jueves, 1 de diciembre de 2011

Sobre el respeto y la burla


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Una persona, a la que tengo gran aprecio y considero sensata, ha escrito en su muro de Facebook una petición en inglés para que llegue al mayor número posible de personas con un ruego: “por favor, no hagáis chistes sobre el islam”. No es una amenaza, ni un texto lleno de insultos ni un ataque contra nadie; es simplemente un ruego de una persona que pide respeto a lo que cree, a lo que es una parte importante de su vida. No es un ruego específico dirigido a los que no comparten sus creencias, sino que también lo hace extensivo a los propios musulmanes que tampoco lo respetan. Pide que no se identifique sus creencias con las de aquellos que las llevan al extravío, que no se tomen las excepciones por las reglas. Solo pide respeto y que se sepan separar las cosas. Las burlas hieren a todos y no benefician a nadie.
Hay una diferencia muy grande entre no estar de acuerdo con algo y burlarse de ello. Yo no estoy de acuerdo con muchas cosas en muchos ámbitos, propias y ajenas, pero trato de respetar ciertos límites, separar la crítica —por dura que pueda ser— de la burla, que no suele requerir demasiado ejercicio de inteligencia tan siquiera.


A diferencia de la crítica, que exige conocimiento, la burla suele ser una exhibición de ignorancia y del deseo de mantenerse en ella. Y extenderla Nada hay más cómodo que la burla, que se suele basar en la mera repetición de tópicos adornados con la particular gracieta que el burlador quiera añadirle confundiéndolo con el ingenio. Nada más lejos de la realidad. La burla esconde un deseo de protagonismo a costa de lo más fácil, el tópico social. Amparándose en la corriente creada en la opinión, el burlador trata de navegar con lucimiento sobre la cresta de la ola. La crítica, en cambio, requiere de un conocimiento profundo de lo criticado so pena de quedar en evidencia su debilidad intelectual. Indudablemente es más fácil burlarse de alguien que realizar una crítica. Se disfraza la burla, en la mayoría de los casos, con los mecanismos de la superioridad obvia, por lo que no necesita de la fundamentación para ejercerse. El que se burla no da explicaciones o justificaciones. Lo da por hecho y, simplemente, las hace.

La crítica, por el contrario, no exige de la burla para ser eficaz. La contundencia y efectividad de la crítica se basa en su solidez intelectual, en la construcción de los argumentos. Por eso la burla nunca convence a nadie, busca la adhesión emocional en los acólitos, pero solo consigue que la persona que sufre los ataques se sienta herida y se cierre a cualquier diálogo o cambio de planteamiento. La burla lo único que hace es crear enemigos y recelos donde podría haber personas dialogantes.
Evidentemente no todo merece respeto, pero eso no significa que sea la burla el mecanismo que estemos obligados a utilizar, especialmente cuando se atacan cosas que se desconocen o se ven afectadas personas o instituciones que no se siente identificados en absoluto con los que son objeto de burla. La burla mete, en su desconocimiento, todo en el mismo saco.
Nada más ejemplificador de los mecanismos de la burla que el comportamiento de los niños. Los niños no ejercen la crítica; se burlan unos de otros y, casi siempre, de forma cruel e injusta. Consideramos que es un comportamiento que debe ser corregido y así se lo hacemos ver, pero después lo repetimos nosotros. La burla crea resentimiento y genera odios.


Con demasiada frecuencia se recurre a la burla en la política nacional. Lo grave es que esta forma de actuar se ha contagiado a los propios políticos que escenifican este tipo de ataques embruteciendo a sus propios auditorios y votantes, que los imitan. La ironía y la crítica —mecanismos que requieren inteligencia— dejan de aparecer y la burla da paso al simple insulto “gracioso” en busca de la aceptación fácil y la duplicación de los imitadores, que se convierten en clones de sus originales burlescos. La burla es, socialmente hablando, un mecanismo de aislamiento, una forma —igual que hacen los niños— de evitar que aquel al que se estigmatiza se relacione con los demás. Con la burla se le aparta a un rincón. Por eso en política es muy peligroso recurrir a ella, por los efectos secundarios que suele tener.

La Ley del embudo funciona aquí con frecuencia: exijo respeto, pero no lo practico. Con frecuencia, los que hasta hace poco eran objeto de burla, se dedican a lo mismo, con lo cual la tortilla ya está requemada después de varias vueltas por la sartén. Y es que la burla es muy contagiosa y contaminante. Por eso, el respeto necesita de más ejemplos, de más conductas ejemplares, para tratar de frenar el avance de la grosera burla que nos degrada y que tiene siempre el favor mediático. La burla atrae la atención fácilmente.
Los propios medios la practican sometiendo muchas veces a los personajes públicos a degradaciones mediante montajes, retoques, ruiditos, gruñidos, etc., todo un repertorio con el que ridiculizan a los que son objeto de su ira. De igual forma que los demás casos, se busca la complicidad fácil de las audiencias y no se consigue esconder la falta de imaginación y de razón, ni creatividad ni inteligencia. Estos programas suelen gozar de buen número de seguidores que dispersan las gracias escuchadas el día anterior en cafés, tertulias y reuniones sociales en las que adquieren protagonismo con este tipo de chascarrillos y chistes gruesos. Ya tienen nueva munición.


La burla no es más que la superficie de la ignorancia, de la ausencia de principios, y del respeto que se debe a las personas. La crítica es una herramienta lo suficientemente contundente para dejar al descubierto carencias y defectos de aquello sobre la que se ejerce. Ir más allá solo significa la pérdida de razones de quien la practica y el odio o desprecio garantizado de quien la ha padecido. A veces, como sabemos, es el inicio de una espiral de violencia.
Creo que todos deberíamos velar por el respeto debido sin renunciar a la crítica. Respeto no significa silencio; tan solo el uso debido de las herramientas adecuadas para el debate o la polémica política, intelectual o de cualquier otro tipo. Deberíamos reflexionar un poco cuando nos sentimos tentados a usarla y, especialmente, si se utiliza finalmente, garantizar que no afecta a más personas, ideas o instituciones que no lo merecen. Cuando la crítica no es capaz de superar el nivel del tópico, se disfraza de burla. Cuando la inteligencia no es capaz de encontrar argumentos, se refugia en el insulto, pues no es otra cosa la burla, una forma de agresión que se camufla bajo los atractivos ropajes del humor para buscar la aceptación social.
Respetando a los demás, nos respetamos nosotros mismos al no recurrir al uso de herramientas facilonas. No confundamos la libertad de criticar y disentir, la libertad de expresar nuestra opinión, con la forma de hacerlo. Nuestras opiniones pueden ser respetables, nuestras maneras, no. Se olvida la diferencia, pero existe.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.