viernes, 30 de diciembre de 2011

Cuestión de altura

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nunca se me olvidará una historia del cuartel en donde hice el campamento de la mili en el que coincidieron un larguirucho de casi dos metros y otro recluta que debía medir poco más del metro cincuenta y estaba pendiente de que se le excluyera definitivamente del Servicio. Como gracia, uno y otro se pasaban el día juntos haciendo exhibición de sus diferencias abismales de estatura. El pequeño le decía «—Tú serás más alto, pero yo tengo más mala leche», algo que puede sintetizar muy bien esta identidad nuestra, tan peculiar, y su relación con los complejos compensados, es decir, que quien tiene uno de inferioridad lo camufla sacando pecho.
Recordemos lo que en España significa metafóricamente “no dar la talla”, residuo probablemente de ese acto de tallado previo a la incorporación a filas.
Cuando había pasado una semana, le llegó la licencia definitiva por su falta de altura. Se dio entonces una vuelta por la compañía —ya vestido de paisano— a despedirse de todos y, especialmente, del larguirucho. «Yo seré bajito, pero ahí os quedáis, que yo me largo», nos vino a decir.

Y no necesitaba más en la vida. Todo lo que haya que tenido que aguantar con anterioridad, las incontables burlas por su estatura mínima —y lo que le quedaba por delante— quedaba compensando contando a todo el mundo —una y otra vez— las caras de pasmados y envidiosos que se les quedaron a sus compañeros de “mili” cuando le vieron salir tan campante del cuartel.
El español no necesita más. De los quince minutos de gloria que Andy Wharhol aseguraba que todos tendríamos ( "...my prediction from the sixties finally came true: In the future everyone will be famous for 15 minutes"), al español le sobran catorce. Bastó con aquel papel en el que se le decía que quedaba exento del servicio militar y que supongo estará enmarcado en la pared del salón de su casa como si de un título de doctor por Harvard se tratara, para que saliera contento. ¡Él en la calle y los demás dieciocho meses de chuscos y guardias! Ocurriera lo que ocurriera el resto de su vida, él se había librado de la mili. Y eso le hacía superior a todos los varones españoles, excepto a los que tuvieran los pies planos, fuerte miopía o algún otro motivo de exclusión del servicio.
Es el mismo mecanismo de quien tiene un coche pequeño del que los demás se burlan y logra aparcar en un hueco inverosímil. ¡Hay que verle bajarse del coche! Baja, mira a su alrededor para comprobar cuántos han contemplado con envidia la maniobra de aparcamiento mientras dan vueltas a la manzana, y se sube un poco los pantalones. Este último detalle no es baladí: es un gesto psicológico de afirmación profunda que no hace falta ser freudiano para interpretar en su rotundidad ibérica.


Hay personas —y países— que les basta con sacar pecho una vez en la vida, en algo, en lo que sea. Son de esos que cuando les dices los problemas que ves a tu alrededor, te dicen: «Sí, sí…, pero en fútbol arrasamos». «Sí, pero el paro…» «¡Tío, la Davis…!» «Pero la productividad…» «¡El Barça se sale…!» Y así sigue un diálogo imposible en el que acabas sintiéndote como un aguafiestas nacional, como un grano en salva sea la parte porque no logras entender la euforia compensatoria que algunos viven como en una nube.

Te alegras, claro, —¡cómo no ibas a hacerlo!—, pero no entiendes cómo diablos se va a arreglar nada con esa idea de que los superhéroes del universo llevan una camiseta roja, Superman, Batman, hasta Linterna Verde…, todos de rojo. Y te imaginas a todos ellos, a los superhéroes volando por el cielo, trayendo turistas y dejándolos suavemente sobre las playas y volviendo a por más a todos los rincones del mundo —¡gracias, Supermán!—; a los superhéroes construyendo fábricas en diez minutos y encontrando yacimientos con su visión de rayos X... Pero no, solo meten goles, encestan, dan reveses paralelos y hacen adelantamientos de infarto... preferentemente los domingos. Y el lunes, se comenta en la oficina y uno de cada cuatro españoles lo hace en la cola del paro, que se hace así más amena.
Nuestros noticiarios se abren con las goleadas, con los fichajes millonarios, con las canastas de tres y con los hoyos en uno, con ensaladeras y podios…, dando la impresión de que los problemas reales son productos de aguafiestas, que esos millones de parados, empresas que cierran, doctores que emigran, fuesen amargados que no son capaces de ver que todo el mundo es más alto en la cima de un podio.
Y allí, en lo alto, en esa cima del mundo con tres escalones, todos se ven más pequeños durante los escasos segundos en que se escucha el himno nacional.

Íker Casillas

Fernando Torres


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