jueves, 28 de julio de 2011

Uniformes

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las fotos uniformado del asesino de Oslo nos dan parcialmente cuenta del funcionamiento de su mente. En todas las fotos que se nos han mostrado, aparece siempre envarado, en poses y posturas artificiales. Es un ser antinatural, que se refugia en la artificialidad del uniforme para ocultar su interior, que resulta distante y opaco.
El gran escritor Hermann Broch escribió en su obra Pasenow o el romanticismo, parte de su trilogía Los sonámbulos:
El hombre que lleva el uniforme está imbuido hasta las cejas del convencimiento de que está consumando la forma de vida propia de su tiempo y también con ello la seguridad de su propia vida.
[…] un auténtico uniforme proporciona al que lo lleva una delimitación muy clara entre su persona y el mundo circundante; es como una rígida funda, en la que el mundo y persona chocan viva y claramente entre sí y se distinguen uno de otra; la verdadera misión del uniforme es mostrar y establecer un orden en el mundo y rescatar lo que tiene la vida de fugitivo y efímero, al igual que esconde lo que tiene de blando y fugitivo el cuerpo del hombre, cubre su ropa interior, su piel y el centinela de guardia tiene que ponerse guantes blancos.(22-23)*

De militar, de masón, hasta con su abrigo de ejecutivo, el asesino se enfunda en un uniforme. Percibimos la artificialidad de todas las fotos, su falta absoluta de naturalidad. No está vivo, es un autómata que se ha vestido con las ideologías reaccionarias que le han resultado más próximas a sus odios. Como autómata, odia lo vivo. El objeto de su odio son las personas que encarnan exactamente lo opuesto a él. Ha asesinado lo que no ha podido, sabido o querido ser. Sus víctimas, nos confirman hoy, están entre los catorce y los diecisiete años.

El uniforme, como muy bien expresó Broch, es un dique frente a lo exterior, es lo que evita que la mente se les desparrame y la transforma en una fuerza dirigida hacia un fin, la destrucción al servicio de una causa a la que se agarran, sobre la que pasa a girar toda su vida. La obsesión les da coherencia, unidad, uniformidad a sus acciones.
Cuanto más rígidas son las ideas, cuanto mayor es el fanatismo que llevan, con más seguridad se expresan, más cómodos se sienten en ellas estas personalidades necesitadas del orden. La seguridad es algo que les viene de afuera a dentro, los uniformes les calman y les dan sentido. Son las manos que modelan la blanda arcilla de sus personalidades absolutamente dispersas.
El peligro de enfrentarse a las patologías es olvidar las patologías sociales, las ideas enfermas que son las que les dirigen a matar un objetivo u otro. Puede que la idea del crimen se corresponda con facetas trastornadas de la personalidad, pero eso no debe ocultar que la fuerza de esas corrientes se dirige por los cauces preexistentes en los que el flujo va cogiendo fuerza.
Es demasiado peligroso, a la vista de lo ocurrido, dejar sin atención todos estos fenómenos xenófobos que se diluyen en la normalidad de nuestras ciudades, ante la indiferencia social. En varias ocasiones hemos señalado el crecimiento de este tipo de sentimientos en la deriva discursiva que la crisis económica va creando. Es peligroso el movimiento de deriva de los partidos moderados para que no les coman el terreno los nacionalistas o los ultranacionalistas.  Los extremos políticos atraen a los extremos patológicos; las ideas enloquecidas atraen a los locos. Algunos llegan, como hemos visto, a construir en su mente enferma un sistema que pronto adquiere la consistencia patológica que perciben en su entorno. El perturbado comienza a ver que su mundo interior caótico se ordena con los mensajes que le llegan de fuera, que el odio que llevan dentro se dirige hacia un blanco exterior y comienza a dar por buenas las peticiones que llegan de fuera. Lo que antes era locura, ahora es causa. Lo que eran sus odios personales, ahora le convierten en un cruzado. Ha encontrado en la sociedad el mecanismo justificador de sus deseos.

Señalamos en un texto anterior la extrañeza que nos causaba que, odiando al Islam, dirigiera sus armas contra sus compatriotas. Es a ellos a los que odia; son lo que él no ha podido o sabido ser. Es la alegría de esas personas lo que no soporta, su tolerancia y deseo de convivencia. El Islam es solo la excusa que le sirve para articular su discurso de odio. Tenía el odio y encontró la causa en la que volcarlo.
Nos podía haber tocado a nosotros, blanco también de sus odios. Y en cierta forma, también nos ha tocado. Porque bajo sus armas han estado todos los que tienen deseos de construir sus relaciones sociales y culturales lejos de cualquier fobia, los que desean una sociedad construida sobre la convivencia posible de las personas de buena voluntad. Muchas personas habrán comprendido que es tan injusto considerar a este asesino como "cristiano" como clasificar a otros asesinos como "musulmanes" por el simple hecho de que ellos cometan crímenes en su nombre. Cualquier cristiano coherente, como cualquier musulmán coherente, rechazará los crímenes que se cometen en el nombre de su fe. No se gana el paraíso provocando infiernos.
Cuando cualquier religión, ideología política o cualquier otro sistema de ideas se convierte en “uniforme”, pasa a ser un peligro. El uniforme reviste de santidad o de heroicidad a lo que nos es más que una acción criminal. Por eso es esencial mantener la firmeza de los discursos abiertos, evitar la tibieza o la ambigüedad porque las circunstancias lo aconsejen o se puedan perder votos. El aumento de la deriva nacionalista europea por la crisis económica es el caldo de cultivo de futuros peligros. Los pagaremos todos si no se frenan dejando firmes y claros los principios.
El asesino vestirá, durante muchos años, un nuevo uniforme, el de presidiario. Lo peor de todo es que sentirá un placer extraño cada día al ponérselo. Para él será el hábito de su santidad.

* Hermann Broch (1974): Pasenow o el romanticismo. Lumen, Barcelona.

El alcalde de Oslo recordando a la víctimas


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