martes, 1 de noviembre de 2011

La crisis cañí

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer nos daban la noticia de algo que no debería serlo doblemente, por obvio y por indeseable. El titular del diario El País de ayer, “La crisis dispara la desigualdad de ingresos entre los españoles”* es rigurosamente equívoco, por no decir otra cosa. No en su contenido, sino en la conexión que explica e implica. “Disparar” es una bonita forma metafórica de encubrir la ineptitud, la falta de miras, de los gobiernos españoles uno tras otros. No, la crisis no ha disparado nada, por más que se insista.

Ricos más ricos y pobres más pobres. La desigualdad entre los ingresos de los españoles se disparó el año pasado hasta el nivel más alto recogido en la serie de la estadística europea, que arranca en 1995. La brecha económica no ha parado de crecer desde que comenzó el declive económico, aunque el salto más abrupto se dio en 2010. El paro, la bajada de los sueldos y el fin de algunas prestaciones han dado cuerpo a eso conocido como la factura desigual de la crisis. En 2009, último que permite comparar entre los países de la Europa de los Veintisiete, solo Letonia, Lituania y Rumanía superaban a España en disparidad de rentas.

Las desigualdades no “se disparan”; son creadas y no se eliminan, crecen porque se dejan crecer con nuestros errores. La "crisis" no ha “disparado” nada, de la misma forma que la ley de la gravedad no es la responsable del aumento de los suicidios. ¡Newton culpable! El lenguaje empleado es un echar permanente de balones fuera: el "declive económico", la "factura desigual", "disparar"... Todo son formas de encubrimiento verbal de algo que tenemos permanentemente delante.

La responsabilidad de nuestra vergonzosa situación no es de la crisis; es de los ineptos que se han llenado la boca de triunfalismos y han sido incapaces de ver, durante décadas, a dónde llevaba este modelo absurdo que nos hemos dado, elección tras elección, gobierno tras gobierno. La transformación que trajo la entrada en Europa —y en el euro— posteriormente ha supuesto un espejismo provocado por la incapacidad de tener un modelo sólido de crecimiento. La burbuja era España.
Hemos vivido en un país con alfileres, de campeonatos del mundo, de nueva cocina, de diseñadores, de botas de oro, de olimpiadas y sueños de olimpiadas. Por otro lado, todo este oropel, toda esta trivialidad, que da dinero a unos pocos y empleo precario y provisional a otros ha ido configurando un modelo presentista que ha sacrificado lo que define a una sociedad realmente: la calidad del empleo y la juventud, el presente y el futuro.
El empleo que se ha ido creando al hilo de la trivialidad ha sido un empleo trivial. Y por serlo, se ha aceptado que fuera estacional, precario y barato. Por eso, las peticiones de nuestro empresariado siguen estando fuera de la realidad porque hace mucho que se han contagiado de la misma retórica que nuestros políticos, la confusión entre las cifras y las personas, entre los datos generales y la situación de cada uno. Cuando los datos generales eran “buenos”, ya estaban mal repartidos socialmente; de ahí el endeudamiento y ahora la morosidad. El hecho de que nos digan que somos el país de las grandes desigualdades tras décadas de alternancia entre unos partidos y otros lo único que significa —la triste realidad— es que han sido incapaces de pensar en un país mejor, con gente mejor. Les han faltado miras. Solo les han importado las cifras. Las cifras se recortan, se maquillan, etc.; las personas no.

Desde mediados de los noventa, la pérdida de objetivos de mejora real de la sociedad ha estado delante para los que han querido verla. Se ha seguido confundiendo las cifras con lo que representaban. Y cualquier objetivo se ha tasado en cifras, no en el beneficio real para las personas. El hecho de que los gobiernos autonómicos o ayuntamientos apoyaran proyectos delirantes como el de la construcción de un “Las Vegas” en los Monegros o parques temáticos absurdos, significa simplemente que han sido incapaces de ver que si construyo casinos el empleo que necesite serán croupiers, camareros, y lo que el mismo diario titula en otro artículo “España, capital europea de la prostitución”. Eso es lo que trae querer construir Las Vegas en tu población. No trae ingenieros, ni desarrolla investigación, ni crea patentes mundiales ni nada por el estilo. Los problemas de Castelldefels este verano han sido ilustrativos de a dónde te lleva el modelo y la dificultad de salir de él. Crear empresas de este tipo es forzar el empleo en una dirección determinada y un coste social elevado por degradación. Y cuando no han sido casinos, parques temáticos, han sido campos de golf o similares. Nadie se ha preocupado de la calidad del empleo. Todo el debate en este país se ha centrado en cómo despedir más barato. Eso dice mucho sobre la falta de calidad y miras de nuestro empresariado y de nuestros políticos. Es lo más triste de todo. Ha importado el cuánto, pero no el cómo y el qué, que son a largo plazo lo importante. Hoy nos pasa factura todo esto.

Enfocado el crecimiento de esa forma, como una máquina de generar ingresos mal repartidos, con pésimos objetivos sociales, no es de extrañar que todos los otros indicadores vayan siempre en el mismo sentido. Nuestros índices en drogadicción, alcoholismo, abandono escolar son los lógicos en un país que apuesta por tener bares y discotecas, en vez de bibliotecas y teatros, que tiene el cine más chabacano y la televisión más entontecedora de un país occidental y de muchos otros estándares con los que tengamos la osadía de medirnos. Nos sacan los colores las opiniones que personas que vienen de países mucho más modestos cuando ven las programaciones, nuestras tardes de belenes y noches de tarot, nuestros torrentes y nuestras norias. Todo un universo que difícilmente puede ser llamado “cultural” sin sonrojo. Pero produce dinero... y también estupidez. Pero eso es ya algo que cínicamente dejan caer sobre tu responsabilidad como consumidor. Es usted libre de apagar el televisor, de cambiar de cadena, de mirar para otro lado porque nadie le obliga. Sí, soy libre. Es cierto. Lo malo es que ya no queda cadena, ni otro lado para el que mirar. Y los que miran acaban atrapados en un universo alienante que reduce la inteligencia del que lo ve a cero. Soy libre, pero cada día más tonto.

Las televisiones son solo una muestra más de ese abandono, de esa falta de miras, de esa voluntad de beneficio sin mirar el perjuicio, que ha caracterizado a nuestros responsables económicos y políticos. No sé si lo que tenemos es lo que nos merecemos, pero sí sé que no es fruto de la crisis. ¡Ya está bien! Es el fruto lógico de nuestros errores e incapacidades, del abandono del deseo de tener una sociedad mejor, más culta y mejor repartida.
¿Responsables? Una larga ristra al final de la cual estamos nosotros haciendo cola con nuestros votos fáciles, toritos bravos que entramos al trapo de la seducción y la bronca. Como profesor, funcionario de una universidad pública, he podido constatar este deterioro año tras año representado en los resultados de un sistema educativo que pierde su sentido en un mercado laboral pobre y en unas aspiraciones personales de formación igualmente pobres. ¿Aprender, para qué? Hemos degradado la enseñanza como hemos degradado tantas cosas, porque hemos perdido la ilusión de prosperar conjunta y armoniosamente, de una sociedad mejor. España es ahora el país de las grandes desigualdades, un deprimente título que sumar a nuestras medallas olímpicas y campeonatos mundiales. No sé en qué camiseta habrá que añadir una estrellita como reconocimiento de todos estos logros negativos que vamos sumando. Nuestra crisis es nuestra. Es la crisis cañí. Tan genuina como la paella, el gol de Iniesta, o el chiki-chiki. Nuestra, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.


Y esto no cambia, por lo que vemos. No cambia porque año tras año, las mimas caras, las mismas personas nos realizan las mismas promesas, las del oropel y la trivialidad, las del abaratamiento del empleo o del despido, las de traer la Fórmula 1 o los juegos olímpicos. Hemos hecho el país del “todo a cien” de las ilusiones. Hay algo peor que tener una mala realidad y es tener pobres sueños.

* “La crisis dispara la desigualdad de ingresos entre los españoles”. El País 31/10/2011 http://www.elpais.com/articulo/economia/crisis/dispara/desigualdad/ingresos/espanoles/elpepueco/20111031elpepieco_2/Tes


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