miércoles, 1 de junio de 2011

De verdad, ¿nos ven tan tontos?

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Es sorprendente el efecto que el ser designado candidato a algo provoca en la gente. Por alguna extraña causa que desconozco, te transformas de forma inmediata. Si ayer no se te ocurría nada, tras la designación pasas a ser el más listo de la clase. De un día para otro, todos te ven más alto, más guapo y más simpático. Todos te quieren más. Tus enemigos se preguntan cómo han podido dudar de ti y salen a hacer profesión de fe de amistad plató tras plató, radio cadena tras radio cadena, artículo tras artículo. La gente te para por la calle y te dice cosas como “¡Presidente, presidente!”, “¡a por ellos!” y “¡dales caña!, aunque te acabes de estrellar con todo el equipo. Y se emocionan de verdad, y lloran y te estrujan y zarandean. Se ilusionan y eso es lo más importante. ¿Qué es la democracia sin ilusión?
Otra cosa sorprendente es que da igual quien sea el que salga candidato. Si eres mujer, “¡ha llegado la hora de la mujer!”; si eres calvo, pues “¡ya está bien de pelos!”. Lo mismo ocurriría si fueras verde o tuvieras tres orejas. Y es que el “candidato perfecto” es el resultado de la inercia mental que lleva a considerar como óptimo lo que no es más que el resultado de la negación política de ley de la gravedad: “el que sube no baja”.
Sin embargo, al candidato le está saliendo una, por ahora, tímida contestación interna, unos hombrecitos sencillos de alguna agrupación de por ahí que le dicen a los reporteros que unas elecciones con un solo candidato no son unas elecciones, sobre todo después de un batacazo electoral. Algunos afiliados del partido quieren sacarse la espina de que nadie les consulte y han decidido ponerse a recoger firmas para llegar a unas primarias como está mandado y ser aplastados por el carisma del candidato perfecto. A lo mejor se llevan alguna sorpresa, porque esto de los afiliados sin nada que perder, sin experiencia en los despachos, lo carga el diablo y a la gente empieza a no gustarle que le tomen el pelo siempre los mismos; pide variación.

 
Los candidatos perfectos también confunden a la oposición, que tiene que inventarse nuevos reproches para las mismas personas, algo que no siempre es fácil después de haberse estado peleando siempre los mismos, legislatura tras legislatura. ¿Qué le pueden decir que no le hayan dicho ya? La ironía es que algunas personas que llevan desde la época de la UCD, que ya ha llovido, le reprochen al candidato que es “más de lo de siempre”. También hay que exigirle un poco más de inventiva a las invectivas de la oposición.
Hay que tener mucha valentía, por no decir otra cosa, para salir al día siguiente que te propongan diciendo —desde el fondo del pozo— que tienes soluciones para todo. Sobre todo si eres ministro y tienes la obligación de ponerlas sobre la mesa del Consejo los viernes.
La política se convierte así en un espectáculo cada vez más indecoroso. Tiene razón la gente que se indigna, porque es para indignarse. No hacer elecciones, no hacer congresos para debatir soluciones,  no consultar a los afiliados y presentar al segundo político más poderoso (para algunos el primero) de este país como una joven promesa de la política dispuesto a estrenarse como torerillo en plaza comarcal, no deja de ser un poco…, ustedes sabrán cómo llamarlo.
La tendencia a besarse y pelearse siempre los mismos, año tras año, década tras década, empieza a ser un poco cargante, sobre todo por la falta de ideas demostrada. Los ciudadanos tienen derecho, independientemente del partido al que voten, a tener delante los mejores candidatos posibles en cada propuesta electoral, a que se pongan en marcha los procesos selectivos que garanticen la competencia de ideas. Hacen bien esos afiliados sencillos en salvar la honrilla general ejerciendo su derecho a que un partido democrático haga elecciones y debata ideas. Aunque pierdan por goleada, podrán dormir satisfechos. Nada ciega tanto como la perfección.
De verdad, ¿nos ven tan tontos?

¿Se repetirá el deseo de la FSM para todo el partido?

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