sábado, 14 de mayo de 2011

Tiempo y sufrimiento


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nos dicen que existen varios tiempos*: el tiempo cosmológico, el de la expansión de Universo; que existe una flecha del tiempo de la termodinámica, la que provoca la degradación entrópica de los sistemas; y una flecha del tiempo subjetivo, el vivencial que perciben los sujetos, logro evolutivo que nos sume en la melancolía al enfrentarnos a la idea de nuestra propia muerte. Para compensarlo, los seres humanos hemos desarrollado mecanismos de resistencia psíquica y cultural que nos alivien, como decía Leopardi, del dolor de existir, eso incluye las familias, las instituciones o el arte mismo como mecanismos estables compensatorios.
El primer tiempo, el cosmológico, es el de la indiferencia del mundo. Su expansión nos es ajena. Pero el tiempo de la degradación sí nos afecta como seres vivos y como seres sociales. La caída de los regímenes, de las civilizaciones, se produce por su degradación. El tiempo de la historia y de las instituciones es metafóricamente termodinámico; las percibimos como organismos que tienen duración y se degradan. Luego está nuestra percepción del devenir subjetivo, el flujo que recoge nuestras experiencias y nuestras reflexiones sobre ellas modelándolas como un río identitario del nacimiento a la muerte. En nuestro tiempo personal reflejamos como en un espejo el tiempo de la historia. Lo que ocurre es lo que nos ocurre y lo que nos ocurre es lo que ocurre. El espejo de la historia muestra nuestro rostro..
El tiempo se ha hecho angustiosamente lento en Misrata, ciudad prácticamente aislada del mundo, donde cada segundo es de una densidad espantosa por  la espera agónica de la muerte en forma de bombardeo o de un disparo desde cualquier azotea próxima en la que un francotirador aguarda su momento. El tiempo de las revoluciones es a la vez acelerado y lento. El mundo se desmorona ante nuestros ojos. Estos pueblos sublevados han vivido decenas de años en unos pocos días, saltos en el tiempo. El sufrimiento acelera el tiempo social y ralentiza el personal.


Con las revueltas árabes, hemos aprendido también que los días nos son iguales, que los dictadores temen la llegada de los viernes, un tiempo social, que se convierten en días de “ira”, de “purificación” o de “victoria”. Los “viernes de la ira” se han repetido en múltiples escenarios y han llevado a los pueblos a las calles tras el paso por las mezquitas. El viernes tiene también su propia temporalidad, su propio ritmo, su especial cadencia interna.
Me contaba un amigo egipcio que le habían preguntado a un hombre de la calle quién estaba antes de Mubarak y había contestado “los faraones”. Si es un chiste o es real, no afecta a la sensación del tiempo detenido que representaba Mubarak:  la anulación de la Historia. El dictador estaba por encima de ella..
La percepción alterada del tiempo y sus implicaciones es lo que condiciona los ritmos de resistencia de unos pueblos enfrentados a sus gobernantes. El inmovilismo absoluto, la degradación del sistema hasta niveles infames, ha provocado esa reacción vital de supervivencia. El tiempo se curva, como se curva el espacio, con la alteración que supone el sufrimiento, auténtico distorsionador de la percepción. El tiempo de la Historia se ralentiza en las dictaduras hasta detenerse. Entonces los pueblos se levantan y se cargan con la energía de su ira para recuperar el ritmo de la vida.
Hay demasiadas cosas que no podemos comprender porque surgen de medidas diferentes del tiempo, del sentimiento, de la rabia, de la indignación, del sufrimiento. ¿Por qué se soportan unas cosas y otras nos hacen estallar? ¿Por qué se aguantan treinta años de dictadura cruel y se levanta un pueblo porque se ha requisado un puesto callejero y su dueño se prende fuego? ¿Por qué un pueblo puede luchar unido, codo con codo, en una plaza, y poco después producirse doce muertos por un falso rumor que les enfrenta?
Son preguntas que pueden tener muchas respuestas. Otras no tienen ninguna. La indiferencia con la que el cosmos se expande no es la del tiempo de lo humano. Nosotros simplemente vivimos, alternando alegrías y sufrimientos, regidos por el péndulo irregular que marca nuestra historia.

* Giacomo Marramao (2008): Minima temporalia. Tiempo, espacio, experiencia. Gedisa, Barcelona.



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