domingo, 25 de diciembre de 2011

Gobernantes

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Václav Havel
En pocos días, se han ido de este mundo dos dirigentes muy diferentes, el coreano Kim Jong-il y el checo Václav Havel. Probablemente nadie pueda representar mejor que ellos los extremos de lo que significa el poder. El checo fue un intelectual que asumió la dirección de su país para sacarlo de una dictadura y hacer que la gente recobrara su dignidad pisoteada; lo sacó de la oscuridad y lo proyectó hacia la comunidad internacional. El coreano, por el contrario, ha hecho de Corea  un país aislado, atrasado y beligerante, que le resto del mundo ve como una amenaza para su seguridad. Havel llevó a su país a una democracia en la que el pueblo podía elegir la persona que habría de sucederle. Jong-il les ha dejado en herencia muchos retratos suyos y un hijo que irá llenado Corea de sus propios retratos. Los dos, el checo y el coreano, han sido ampliamente llorados, pero por distintos motivos.
Son dos formas extremas de entender los países y cuál debe ser su comportamiento, dos formas de entender la política, el gobierno y la Historia. Entre estas formas extremas, el año nos ha dejado otras muestras de dirigentes que componen la fauna política en toda su biodiversidad.


Más próximo a las formas dictatoriales del coreano, está el difunto Muamar el Gadafi, otro de los desaparecidos, si bien de una forma muy distinta. Gadafi vivió la formas teatrales que gustan en Corea, pero transformadas por su sentido operístico. Su final ha sido terrible, para él y para su pueblo, al que ha dejado una herencia deformada de la que les costará salir, porque los dirigentes políticos son algo más que figuras en un palco o imágenes en un retrato.

La política es un arte ejemplar, no solo una forma de gobierno. Las maneras y modos de los gobiernos moldean a los ciudadanos que se acostumbran a una manera de actuar especular respecto a lo que ven. Los corruptos extienden la corrupción, como vemos en los países árabes que intentan salir de las herencias dejadas por sus dictadores.
No es fácil que los pueblos se resistan a estas inercias imitativas porque desde que existen medios masivos de reproducir las imágenes más allá de los retratos y monedas, los dirigentes se han vuelto narcisistas y exigen ser contemplados en una naturalidad aparente, estudiada, con distintos grados de teatralidad. Muchos, como Berlusconi, buscan el aplauso social a sus comportamientos hasta despertar en unos la vergüenza y en otros el deseo de parecerse a su líder.
Los pueblos más maduros, en general, no permiten a sus dirigentes teatralidades excesivas. Prefieren exigirles eficacia y compromiso con las causas que consideran suyas. El problema se produce cuando estos dirigentes las ignoran sistemáticamente o las convierten en retórica vacía, hueca. Es también misión de los dirigentes proponer esas causas positivas a sus pueblos, ilusionarlos con proyectos que los estimulen, liderarlos más allá de las fórmulas estereotipadas al uso.
Hay diferencias entre los meros tecnócratas, que pueden ser eficaces, y los que ilusionan a sus países. Desgraciadamente se confunde la capacidad de ilusionar con el ilusionismo político, que es otra cosa, y se pasa fácilmente de uno a otro. ¿Cómo ilusionar sin caer en la demagogia, como ocurre muchas veces? Proponiendo metas reales, algo que la gente perciba como un futuro que es posible dejar como herencia. Los pueblos trabajan siempre para un futuro que desean. Cuando solo viven el presente, algo no funciona bien. El futuro es compromiso y responsabilidad, un motor de cambio real y no una simple zanahoria ante nosotros. Desgraciadamente, el futuro de muchos dirigentes no es más que un espacio retórico al que nunca se llega más que como imagen propagandística. La promesa eterna es un mal sistema de gobierno; el político se acostumbra pronto a lo fácil que es hacer discursos sobre lo que va a hacer.

Un buen dirigente debe, además de ilusionar, responsabilizar. Los hay que hacen lo primero pero no lo segundo. Para responsabilizar a los pueblos es esencial decirles la verdad, la sinceridad absoluta sobre lo que implican las decisiones que se toman. La política es también el arte de sopesar las consecuencias de las acciones. Para muchos dirigentes, en cambio, es el arte de hacer sin que se perciban los costes, que son entendidos como desgastes de imagen.
Indudablemente, la responsabilidad política supone la toma de decisiones que no siempre son agradables, pero este no es un parámetro estrictamente político. Lo agradable o no de las situaciones está en función del tipo de principios sobre los que se construyen. Porque lo que se necesitan son dirigentes que actúen desde principios y no mero tecnócratas. La creencia en que existe una forma neutra de llevar una sociedad es una mera tontería, como lo es pensar que marchan solas. Ni los pueblos son infantiles ni los dirigentes deben ser paternalistas. Los pueblos con una sociedad civil formada, madura y responsable políticamente hablando, exigen esa misma madures a sus gobernantes, que se convierte en su prolongación.
Los dirigentes simples son un peligro. La complejidad de las sociedades requiere un conocimiento importante de muchas cosas, más allá de los planteamientos económicos, sobre los que parece haberse centrado exclusivamente la discusión moderna sobre la política. No es tanto el arte de cuidar los bolsillos, sino el de ayudar a decidir cómo se gasta lo que hay en ellos. Echamos de menos dirigentes con otros discursos más allá de los habituales, que tienden a ser repetitivos y huecos.

Hay políticos que tratan de vender eficacia y seriedad, otros simpatía y descaro. Obama, Berlusconi, Sárkozy, Merkel…, son estilos de gobernar muy distintos en países democráticos.  Otros tratan de imponer algo más que el estilo y buscan moldear los países a su gusto, como Putin o Chávez, con sus países en el filo de la navaja. Es el modelo testosterona de gobernar.
El mundo ha aprendido mucho este año sobre la forma de dirigir los pueblos. Tenemos las revoluciones árabes, levantamientos contra unas formas dictatoriales, en la mayoría de los casos con pretensiones hereditarias, como ha sucedido en Corea. Hemos tenido también el modelo ausente, como en Bélgica, país en el que se han batido los récords de tiempo sin gobierno. No era un estado perfecto ni deseable, pero no se ha paralizado Bélgica.

Hemos descubierto también, merced a la crisis económica, que existen formas anónimas y oscuras que dirigen el mundo por encima de pueblos y gobernantes. Y hemos descubierto que tendremos que buscar formas de controlarlos para evitar que los gobiernos, que la democracia misma, se convierta en una farsa. Para ello tendremos que elegir cada vez con mayor responsabilidad a los gobernantes. Habrá que elegirlos alejándonos de los demagogos que nos meten en agujeros de los que nos resulta después difícil salir.
Hemos descubierto también que el mundo se ha hecho más pequeño y que no solo debemos tener mercados globales, sino sobre todo conciencias globales, que nuestros valiosos principios morales debemos mantenerlos más allá de nuestras fronteras, respetando los derechos de otros pueblos y no consintiendo que se actúe de forma hipócrita manteniendo dictaduras justificadas en nuestra propia seguridad. No queremos que en nuestro nombre se mantenga la injusticia sobre otros. Debemos tener dirigentes que asuman esta validez de los principios y los derechos de los demás. Echamos de menos liderazgo intelectual y moral que haga que los pueblos se sientan orgullosos de algo más que de producir o fabricar. No somos solo fábricas o empresas; somos cultura, valores, ideas.


A unos gobernantes los juzga la Historia, a otros las urnas y a otros los tribunales. Unos salen por su propio pie entre las aclamaciones de los que les agradecen el servicio que han prestado; otros lo hacen por la puerta de atrás, sin demasiado ruido. No siempre se acierta y lo que se ha de valorar es la honestidad de los errores. Cuando podemos elegirlos, es nuestra responsabilidad haberlos puesto ahí. Este año ha habido un buen número de ex gobernantes que han pasado por la justicia, del francés Jacques Chirac al ex presidente de Israel, Moshe Katsav, que ingresó en prisión hace unos días por violación. Son las líneas con las que acabarán sus biografías políticas.
Havel ha sido despedido por un pueblo agradecido por haber llegado a la democracia, por haber ayudado a que la gente recobrara su capacidad de decidir. Jong-il ha sido llorado por un pueblo al que se ha adoctrinado —día tras día, año tras año— en la creencia de que la muerte de su dirigente es un drama cósmico porque todo lo que tienen se lo deben a él; un drama que solo puede ser superado por la bondad infinita del dictador que tuvo a bien engendrar un vástago para que su pueblo no sufriera demasiado con su ausencia. Los dioses son buenos con sus pueblos cuando son obedientes.

Moshe Katsav, condenado y encarcelado

Tony Balir y Jacque Chirac, condenado

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