sábado, 8 de octubre de 2011

Cómo acabar con las profecías negativas (que fastidian tanto)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
 Nos contó Margarita Bernis, hace más de medio siglo, en su La ciencia hispano-árabe (1956)*, la siguiente historia o relato para introducir la idea de la Astrología en la época medieval:

[…] un rey languidecía y se angustiaba porque su astrólogo, después de consultar el astrolabio, le había pronosticado una muerte pronta. Un soldado del rey, temiendo que su señor, «por excesiva tristeza, pudiese caer enfermo y morir», llamó al astrólogo a la presencia del rey para preguntarle si, del mismo modo que predecía el destino de los otros, podía averiguar el suyo propio. El astrólogo respondió que había consultado los astros sobre el caso, y agregó: «Estoy cierto de que en menos de veinte años no he de morir.» «Tus astros se equivocan –replicó el soldado–, pues vas a morir ahora mismo.» Y atravesó al astrólogo con su espada, librando al rey con tan contundente hecho de la creencia en los augurios celestes, «pues no hay que hacer caso –dice el autor del cuento– de aquellos que dicen que las luminarias del cielo son las que señalan la vida de los hombres».* 

Aramis Fuster, mosquetera del Jurado
De todas las cosas de las que podemos ser presos, efectivamente, ninguna es más estúpida que una profecía. Sin embargo, ya no sabemos trabajar si en ellas. Las esperamos como agua de mayo y las necesitamos como un pedante un micrófono. Hace unos años la astrología y la videncia, cuya única diferencia es que una se practica con los ojos abiertos y otra con ellos cerrados, se puso de moda entre los restos de nuestra “cutre jet” y algunos de sus admiradores, dignos de aparecer todos ellos en una película de Berlanga, e invitaban a sus amigos a mover mesas con las puntas de los dedos, tirar huesecillos y a mancharse las manos con los posos del café. Nada preocupa tanto a una clase en proceso de extinción como el futuro.
Luego todo se democratizó. Para rellenar la programación nocturna —tan carente de ideas como la del resto del día— y transmitir la sensación de que alguien vigila mientras duermes, las pantallas se llenaron de videntes que ya no te leen la palma de la mano, sino que consultan tarots (más limpio y fiable que lo del café o los huesecillos) afirmando con toda rotundidad que, a no mucho tardar, pasarán ante ti las oportunidades soñadas en forma de parejas, mascotas, casitas en la playa o empleos, esto último lo más demandado en las consultas. ¿Que tu jefe te mira mal? El vidente te dice que no te preocupes. ¿Que tu vecina te mira bien? El vidente te dice que no te preocupes. ¿Que tu pareja ya no te mira? El vidente te dice que no te preocupes.

Los videntes al completo
En este país, que ama a Góngora, produjimos hace unos poco años uno de los mayores esperpentos jamás imaginados por mente humana o, incluso, dos grados por debajo del escalafón evolutivo. Ni a los grandes simios se le hubiera ocurrido. El engendro se llamaba “El castillo de las mente prodigiosas”, un despropósito desde el título mismo, ya que no había ni castillo, ni prodigios, ni (especialmente) algo a lo que llamar “mente”. No sé a qué “mente prodigiosa” (digna de figurar en el elenco) se le ocurrió reunir a lo más granado de nuestros videntes, psíquicos, mentalistas, pitonisas y brujas. Solo me sirvió para convertirme en admirador rendido de la santa entrega de la presentadora, Alicia Senovilla. Aquellos "prodigios" encerrados en el reality hispánico más simbólico jamás producido hacían parecer Premios Nobel a los más zafios concursantes del más zafio de los concursos en el país más chabacano. Se nos ocurrió sin tener que copiar a nadie. Eso creo —y espero—, al menos. Era el concurso que Kitano se hubiera negado a presentar.

Yo quería hablar de la rebaja de la calificación de la deuda española; quería hablar del futuro, de las agencias de rating, de Fitch, que nos ha dejado sin “triple alcalinato”, sin esa “Triple A”, que en mis tiempos era un grupo terrorista, pasó después a ser un tamaño de baterías, y ahora es una bendición de futuro en el presente que todos quieren. Se nos caen las “Aes” como hojas del otoño del abecedario.
¿Por qué pienso en el astrólogo árabe apeado del futuro de un tajo; en España, con su futuro degradado de nuevo por el mal rating de Finch; y, finalmente, en esos videntes hispánicos, capaces de ver el futuro sin dejar de mirarse el ombligo (¡que ya es virtuosismo!), en un más difícil todavía? No lo sé. Es para mí algo que se oculta en el misterio de mis rollos neuronales, en mi inconsciente racial carpetovetónico. Creo que habría que hacer una nueva edición de “El castillo de las mentes prodigiosas”, reunir a todos esos videntes y usar su potencial adivinador para convertirlos en la primera agencia española de rating, genuina y colorista. ¡Fuera corbatas y cuellos blancos! ¡Que vivan las tiaras y las togas, las bolas de cristal y los ojos en blanco, los collares y cadenas! Opongamos a su tecnología calculadora de indicadores, pérfida traductora del futuro a números, nuestra improvisación y salero latinos. Combatamos la tristeza, depresión y desmotivación que todas estas profecías anglosajonas nos causan y lancémonos al contraataque, al cuello, si es necesario. ¡Remember Numancia!
Fitch, Standard & Poor’s, Moody’s… ¡estáis avisados! ¡Ni una “A” menos!


* Margarita Bernis (1956). La ciencia hispano-árabe. Col. Temas Españoles nº 255. Publicaciones Españolas, Madrid. [http://www.filosofia.org/mon/tem/es0235.htm]

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