lunes, 18 de julio de 2011

La muerte de la gallina informativa de los huevos de oro

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Paul Stephenson, Inspector Jefe dimitido

El escándalo de las escuchas ilegales se cobra una víctima más en su loco y fulminante devenir. Ha dimitido el Inspector Jefe de Scotland Yard. La utilización de la policía para trabajos de auténticos delincuentes obliga a empezar por arriba y a seguir bajando en el escalafón. Al contrario de lo que suele ocurrir —la resolución del conflicto mediante el sacrificio de piezas menores en la partida—, aquí los cañones apuntaron inmediatamente a los actores principales y dejaron de lado a los secundarios, a menos que contabilicemos el conjunto de la redacción del periódico cerrado de forma instantánea. Si Rupert Murdoch trató de evitar con el cierre del periódico que la gangrena siguiera ascendiendo, se equivocó. El corte del periódico solo acercó el hacha a la cabeza.
Y estas cabezas son las de varios cuerpos. La del cuerpo informativo ya ha caído y, tras ella, la del cuerpo policial. La cuestión que se plantea ahora es casi una pregunta retórica: ¿existe un cuerpo político que descabezar? Y otra pregunta: dada la extensión del imperio de Murdoch, ¿salpicará en todos aquellos lugares en los que el “tycoon” informativo tiene asentadas sus empresas?
Lo sorprendente del caso es la velocidad con la que se está produciendo todo. Normalmente esto habría llevado algún tiempo y se habrían producido los rifirrafes políticos y mediáticos habituales. Pero no ha sido este el caso, sino lo contrario. Da la impresión que a alguien no le ha interesado que esto se moviera mucho más de lo que se está moviendo. Si tenemos en cuenta que esto es un terremoto, ¿qué se temía o teme? Cabe la posibilidad que Murdoch se haya equivocado y haya realizado un sacrificio mal calculado en la partida, que se haya dejado comer las piezas principales antes de tiempo. Es una posibilidad, pero eso no anula sus temores. Por el contrario: los revela.

La rotundidad de James Cameron y la clase política inglesa ha sido determinante, pero no hay que descartar que haya algún tipo de sorpresas y los políticos tengan que pagar su cuota proporcional de guillotina. Ya se verá. No se hunde un barco a menos que tengas asegurada la carga o no te interese que se mire demasiado en las bodegas.
Lo preocupante del caso, por encima de lo que tiene de nombres y acciones, es el papel de la prensa —hay que decir “cierto tipo de prensa”— en el conjunto del sistema democrático. Desviada de su función real, pasa a convertirse en un instrumento reciclado del poder económico, político o de ambos. La instrumentalización de la información puede traducirse en elementos externos muy llamativos, como en el caso de News of the World: grandes audiencias, beneficios económicos, poder de sus directivos… Pero todo esto, tan aparente, no es más que el signo de su propia debilidad quebradiza. En un mundo en el que lo único que se valora es el éxito económico, no es fácil presentar el valor de los principios de la prensa, englobando en ella todos los medios cuya función es informar.

La conversión de la información en mercancía convierte a sus profesionales en meros agentes comerciales y a sus jefes en mercachifles y gerentes. Incumpliendo sus funciones sociales, la información se convierte en una fuerza más de ventas o de propaganda. Contagiada por la concepción de mercado, se olvida que deja de tener sentido cuando ignora que está al servicio de lo que ocurre para utilidad de la ciudadanía. Una cosa es tener existencia y otra tener sentido. Hay medios que crecen en tamaño y disminuyen en su sentido convirtiéndose en maquinarias absurdas. Pueden funcionar a la perfección, pero eso no significa nada más que ganan dinero. El "gano, luego existo" acaba confiriéndote una falsa seguridad. La lógica de su existencia se pervierte y transforma. Pasan de ser instituciones que informan a instituciones que venden información. Su naturaleza y función ha cambiado. Pueden mantener la misma cabecera, el mismo edificio, la misma redacción…, pero ya son otra cosa.
Cuando un crítico literario deja de criticar y promociona libros; cuando un comentarista deportivo se dedica a promocionar a un jugador para que suba su cotización; cuando un cronista político alaba o silencia medidas que deben ser criticadas; o cuando un director echa al cesto de los papeles una noticia importante y pone en primera página algo intranscendente, por poner algunos casos, están incumpliendo su función por más que incrementen sus sueldos o ganancias. Ganar más debe ser el resultado de hacer bien las cosas, no de incumplir las funciones. Al que busca ganar más haciendo bien lo que debe hacer, nadie le critica; al que invierte sus objetivos, sí. No se puede justificar cualquier cosa por el rendimiento económico. Es una trampa que corrompe y acaba matando la gallina informativa.
Lo mismo se puede aplicar a la policía inglesa, que ha quedado en entredicho. El incumplimiento de sus funciones no es más que el resultado de la extensión de la tentación corruptora que venía del campo informativo. Lo que nos parece muy claro en el caso policial, la transformación de policía en delincuente, es un efecto paralelo al que se ha dado en los medios que se convierten en vendedores en vez de en informadores. Vender periódicos o noticias no es lo mismo que vender información. La información no se “vende”, se transmite. Es un proceso de mediación entre el cuerpo social y los hechos, una prolongación observadora de la conciencia ciudadana. El periodista observa por nosotros y en su honestidad está la nuestra, que formaremos nuestra opinión y decidiremos sobre lo que nos transmita.
Por eso, los policías e informadores corruptos, los que han incumplido sus funciones, además de compartir ganancias, ahora compartirán ceses, juzgados y, en algún caso, celdas.



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