lunes, 28 de febrero de 2011

Aquí nos modernizamos todos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La revolución generacional es un hecho en el mundo árabe. Ya hemos tratado esta cuestión es algunos textos anteriores, pero ahora nos llega una noticia desde Egipto que arroja más luz sobre el alcance de la cuestión. Un grupo de 2.000 integrantes jóvenes de los Hermanos Musulmanes se ha plantado ante sus mayores, los dirigentes de la Hermandad, y ha amenazado con una revuelta si no llega hasta la Hermandad la “ola de libertad” que invade Egipto. No están dispuestos a seguir como hasta ahora y piden la disolución de los órganos de gobierno. Los actuales dirigentes se difienden; "No somos un grupo de viejos, como algunos parecen pensar". Los jóvenes han plantado cara y amenazan con un relevo generacional en la Hermandad.en las próximas elecciones. Los viejos dirigentes no se acaban de creer lo que está pasando.

Los jóvenes árabes están protagonizando una revolución moral frente a sus mayores. Esto suele darse cuando existe una tierra de nadie entre dos generaciones, cuando se ha roto la continuidad. Los más jóvenes responsabilizan a los mayores por lo que no hicieron cuando tuvieron ocasión de impedirlo. Hemos tenido que hacer lo que vosotros no hicisteis, parecen decir. ¿Cómo habéis dejado que esto llegara hasta aquí? Los jóvenes, los que han liderado el cambio, se ven plenos de autoridad para exigir a los demás lo que exigieron a Mubarak.

Los trabajadores de las empresas estatales de la zona industrial de Helwan, próxima a El Cairo, se han plantado también. Exigen que se destituya a los integrantes de los Consejos de administración responsables del deterioro de las empresas y la eliminación de todos los intermediarios inútiles que se han estado beneficiando durante años sin aportar nada. También los trabajadores exigen cambios y responsabilidades.

Como los jóvenes hermanos musulmanes, los trabajadores de Helwan están ya hartos de aceptar unas estructuras jerárquicas que no les llevan a ningún lado. Y han decidido ejercer la fuerza de la protesta para ir limpiando el panorama que llevan años contemplando impotentes. Las cifras de los negocios de la corrupción que van surgiendo en los diferentes países son tan escandalosas que es poco probable que quede alguien con valor como para defender la memoria de estas aves de rapiña.

Esto es algo más que una fiebre de huelgas y protestas; es un proceso de depuración desde la base. Lo que no se está haciendo más que a medias desde arriba, se hace por abajo. Son ya varios los ministros de la era Mubarak que han sido detenidos por estar implicados en casos de corrupción y saldrán casos durante bastante tiempo. Solo hay que tirar de la cuerda. El sistema funcionaba como funcionaba y todos lo sabían, lo tenían delante.

Parece que la mayoría de los egipcios, de todas las tendencias, coinciden en que el régimen no sirvió para resolver ninguno de los problemas de Egipto y sí para acrecentarlos convirtiéndose él mismo en un problema. Los ideales de una “moderna sociedad civil” basada en la libertad, la justicia social y la dignidad pueden ser compartidas por todos los egipcios, como señala Hala Mostafa*, del Centro Al-Ahram para Estudios Políticos y Estratégicos (ACPSS), rechazando el autoritarismo militar o religioso. Quieren una sociedad moderna y van a luchar por ella. Se han cargado de fuerza y seguirán adelante pese a quien le pese.

Los egipcios han roto con esa concepción de la autoridad que los convertía en eternos hijos de un padre no deseado. Casi todos los países árabes tienen o pasan del 50% de población joven. Es esa nueva mayoría la que reclama que la situación cambie rápidamente.

* Hala Mostafa: “Toward a Liberal grouping” http://www.almasryalyoum.com/en/opinion/toward-liberal-grouping 27/02/2011 Al Masry Al Youm



Los políticos que dicen sí y los pueblos que dicen no

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La segunda oleada de la revolución ciudadana de Túnez se ha llevado por delante a Mohamed Ghanuchi, el primer ministro interino, la persona que pensaba liderar el cambio. Eso ha ocurrido en Túnez y puede no ser el único lugar en el que suceda en fechas próximas.

Es el resultado de la desconfianza en personas que no se la han ganado en el pasado y que afrontan el futuro con poco crédito. Uno de los elementos básicos que se exigen en esta nueva situación es la credibilidad y las generaciones de políticos marcados por su servilismo, su rapacidad y su capacidad de mirar hacia otro lado ante las desgracias de sus pueblos no la tienen.

El pueblo tunecino ha dicho no a quien era conocido como “Monsieur Oui Oui”. Desde luego, un mote así no se le pone a una persona con mucha capacidad de entusiasmar en un proceso de cambio. Además de la desconfianza, el pueblo tunecino está mandando un mensaje de cambio muy claro: quieren cambios de verdad y ya.

El mundo árabe tiene un gran reto tras el desafío que ha supuesto enfrentarse a sus malos gobernantes: encontrar un repuesto. Las largas dictaduras son máquinas de laminar la credibilidad de los que se quedaron dentro. Los exiliados, en muchos casos, tienen una relativa credibilidad por diversos motivos: la desconexión de la política local y su distanciamiento de los problemas del conjunto. Tienen otro problema: los pueblos no ven en ocasiones claro su papel. Esos calificativos que se han aplicado a los nuevos aspirantes a gobernantes “el hombre de Washington”, “el candidato de Francia”, “el favorito de Reino Unido”, etc., no son la mejor credencial para muchos políticos importados. A muchos se les ve como títeres de terceros países. Quieren sus propios gobernantes, comprometidos con sus pueblos, no tutores.

El rechazo a los gobernantes transitorios hasta llegar a los cambios definitivos debe acompañarse de la detección de líderes en los que confiar. Los que han dicho “oui, oui” a todo no son demasiado creíbles y están demasiado acostumbrados a gobernantes así.

Los egipcios ya lo hicieron con Suleimán y están también dispuestos a hacerlo con aquellos de los que no se fíen. No es fácil encontrar políticos creíbles que tengan la gallardía de ofrecerse para liderar un periodo de transición. El mundo árabe, que está dando una gran lección, tiene que emprender un proceso de construcción de su nueva clase política capaz de enfrentarse al más grave de sus problemas: la corrupción crónica. La libertad se escribe en grandes letras en el frontal de las constituciones; pero la desaparición de la corrupción enquistada en los más pequeños rincones de estos países costará mucho eliminarla porque ha sido una forma de vida normal durante décadas, por no decir siglos. De no hacerlo se verán abocados a situaciones como las de algunos países que no logran sacudirse la condena de la corrupción de sus políticos en todos los niveles. Además de evitar que salgan de las situaciones de pobreza, sumirán en la apatía y en el fatalismo de que nada puede cambiar.

Una parte importante de responsabilidad en la corrupción la tenemos nosotros, los occidentales, que hemos aceptado esta forma de relación bilateral en la que exigimos honestidad a nuestros gobernantes pero aceptamos hacer negocios con los corruptos de otros países. La caída anunciada de la ministra francesa de asuntos exteriores no es más que un pequeño detalle que podría y debería ampliarse a muchos otros escenarios.

El capital de ilusión encarnado en sus juventudes tiene que verse recompensado por una limpieza del campo para avanzar hacia el futuro, ese futuro que están ganando entre todos día a día. “No han robado el futuro”, decía indignado un joven árabe en una entrevista televisiva.refiriéndose a sus gobernantes. Cuando se dice que la familia de Ben Ali controlaba el 30% de la economía en Túnez es posible comprender el tipo de gobernantes que necesitan. Ellos lo tienen muy claro y no son precisamente los que dicen sí a todo.



domingo, 27 de febrero de 2011

Honestamente

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

«Honestamente», le pregunta un periodista al Ministro de Asuntos Exteriores italiano en la cadena Euronews, «¿no le ha avergonzado leer durante meses en las portadas de la prensa mundial las transcripciones de las aventuras sexuales de Berlusconi?» El ministro Franco Frattini, que ha debido ensayar en múltiples ocasiones la temida pregunta responde como cierre de la entrevista: « He explicado al resto de compañeros políticos que han leído esto que se trata probablemente de una filtración masiva, algo que en otros países se castiga penalmente. En Italia, la invasión de la privacidad está permitida, tolerada e incluso se fomenta. En la mayoría de países occidentales, esto sería castigado, y eso es lo que he explicado a mis compañeros políticos europeos»*. El ministro ha reducido el problema al de una gotera del vecino de arriba.

El argumento de “no es delito” lo que yo hago, pero sí lo que los demás hacen está siendo muy utilizado últimamente. Este mismo argumento es el que le va a costar el puesto, probablemente mañana, a la ministra francesa de Asuntos Exteriores, Michelle Alliot-Marie, para la que tampoco es delito viajar invitada por los dictadores a los que luego se les ofrece ayuda policial para reprimir a un pueblo que se levanta, y mantener con ellos negocios familiares. Puede que no sea delito, pero la gente empieza a pensar que los políticos están cada vez más cerca del borde y sobre hielo fino.

El ministro italiano ha ignorado lo más importante en la pregunta: el honestamente inicial. El periodista la reservó para cierre y el ministro ha proporcionado un final adecuado a su condición de diplomático: una respuesta absurda que va más allá de los hechos y traslada la responsabilidad a los demás. Hasta aquí puedo llegar, parece decir.

¿No se puede ya hacer honestamente una pregunta y esperar una respuesta honesta? Al hijo de Gadafi le preguntan directamente: “¿Seguirá su padre el mismo camino que Ben Ali y Mubarak?” El hijo del dictador mira fijamente a quien le hace la pregunta y es rotundo y escueto en su respuesta: “¡No!” Sale de la rueda de prensa, en la que ha afirmado que el país está tranquilo, en medio de grandes carcajadas. De no saber quién es temeríamos estar ante un villano de película que se ríe siniestramente tras amenazar con acabar con el mundo. Sin embargo, es real y honesto. No sabemos lo que el “no” esconde, pero ha sido directo, inquietante pero directo.

Los dos entrevistados hablan por sus jefes, tratan de esconderlos del desastre. Con todo, hay una gran distancia entre un ministro que lleva la procesión por dentro y que tiene que soportar las miradas entre burlonas y comprensivas de sus colegas, y la bravuconada de Saif El Islam, pero ambas nos muestran que ya no es sencillo hacer preguntas y esperar respuestas. Entre el exceso retórico del ministro y el “no” escueto del hijo del dictador tiene que haber un espacio para las repuestas honestas. ¿O es demasiado pedir?

* http://es.euronews.net/2011/02/25/frattini-el-problema-ante-un-exodo-masivo-de-libios-no-es-de-italia-sino-de-/



La oposición pública

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Los acontecimientos que se están produciendo en el mundo, no solo en el árabe, deberían hacernos reflexionar sobre nuestro concepto actual de liderazgo y sus consecuencias políticas y sociales. Espectáculos como los de Italia, los ofrecidos por algunos políticos franceses, la situación belga… empiezan a ser frecuentes. Ya sea por los escándalos que provocan con sus acciones personales, ya sea porque hacen enrojecer a sus propios ciudadanos con sus declaraciones públicas comprometiendo la dignidad de sus países, estamos asistiendo a una crisis del modelo de líder y liderazgo político.

Hasta el momento los líderes se han apoyado en un modelo comunicativo que está siendo modificado por el cambio producido por la aparición de los nuevos medios y las nuevas audiencias. Es aceptado que la aparición de la televisión supuso un cambio de modelo en las formas de liderazgo. Siempre se analiza el impacto de la televisión en el enfrentamiento Nixon-Kennedy. Desde ese momento, poco a poco, los políticos han sido seleccionados y diseñados para poder ser acercados a las opiniones públicas a través de los medios disponibles, los audiovisuales. En la prensa solo existe el discurso desnudo y hay que tener ideas; con los medios audiovisuales hay que seducir con la presencia y envolver con las palabras. El modelo requerido en ambos medios era muy diferente. Como consecuencia, el ascenso político de los asesores de imagen ha sido una constante en las últimas décadas. Son los que controlan las campañas y los espacios entre ellas. Con los medios audiovisuales, los políticos están en campaña permanente. Sin embargo, el modelo de líder basado en la telegenia y en la simpatía ha ido cambiando cuando la televisión entra en declive. El auge de los candidatos "simpáticos" no es más que el canto del cisne de un sistema en declive.

El cambio traído por los nuevos medios parece requerir un nuevo tipo de candidato político y forma de liderazgo. Se ha ponderado el buen uso que hicieron los asesores del presidente Obama de los nuevos medios y su forma de conectar con las redes sociales. Sin embargo, se percibe menos que ese nuevo modelo está ya lejos de la pasividad de los modelos audiovisuales que reducen la acción política a espectáculo con el político como artista principal. Las nuevas formas de comunicación exigen otro tipo de candidatos y, lo que es más importante, una nueva forma de responsabilidad. Si las redes sociales se caracterizan por algo es por la vigilancia permanente de sus políticos. Se equivocan los asesores —defienden sus empleos— si piensan que se puede controlar las redes sociales como se controlan los programas de televisión. Que se lo pregunten a Ben Ali y a Hosni Mubarak.

En las últimas dos décadas se ha hablado mucho sobre el concepto de democracia electrónica, pero esto va más allá del voto electrónico. Lo que se está formando es un nuevo diseño de un concepto que hasta el momento era más teórico que otra cosa, la idea de “opinión pública”. Considerado como una abstracción, está tomando cuerpo a través de las nuevas redes sociales. La respuesta inmediata, el control permanente de los políticos a través de foros o masivos reenvíos de mensajes no son más que algunos aspectos de lo que iremos viendo conforme la invertebrada opinión pública se transforme en una sociedad interconectada con redes densas.

El modelo de liderazgo político resultante tendrá que basarse menos en la telegenia que en el compromiso real con la sociedad que le elige y a la que representa. Necesitaremos menos políticos preocupados por el color de sus corbatas y sus efectos en las pantallas televisivas y más políticos capaces de argumentar y responder ante las nuevas situaciones. La presión social sobre ellos será mayor y constante. Esto nos traerá una necesidad de ejemplaridad política que irá más allá del telegénico concepto de “imagen”. Más allá de la imagen está el concepto que nunca debería haber abandonado la arena política: el prestigio, el resultado de la ejemplaridad de las acciones, del compromiso entra las palabras y los actos. Y el prestigio no es algo de lo que se puede vivir, sino algo que ha de acrecentarse cada día a través de las acciones realizadas.

Con la vertebración social que los nuevos medios permiten, la “opinión pública” se puede transformar en “oposición pública” en cuanto el político de turno se aleje de lo que prometió cumplir o actúe irresponsablemente creyendo que puede controlar su efecto mediático.



sábado, 26 de febrero de 2011

Bailad, cantad y sed felices

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

“Bailad, cantad y sed felices”, grita un exaltado Gadafi en la Plaza Verde. Convertido en una especie de Zarathustra nietzscheano, Muamar El Gadafi exhorta al júbilo de la revolución desde la azotea en la que es aclamado por los fervorosos partidarios que le siguen fieles. En el Zarathustra de Richard Strauss, al tema “De las alegrías y las pasiones” le sigue “El canto de la tumba”. «Si escuchan fuegos artificiales, no los confunda con disparos», dice su hijo, Saif El Islam, a los periodistas, poseído por el mismo arrebato dionisiaco y festivo que el padre. ¿Están locos ambos? ¿Creen realmente lo que dicen? ¿Creen que sosteniendo que no ocurre nada podrán hacer que lo que se tiene delante deje de existir? ¿Podrán convencer a alguien? Los hay que niegan el holocausto o la llegada a la Luna, entonces ¿por qué no?

Lo han conseguido al menos en un par de casos. El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, neoplatónico mediático, considera que no vemos más que sombras cavernarias y que la realidad última nos está vedada. Tiene guasa Ortega. Él, que conoce bien a Gadafi, sabrá lo que dice. También dudan de la realidad, aquejados de la misma miopía filosófica, Morales y Castro. Ellos sabrán.

Cuando se ven, se escuchan y se leen cosas como estas, no se sabe muy bien si se está ante la locura o ante el mayor ejercicio de cinismo desplegado sobre la faz de la tierra en muchas décadas.

Escribía Remo Bodei en esa magnífica obra suya, Las lógicas del delirio. Razón, afectos, locura*, mezcla de psicología y saber filosófico, que «el delirio es un ir más allá, un desahogar en el presente lo que, acumulado a través del tiempo, ha formado una masa crítica y espera solo un pretexto, un episodio que sirva de desencadenante, para manifestarse con toda la virulencia de que es capaz.»

¿Están pasando factura a Gadafi, a los demás dictadores que están cayendo, las cuentas del pasado, su negación constante de la realidad? Ben Alí cayó en coma; hablan de un rápido deterioro de la salud y caída en depresión profunda de Mubarak, incluso algunos medios lo dieron ya por muerto. El general Suleimán Mahmud, uno de los militares que se ha rebelado contra Gadafi, dice: “Gadafi se volvió loco y se ha convertido en un dictador. No es el hombre de los viejos tiempos. Sus prioridades cambiaron y empezó a hablar de que era el rey de África y a pensar en dar el poder a su hijo.”** El general Mahmud ve en Gadafi un Nerón que prende fuego a Libia antes que ceder y reconocer la realidad. Gadafi ha prometido morir en su tierra, como lo hizo Mubarak. ¡Qué empeño tienen estos dictadores en morir en las tierras que han pisoteado, en ser llorados por los pueblos a los que han oprimido! El signo más claro de su locura, de su pérdida de sentido de la realidad, no es negar las muertes, los bombardeos o cualquier otra violencia contra los que osan oponérseles. El signo más evidente es que, a pesar de la muerte y dolor que siembran, siguen pensando que sus pueblos les aman, que irán a venerarlos a pirámides faraónicas entre llantos y que sus retratos seguirán colgados en las avenidas que llevan sus nombres hasta el fin de los tiempos. Cría cuervos.

* Remo Bodei (2002): Las lógicas del delirio. Razón, afectos, locura. Cátedra, Madrid.

** Entrevista de Nuria Tesón: “Gadafi es como Nerón, prenderá fuego a Libia antes de dejar el poder” El País. 26/02/2011 http://www.elpais.com/articulo/internacional/Gadafi/Neron/prendera/fuego/Libia/dejar/poder/elpepuint/20110226elpepiint_4/Tes



¿Cuándo acaban las revoluciones?

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Los pueblos de Túnez y Egipto se han puesto de nuevo en marcha. No están contentos con el ritmo y el resultado de las transformaciones que reclaman, las que ganaron a pulso y sangre en las calles de sus ciudades. La alegría se transforma en descontento y exigen más cambios y más rápidos. El goteo de arrestos de responsables y de medidas no satisface ni a egipcios ni a tunecinos y de nuevo reclaman lo que saben que han ganado. Pero el premio no acaba de llegar. Me dicen, sabemos que no es lo mismo que antes, pero… Pero, efectivamente, les sabe a poco. Cuando uno hace una revolución para sacudirse de encima a los dictadores pensamos que con ellos se van en sus maletas, además de fortunas millonarias, los males que causaron y las estructuras que los sostuvieron. Pero las maletas de los dictadores, aunque son grandes, no tienen espacio suficiente para llevárselo todo. Dejan muchas cosas en sus salidas precipitadas.

La preguntas es ¿cuándo acaban las revoluciones? ¿Cuándo pueden los pueblos sentarse a disfrutar de una normalidad con la que han soñado, diferente a la (a)normalidad en la que han vivido durante décadas? Evidentemente, todo cambio que no implique la destrucción de un régimen tiene una evolución y una velocidad. La cuestión es quién la dirige y hacia dónde se encamina. ¿Perciben los ciudadanos que el camino es el correcto y con la celeridad adecuada? Los ciudadanos no se fían de los restos de sus regímenes anteriores como líderes de los cambios. Aunque hayan salido los rostros principales de Túnez y Egipto, estos no son más que la punta del iceberg, son las maletas que tuvieron que dejar en tierra por exceso de equipaje. Y cambiar esto es siempre un proceso más lento, más de cribado. Supone la limpieza institucional, el saneamiento progresivo y constante de unos regímenes que controlaban el tejido social colocando sus piezas en todas partes.

Los militares han aceptado formalmente las reivindicaciones de los ciudadanos y, con ese compromiso, ellos se han retirado de las calles. Si tienen que volver a ellas, el panorama será muy diferente porque el ejército ya no será el tercero que garantizó el cambio, sino el opositor que lo dificulta. Si los ejércitos se ponen a negociar los cambios, malo para todos. Los verán como la otra parte. Su posición no puede ser otra que la garantía de lo que sus ciudadanos quieren y no negociar con ellos lo que pueden o no querer. Si interpreta ese papel, el ejército perderá la posibilidad de asumir un papel institucional moderno y una oportunidad de oro de cerrar un proceso modélico de cambio hacia el futuro normalizado en el mundo árabe. Si el ejército egipcio asume el papel de Mubarak, el pueblo lo verá como a Mubarak.

Los pueblos de Túnez y Egipto han demostrado una mayoría de edad, una madurez forjada durante años de dura represión. No necesitan ni quieren tener vidas tuteladas bajo el principio falso de su incapacidad. Han dado muestras de unidad y de anteponer los intereses generales del país. Quieren ser un país plural y democrático, sin tutelas internas o externas, y tienen todo el derecho a serlo.

Lo que estamos viendo estos días en el mundo árabe es una aceleración de la Historia, el salto de un tiempo a otro. En este salto, algunos se quedarán en el pasado; otros, por el contrario, llegarán a la orilla del futuro.