sábado, 12 de noviembre de 2011

Luchas de edad y generaciones perdidas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su artículo de The New York Times titulado “Girls Just Want to Go to School” —que ironiza sobre la vieja canción de Cindy Lauper “Girls just Want to Have Fun”—, Nicholas D. Kristof cuenta cómo desde Vietnam, donde se encuentra, se ve mejor el contraste entre el sentimiento de los dos países respecto a la educación:

I wish we Americans could absorb a dollop of Phung’s reverence for education. The United States, once the world leader in high school and college attendance, has lagged in both since the 1970s. Of 27 countries in the Organization for Economic Cooperation and Development for which we have data, the United States now ranks 23rd in high school graduation rates.*

Phung, la joven citada en el artículo
Nos dice Kristof que esa reverencia por la educación es el resultado de verla como la forma de escapar al destino que tienen en la pobreza. Y no se vence al destino sino con una ética del trabajo y una fuerza de voluntad muy grande. Si todo en el mundo tiende a dejarte en el mismo nivel en el que te encuentras, sobreponerte a él requiere de una fuerza interior, la creencia en el valor del esfuerzo y la fe en que lo que haces va servir para algo.
La educación desde dentro y desde fuera significa fe en el futuro. Es apuesta por la próxima generación por parte de los que enseñan y confianza en su propio futuro en los que aprenden. El hundimiento de la educación en los Estados Unidos, señalado por Kristof, es similar al nuestro y de muchos otros países y es esencialmente un cambio de actitud y de valores respecto al futuro. Lo he señalado en alguna ocasión: se ha dejado de ver en la juventud nuestro futuro y se ha visto en ella la fuerza laboral del presente. Sin ambages: una generación explota a la siguiente. Se les explota en las empresas y se les mima en casa.
Las generaciones no se sustituyen ya una a otras sino que se ha llegado a una saturación generacional. La tendencia moderna en las sociedades avanzadas a la reducción del trabajo por los mecanismos de automatización ha creado unas franjas en las que solo caben los que caben. Las tendencias son a las jubilaciones anticipadas, sobre los 50 años, y eso es imposible desde el punto de vista personal, social y económico. En los años sesenta ya anticipó Alvin Toffler que en el futuro (hoy) las luchas de clases se transformarían en luchas de edad; la generación ha sustituido a las clases sociales o, si se prefiere, las ha cambiado. Cuando una sociedad tiende alcanza ciertos niveles de satisfacción, la insatisfacción llega por el reparto de los puestos.
Cindy Lauper, Girls just want to have fun
La prolongación de la “juventud” por encima de los treinta años, cuyas consecuencias son esas asignaciones de “becas”, “contratos de formación”, etc. a personas que en las generaciones anteriores con esa edad ya serían padres y madres de varios hijos, son la consecuencia directa de esto. No se entra en la madurez hasta que no se tiene un empleo estable que, a su vez, estabiliza la vida (casa, familia, etc.). Las cifras del paro “juvenil” son superiores y nos muestran realmente la dimensión del problema porque, como titulamos una entrada anterior, “la juventud no se pasa con la edad”. El fenómeno es nuevo y está creando unos efectos sociales que desconocemos en qué concluirán, el perfil de personas que se siente fuera del sistema social laboral durante décadas, condenadas al subempleo muchas de ellas.
La consecuencia de esto sobre la educación es grande. Desde el punto de vista de la generación anterior, se convierte en un gigantesco negocio. Cuando hay mucho paro, el gran negocio es la formación de parados, de personas a las que se convence de que con más educación saldrán de la situación en la que se encuentran. ¿Los beneficiarios? Realmente lo que venden “educación”. El que aprende nunca se verá perjudicado por aprender, es cierto, pero sí está realizando una actividad de la que se beneficia el que vende “formación”. Cuando es gratuita, no es más que la sustitución de los subsidios en “cursos”.

Los jóvenes posibilitan esos dos grande negocios, el ya señalado de la “formación” y el otro, gigantesco, que es el “ocio”. Entre ambos se cubre —o se pretende cubrir— el abanico de necesidades de las nuevas generaciones. El gran peso del negocio del ocio, moda, etc. es precisamente contar con unos “mercados-generacionales” que se prolongan por el tapón de edad. Se habla solo de cómo podrá sostenerse con las aportaciones de los que están en activo a los que se jubilen, pero se habla menos de cómo esa generación es la que también sostiene a los que tiene por debajo al no tener medios de emancipación. Por arriba mantiene el gasto de las pensiones; por debajo facilita la financiación de una generación que se prolonga artificialmente en su juventud y que, sin producir, se presiona hacia el consumismo para mantener activa toda una industria destinada a la infancia y juventud. A esta generación se le pide que gaste mucho y que gane poco. Una paradoja interesante sobre nuestra forma de organizar la sociedad.
En las sociedades en las que se está en expansión, por el contrario, la juventud se incorpora pronto al mercado laboral porque necesitan personas formadas para aumentar eficazmente su productividad. De ahí que absorban también parte de nuestra frustrada juventud que tiene que emigrar a países que no solo crezcan, sino que no estén copados por la generación anterior para no estar condenados al subempleo. Es un problema de espacio.
El problema es realmente grave porque lo que está reflejando —es lo que nos muestra la caída de la educación en Estados Unidos y en muchos otros países avanzados— que existen muchos factores sociales que están condicionando nuestro desarrollo y convivencia en los que no se piensa más que fragmentariamente.
Habrá que empezar a pensar en introducir el factor edad de otra forma en nuestro diseño del futuro. El caso que comentaba desde Vietnam Nicholas D. Kristof, el de la entusiasta joven Phung, nos mostraba cómo las mujeres están altamente motivadas hacia la educación en la que ven la huida de su doble sometimiento social: el de género y el de la pobreza. Invierten esfuerzo y empeño en formarse porque saben que les espera fuera el destino en forma de puesto de trabajo, un destino distinto al que su nacimiento les ofrece. Nuestras sociedades opulentas, acomodadas y bien organizadas no disponen ya de esa oferta porque los puestos están ocupados, por decirlo así. De ahí la proliferación de los autónomos, personas que se cansan de esperar una oferta de trabajo en condiciones y tratan de salir de esa espiral. También explica las resistencias —no solo culturales— a la incorporación de la mujer a los puestos de trabajo en las sociedades de fondo patriarcal. Muchas veces se ofrecen puestos pero por debajo de sus expectativas. Mientras se mantengan en ese nivel, no suele haber problemas, pero sí cuando tratan de acceder a otro tipo de puestos. Las mujeres no estudian más porque sean más listas, sino porque tienen más de lo que huir.


La primera generación que se vio a sí misma como “juventud”, diferente a los otros miembros de la sociedad, la que fue joven en los años sesenta, que trato de identificarse a través de sus propios rasgos, creó el valor de lo joven, pero no se planteó los efectos que eso tendría cuando llegaran al otro extremo de la edad. Hoy tenemos una retórica de lo “joven” pero no un valor de lo “joven”. No se puede seguir prolongando artificialmente la juventud porque lo que causa es inmadurez, algo que se percibe si se quiere percibir. La juventud no puede verse ni como mano de obra barata ni como consumidores natos porque el resultado será el colapso.

Los mecanismos empleados hasta el momento control implícito de la natalidad (económicamente no puedes tener hijos) por abajo o jubilaciones anticipadas (por arriba) no se demuestran buenas porque tienen efectos contrarios, con menos hijos la cargas sociales recaen sobre menos trabajadores (insostenibilidad de los sistemas de pensiones). ¿La opción sobre la mesa?: la emigración. No se les ocurre otra; la movilidad laboral, que una forma fina de decirlo.
Hará falta imaginación y sobre todo dejar de ver a la generación que llega como una molestia social que viene a quitarnos lo que tenemos o como nuevos clientes para venderles algo. En nuestro país el drama se amplía porque tenemos altísimas cifras de paro en los dos ámbitos generacionales. Por eso fue un escándalo que nuestro saliente presidente pidiera 30.000 becas a los empresarios y no puestos de trabajo para jóvenes. Mostrba la falta de alternativas a la prolongación de la formación por falta sitio laboral. De la beca no se va al empleo; se va a otra beca o a la calle.
Las chicas (y los chicos) quieren ir a la escuela si la escuela les sirve de algo para su futuro; las chicas (y chicos) solo quieren divertirse cuando no les dejamos otra opción y les empujamos a ello. Y eso lo van descubriendo conforme avanzan en el sistema educativo.

* Nicholas D. Kristof: “Girls Just Want to Go to School” The New York Times 10/11/2011 http://www.nytimes.com/2011/11/10/opinion/kristof-girls-just-want-to-go-to-school.html?_r=1&src=me&ref=general



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