lunes, 19 de diciembre de 2011

Cursis (lío en el think tank)


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cursilería es la antesala del desastre. Estoy francamente harto de escuchar a personas que no tienen nada que decir tremendas cursilerías para lucir su desfachatez, esconder su vaciedad o ambas cosas a la vez. Desde hace muchos años este país padece una invasión de cursis que usan términos decorados como los bombones, con papelitos dorados y una señora sonriente. Los cursis nos han invadido y han llenado todo de palabras cursis. Ya no se ven películas, sino que las visionan;  no realizan actos, como antes, sino “eventos”, que es otra cursilería mal traducida. Y no se cambia, se realiza “gestión del cambio”. Cuando escucho estas cosas, me echo a temblar. ¡Un cursi a la vista!
Y,  al ver estas cosas, siempre me viene a la memoria un adelantado a su tiempo. Fue en Torrevieja, hace mucho. Entré una mañana veraniega en un local de prensa en el que la muchacha que lo atendía habitualmente había salido dejando a su padre, un señor mayor, un señor de los de antes, con camisa abotonada hasta arriba, atendiendo el negocio. Entró al poco un joven de principios de los ochenta, rizos, sandalias y bañador, y se dirigió directamente a las revistas. Al poco, le preguntó al hombre cuánto valía una de ellas. Él se lo dijo.
—¡Cien pesetas! —protestó el joven—. ¡Cien pesetas… por un tebeo!
—Es que esto no es un tebeo —le dijo el hombre después de volver a mirar la revista con detenimiento—. ¡Esto es un comis!

Ahí aprendí yo que el valor de las cosas comienza por el nombre, gestión del cambio verbal, que diría el cursi. Aquel hombre ya había intuido que las cosas nos engañan, que las apariencias juegan con nosotros, que un simple cambio nominal, en suma, justifica un aumento del precio. ¡El giro lingüístico! Si aquel joven no entendía la diferencia entre un tebeo y un “comis”, allá él. Gestión del cambio. Que pague o lo deje.
El diario El País nos cuenta que «El Instituto Nóos de Estudios Estratégicos de Patrocinio y Mecenazgo se definió como un think tank, un grupo de pensadores, "expertos internacionales en estrategias de patrocinio y rentabilización del hecho deportivo y organización de grandes eventos".»* Solo por este párrafo ya es uno moralmente condenable. Hay ciertas formas de presentación que deberían pasarse por scanner y no solo en los aeropuertos. Como dirían en Estados Unidos, a alguien que habla así no se le compra un coche usado. Pero les han comprado muchos. Bueno, en realidad, no se sabe muy bien lo que les han comprado, porque el término que usaban, dentro de su cursilería, era “canon anual”,  y sirve, como el de cómic, para disfrazar al tebeo de toda la vida.


Mientras la gente discute si lo del Duque de Palma es legal, delictivo o ejemplar, yo introduzco, sin anular los anteriores, un nuevo término de discusión: es cursi. Para un esteta, esto sería peor que todo el resto junto, pero no se puede ser ya esteta porque la moda tampoco es moda, sino fashion y no deja márgenes. Aquí, la gestión del cambio recibe el nombre —todavía más cursi— de tendencia. Se han inventado incluso otro término más horroroso: cazadores de tendencias, que son como los 007 de la moda. Les gusta decirlo en inglés, que es todavía peor: “coolhunting”. Hasta te dan cursillos, que es la forma de sacarte los cuartos. Hay que ser memo (palabra que, por cierto, han descarriado también, porque “un memo” ha pasado a ser un “memorándum”, una simple nota, entre los cursis). 


Nóos es otra cursilada, un término griego que quiere decir “inteligencia”. Theillard de Chardin estableció el término “noosfera” (RAE “1. f. Conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven.”), que tiene un puntito “new age” (también cursi), y es la otra cara de la biosfera. Si la biosfera es el conjunto de lo vivo sobre el planeta, la “noosfera” es un concepto casi místico para referirse al conjunto de la inteligencia, la mente-espíritu del mundo. Ponérselo a un instituto que cobra cánones anuales y cosas de esas es ridículo y, claro, cursi. Es como decir somos la crème de la crème de la sustancia pensante, el pensamiento c'est moi, relaja tus neuronas, chico, que aquí estoy yo.


Quitándole los resabios de cursilería al Instituto Nóos, es decir, considerándolo no como un think tank, sino como un grupo de listillos (que sería la traducción castiza), lo que nos queda es una banda couché, personas identificables por nombre y portadas, capaces de sacar dinero a otros que, a sabiendas de que les están sacando la pasta, sin embargo no se atreven a decir que no por lo que pueda ocurrir. Desde la psicología comercial, “por lo que pueda ocurrir” es un concepto muy interesante, ya que conlleva el manejo de las expectativas de aquellos a los que se les saca el dinero. ¿Qué puede ocurrir si digo que no?, se preguntan. ¡Allá cada uno con su imaginación!
Como lo que se vende, en última instancia, es influencia, es decir, la capacidad de hacer que otros actúen conforme a nuestras peticiones, los llamados “eventos” pasan a ser la materia de la que están hechos los sueños, que diría Shakespeare. Desde el punto de vista psicológico comercial, da lo mismo vender influencia que apariencia de influencia, porque lo importante es lo que uno cree que está comprando y no lo que le están vendiendo. Te venden un tebeo, pero te cobran un cómic. Esa es la clave del asunto de la legalidad y la ejemplaridad.
Cuando uno trata de encontrar el Instituto Nóos para poder ver sus actividades más allá de las del pensar que, como Rodin descubrió, se pueden transferir a la materia muerta mediante ilusionismo semántico —basta con llamar pensador a una estatua para que la veamos pensando—, nos encontramos con la sorpresa siguiente:

Amplíe y lea ¡que no tiene desperdicio!

El think tank ha sido sustituido por otro think tank: son listillos que se aprovechan de los listillos. Así funciona la sociedad que hacemos. No se hace leña del árbol caído, sino palitos para los pringosos caramelos con los que nos endulzan la vida y nos quitan las ganas de comer. La gran sorpresa, el gran golpe de efecto, sería que el mismo think tank se hubiera suplantado a sí mismo, operación semiótica que Groucho Marx definió en una de sus geniales películas como “todo en usted me recuerda a usted”. Así, incapaces de sacarle más pasta al Nóos, se la sacarían a los que interesados por el Nóos acuden a comprobar su inexistencia virtual. ¡Qué tiempos, Iñaki! ¡Cool!

* “Urdangarín pedía a las empresas un ‘canon anual’”. El País 18/12/2011 http://www.elpais.com/articulo/espana/Urdangarin/pedia/empresas/canon/anual/elpepiesp/20111218elpepinac_9/Tes



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