viernes, 16 de diciembre de 2011

Mire esta urna fijamente


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cara de Hilary Clinton lo decía todo. Ha tenido que salir a comentar la propuesta rusa de acuerdo para Siria, un órdago propagandístico que solo puede entenderse como una contraofensiva después de las presiones internacionales por el fraude electoral.
La política rusa es lo contrario de la sutileza. Putin apareció en un programa en la televisión de su país. Entró como le gusta entran a él, con ese ligero bamboleo que los comunicadores considerarían como confianza en sí mismo. El público, puesto en pie, le aplaude. No sabemos si lo hacen siguiendo instrucciones del regidor del plató, de un instructor de extras o por voluntad propia. El caso es que lo hacen. Entre el público, las cámaras nos muestran uniformes militares. Es la misma escenografía que montan nuestros (y todos) los políticos, el mismo reparto por cuotas de la sociedad que te apoya, allí están todos, el pueblo.  Todos están representados junto a su líder. Solo que Putin no los necesita detrás, como suele ocurrir; prefiere mirarles de frente. Lo sabemos por los westerns: siempre es mejor tener a la gente de frente. La mirada de Putin es su arma más veloz. También sus manos son veloces y enérgicas. No hace falta entender ruso; lo transmite por los poros. Allí manda él. Y ha dicho que pongan cámaras web en todas las urnas de Rusia para vigilar las próximas votaciones. Putin ha convertido las próximas elecciones en un show de David Copperfield en un casino de Las Vegas, en la quinta parte de Mission: imposible, en Gran Votante, en un espectáculo con miles de personas mirando fijamente las pantallas para ver si descubren cómo lo hacen…


Mientras tanto su compañero alterno, Medvédev, asistía al Consejo de Europa y ante Herman van Rompuy y Barroso, quienes le dijeron que estaban preocupados por las denuncias de los observadores  internacionales y la oposición sobre cómo se han realizado las elecciones, el presidente ha señalado —literalmente— que le trae al fresco, que el Consejo se meta en lo que le importa, que esto es cosa suya, que ya tiene Europa —por lo que él ha oído— bastantes problemas en los que ocuparse como para meterse en los rusos. Eso tiene estar mucho tiempo en el gobierno. Al final es cosa tuya.


Como las malas prácticas son difíciles de perder, Putin y Medvédev han echado las culpas de todo a las conspiraciones internacionales, que están empeñadas en desestabilizar Rusia (Rusia es él). La comunidad internacional se queda perpleja ante tal desfachatez. Y especialmente perpleja se queda Hillary Clinton, una de las primeras en decir las urnas rusas huelen a rancio y en la que han personalizado el ataque. Ella, ha dicho Putin, es la que ha dado la señal de las protestas, las que las ha animado. ¡Enorme Hillary!

Estamos viviendo una época complicada. Hay avances democráticos en muchos lugares, los pueblos quieren ser libres porque han sido llevados a extremos de pobreza, indignidad o ambas cosas a la vez, difícilmente soportables. Pero da la impresión que el poder se sigue repartiendo conforme a ciertas reglas, que los que lo abandonan no lo hacen realmente, solo se metamorfosean, se quitan sus uniformes, se cuelgan las sonrisas y si es necesario hacer algunas elecciones de vez en cuando, que se encargue alguien de eso.
La desfachatez de la pareja Putin-Medvédev es de tal calibre que su lenguaje y comportamiento vuelve a ser el de las dictaduras. La vergüenza del plan presentado para Siria, igualando a los muertos con los que los matan, es uno de los mayores ejercicios de cinismo político que se ha visto en décadas. Y se ha visto mucho. Cuando unos señores consideran que los 5.000 muertos de Siria son “asuntos internos” de Bashar Al Assad, ¿cómo no lo van a pensar de los suyos, de los de casa?

Rusia ha movido ficha en Siria cuando ha visto que su “prestigio” se le complicaba por el escándalo electoral. Una vez más demuestran ese estilo peculiar, esa mentalidad que no se mueve más que por el sentido del contrapeso. Si Occidente se mueve en un sentido, ellos —China está haciendo lo mismo— se mueven en el contrario. Parece que, lejos de olvidar la Guerra Fría, se intentara restaurar la vieja política de bloques. No son ahora ideológicos, sino circunstanciales. Los aliados y las causas pueden ser muy variados y excéntricos, pero no importa. Donde antes se buscaba el apoyo estratégico, ahora se busca tener compradores o vendedores. Unos buscan materias primas, los otros colocar productos. De la ideología hemos pasado al interés: Tú me apoyas y yo te compro; yo te compro y tú me apoyas.

Mientras tanto, en algún recóndito sótano del Kremlin, Vladimir Putin se entrena, remangado, ante una urna de cristal. Mire esta urna fijamente… —le dice a un guardia.


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