viernes, 24 de junio de 2011

Elogio de Maalouf


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Amín Maalouf acaba ingresar en la Academia francesa con 17 de los 24 votos posibles. Es una votación que lo sitúa en una posición de reconocimiento amplio*. A los premios Goncourt y Príncipe de Asturias, entre otros, Maalouf suma esta nueva condición de Académico, que en Francia significa algo. Ocupará la silla de Claude Lévi-Strauss, que seguro que para él tendrá un especial significado. No hace mucho, recomendábamos la lectura de su último ensayo [ver entrada].
Maalouf ha conseguido trasladar su propia problemática a ambos territorios, el de la ficción y el del pensamiento. No creo que se puedan considerar ámbitos separados, porque maneja la ficción como realidades y la realidad como conjunto de ficciones. Para entender el alcance de la obra de Maalouf hay que comprender su profesión de periodista, sus estudios de sociología y su condición de exiliado, porque Maalouf es una persona que no ha renunciado a ninguna de las tres vertientes o, mejor, cada es consecuencia de la otra.
Las novelas de Amín Maalouf tratan de dar cuenta en el terreno de la ficción de lo que resulta difícilmente comprensible en la complejidad de la vida. La vida se hace narración para mostrarnos la perplejidad de los sujetos convertidos en los puntos de intersección de la Historia. Entre la teoría y la realidad está la ficción. Entre el conocimiento teórico y la experiencia vital está la novela, que permite encarnar las teorías y expresar explicaciones que el mundo difícilmente acepta. Maalouf, como tantos otros, ha entendido que el sinsentido del mundo solo se resuelve en la expresión estética, en la forma. El Arte da el sentido que la vida niega. Lejos de un esteticismo aislado, las novelas de Maalouf hablan del mundo al mundo, devuelven estructurado lo que se recibe caótico.
Personajes, tiempos y espacios son cuidadosamente seleccionados por Maalouf para ofrecernos una perspectiva ajustada de un problema real: el sometimiento de los individuos a las mareas de la Historia. Maalouf no hace novela histórica; hace novelas en la Historia. Cada instante es la intersección de las fuerzas ciegas que anulan a los individuos sometidos a las imposiciones del momento. Cada escenario espacio-temporal, cada cronotopo, es el lugar en el que las fuerzas de la vida se enfrentan como política, religión, cultura.


 Los hombres somos el resultado del conflicto entre nuestra identidad cultural, preformada en nuestro tiempo, acumulación de luchas, y nuestra aspiración a la felicidad. El mundo al que llegamos está ya en guerra, es un escenario de conflictos. Y crecemos y se nos forma en ellos. Podemos dejarnos arrastrar y sumarnos a los odios existentes o, por el contrario, tratar de escapar de ellos. Como Ulises, tratando de no escuchar el canto de las sirenas, o San Antonio impasible ante las tentaciones del mundo, los personajes de Maalouf tratan de encontrar su camino propio imposible. Por eso las novelas de Amín Maalouf eligen tiempos complicados, tiempos de transición en los que los conflictos ideológicos, religiosos, políticos, culturales en última instancia, se muestran en su violento chocar.
Como sociólogo, Maalouf sabe que la sociedad es una gigantesca maquinaria cultural que modela al individuo dándole una forma que se vuelve peligrosamente transparente. Todo sistema cultural lucha por imponer lo obvio, por construir la naturalidad que aplaca la crítica y la aceptación.  Sabe también que las identidades se construyen como hechos diferenciales, como negaciones del otro y afirmaciones de uno. Eso es algo que ha podido apreciar un libanés cristiano, alguien nacido en un país en el que las diferencias son recordadas cada día; un libanes que se traslada huyendo de la sinrazón de los conflictos a Francia y vive más diferencias.

Maalouf es el escritor de los que se sienten incómodos en sus papeles, de los que se resisten a ocupar un espacio en el que las obligaciones contrastan con los deseos y los instintos han sido cuidadosamente inducidos. Es un escritor para lectores apátridas espirituales. Es el hombre que dedicó una novela, Los jardines de luz (1991), a contar la historia de Mani, el fundador de una religión odiada por todos porque no exigía odiar a nadie.
Maalouf hace tener esta última visión en su tormento final a Mani, su personaje rescatado de la falsificación de la Historia:

—Cuando cierres los ojos por última vez, volverán a abrirse inmediatamente, sin que tú lo hayas querido. Y tu primer instante será de incredulidad, cualquiera que haya podido ser tu fe. En el más firme de los creyentes subsiste la duda y el más obcecado de los descreídos habita la esperanza no confesada. Frente al Más Allá, los hombres no hacen más que interpretar sus papeles, su creencia común está inscrita en la fatiga de sus cuerpos. (366)**

Solo lejos del mundo es posible ser uno mismo. En el mundo somos lo que podemos ser.

* "Amín Maalouf, elegido miembro de la Academia francesa" El País 23/06/2011 http://www.elpais.com/articulo/cultura/Amin/Maalouf/elegido/miembro/Academia/francesa/elpepucul/20110623elpepucul_8/Tes
** Amín MAALOUF (2009): Los jardines de luz. Barcelona, Alianza.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.