viernes, 9 de diciembre de 2011

Sobrecualificación


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo confieso: no soporto el término. No lo pude aguantar la primera vez que lo escuché y sigo sin poder hacerlo. Y no lo soporto como educador, como persona que vive su profesión de profesor desde la esperanza de ayudar a las personas no solo a encontrar un futuro mejor sino, esencialmente, a ser mejores en el futuro. Son dos cosas importantes y deben ir unidas.
La idea de la sobrecualificación es que debe existir un punto ideal en el que lo que se invierte en educación se recupera como trabajo. Si yo doy formación básica y logro obtener un puesto de director de una empresa farmacéutica, el dinero que se invirtió en mi educación ha obtenido una altísima rentabilidad. Si por el contrario, me formo como ingeniero nuclear y acabo barriendo calles de madrugada, el dinero que se invirtió en mí, se ha desperdiciado, una ruina, vamos.
Desde este maldito mundo que hemos hecho en el que ya no son solo malos los tiempos para la lírica, sino hasta para la prosa porque ya no hay descripción que no se haga en columnas y las diferencias de calidad se refieren al número de decimales y al margen de error establecido, esto constituye un problema de buena o mala inversión.
Lo terrible del asunto es que se ve solo desde el punto de vista de la producción. Vivimos en la fábrica global y somos nuestros trabajos. La filosofía hace mucho tiempo que renunció a las famosas preguntas de qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos, para sustituirlas por el cuánto cobramos, qué horario tenemos, cuándo nos jubilamos y cuánto nos queda en ese limbo llamado jubilación. Más allá solo está la cadena ecológica.


Nos dicen ahora los datos que ya sabemos desde hace mucho sobre la situación española:

La sobrecualificación es un grave problema que arrastra España desde hace años, pues es uno de esos países en los que el nivel de estudios de su población, sobre todo en lo que se refiere a las enseñanzas universitarias y de FP de grado superior, ha ido creciendo mucho más rápido que la cantidad de puestos de alta cualificación en un economía muy basada en el ladrillo y en el sector servicios. Entre 1999 y 2009, el porcentaje de población española con estudios superiores pasó del 21% al 30%; entre los jóvenes, la tasa es del 39%.*

Lo malo de este enfoque y su consideración de problema es que es una justificación de los recortes educativos que vendrán y de los anteriores ya realizados antes de que se llamara así. La idea de Bolonia de reducir las carreras universitarias ya ha sido un “recorte” de gastos. Lo que antes se hacía en cinco años pasó a tres o cuatro. Para compensar las pérdidas de ingresos (dos años menos), se aumentan las matrículas y se recortan las plantillas docentes. Esto se vende políticamente manteniendo crecimientos moderados en los niveles básicos y encareciendo los superiores. De esa forma se limita esa “sobrecualificación”. Es obvio que si encareces el precio de los másteres y doctorados habrá menos matriculados. Eso se vende políticamente como “enseñanza de calidad”, acercándose a los estándares selectivos de los modelos anglosajones, vendiendo a las universidades españolas que van a ser como Harvard, Yale o cualquier otra prestigiosa institución del mundo con la que el docente español haya soñado. La realidad es la contraria. Hemos encarecido la enseñanza pero apenas notamos beneficio porque han aumentado otros gastos ante los recortes que llegaban de otras partidas. Pero eso es otro tema.
Lo terrible del planteamiento —y lo que causó mi indignación— es que este término lo que encubre realmente es la mala calidad del modelo de desarrollo español, nuestra conversión —con todas las honrosas excepciones que quieran, porque son realmente, eso, “honrosas”— en un pueblo de terracitas y festejos, en el que estudiar es poco más o menos que un lujo asiático porque, para tu destino laboral, con las cuatro reglas de ala aritmética te vale.


Lo hemos dicho en varias ocasiones y lo seguiremos diciendo porque todos los datos siguen apuntando en la misma dirección, al mismo problema: España apostó por el modelo más fácil, el de crecimiento rápido, el de la planta sin raíces, que mientras no haya sequía puede ir tirando. Nuestro escándalo es que esos jóvenes bien formados tienen que emigrar a países en los que crecer es otra cosa. La oferta de Merkel a los jóvenes investigadores españoles loa a Alemania y nos denigra como país porque es la constatación pública de que somos incapaces de construir algo consistente más allá de las terracitas y equivalentes en otros terrenos. Algunos han llegado a la curiosa conclusión de que formamos para los alemanes. ¡Otro motivo para recortar!


Seguimos idolatrando el turismo que es un arma de doble filo. Fue lo que nos sacó en los años cincuenta y sesenta adelante, pero en aquellos años España estaba empezando a transformarse en otra cosa, con una pobre agricultura e incipiente industrialización. Se crearon las universidades masivas precisamente para poder tener un potencial humano capaz de sacar adelante al país, de transformarlo en una potencia equilibrada. Eran los tiempos en los que crecer tenía un sentido. Ahora no. No existe ninguna dirección más que la del beneficio parcial y ningún plan más allá de la retórica de los gobernantes. Son incapaces, a la vista de los resultados, de hacer avanzar este país por caminos más allá de los festejos, bares, y casas y más casas. Ninguno de estos campos necesita de licenciados o doctores. Nos quejamos de que los mercados nos dictan la vida, cuando los locales nos la llevan dictando mucho tiempo, sin necesidad de recurrir a conspiraciones, a través de esa falta de espíritu constructivo social. La pena es que nuestros emprendedores tienen pocas miras.

La sobrecualificación —la sobre educación— no busca mejorar los puestos de trabajo, no. Busca lo contrario, encarecer la enseñanza para que se regule socialmente la demanda. ¿Hay otros términos? Es más sencillo subir las matrículas, hacer recortes en las universidades, que convencer a nuestro empresariado para que invierta en investigación, que innove en algo, que abra campos de algo exportable. Es más cómodo comprar las cosas que desarrollarlas, pero así solo necesitamos esos expertos vendedores que colgados de teléfonos o en nuestras puertas, intentan que les compremos las cosas que otros fabrican.
Nos fallan, una vez más, los políticos y el empresariado, demasiado atomizado precisamente por la falta de empresas medias potentes. Los primeros han sido incapaces de hacer diseños, planes estratégicos para tratar de mejorar la solidez de nuestra economía más allá del turismo y el ladrillo. Los segundos no han sido capaces de arriesgarse más allá de lo fácil, de lo rápido, de la economía superficial, la economía sin raíces. Por eso tenemos los niveles de precariedad que tenemos, el empleo y economía sumergida que tenemos, y la sobrecualificación que tenemos. Por eso existe, también, la desmotivación educativa que tenemos. Los empleos que los jóvenes de otros países realizan mientras estudian para pagarse sus carreras, son los que esperan aquí a los jóvenes licenciados cuando las terminan. Y es para periodos largos, eternos, en los que nuestros emprendedores tiran de becarios, de empleos parciales, “miniempleos” (como veíamos ayer) o cualquier otra fórmula que les permita obtener algún beneficio adicional como desgravaciones, etc., sin compromiso prácticamente, soñando con que el despido es la solución para mantener el mercado laboral a la baja. Después de años con esta política, los resultados son el escándalo de que nuestros jóvenes son los que tienen niveles de estudios superiores y unos empleos inferiores a los de toda Europa.
Triste, ¿verdad? Pues los hay que van sacando pecho y diciendo que les debemos dar las gracias.

* “España es el país de la UE con más trabajadores sobrecualificados” El País 8/12/2011 http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Espana/pais/UE/trabajadores/sobrecualificados/elpepusoc/20111208elpepusoc_4/Tes



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