sábado, 25 de junio de 2011

¿Muchos o pocos partidos?: De Egipto a España


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Existe un punto de equilibrio entre el bipartidismo y el multipartidismo, un punto en el que el conjunto de la sociedad ve reflejadas las diferencias esenciales que conviven en un mismo espacio político. A su vez, esos grupos políticos diferenciados deben tener espacio para sus propias diferencias de matices y sus posibilidades de pensar en términos diferentes para tener siempre una reserva de respuestas ante los problemas. Solo las dictaduras tienden a ser monolíticas, a imponer una línea exclusiva de pensamiento y a traducir sus conflictos internos en personalismos. En las etapas iniciales de una democracia, el número de partidos políticos está en función de la capacidad de negociación, de la flexibilidad para llegar a acuerdos que eviten la fragmentación. Posteriormente son las urnas las que ponen a cada uno en su lugar y hacen subir a unos y desaparecer a otros.
En Egipto están padeciendo el sarampión del tránsito de una dictadura como la de Mubarak. Sus especiales características, el control del tamaño adecuado de la oposición mediante mecanismos electorales fraudulentos, permitió que no solo existiera un partido oficial, el del régimen, sino una oposición que le servía para salvar la cara ante el exterior y justificar su propia existencia como garante ante el radicalismo islamista de los Hermanos Musulmanes.
Ante la llegada de las elecciones, que serán en septiembre, el panorama egipcio muestra una división cada vez mayor. En vez de progresar hacia la fusión de esfuerzos, se está produciendo una atomización en nuevos grupos. Los únicos beneficiados de estos son los Hermanos Musulmanes, aunque ellos también han padecido una escisión de jóvenes. Sin embargo, aquí la cuestión es más complicada ya que la Hermandad, como tal, no es un partido político, sino que ha creado un partido, “Libertad y justicia”. Esto ha hecho que las personas descontentas con la línea de control férreo de la dirección de la Hermandad se sientan libres de incorporarse a otras formaciones políticas. La Hermandad ha reaccionado mediante las expulsiones de todos aquellos que se incorporan a formaciones políticas diferentes a su marca oficial “Libertad y Justicia”. Llena de contradicciones que derivan de su falta de creencia en el valor de lo político entendido como ejercicio de la voluntad, la Hermandad trata de mantener, en un régimen de mayor libertad y oferta política, un control casi imposible sobre los amplios sectores que antes manejaba. Las prevenciones que tienen sobre mujeres y coptos no son precisamente avales para un sistema democrático y hacen enfrentarse a situaciones complicadas a la nueva generación que quiere otro tipo de Egipto. [Ver entrada Aquí nos modernizamos todos]

Presentación de grupo político en Egipto

Conforme se acerca la cita electoral, crece el nerviosismo de lo que piensan que esta fragmentación favorece de forma clara a la Hermandad y, lo que es peor, lo hace en un momento constituyente, con lo que este primer parlamento marcará la vida del futuro Egipto.
La única salida que tienen las distintas fuerzas que se están creando es llegar a políticas de mínimos que no hagan perder los “votos sociológicos” —los votos de personas próximas—. Todos los sistemas electorales favorecen las concentraciones frente a la atomización y eso puede dar una gran representación parlamentaria a los que socialmente no tienen tanto.
Curiosamente, este es el reverso de la situación española en la que mucha gente se siente incómoda en el bipartidismo efectivo, trufado con los nacionalismos locales.  El problema que se le plantea a mucha gente para seguir votando a unos partidos con los que ha ido descendiendo el grado de empatía es real. No entra en contradicción con los votos y, sin embargo, los partidos lo usan como justificante o excusa de la validez y reconocimiento de su propia propuesta. Y esto es un error interpretativo e interesado.
Ya hemos mencionado que el caso español es el anquilosamiento interno de los partidos que se muestran incapaces de reflejar en su interior las corrientes y variaciones que en la sociedad se puedan dar, especialmente entre su propio electorado. Existe mucha gente a la que le duele la mano con la que introduce la papeleta en las urnas. Es un voto por aproximación, por tradición, por inercia, etc., pero no el voto del que se siente escuchado en la riqueza de matices que hoy tiene la sociedad española. No tiene nada que ver con la legitimidad de la representación sino con la calidad de la representación o, si se quiere con la identificación del votante con los que van a representarle.
Esto es el resultado de la falta de dinámica interna de los partidos, la laminación de los aparatos, auténticos controladores de la vida política, constituidos como grupos de intereses —más que en corrientes entre las que sea posible establecer debates internos, prolongación de los existentes en la calle. En última instancia los partidos deben ser una radiografía de la sociedad a la que representan y hoy no existe un acuerdo en este punto. Ese “no nos representan” es la manifestación en eslogan de un sentimiento que los políticos deberían valorar y hacer —algunos están empezando tímidamente— examen de conciencia.
No se entiende muy bien por qué este miedo a las diferencias, por qué este miedo a los debates y por qué es necesario realizar estas escenificaciones de apoyos unánimes a los líderes cuando no es una exigencia de la gente sino de las campañas de imgen. 
En su momento, dentro del partido socialista había “socialistas”, “socialdemócratas”, etc., y en Partido Popular “conservadores”, “demócratas cristianos”, “liberales”, etc. El gran error, muy español, fue empezar a sustituir el debate de ideas por las personas. De las etiquetas ideológicas se pasó a las personales: “felipistas”, “guerristas”, “acostistas”, “aznaristas”, “esperanzistas”, “gallardonistas”, etc. Fue en este momento —en el que la gente dejó de seguir sus ideas y empezó a seguir a los que podían colocarle en algún puesto— cuando las cosas empezaron a torcerse.
La situación política de Egipto y España es diametralmente opuesta. Unos se quejan de que la mínima diferencia se convierte en partido; nosotros nos quejamos que tenemos partidos sin diferencias. En el punto medio, como casi siempre, suele estar la virtud o la sensatez. No hacen falta muchos partidos probablemente, pero si partidos con la elasticidad suficiente como para que nadie tenga que votar con tantas dudas de conciencia.

* "Revolutionary Coalitions multiply, fragment and disagree on the way ahead" Al Masry-Al Youm 24/06/2011 http://www.almasryalyoum.com/en/node/471023

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