fallecidos víctimas de la irresponsabilidad de un hombre. Pasados muchos años, Meta di Sorrento olvidará que Francesco Schettino fue un hijo del pueblo. Las pancartas que ahora lo defienden en las calles se irán perdiendo durante la noche y nadie las repondrá. Y serán otras las emociones que vendrán a soliviantarnos, a sacar de nosotros el orgullo patrio. Todos somos hijos de nuestro pueblo.

* “El pueblo natal del capitán del crucero salió a defenderlo” El Sol On Line. 18/01/2012  http://elsolonline.com/noticias/view/122898/el-pueblo-natal-del-capitan-del-crucero-salio-a-defenderlo

** "Costa Concordia: Titanic theme tune played as cruise ship hit rocks" The Telegraph 18/01/2012 http://www.telegraph.co.uk/news/worldnews/europe/italy/9022349/Costa-Concordia-Titanic-theme-tune-played-as-cruise-ship-hit-rocks.html

Devolviéndole la pelota a Angela Merkel: Alemania abandona a Europa


domingo, 29 de enero de 2012

Wang Ch’ung y la estupidez

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su obra sobre la historia del pensamiento chino, el gran sinólogo de la Universidad de Chicago, Herrlee G. Creel (1905-1994), expresó el siguiente razonamiento:

El hecho mismo de que gran parte del pensamiento de Wang Ch’ung aparezca para nosotros tan razonable indica que probablemente parecería absurdo, si no incomprensible, a muchos de sus contemporáneos. (234)*

Se refería Creel a la tendencia crítica del pensamiento de Wang Ch’ung (27-97 d.C.), filósofo de la dinastía Han, cuya obra era profundamente discordante con las formas y maneras de su época: creía que no había que seguir literalmente a los clásicos e imitarlos sin más, sino buscar ideas propias; ser claro y comprensible, en vez de críptico, rebuscado o pedante; y, finalmente, consideraba que había que dar más importancia a la comprensión del presente, afirmando que gran parte de lo que la historia contaba era falso. Siendo confucionista, Wang Ch’ung no dudó en criticar aquello que no le parecía consistente de Confucio. Además, era mecanicista y para él el ser humano era el resultado accidental de las fuerzas de la Naturaleza; no creía en los avisos del Cielo ni en la adivinación, y afirmaba que una vez muerto no quedaba nada, ni tan siquiera fantasmas. Concluye Herrlee G. Creel: «Todo esto es asombroso por su aire de modernidad.» (214)

Herrlee G. Creel
El razonamiento de Creel nos presenta algunas de las paradojas de la comprensión y de las formas de interpretar a los demás. Lo que nos parece moderno de su pensamiento y actitudes, es lo mismo que les debió parecer extravagante a sus contemporáneos.
Lo interesante del caso es la elevación al nivel casi de una demostración del razonamiento sobre la excentricidad del pensamiento de Wang Ch’ung. La modernidad del pensamiento, desde nuestra perspectiva actual, es —para Creel— la justificación de la incomprensión pasada. La idea es interesante si no se lleva al extremo de pensar que toda extravagancia es signo de modernidad futura. En ocasiones es, al contrario, una vuelta al pasado.
Stendhal decía que no escribía para su tiempo, sino para el lector futuro, guiado por el desprecio que su época poco heroica le merecía y la esperanza de que, con el tiempo, la situación mejorara. Sin embargo, a diferencia del novelista, Wang Ch’ung no tenía pretensiones de futuro, sino una profunda vocación de actuar sobre el presente. Ch’ung no quería ser moderno, sino actual; no quería ser considerado extravagante, sino que consideraba que eran los otros los que vivían en el error. Las críticas a la imitación irreflexiva, a la creencia en las intenciones de la naturaleza guiando a los humanos, a la adivinación, y a la aceptación de una historia mítica y fantasiosa como real, son todos ellos rasgos de la auténtica modernidad del funcionario Wang Ch’ung. Según esto, nosotros no deberíamos creer en nada de lo criticado entonces. Deberíamos pensar como él.


Si Wang Ch’ung, pensador moderno, pudiera llegar a nuestro presente a través de un agujero de gusano temporal, se sorprendería al ver la importancia creciente que algunos dan al Fengshui (literalmente “viento-agua”), o al tiempo que dedican a las distintas formas de adivinación, lucrativo negocio que va desde la lectura de la mano a la salida de los supermercados hasta esos deprimentes videntes y echadores nocturnos del tarot que completan nuestro ciclo diario de estupidez televisiva.

A Wang Ch’ung le hubiéramos parecido increíblemente antiguos por todas estas cosas. La tontería siempre ha sido un lucrativo negocio en todas las épocas. Según el razonamiento de Creer, donde algunos habrían estado muy a gusto sería en la época de la dinastía Han, cuando las supersticiones de este tipo eran consideradas como parte de lo cotidiano. Lo que entonces era normal, hoy es extravagante. Pero, mucho me temo, este gusto actual por la extravagancia —que va de los druidas celtas al fengshui pasando por todo tipo de disparates— no tiene nada que ver con el espíritu crítico del filósofo, sino todo lo contrario.
Su extravagancia entonces surgía de la soledad de su razonamiento crítico, mientras que nuestra extravagancia actual surge, por el contrario, de la imitación acrítica y exótica de aquello que nos muestra como diferentes a los ojos de los demás. Si Ch’ung hubiera sido un extravagante voluntario —como es nuestro caso—, no se hubiera molestado en hacer demostraciones sobre la inexistencia de los fantasmas o de la ausencia de voluntad de la naturaleza o los dioses en el control de nuestra vida. Gracias a esa distancia de las creencias comunes, pudo describir el ciclo del agua y realizar interesantes observaciones sobre los eclipses, entre otras muchas cosas. Fue un solitario espíritu crítico rodeado de una época que se consolaba con la ignorancia que les habían legado. No querían pensar por sí mismos.


Ch’ung quería que la gente dejara de creer en tonterías o de imitar y seguir a otros para evitar ser manipulados. Hoy, aunque nos quejemos, muchos se lanzan de cabeza a las tonterías más increíbles sin miedo al ridículo. El crecimiento monstruoso de los estantes dedicados a estas cosas en las librerías es una prueba fehaciente de este regreso voluntario a los pasados más tontos y oscuros de todas las culturas. Hemos conseguido la síntesis de la estupidez global, la multitontería. Todo aquello que sirvió para engañar y explotar durante milenios está de moda en nuestro orgulloso mundo moderno. El tarot en alta definición y 3D, el fin del mundo maya, Nostradamus y un sin fin de cosas que llenan nuestras cabezas y vacían nuestros bolsillos. Y tienen efectos secundarios, claro. Algunos venden sabiduría antigua, cuando ya algunos antiguos inteligentes —que los había, como Wang Ch'ung— llamaban a muchas cosas por su nombre: tonterías. Nada hay más antiguo que la New Age. Ch'ung estaba equivocado en muchas cosas, claro, pero en él anidaba el deseo de ser lo menos tonto posible, que es el auténtico motor minoritario de la Humanidad.
La enseñanza final es que el razonamiento de Herrlee G. Creel sobre la modernidad de Wang Ch’ung es relativo, porque probablemente se hubiera sentido hoy también incomprendido por muchos. Mientras que él luchó con las armas de su inteligencia —con poca fortuna— contra la ignorancia, hoy hacen gran fortuna precisamente los que fomentan la estupidez sacándole provecho. En eso, nada ha cambiado.

* Herrlee G. Creel (1976): El pensamiento chino desde Confucio hasta Mao Tse Tung. Alianza, Madrid.



sábado, 28 de enero de 2012

El sueño de los mártires y la revolución

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tareq Abdel Latif
Los sueños se pueden contar y cantar, Los sueños son sueños hasta que forman parte de tu vida despierta. Se sueña con un mundo mejor, con la libertad. Pero siguen siendo sueños hasta que tienes el pan para tus hijos y tu destino en las manos.
Rania y Tareq seguro que compartieron sus sueños en la intimidad. En vez de guardarlos para ellos y construir una felicidad retirada de los demás, dedicaron su vida a tratar de hacerla realidad. Tareq dio su vida en los inicios de la revolución. La muerte de Tareq no es una muerte inútil porque Rania y muchos otros egipcios no quieren que sus mártires sean simples muertos,  meros incidentes de orden público. No quieren que sean personas muertas en, sino muertas por. No son los muertos de una plaza, barrio o calle, sino los muertos de una causa, la de la libertad de todos los egipcios.
El diario Al-Masry Al Youm publica hoy una impresionante carta*, la de Rania Shaheen a su marido, Tareq Abdel Latif, muerto el Viernes de la Ira, un profundo testimonio al cumplirse un año del comienzo de la Revolución del 25 de enero. Tareq falleció entonces, en esos primeros días, los más duros, cuando lanzarse a la calle era algo que no se sabía  hasta dónde podía llegar porque lo único que se tenía enfrente era la brutalidad. Sueños y piedras eran todas las armas que los revolucionarios egipcios emplearon para atrincherarse y resistir. No asaltaron nada, no destruyeron nada. Se limitaron a plantar sus sueños como plantaron sus tiendas en el centro de una Plaza, la de Tahrir, y en otros muchos lugares de Egipto que les sirvieron de escenario para su resistencia. Clavaron sus sueños al suelo y los alimentaron con sus cantos y lágrimas. No quisieron escuchar las llamadas a la rendición que les hacían y se limitaron a seguir la luz del futuro, la que nos se apaga al llegar el día, la de la ilusión de un Egipto en libertad.

Viernes de la Ira
Los muertos y heridos se fueron acumulando, al igual que los desaparecidos y torturados en los calabozos de una policía bien entrenada en esas tareas crueles. No se pararon ante esa barbarie y dieron ejemplo de dignidad a todo el mundo. Eran mártires, un término con profunda significación que sirve para mostrar el  agradecimiento y el respeto a aquellos que se sacrifican por otros y mantienen viva la llama de la ilusión en mitad del sufrimiento. En el martirio pudieron vivir la conciencia expresa de la dignidad y libertad que se les negaba en la sumisión obscenamente exigida por la barbarie de unos gobernantes que hacían manifiesto el desprecio por su pueblo, insultándole y robándole, dejándolo sin pan ni educación. Por eso es por lo que dieron los mártires su vida.
Rania le escribe a Tareq:

Do you hear and see what is going on in the country you laid down your life for? Do you know of the other martyrs — who the state propagandists call the Maspero dead, the Mohamed Mahmoud Street “thugs” and the cabinet building “infiltrators”?
They refuse to call them martyrs, as though martyrs are waiting to be honored by such traitors! Tell them that all martyrs are equal and that God will grant them justice.


Reclama la justicia de los que no quieren olvidar, la de aquellos que saben que la revolución no se puede transformar en celebración cuando se les niega el honor a los mártires, cuyos sueños siguen sin hacerse realidad.
Pero ¿cómo van a celebrar a los muertos los mismos que les dispararon, cómo van a rendirles honores bajo la presidencia de los que siguen en el mismo sitio que estaban? La sola posibilidad es un insulto a los muertos y a los vivos. Para el homenaje queda la palabra y el grafitti de los amigos que le recuerdan en los muros de El Cairo, donde cayó.
Por eso, pasado un año, la revolución y sus mártires siguen pendientes de materializar sus sueños. No se trata solo de cambiar o negar el nombre a los mártires, como señala acertadamente Rania; se trata de la revolución misma, cuyo alcance ha sido también modificado al reducir sus pretensiones a una pobre situación que se presenta como un gran logro bajo la tutela militar, con sus cientos de muertos, detenciones y juicios militares posteriores. ¿Dónde está la revolución?



Rania
La revolución egipcia sigue viviendo todavía en los sueños de los que cada noche traen con el recuerdo agradecido a los ausentes de sus calles. Vive, en los corazones de los que, como Rania, los recuerdan por el sacrificio y el compromiso que ellos testimoniaron para acercar los sueños a una realidad todavía muy distante. Ella mantiene vivo el recuerdo de su marido, amigo y compañero y pide justica y respeto para su condición de mártir.  El final de la carta de Rania es una muestra de dignidad y tesón, de firmeza ante aquellos a los que advierte de su determinación:

I promise not to give up on a better future you have died for, a fair retribution that gives you justice, and a changed country where your daughters will live to talk proudly about the revolution in which their father sacrificed his life.
Be sure that if they kill all of the men in this country, its women will continue to take to the streets to demand your rights, and I will be one of them.
So wait until I take revenge for you or die as a martyr.

Los que pretenden que Egipto sea un león dormido, molestado de vez en cuando por algunas moscas impertinentes, se equivocan. No será fácil conseguir que el león vuelva a su letargo anterior. La memoria de los mártires lo mantendrán despierto. No volverá el miedo a la noche.

 * Rania Shaheen: "I will take revenge for you or die as a martyr" Al-Masry Al-Youm 28/01/2012 http://www.almasryalyoum.com/en/node/623896




Cuando el mensajero mata (La censura global II)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Acabo de ver la noticia en el scroll de El País: “Anonymous pide un boicot a Twitter por la censura de mensajes. Los activistas convocan una huelga de tuits durante todo el sábado para protestar por el bloqueo anunciado por la red social. http://cort.as/1XTa”. No ha tardado mucho la reacción y me la imaginaba al ver unos minutos antes que algunos de mis amigos egipcios habían cambiado la foto de su perfil en Facebook por un icono alusivo a la censura de las comunicaciones.
Mi huelga particular la comencé ya ayer, cuando me dio pereza distribuir el artículo en el que criticaba la acción de Twitter a través de un tuit. Me pereció, sencillamente, incongruente.
La compañía juega con la inercia del uso, pero no cuenta con muchos otros factores que la propia red provoca. Por eso señalaba ayer que lo que más daño le puede ocasionar es perder por un lado lo que cree que ganará por otro. Si mi experiencia en estas cosas me ha servido de algo, la posibilidad de descontento hacia Twitter puede generar una demanda alternativa de un servicio sin censuras. Podríamos tener un sosías de Twitter en poco tiempo, un programa que fuera una alternativa con compromiso de no censurar las comunicaciones, al menos, como punto de partida. Podría salirle el tiro por la culata a Twitter y sus competidores aprovechar la ocasión. También cabe la posibilidad de que rectifique, pero creo que el daño está ya hecho. La jungla del mercado ya estará afilando las garras si ven que uno de los grandes presenta fisuras en su predominio monolítico e imperial. Al descontento general se le llama “oportunidad de negocio”.


Los países en los que esta cuestión censora es más evidente han dado ya el grito de alarma y de ahí se irá extendiendo, sin duda. Serán las comunidades más conscientes las que despierten en los demás los efectos de la gravísima medida adoptada por Twitter, a la que dedicamos el artículo de ayer en este mismo blog (La censura global).

Cualquiera que entienda el uso que se da a las redes sociales frente a los controlados medios tradicionales habrá comprendido que no es una maniobra empresarial sin más, sino una auténtica maniobra política represiva, equivalente al desmantelamiento de la resistencia o disidencia política en cualquier lugar del mundo en el que no se respeten los derechos humanos, especialmente los que afectan a las comunicaciones y libertad de expresión. Es más: la medida de Twitter es una incitación directa a que se legisle más restrictivamente en estos países, que se pase de la costumbre a la “ley” para que Twitter pueda aplicar con “buena conciencia” el filtrado censor de los mensajes.
En este sentido, Twitter habrá incitado a que se hagan explícitas las causas de censura elevándolas al rango de norma. La posibilidad de censurar Twitter es muy apetecible para cualquier dictadura. Tan grave como su acoplamiento (incluso estímulo, como señalamos) con las normas jurídicas locales que afecten a los derechos humanos, es su intención expresa de ir más allá de las leyes y llegar hasta la costumbre.


Esta declaración de intenciones en un momento en el que en todo el mundo está surgiendo una conciencia global de desafío —ha sido el año del “manifestante”, del “protester”, como protagonista, de Wall Stret a Yemen—, significa un avance de la reacción hasta unos límites insospechados a través de unos medios que pasan a ser considerados, sin duda, orwellianos. ¿Se amoldará Twitter a las leyes y costumbres, por ejemplo, de Arabia Saudí, uno de los países más reaccionarios del mundo? ¿Censurará todos los mensajes que se opongan a la lapidación, por ejemplo, en aquellos países en los que se aplica lo expresado en la sharía de forma literal, con sus castigos medievales? ¿Censurará los mensajes referidos a la homosexualidad en todos aquellos países en los que está penalizada incluso con la muerte o la cadena perpetua? ¿Eliminará los mensajes que protesten contra esas leyes? ¿Censurará los mensajes de los que se citen en Tahrir o Tiananmen? ¿Censurará en Corea a todos los que no estén de acuerdo con su amado y joven líder de repuesto?

Recuerdo haber visto un documental televisivo, hace ya algunos años, en el que se exponían las circunstancias de la contratación de la empresa que debía suministrar televisión por cable en China. China había elegido promover la televisión por cable y perseguir las antenas parabólicas porque un cable es fácil de controlar y cortar, mientras que las ondas son más complicadas de interferir. Es fácil ver que por un cable va lo que te permiten hacer llegar, mientras que puedes dirigir una antena parabólica al satélite que te apetezca. La proliferación de antenas en todos los países de Oriente Medio es debido al deseo de acceder a una información no controlada por los gobiernos de las dictaduras. Cualquier tejado de una casa de El Cairo, por ejemplo, es un bosque de antenas dirigidas a diferentes satélites. Me comentaban que algunas son reorientables a distancia mediante un motor, por lo que pueden ser cambiadas de satélite constantemente para ver unos u otros programas, con el consiguiente ruido en las azoteas y desesperación de los vecinos de la última planta. Cuando les preguntas por qué no ponen antenas comunales te dicen que cada uno tiene derecho a ver lo que quiera sin tener que ponerse de acuerdo.

Azoteas de El Cairo
Para evitar esa libertad de la antena y recibir programas de todo el mundo, China perseguía las parabólicas y fomentaba los cables. En aquel documental se le preguntaba a la empresa responsable respecto a qué harían si se produjeran manifestaciones en la Plaza de Tiananmen u otro tipo de revueltas en el país. Las respuestas de la empresa concesionaria de la emisión por cable era única en todos los supuestos que se le preguntaban: “Nosotros somos televisión familiar”. El mundo podía hundirse que ellos no modificarían la programación aprobada por el gobierno, un mundo amable dispuesto a ignorar cualquier alteración.

Explicación de los mecanismos para evitar la intervención sobre las comunicaciones
En una de las publicaciones oficiales de Skype podemos leer: "Caution for Chinese users: Skype cannot assure what you download from TOM-Skype does not include spyware. So download the international version from the Skype.com site or another independent source." El deseo de control de las comunicaciones se extiende a todas ellas. Un ciudadano con libertad de comunicarse es un peligro en una dictadura. La actitud de una u otra compañía es lo que marca la diferencia. No es lo mismo que te censuren o espíen a que seas tú quien asuma la acción de espiar y censurar. El siguiente paso es ya la delación.
Twitter ha dado un gigantesco paso en falso perdido por su codicia. El mercado chino sobre todo, del que están excluidos, es una tentación económica muy grande. Que crezca el nivel de vida de sus ciudadanos es un efecto de su ascenso a segunda potencia económica del mundo. Sin embargo, el gobierno chino sabe el secreto de su éxito no es solo la competitividad con el exterior, sino el férreo control interior. La empresas solo ven el "mercado chino", su potencial. No ven —o no les importa— su situación política, el estado de sus derechos y libertades.

El viejo mensaje del neoliberalismo que justificaba que el bienestar económico debía ir primero y que la libertad política llegaría después, se demuestra falaz si la economía se pone al servicio expreso de las dictaduras y de las costumbres retrógradas y reaccionarias. El viejo "libertad para qué" se ha sustituido por el "libertad por cuánto".
Twitter ha decidido echarles una mano y contribuir al mantenimiento de las censuras dictatoriales para mantener su propio crecimiento mundial. Independientemente del resultado económico de la operación, cualquier intervención se volverá contra la compañía que no podrá resistir la erosión de las campañas de todos aquellos que critiquen su actuación. Twitter acabará perdiendo mucho más de lo que gana. Por lo pronto, ha dejado al descubierto su esencia puramente económica.; fuera romanticismos. Ya sabemos que Twitter no hace revoluciones, como la propia compañía gustaba de hacer creer.
La expresión “no hay que matar al mensajero” deja de tener sentido cuando es el mensajero el que te mata a ti.


viernes, 27 de enero de 2012

La censura global

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El anuncio por parte de Twitter* de que ajustará sus estándares de expresión a los límites que las autoridades y legislaciones de cada país consideren pertinentes puede considerarse como la primera gran censura global de la historia de las comunicaciones. El argumento del respeto a las leyes locales esconde —en su vergonzante expresión— la anteposición de los principios de expansión comerciales a la expansión de la universalidad de los derechos humanos.
Olvidamos con frecuencia —y esto es parte del proceso de transparencia tecnológica— que estos servicios que hemos integrado en nuestra vida y en los que depositamos confidencias, fotos, escritos, en los que establecemos diálogos y encuentros con otras personas de todo el mundo, son el resultado principal del deseo de ganar dinero de unos pocos y no de los deseos de libertad de sus usuarios.

La red global es el negocio global. Si se tiene que disfrazar de cordero, lo hace. Las sucesivas manipulaciones realizadas por algunas empresas que ofrecen estos servicios gratuitos son el aviso constante de una regla: cuanto más asentado está un servicio entre los usuarios, mayor es el riesgo de manipulación, ya que la tentación crece ante las perspectivas de ganar más. Los dueños de estas empresas, por mucho que lleven camisetas de manga corta y sandalias y coleta y piercing en una ceja, si es necesario, son tan tiburones como el resto. Como en cualquier otro sector, se trata de que crezca el número de usuarios y su dependencia. Los dramas que se han producido este año pasado por las caídas de servicios y la histeria entre los usuarios provocados por la perspectiva de perder la información acumulada y las relaciones establecidas han mostrado lo mucho que dependemos de estas megaempresas que controlan la mayor parte de las comunicaciones.
A diferencia de otros tipos de servicios regidos por derechos de los ciudadanos, aquí se rige todo por los deberes como clientes, es decir, por aquellas estipulaciones que unilateralmente establece la empresa y que debemos aceptar para crear una cuenta y acceder a los servicios que nos brindan gratuitamente, aunque —como bien sabemos— resulten ganancias multimillonarias de nuestra mera acumulación.


El aviso realizado por Twitter de su nueva política de bloqueos de información es un aviso más, de gran gravedad, ya que supone un pacto, dejando de lado a los millones de usuarios, con los gobiernos de los países. En aquellos países en los que las comunicaciones están amparadas por derechos, la situación no es preocupante porque no modifica en nada el deseo intervencionista, que se supone inexistente, del estado en cuestión. Es obvio que esta concesión no se hace pensando en estos países.
Pero es completamente distinta la situación en todos aquellos países en los que sí existen restricciones, censuras y hasta persecuciones y condenas por delitos de expresión. Cuando Twitter dice —con gran cinismo— que se amoldará a lo establecido por las “entidades” responsables en cada país para realizar sus bloqueos de mensajes. Tras esta aparente aceptación de la “legalidad vigente” en materia de expresión de cada país, se esconde el deseo de no ser bloqueado en su conjunto. Twitter antepone, como empresa, la aceptación de las normas de cada país para asegurarse su parcela en el mercado. Twitter bloquea para no ser bloqueado.

Esta auténtica real politik de empresa no es más que la constatación de lo que podemos considerar como el “modelo chino” de las comunicaciones. Es sabido que el pueblo chino no dispone de acceso a Facebook ni a Twitter. El gobierno chino ha creado sus dos servicios paralelos para que sus ciudadanos no recurrieran a un servicio que ellos no pudieran controlar y censurar si es necesario. En una dictadura como la china, el gobierno controla las comunicaciones de sus usuarios. La consecuencia es, por ejemplo, un mercado negro de conexiones que garantizan que las comunicaciones —teóricamente— no van a ser controladas  De forma clandestina, muchos chinos tienen sus accesos como muchos de los ciudadanos del mundo, los de aquellos países que tienen libertades, entre ella las de expresión. Son canales, además, usados por la disidencia para poder organizarse, es decir, aceleradores y coordinadores de los cambios. El ejemplo de los países árabes y sus revoluciones es decisivo en este sentido, ya que permitió burlar las censuras de los gobiernos de las dictaduras que controlaban las comunicaciones. Los revolucionarios de algunos países habían establecido sus redes para burlar los bloqueos previsibles, los cortes generales y los envíos masivos de mensajes (sms) por parte del gobierno manipulando a la gente, como ocurrió en Egipto.
Un caso importante de esta política comercial por encima de la política de las libertades y los derechos humanos lo constituye el controvertido caso de Google. China bloqueaba la implantación de Google con la exigencia de censurar los contenidos accesibles por sus ciudadanos. De forma polémica, Google creó Google China en 2005 sometiéndose a la política de censura del gobierno. Cuando los usuarios buscaban términos censurados, el buscador les devolvía el siguiente mensaje: “Search results may not comply with the relevant laws, regulations and policy, and can not be displayed”. Este es exactamente el mismo planteamiento que Twitter adopta ahora: amoldarserse a la legislación vigente.


Sin embargo existe una gran diferencia entre bloquear el acceso a la información existente, que ya es malo, y el bloqueo de mensajes entre personas, que es muchísimo más grave en todos los aspectos, ya que afecta a otro tipo de derechos que son cercenados por la acción de la propia compañía. ¿La causa?: ampliar el mercado.


La creación de Google China acabó mal —en 2010— ante las denuncias de los intentos del gobierno chino de acceder a las cuentas personales de gmail de disidentes y activistas de los derechos humanos o personas a las que simplemente les interesaba espiar y controlar. La empresa, por temor a las reacciones internacionales y en los propios Estados Unidos, aseguró que acabaría cerrando sus oficinas en China ante la imposición de tener que seguir censurando el buscador o no poder proteger la integridad del correo de sus usuarios. Los chinos dejarían de confiar en el servicio y los demás los acusarían de cómplices de una dictadura, que es en lo que realmente se habían convertido al acceder a las pretensiones del gobierno.

El caso de Twitter debe considerarse como un paso gravísimo en el mismo sentido, el de convertirse por razones de mercado en aliados de dictaduras o de culturas cerradas o regresivas en las que se asfixia la posibilidad del oxígeno que la globalización de las comunicaciones abiertas permite. Desde el momento en el que se establecen diferencias entre unos países y otros —según normas y "creencias"— en el acceso a la información se rompe la globalización y se vuelven a levantar las fronteras —los nuevos muros de Berlín, las nuevas murallas chinas— con las que aislar del resto del mundo a los que desean acceder a una visión diferente a la que tratan de imponer sus gobiernos dictatoriales. Por eso, el argumento de ajustarse a la “legalidad local” es nauseabundo porque esa legalidad puede ser cortar manos, azotar, lapidar, segregar, torturar, sexismo, pena de muerte, etc. y los delitos penalizados la simple crítica a los gobiernos u opinar de otra manera en cualquier aspecto. Siempre se utiliza la misma falacia como justificación: esto servirá, nos dicen, para bloquear los contenidos de los neonazis, etc. Para eso ya hay fórmulas con todo el amparo jurídico si es necesario. 
Lo que Twitter quiere es otra cosa, como era otra cosa lo que buscaba Google: ampliar su mercado en 1.600 millones de chinos y otros cientos de millones de personas que viven en países que tienen legislaciones restrictivas sobre qué deben ver o no ver sus ciudadanos, cómo se deben vestir, etc. Con esto Twitter se hace cómplice de las dictaduras, como también se hizo Google con su sumisión al gobierno chino. Perdieron la ocasión de demostrar que el “libre mercado” es algo más que la ley del embudo.


El gran crédito político que las empresas de las redes sociales —Facebook, Google y Twitter, básicamente— han tenido como armas y herramientas favorecedoras de las libertades bajo las dictaduras, lo están perdiendo a marchas forzadas. Espero que esto les quede claro a muchos analistas y publicitas: no han sido facebook, twitter o google los que han realizado las revoluciones. Han sido las personas que se  han servido de ellas. Y ahora pueden ser herramientas de las dictaduras, armas de represión, desde el momento en que secundan a los gobiernos autoritarios en su control social. De la dictadura política a la dictadura de los mercados, la del beneficio.


Los países emergentes económicamente no siempre lo son políticamente y, por el contrario, es su funcionamiento como dictaduras fabriles —países fábricas bien controlados— lo que les está haciendo emerger en muchos casos. Su gobiernos quieren que produzcan obedientemente y temen que la conjunción de la creación de mercados internos (lo que nosotros les vendemos) más la apertura a las informaciones exteriores acaben erosionando su control sobre las poblaciones. La mezcla de dictadura y corrupción económica que padecen por parte de sus tramas gobernantes no quieren arriesgarse a ser denunciadas a través de medios sin control. Por eso exigen la censura y las empresas se pliegan.

Lo grave del caso es que ya no se trata de que sean censuradas las comunicaciones por los gobiernos, sino de que son las propias compañías las que censuran para conseguir el beneplácito del gobierno y las bendiciones de sus accionistas.
En un mundo global, no hay más globalización que la universalidad de los derechos humanos y esa es la que los usuarios de este tipo de servicios debemos exigirles a unas compañías que pueden pisotearlos ellas mismas en beneficio de sus accionistas. Los países tiene sus fronteras; las compañías no. Sin fines sociales reales, aceptan adaptarse a los "mercados" con tal de entrar en ellos. No les importa la gente, solo pactar con los que les dejan implantarse. Las dictaduras ya saben con quién deben sentarse a negociar.
Para parar esto, no hay más que una solución: que lo que ahora piensan que les va a beneficiar, les haga perder por otro lado. Y que decidan. Por mi parte, puedo hacer dos cosas. Una ya la estoy haciendo, denunciarlo. La otra es borrar mi cuenta de Twitter, algo para lo que les doy una semana, por si acaso rectifican.

* "Twitter bloqueará en algunos países los mensajes que violen normas o creencias" El País 27/01/2012 
http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2012/01/27/actualidad/1327623769_089203.html