sábado, 5 de noviembre de 2011

El criminal siempre cobra

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En la época en que los buenos iban en caballo blanco y los malos en caballo negro, en los tiempos en que los buenos iban afeitados y los malos hechos unos guarros, cuando las mujeres buenas llevaban sombrerito y las malas grandes pamelas, se decía: “el criminal siempre paga”. Sí, eso era así en aquellos tiempos lejanos. Y además nos importaba tan poco la imagen y tanto los principios, que la Ley tenía un brazo más largo que el otro sin que a nadie le pareciera ridículo. Así eran aquellos tiempos lejanos.
Hoy, en cambio, al “criminal siempre paga” le ha sustituido el más realista “el criminal siempre cobra” y los malos ya no se esconden, sino que se exhiben. Sí, sin pudor. Viene a cuento esta reflexión madrugadora y sabatina, mientras la ciudad ronca, al revuelo causado por la aparición televisiva remunerada de la que trajo al mundo (la madre que lo parió) a uno de esos olvidadizos chavales que no recuerdan qué hicieron con el cuerpo de la joven a la que presuntamente (todavía y según lo que les apetezca declarar) asesinaron, convirtiendo la vida de los padres, familiares y amigos —y solidariamente de cualquier persona bien nacida— en un sufrimiento insoportable.
Que tus minutos de gloria y el aumento de tus ingresos dependan de los crímenes de tus hijos, es una muestra más de la pérdida de rumbo de la información y de los medios y, en última instancia, de una parte de la sociedad misma que le divierte y entretiene. La presión popular sobre las marcas comerciales que se anuncian en el programa y en el canal ha hecho que esas empresas se retiren rápidamente del nunca mejor llamado escenario del crimen, esta vez mediático y familiar. Las ratas son las primeras en abandonar el barco y en llegar al plató.


Pero es solo nuestro caso local. Los mismos medios que se ceban con la cadena del horror nacional, acogen con gusto otros horrores. Estos días la exhibición infame y obscena del linchamiento de Gadafi, narcisismo más allá de la muerte, se ha prolongado con las entrevistas a sus ejecutores, que han contado con pelos y señales lo que, según la versión oficial, se está investigando. Es el monstruo que el monstruo Gadafi engendró. La misma repugnancia que ofrecía el dictador en vida se extiende ahora a los que rodean sonrientes su cadáver.
Pero no es necesario ir a los dictadores y las euforias revolucionarias. Los Madoff también rentabilizan su criminalidad y desgracia. Nos cuenta El País:

Una fiebre de sinceridad ha invadido a la familia Madoff en los últimos días. Todo comenzó con un libro, publicado hace dos semanas y titulado 'El fin de la normalidad', muy crítico con Bernie, escrito por la viuda de su vástago, Stephanie Madoff Mack. "Odio a Bernie intensa y meticulosamente desde que Mark me dijo lo que había hecho", escribe. Sobre la matriarca del clan añade: "Ruth no se ha puesto de parte de su marido. Se ha puesto de parte de un monstruo". Una semana después, Ruth contraatacó. Dio una serie de entrevistas a los medios por primera vez desde el arresto de su marido. En la más publicitada, en la cadena CBS, confesó el intento de suicidio de Bernie y ella en Nochevieja de 2008. Aquella era la ofensiva inicial en una gran campaña de promoción de un libro escrito por Laurie Sandell con la colaboración de Ruth y su único hijo vivo, Andrew. Por supuesto, ese libro, titulado 'Verdad y consecuencias: la vida en la familia Madoff', es una reivindicación de su inocencia. Ninguno de los dos volúmenes ha logrado llegar a los primeros puestos de ventas literarias.*

No voy a cometer la imprudencia e injusticia de decir que los medios fomentan el crimen, pero sí que lo convierten en más rentable, asegurando al criminal los ingresos adicionales que la fama morbosa produce. No es fácil el manejo de cierto tipo de informaciones. Pero el hecho de que no lo sea no significa que cualquier cosa sea válida y se acepte sin más.


Como ocurre en el campo político, observamos que está creciendo la preocupación de la ciudadanía —de eso que se llama sociedad civil— por ejercer sus derechos activos, es decir, no solo cumplir eso tan socorrido de “al que no le guste, que no lo lea” o “que apague el televisor”, y pasar a la acción. Pasar a la acción significa en estos casos comenzar sus propias campañas colectivas; además de “apagar el televisor”, “digo a mis amigos que lo apaguen también”. Así al comentario enfadado durante el café con los amigos, le sigue el comentario global de las redes sociales, de la inundación de mensajes a los medios que lo hacen y a todos los que puedan beneficiarse de la exhibición infame e indecente del crimen. ¿Quieres audiencia?, ¡toma descrédito!


Con todo, la cadena dice que su programa ha tenido un aumento de la audiencia. Habrá que decir, como señalaba el periodista del reportaje sobre los Madoff, que al menos no batieron los records de audiencia. Una vez más, las cifras se sobreponen a los principios. Mientras se justifiquen este tipo de actuaciones en las cifras, se ejerce la pedagogía del número rentable. Y en esa se igualan criminales y difusores porque su deseo es rentabilizar su “inversión”. La “mamá mediática”, los “mata dictadores” y los “estafadores (multimillonarios) arrepentidos” rentabilizan sus actos gracias a los deseos de los medios de rentabilizar las suyas. Como los medios pagan, volvemos a la idea, los criminales cobran. Y cobran por ser criminales, allegados o portavoces.
Un hijo de Bernie Madoff se ahorcó. Lo hizo porque no pudo soportar el espectáculo criminal de su padre y su madre, revelado día tras día por los medios. Cogió la correa de su perro y se ahorcó con ella en su apartamento. Descanse en paz. Fue el único que no supo controlar su cara ante el horror que descubría día a día; el único que no pensó en cómo rentabilizar los crímenes de su padre. Murió como un galgo viejo, sacrificado cruelmente, colgado en cualquier árbol del camino.



Espero que el otro mundo esté lo suficientemente lejos como para no ver las cosas que ocurren en este. Que el hijo ahorcado no llegue a escuchar nunca las entrevistas ni a leer los libros en los que sus padres cuentan lo apenados que están por él; que no llegue a enterarse nunca de cuánto cobraron sus familiares, su madre misma, por exhibir su pena.


La madre del criminal cobra en nuestra cadena; la señora Madoff cobrará por hablar de su hijo muerto, por hablar del dolor que le causó disfrutar de una vida millonaria sin preguntarse de dónde salían aquellos lujos. Quizá trate de conmover a todos los que se negaron a alquilarle un apartamento en Nueva York, la peor parte de su drama. Los Madoff cuentan que intentaron suicidarse y que les salió mal. Puede que no tuvieran suelto en casa para comprar más pastillas. Puede que vieran en ello un signo de que no habían terminado su misión en la tierra. Su hijo no tuvo esa visión y sí tuvo, en cambio, la correa del perro a mano y decidió que ya había visto bastante.
Hay una gran diferencia entre informar sobre lo que ocurre y pagar por ello. Es uno de los grandes debates éticos en la profesión. Pero hay cosas que están tan claras que no admiten subterfugios. Son lo que son: pura especulación. Solo producen envilecimiento y deterioran el universo moral que nos rodea convirtiéndolo en nauseabundo para algunos y en una agradable pocilga en la que revolcarse para otros.
El crimen se paga, sí, pero también se cobra.

*"Los Madoff imploran compasión". El País 5/11/2011 http://www.elpais.com/articulo/Revista/sabado/Madoff/imploran/compasion/elppor/20111105elpepirsa_1/Tes



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